Según el diccionario cambiar es
desprenderse de una cosa y recibir o tomar otra en su lugar. Por ende, un
cambio es la acción de cambiar.
Hay tres tipos de cambios: los imprevistos,
los previstos y los necesarios.
Los cambios imprevistos por lo
general aparecen de repente, sin previo aviso y te hacen actuar a partir de la
improvisación.
No te queda otra opción que
moldearte a la situación y tratar de salir adelante lo mejor posible para
intentar convertir ese cambio en una estabilidad rápidamente.
Después están los cambios previstos,
los que ya sabés que en breve van a ocurrir y los que te dan tiempo de
mentalizarte, de poder desprenderte de eso que llevás o hacés, con gusto o
disgusto, y prepararte para lo nuevo que está por venir.
Ahora bien, también están los
necesarios. Esos cambios que uno necesita hacer desde lo más profundo del alma ya
sea por aburrimiento, tristeza, rutina o enojo.
El tema es ¿Cómo sabés si realmente
necesitas un cambio? Y si lo necesitas, ¿Necesitás uno grande o uno pequeño?
Creo yo, que identificar el momento en que necesitás
hacer un cambio es la parte más fácil.
Es en el momento en el que sentís
que las cosas no están saliendo bien. De repente estás incómodo con lo que
solés hacer, ya no te sentís ni feliz ni pleno.
Es cuando eso que antes se pasaba volando y disfrutabas hacer,
ahora es algo engorroso y contás los minutos para que se termine.
Es cuando tu mente da vueltas y
vueltas pero no logra relajarse.
Es cuando en tu pecho empezás a sentir una
presión muy grande y en tu garganta comienza a hacerse un nudo y tus lágrimas
empiezan a mojar la almohada sin motivo alguno (o muchos motivos a la vez)
Cuando todo eso pasa, es momento de
cambiar.
Con respecto a cómo saber si hacer
un gran cambio o un cambio pequeño eso
ya va a costar un poco más ya que muchas veces sabés que tenés que cambiar algo
pero no sabés qué tenes qué.
Una buena manera de encontrar cuál
es el error, si me permiten, es hacer una lista. Con esto me refiero a que
durante una semana, todos los días, anotes las cosas que te hacen sentir bien y
las que no, no importa cuál insignificante sean.
Cuando termines, hace un balance, fíjate
cuántas cosas y cuáles te hicieron feliz y cuántas y cuáles no. A la semana
siguiente tratá de cambiar lo que está en tu columna negativa y probablemente
empieces a sentirte mejor.
Si en cambio, si tenés identificado
qué es lo que te está trabando en la vida, si podés cambiarlo, solo tenés que
animarte a hacerlo.
Si lo que necesitas cambiar es ajeno
a vos, lo que tenés que cambiar es tu actitud. Primero tenés que empezar por
aceptar que no todo puede salir como vos querés, eso va a hacer como un
amortiguador y te vas a sentir un poco más libre.
Luego, tenés que dejar de lado los
momentos tristes y aferrarte a los felices por más pequeños que sean. Eso hará
que un día malo se transforme en uno bueno.
Y por último, hacé algo que asiente
tu cambio de actitud. Cortate el pelo, pinta un cuadro, comprate ropa, cociná
una torta, anótate en un curso. No importa qué, lo que importa que haga que tu
mente entienda que estás dispuesto a ponerle el pecho a la bala no importa cuán
bajoneado estés.
Y para terminar, no te olvides que
el aleteo de una mariposa puede cambiar al mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario