jueves, 26 de marzo de 2020

El Polaco para el polaco II


Cuando llegamos al lugar donde estaba el bar subimos unos cuantos pisos por ascensor. Estaba lleno de gente. Tenía una parte techada donde había un asiento redondo que iba girando despacio. También tenía una parte destechada en la que, si no hubiera estado garuando, se podría haber visto gran parte de la ciudad. Dentro del bar se podía ver gente tomando cerveza y otros caminando con tragos servidos en una especie de saché de leche, pero con una forma más “cool”. Fuimos a la barra para ver la carta. “Es carísimo”, dijeron todos. Una cerveza salía diez dólares y el trago diecisiete. “Para mí todo es caro”, les dije y me compré una cerveza. Ya con mi cerveza en la mano, le pedí a los polacos que me sacaran una foto con un cartel que había en la parte destechada. Salió la mitad del cartel. Esa es una gran desventaja de viajar solo. No hay nadie que pueda sacarte fotos dignas y terminás teniendo fotos cortadas, movidas o videos que tendrían que haber sido fotos.

Después de un rato bajamos para ir al siguiente bar. Por ese entonces ya había vuelto con mi grupo de latinos porque hablar todo el tiempo en inglés para alguien que no tiene práctica es agotador. Cuando salimos del ascensor, nos encontramos a otro argentino que estaba tratando de encontrar las palabras para decirle a la guía que recién se había sumado, pero se cansó y le terminó diciendo: “me enganché acá”. “Ten dolars”, fue lo único que le respondió ella y después de hacer el intercambio de billetes seguimos nuestro camino. El segundo bar también estaba en un edificio altísimo, pero a diferencia del otro era todo al aire libre y casi no había gente. La niebla que había le daba un toque especial a la vista de la ciudad. Me compré un trago y me senté con el argentino que recién se había sumado al tour en una de las mesas ratonas con sillas redondas que había. Me preguntó de que trabajaba. ¿Por qué hay personas que quieren hablar sobre trabajo cuando están de vacaciones? Encima para colmo yo me entusiasmo cuando hablo del mío, así que empecé a hablar sin parar y como me pasa siempre que me emociono hablando, me empezó a picar la garganta y comencé a toser sin parar. “¿Estás bien?”, me preguntó. “Sisi, me pasa siempre”, le contesté, como si esa respuesta fuera algún tipo de alivio para la persona que te está viendo morir. Por suerte en ese momento la guía nos llamó para continuar nuestro viaje.





lunes, 23 de marzo de 2020

El Polaco para el polaco I


Lo lindo de los hostels es el hecho de poder socializar con personas de todas partes del globo. Solo basta con decir “Hola, ¿de dónde sos?” a alguien para adentrar en su mundo.
Cuando me fui sola a Nueva York, los primeros días me aislé ya que necesitaba estar conmigo misma. Sin embargo, cuando decidí que ya era hora de conocer a otras personas, me anoté en un tour de bares. Previamente, ese mismo día a la mañana, había hecho otro tour a Bronx donde ya empecé a charlar un poco con otros argentinos. A eso de las 15:30 volví a hostel y decidí quedarme ahí ya que el Pub Crowl era a las 18 y yo venía muy cansada de recorrer la ciudad sin parar. Subí por la escalera los tres pisos que me separaban de mi habitación y cuando entré, quedé sorprendida de que no hubiera absolutamente nadie. Desde que había llegado hacía cuatro días nunca había podido ver el cuarto con luz ya que, no importara la hora que fuera, siempre había alguien durmiendo. Me relajé un rato en la cama hasta que me dio un poco de hambre y fui a planta baja a comprarme algo de comer al barcito que había. “I´m deciding”, le dije al chico que atendía. Me sonrió y me dijo que me tomara todo el tiempo que quisiera. Cuando finalmente me decidí, le pedí un muffin de chips de chocolate y se lo señalé por las dudas de que mi pronunciación no hubiera sido muy clara. Justo en ese momento entró otra empleada muy malhumorada y se interpuso entre el chico lindo y amable que me estaba atendiendo y yo. Me preguntó que quería y le contesté en inglés: “El muffin de chips de chocolate”. Ella agarró el que quiso, lo metió en una bolsa y prácticamente se la revoleó al chico. Él, que había visto toda la escena y mi cara, abrió el paquete y me lo mostró, preguntándome bajito si era ese. Le dije que no y se lo devolvió a la malhumorada diciéndole que no era el que yo quería. “¿Qué querés?, me preguntó de mal modo. “Chocolate and chips”, le contesté mientras se lo señalaba. Empezó a agarrar todos menos el que yo quería. “Chocolate and chips”, le repetía sin parar mientras se lo señalaba. Ella cada vez se enojaba más y cuando por fin se dio cuenta de cuál quería me dijo que había pronunciado mal y una seguidilla de frases que no entendí. Lo miré al chico y mientras nos reíamos, le dije: “I don´t understand what she is saying”. Finalmente, la chica se terminó cansando y abandonó el lugar. El chico me dio el muffin que yo quería y al momento de pagar le extendí mis manos con la plata y dejé que él eligiera las monedas correspondientes. Luego, mientras disfrutaba de mi codiciado muffin, pensé en si bañarme o no. Cómo íbamos a salir tempano, seguramente volveríamos temprano y necesitaría bañarme de nuevo, así opté por no hacerlo. Cuando ya se estaba haciendo la hora subí al cuarto para cambiarme y casi a las 18 volví a bajar al punto de encuentro. Cuando llegué al hall, me arrepentí de no haberme bañado ya que todos estaban bañados y perfumados. Me senté en uno de los sillones y automáticamente un muchacho de unos treinta años se me puso a hablar. “Where come you from?”, me preguntó y solo eso bastó para enterarme de que era de Seattle y estaba en Nueva York de vacaciones. Charlamos un rato más hasta que llegó la chica que iba a ser nuestra guía a cobrarnos el tour. Luego encaramos todos para el subte y una vez ahí abajo esperamos a que los “nuevos” en la ciudad sacaran la Metrocard. Antes de subir nos explicaron dónde debíamos bajar por si alguno llegaba a quedar alejado del grupo. Cuando llegó la línea 2 (la única que pasaba cerca del hostel, pero la también la única que recorría toda la ciudad de norte a sur), me senté entre un grupo de chicos que hablaban todos en inglés. Uno de ellos vivía en Inglaterra. Era colorado, llevaba anteojos, un sobrero y tenía un tradicional acento inglés. Podría haber sido transformado perfectamente en un dibujito animado. Al principio intenté tener una conversación con ellos, pero hablaban tan rápido por lo que al poco tiempo desistí y me quedé callada el resto del viaje. Cuando bajamos, comenzamos a caminar en fila por las calles de Nueva York hasta nuestro primer bar. Me puse a hablar con uno de los argentinos que había conocido en el tour de Bronx, pero después me llamó la atención un chico altísimo y rubio que iba más adelante, así que me le acerqué y le dije: “You are too tall. Where come you from?” Me sonrió y contestó: “I´m from Poland” y ahí empezó nuestra conversación. Patrick (así se llamaba), me contó que con su amigo habían estado recorriendo todo Estado Unidos durante un mes y esa era su última noche. También me dijo que les había gustado más la Costa Oeste, aunque casi se los comió un puma. Bah, creo que eso les pasó. La sucesión de “Roar” y sus manos en posición de ataque me dieron a entender que eso había pasado.



martes, 3 de marzo de 2020

La Verdadera Revolución


El 26 de mayo de 2001, el sol brillaba bien alto en el cielo que estaba más celeste que nunca. Yo tenía seis años y había sido elegida la escolta de la bandera que representaba a primer grado en el acto del 25 de mayo. A las diez de la mañana la vicedirectora de la escuela me vino a buscar al aula para ensayar una vez más la formación, antes de que se reunieran en el patio todos los maestros, alumnos y padres invitados que habían sido convocados a las once.

En la primera pasada, la chica de séptimo grado que llevaba la bandera tuvo dificultades para encajarla en el tahalí de su banda, así que lo hicimos de nuevo. En la segunda pasada, el chico de cuarto grado se trastabilló y casi se cae. De tal modo, la vicedirectora nos lo hizo repetir una tercera vez. A mí me habían empezado a dar ganas de hacer pis, por lo que rogaba que nadie más tuviera ningún percance. Por suerte, la tercera pasada salió perfecta así que cuando escuché las palabras “Listo, ya estamos”, di media vuelta para correr hacia el baño porque mis ganas habían aumentado considerablemente, pero la maldita vicedirectora nos pidió que nos quedáramos en nuestros lugares porque nos quería decir unas palabras. Yo ya estaba en el punto en el que no podía escuchar, no podía ver, no podía moverme. Mi cuerpo estaba totalmente controlado por mi vejiga a punto de estallar. De repente sentí un chorrito caliente bajar por mis piernas. Después otro y otro y otro. Al cabo de segundos tenía la laguna de Chascomús entre mis piernas. Gracias a Dios tenía puesta la pollera del uniforme y no el pantalón. Los zapatos eran negros, por lo tanto, no se notaba que me había hecho pis. Sin embargo ¿cómo explicaba el tremendo charco en el piso? Justo en ese momento la vicedirectora decía algo sobre que el 25 de mayo fue un quiebre para la Patria. Que tenía que decir yo entonces. Abanderada y con pis hasta adentro de las medias. Ese sí era un quiebre. Una vez terminado su discurso nos permitieron dispersarnos. Traté de huir lo más rápido posible para que nadie se diera cuenta de nada, pero justo en ese momento los ojos celestes de la vicedirectora se clavaron en el charquito. “Esperá, Gutiérrez”, me gritó mientras se me acercaba. Cuando escuché mi nombre quedé petrificada y rogué que no me estuviera llamando por el tema del charquito. Cuando llegó hasta mí, se agachó hasta quedar de mi altura y susurrando me preguntó: “¿Vos te hiciste pis?”. “No”, le respondí muy segura. “¿Estás segura?, me volvió a indagar “Si”, le volví a decir bien firme, porque si se miente no se flaquea. “¿Y esa agua que hay en el piso de donde salió?”, siguió metiendo el dedo en la llaga. “No sé, recién veo que está ahí”, le contesté haciéndome la estúpida ya que no había tenido mucho tiempo de pensar una excusa convincente. Me miró seria, pero no me dijo nada. Se ve que como vio que no tenía una aureola de pis en la ropa prefirió dejarme libre.

A las once y diez de la mañana ya estaban todos esperando que empezara el acto y los abanderados estábamos en la secretaría atentos a que nos dieran la orden para salir. Yo ya no aguantaba más estar parada, así que me desplomé en una silla sin pensar que mi bombacha todavía húmeda iba a mojar la pollera. A las once y cuarto nos vino a buscar la vicedirectora y nos hizo formar.  Me vio y se agarró la cabeza. “Ay, Gutiérrez, ¿por qué no me no me dijiste que sí cuando te lo pregunté? No podés salir al acto así ahora”, me dijo un poco enojada. Yo la miraba sin decir nada y quería que me tragara la tierra porque encima todos me estaban mirando. De repente, la escolta de sexto grado se fue y volvió con una caja. “¿Si se pone algo de acá?”, dijo mientras sostenía la caja de objetos perdidos. “Si, es buena idea”, contestó la vice “Pero no tenemos tiempo para que se cambie. Atate esta campera a la cintura y listo” “Vamos, no podemos retrasarnos más”, ordenó, y nos hizo avanzar rápidamente.
De a uno fuimos saliendo al patio y poniéndonos en nuestras posiciones. Sonó el himno, pero nadie cantó. Todos me estaban mirando sorprendidos y yo no entendía por qué. También se escuchaban algunas risas. Miré a la vicedirectora y la estaban sosteniendo porque estaba medio desmayada. El misterio lo develé un par de años después, cuando mirando fotos de ese acto pude ver que la campera tenía una inscripción que decía “Viva España”.