miércoles, 25 de mayo de 2016

24 horas en Paris con un mimo. Parte 2

Como quien no quiere la cosa, en un arrebato de inconsciencia, empecé a caminar con el mimo que acababa de conocer, por la calle St Michel, hacia un destino incierto.

Solo bastaron unos pasos para que mi cabeza comenzara a imaginar mi rostro en las tapas de todos los diarios y a crear diversos titulares como “Joven argentina asesinada por un mimo en París”, también reflexioné sobre las formas en que podía llegar a matarme y en los lugares donde podría aparecer, pero  la verdad es que esos macabros pensamientos no me afectaron en absoluto. Seguí firme junto a él como si fuéramos amigos de toda la vida.

 Pasamos por una universidad, La Sorbonne llegué a leer en un cartel. De haber sabido, en ese momento, que era una de las universidades más antiguas y prestigiosas de París quizás hubiera prestado más atención a su fachada en vez de mirar las hermosas carteras de cuero que llevaban las alumnas y lo arreglados que iban los hombres.

En poco tiempo llegamos al río Sena y desde ahí pude ver la maravillosa catedral de Notre Dame.
-¿Acá me querías traer? Le pregunté. Él me dijo que sí con la cabeza y una sonrisa. Me tomó de la mano y comenzamos a cruzar un puente lleno de candados. Se ve que se dio cuenta de mi desconcierto cuando los vi porque se frenó, me señaló a una pareja que iba caminando y luego de formar un corazón con las manos me acercó a donde estaban los candados colgados y pude ver que había iniciales escritas.
-¿Asique las parejas enamoradas vienen acá y ponen un candado para sellar su amor eterno? Que romántico. El mimo me sonrió e hizo una mueca que daba a entender que así era todo en la ciudad del amor.


De repente se me ocurrió  pensar si aquel mimo misterioso tenía novia o algo por el estilo. Casi se lo pregunto pero era obvio que luego el interrogante iba a ser para mí y era algo de lo que definitivamente no tenía ganas de hablar, por lo que simplemente suspiré y seguí al hombrecito con cara pintada a nuestro próximo destino: Notre Dame.


lunes, 9 de mayo de 2016

24 horas en París con un mimo. Parte 1

    Hace algunos años tuve que ir a París por uno de esos viajes que de placer no tienen nada pero que suman a la vida profesional.

   Después de cuatro días de no poder disfrutar en absoluto de la ciudad del amor, y a uno de volverme, tuve un no programado día libre que se terminó transformando en el mejor de toda mi existencia.

   Me acuerdo que me desperté temprano, porque no me importaba como, pero yo iba a recorrer todo. Desayuné unas crossaints asquerosas y un jugo de naranja que no era mucho mejor. Tardé unos minutos en decidir si saquito si o saquito no (era comienzos de verano) y partí emocionada cual quinceañera en su fiesta.

    Iba con paso firme hacia la Torre Eiffel  cuando en el camino me topé con un gran parque o mejor dicho los jardines de Luxemburgo. El paisaje se conformaba por árboles por doquier, una laguna en el centro y un no sé qué y un qué se yo  que me dejó hechizada.
   
    Empecé a pasear por los diferentes senderos sin importarme que el tiempo se iba como arena entre los dedos. Al cabo de una hora de caminar por ese hermoso lugar me senté a descansar un rato. En pocos segundos mi atención fue totalmente acaparada por un abuelo y su nieto dándole de comer a unos patos, por lo que, cuando una flor apareció frente a mis ojo,  pegué un salto que hizo que casi me caiga del banco. Eso sí, nada se comparó con la sorpresa que me llevé cuando vi que la persona que sostenía aquella Gerbera roja era nada más y nada menos que un mimo.

    Creo que ni un Victor Hugo drogado pudo haber imaginado, alguna vez, semejante situación.
La cuestión es que ahí estaba yo, sentada en un banco, en París, al lado de un mimo que no paraba de reírse de mí.
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       Las Gerberas son mis flores preferidas, le dije como para parase. ¿Entendés castellano?, le pregunté después. Por suerte me dijo que sí porque la verdad que ya estaba cansada de hablar francés.

   Con una increíble habilidad para hacer señas me preguntó que hacía allí y no sé cómo ni porqué una simple respuesta terminó en una conversación y esa conversación terminó en una invitación a recorrer la ciudad.
  
   ¿Había posibilidad alguna de irme con un total y completo extraño disfrazado de mimo a andar por un lugar donde ni siquiera hablaban mi mismo idioma?


Si.