lunes, 23 de febrero de 2015

Cambios

Según el diccionario cambiar es desprenderse de una cosa y recibir o tomar otra en su lugar. Por ende, un cambio es la acción de cambiar.
Hay tres tipos de cambios: los imprevistos, los previstos y los necesarios.

Los cambios imprevistos por lo general aparecen de repente, sin previo aviso y te hacen actuar a partir de la improvisación.
No te queda otra opción que moldearte a la situación y tratar de salir adelante lo mejor posible para intentar convertir ese cambio en una estabilidad rápidamente.

Después están los cambios previstos, los que ya sabés que en breve van a ocurrir y los que te dan tiempo de mentalizarte, de poder desprenderte de eso que llevás o hacés, con gusto o disgusto, y prepararte para lo nuevo que está por venir.
Ahora bien, también están los necesarios. Esos cambios que uno necesita hacer desde lo más profundo del alma ya sea por aburrimiento, tristeza, rutina o enojo.

El tema es ¿Cómo sabés si realmente necesitas un cambio? Y si lo necesitas, ¿Necesitás uno grande o uno pequeño?

Creo yo,  que identificar el momento en que necesitás hacer un cambio es la parte más fácil.
Es en el momento en el que sentís que las cosas no están saliendo bien. De repente estás incómodo con lo que solés hacer, ya no te sentís ni feliz ni pleno.
Es cuando eso que  antes se pasaba volando y disfrutabas hacer, ahora es algo engorroso y contás los minutos para que se termine.  
Es cuando tu mente da vueltas y vueltas pero no logra relajarse.
 Es cuando en tu pecho empezás a sentir una presión muy grande y en tu garganta comienza a hacerse un nudo y tus lágrimas empiezan a mojar la almohada sin motivo alguno (o muchos motivos a la vez)
Cuando todo eso pasa, es momento de cambiar.

Con respecto a cómo saber si hacer un  gran cambio o un cambio pequeño eso ya va a costar un poco más ya que muchas veces sabés que tenés que cambiar algo pero no sabés qué tenes qué.
Una buena manera de encontrar cuál es el error, si me permiten, es hacer una lista. Con esto me refiero a que durante una semana, todos los días, anotes las cosas que te hacen sentir bien y las que no, no importa cuál insignificante sean.
Cuando termines, hace un balance, fíjate cuántas cosas y cuáles te hicieron feliz y cuántas y cuáles no. A la semana siguiente tratá de cambiar lo que está en tu columna negativa y probablemente empieces a sentirte mejor.

Si en cambio, si tenés identificado qué es lo que te está trabando en la vida, si podés cambiarlo, solo tenés que animarte a hacerlo.
Si lo que necesitas cambiar es ajeno a vos, lo que tenés que cambiar es tu actitud. Primero tenés que empezar por aceptar que no todo puede salir como vos querés, eso va a hacer como un amortiguador y te vas a sentir un poco más libre.
Luego, tenés que dejar de lado los momentos tristes y aferrarte a los felices por más pequeños que sean. Eso hará que un día malo se transforme en uno bueno.
Y por último, hacé algo que asiente tu cambio de actitud. Cortate el pelo, pinta un cuadro, comprate ropa, cociná una torta, anótate en un curso. No importa qué, lo que importa que haga que tu mente entienda que estás dispuesto a ponerle el pecho a la bala no importa cuán bajoneado estés.

Y para terminar, no te olvides que el aleteo de una mariposa puede cambiar al mundo. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario