martes, 30 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus IX


Durante la semana Agustín le habló a Lucía y le preguntó cuándo verían de nuevo. Ella le esquivó completamente la pregunta y se desilusionó un poco. ¿No quería verlo de nuevo? Durante la cita pareció que la estaba pasando bien. Dejó pasar un par de días y el sábado mientras cerraba el local le habló de nuevo. Ella estaba en el shopping comprando un regalo. “Te paso a buscar y almorzamos”, le dijo, pero ella le contestó: “No deberíamos salir”. En ese momento sintió como un puñal se le clavaba en el pecho. ¿Por qué nunca tenía suerte con las mujeres que le gustaban? Decidió mandarle un audio para que el mensaje no se distorsionara. Le dijo que a él le gustaba mucho y que quería salir con ella. También le dijo que le parecía que él le gustaba también y le preguntó si había algo que la frenaba. ¿Es por lo que puede llegar a decir tu familia o tus amigos? La respuesta tardó unos minutos en llegar. “Es por mi familia, por mis amigos y por mí. Es todo muy complicado en este momento”, le contestó. Agustín le dijo que la entendía, pero le pidió que lo pensara. Después de esa conversación dejaron de hablarse por unos días. Sin embargo, Agustín no quería alejarse de ella. No todavía y no así. Así que una tarde en la que se encontraba solo en su local, le mandó un mensaje: “Me aburro”, le escribió y cruzó los dedos para recibir una respuesta. Por suerte fue inmediata. “Yo también”, le contestó y comenzaron a charlar sobre el hombre que se había comido un murciélago en China y había contraído Coronavirus. “Estos chinos son impresionantes. ¿Cómo se va a comer un murciélago?”, le decía Lucía. “No tengo idea, son más raros”, le contestaba Agustín y así comenzaron a hablar de nuevo, (aunque con menos frecuencia) sin imaginar todo lo que estaba a punto de ocurrir.

Mientras Lucía y Agustín descubrían qué pasaba entre ellos, en una ciudad de China detectaron once millones de casos de neumonía cuyo origen era desconocido. Con el correr de los días, cada vez más personas aparecían con los mismos síntomas: tos, fiebre, dolor de cabeza y dificultad para respirar. Nadie entendía qué estaba pasando. Fue más o menos el 31 de diciembre cuando detectaron que la enfermedad que se estaba expandiendo sin control era Coronavirus. Un virus que contraían los animales y únicamente se contagiaba entre ellos ahora estaba en el cuerpo humano. Aparentemente todo comenzó cuando un habitante de Wuhan tomo una sopa de murciélago y este estaba infectado. Como es una enfermedad alta y fácilmente contagiosa, solo bastó que una gota de saliva cayera en otra persona para que empezara a formarse una bola de nieve gigantesca y descontrolada. Tuvieron que empezar a cerrar escuelas, oficinas, shoppings. Todos debían permanecer aislados en sus casas. Estaba prohibido realizar reuniones y estar a menos de un metro de distancia de otra persona. En la televisión se podía ver cómo camiones rociaban todas las calles con agua y desinfectante. Las imágenes parecían de esas películas futuristas. Al principio el resto del mundo no se preocupó mucho. Se reía y hacía memes al respecto. “Eso les pasa por tener esas costumbres raras”, decían algunos. Sin embargo, cuando a mediados de enero descubrieron el primer caso en Europa, el ánimo de todos cambió.

Durante enero, Agustín y Lucía comenzaron de nuevo a hablar muy seguido. Agustín se la pasaba desenvolviendo una serie de halagos y la trataba de convencer de que se vieran. Lucía siempre le respondía que no. Estuvo prácticamente todo el mes rehusándose a verlo, pero un día, después de tanto “que linda que sos” y “como me gustas” no se aguantó más. “¿Vamos a tomar una limonada y a comer torta?”, le mandó por Whatsapp. “A la tarde no puedo”, le contestó él y agregó: “si querés puede ser tipo ocho”. “A las ocho no se merienda. Podemos ir a tomar algo después de comer”, le dijo Lucía. “Dale, te veo a la noche”, le contestó Agustín y ambos celebraron.
A eso de las diez Agustín la pasó a buscar a Lucía por su casa. Como siempre estacionó a la vuelta para que nadie lo viera. “Me sorprendiste con tu mensaje”, le dijo. “No esperaba que me dijeras de vernos”. Lucía se rio y por dentro pensó que ella tampoco esperaba invitarlo a salir. Fueron a un bar de esos ocultos. Como hacía calor fueron para la terraza. Él se pidió un trago con gin, siempre se pedía tragos que tuvieran esa bebida. Ella se pidió uno más dulzón. Comenzaron a charlar de cualquier cosa. Agustín se sentía muy feliz de estar ahí con Lucía y ella otra vez se sentía muy tranquila. “Quiero darle un beso”, pensó Agustín y le dijo: “Vení, sentate acá”. “¿Por qué siempre me exige las cosas en vez de preguntármelas?”, pensó Lucía. “No me voy a mover”, le dijo entonces. Agustín revoleó los ojos y corrió su silla al lado de ella. Le tomó la mano y jugueteó un poco con sus dedos. Lucía se tensó un poco, pero no lo suficiente como la primera vez que habían salido. Él se acercó aún más y finalmente le dio un beso. Ella lo correspondió. Lucía se relajó y no sintió vergüenza por que el resto de las mesas los miraran. Agustín quería que ese momento nunca terminara. A eso de las once y media pidieron la cuenta. Cuando salieron del bar Lucía encaró hacia el auto, pero Agustín le agarró el brazo y comenzó a besarla. De a poco y suavemente la empujó hacia la pared y el beso se volvió más apasionado. Luego de unos minutos, Lucía lo separó y le dijo: “vamos”. Caminaron en silencio hasta el auto y ahí se unieron nuevamente en un beso más fogoso que el anterior. Ambos terminaron sin aliento, pero cuando se subieron a la camioneta, ese fuego no continuó. Lucía quería que siguiera, pero no iba a tomar la iniciativa la primera vez y él no lo hizo. Entonces, la noche terminó cuando Agustín la dejó en su casa y ambos se quedaron con ganas de más.



martes, 23 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus VIII


Cuando Lucía leyó el mensaje de Agustín lo primero que pensó fue si era una pregunta o una imposición. Después pensó qué excusa podía inventar para decirle que no, pero se imaginó que dijera lo que le dijera al cabo de unos días la iba a invitar a salir de nuevo. Por último, pensó que quizás la invitación no era una cita sino una salida de amigos, aunque sabía que esas no eran sus intenciones. “Bueno, no tengo motivos para decirle que no”, pensó. “Dale”, le escribió no muy segura de lo que estaba haciendo. “¿Mañana?”, le preguntó él. Imposible, pensó ella sabiendo que tenía otra cita. “Arreglemos más llegado el finde”, le contestó finalmente y pensó que quizás se olvidaría o tendría alguna excusa y evitaría salir con él. Sin embargo, cuando llegó el sábado, a eso del mediodía recibió un mensaje de él preguntándole si al final podía. “Ya fue, le digo que sí”, pensó y le mandó una respuesta afirmativa. Cuando la pasó a buscar y se subió a su auto vio que se había afeitado y se había puesto una camisa. “Parece más viejo de lo que es”, pensó y un poco se arrepintió de haberle dicho que sí, aunque cambió de opinión cuando sacó un libro y se lo regaló. Sonrió y le dijo que seguro le iba a gustar. Si había algo que le gustaba que le regalaran eran libros, y ese parecía uno bueno. En el camino charlaron de todo un poco. Le contó que ya no salía más con Matías, pero obvió la parte de que había salido con otro chico apenas dos días atrás. Cuando entraron al bar, los recibió una chica y le dio un poco de vergüenza de que los vieran juntos. “¿Qué pensaría?”. Por suerte sus miedos y dudas se disolvieron cuando se sentaron en la mesa. Por algún motivo que desconocía se sentía muy tranquila con él. No sintió en ningún momento los nervios que tuvo con sus otras dos citas aquella semana. Quizás el hecho de que se conocían de antes ayudó. Durante la cena se rió mucho y en ningún momento sintió la diferencia de edad. Cuando terminaron de comer, él le ofreció ir hasta la orilla del río. Lucía entró en pánico. Sabía que si iban hasta ahí, él iba a darle un beso. Si bien muchas veces se imaginó haciéndolo, ¿realmente quería que la besara? Ante la indecisión se dejó llevar y lo siguió. Cuando estuvieron cerca de la orilla, le empezó a contar una anécdota sobre su ex para ver si podía evitar lo que estaba por venir, pero el la interrumpió y se puso a hablar de otra cosa. Era evidente que estaba dispuesto a cumplir su objetivo a toda costa. “¿Tenés frío?”, le dijo cuando vio que tiritaba. “Un poco”, le contestó, siempre manteniendo una distancia prudente.

Cuando le pidió que le diera la mano, se dio cuenta de que no tenía más escapatoria. Podía frenarlo, sin dudas, pero no lo hizo. Algo en su interior la empujó a que viviera aquel momento. El beso fue lindo. Se sentía bien y había una conexión entre ambos, pero eso no impidió que le pánico la invadiera nuevamente “¿Qué estoy haciendo? Este hombre podría ser mi papá”, se dijo mientras sus bocas seguían pegadas. Cuando se separaron, le dijo que él era muy grande para ella, para que entendiera que esa cita no era el inicio de nada. Pero mucho no le importó. Le dijo que él no había notado la diferencia de edad y la volvió a besar. Luego Agustín le preguntó si quería ir a tomar algo a otro lado, pero ella sabía que eso significaba que podrían terminar en su casa y definitivamente era algo que no quería hacer. “Mejor llévame a mi casa”, le contestó y sintió que volvía a tener doce años de nuevo. Cuando finalmente la dejó en su casa, su cabeza era un bolillero de pensamientos. Abrió el libro que le había regalado y vio que tenía una dedicatoria. La leyó y sonrió. Le mandó un mensaje diciendo que le había encantado la dedicatoria. “¿Por qué no tiene aunque sea diez años menos?”, pensó y se tiró en la cama para procesar todo lo que había vivido en unas pocas horas. “No puedo seguir saliendo con él”, se dijo finalmente.



martes, 16 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus VII


Agustín estuvo varios días pensando si invitar a salir a Lucía o no y a la vez pensando de qué manera hacerlo. Una mañana estaban hablando por Whatsapp de cualquier cosa y sin pensarlo le escribió “vamos al cine” y se lo envió con los ojos cerrados. “No hay nada para ver en el cine”, contestó ella y asumió que había sido una maniobra para decirle que no. Sin embargo, no quiso quedarse con esa respuesta y le retrucó: “Vamos a tomar algo” y cruzó los dedos esperando el sí. “Bueno, está bien”, fue la respuesta y Agustín realizó su típico baile de la victoria. “¿Cuándo?, ¿mañana?”, le preguntó luego. “Arreglemos más cerca del finde, quizás el sábado puedo”, le contestó y rogó para que esa cita se concretara.

El sábado se levantó casi al mediodía y se la jugó. No quería quedarse sin salir con Lucía. “¿Al final podés hoy?”, le escribió. Mientras esperaba la respuesta vio que ella escribió y borró varias veces, pero al final le dijo que sí. A eso de las ocho se afeitó, se puso una camisa y agarró el libro que le había comprado de regalo. A las nueve en punto le mandó un Whatsapp diciéndole que estaba parado a la vuelta. Cuando la vio salir el corazón le dio un vuelco. Qué linda que estaba. Ni bien se subió la saludó con un beso en el cachete y le dio un libro. “Es mi autor favorito, espero que te guste”. Lucía le agradeció y le dijo que seguro le gustaría porque tenían gustos parecidos en la literatura. Durante el viaje hasta el bar que había elegido para llevarla a comer, ella le contó que había terminado su breve relación con Matías y le contó los motivos. “Qué suerte”, pensó él. 

Durante la cena la pasó muy bien. En ningún momento sintió la gran diferencia de edad que había entre ellos. Ella era muy divertida y le encantaba cuando se reía. Aparte era de buen comer. Eso le gustaba. Cuando terminaron de cenar, como el lugar daba al río, le preguntó si quería acercarse a la orilla. La vio dudar un poco, pero finalmente le dijo que sí. Caminaron y cuando él se quiso seguir, ella le dijo que no, que por lo general al borde del río había ratas. Lo hizo reír otra vez, pero aceptó su petición. “¿Tenés frío?”, le preguntó cuando la vio aferrarse a su saco. “Un poco”, le contestó casi sin mirarlo. “Dame la mano”, le dijo entonces. En ese momento lo miró y se la dio. Sorprendido porque le había hecho caso, se la tomó y la llevó hacia él para darle el tan esperado beso. Mientras la besaba sentía que había rejuvenecido veinte años y sobre todo se sentía muy feliz. Estar con ella siempre era como una bocanada de aire fresco. Cuando se separaron, la miró y se mordió el labio. Qué linda que era. La abrazó una vez más aunque esta vez se mostró un poco distante. “Sos muy grande para mí, lo sabés, ¿no?”, le dijo de repente. “Si, lo sé, pero yo no sentí en ningún momento la diferencia de edad”, le contestó. “Dale, aflojá un poco”, le dijo después y la volvió a besar. “¿Querés que vayamos a otro bar?”, le preguntó. “No, quiero que me lleves a casa”, le dijo y ahí se bajoneó un poquito, pero no lo suficiente. Luego de dejarla en su casa fue a cargar nafta y mientras esperaba le llegó un mensaje de ella: “Me encantó la dedicatoria del libro y la pasé muy bien hoy”. Agustín no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y para sus adentros se dijo: ”La besé, no puedo creer que la besé”.



martes, 9 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus VI


Luego de la tercera cita con Matías, Lucía se dio cuenta de qué era un gran amigo, pero una pésima pareja. Así que se pasó la semana pensando de qué manera decirle que no quería salir más con él. En ese interín, tuvo una fiesta en la que conoció a otro chico que le voló la cabeza. La conexión que tuvieron fue inmediata y lo que sintió no lo había sentido desde que había cortado con su ex. Cuando llegó a su casa después de la fiesta le escribió para decirle que le había encantado haberlo conocido y él le correspondió. Al día siguiente él le dijo que quería que salieran, y ella le dijo que sí sin pensarlo. Sin embargo, antes debía terminar su breve relación con Matías. Por lo tanto, le dijo de verse el martes. Fue a su casa, cenaron y después de tener sexo se sentaron los dos en el sillón y se pusieron a charlar. A Lucía le comenzaron a agarrar muchos nervios ya que no sabía cómo decirle que ya no quería seguir viéndolo como algo más que un amigo. Por suerte, de la nada, empezó a hablar él. Le explicó que llevaba un tipo de vida qué le gustaba mucho y que no quería cambiar para tener una relación. Lucía lanzó un suspiro de alivio. Ahora las cosas serían mucho más fáciles. “No te preocupes”, le contestó. “La verdad es que yo te veo más como un amigo”, agregó después y cuando salió del departamento, se saludaron con un beso en el cachete. “Ojalá que podamos ser amigos más adelante”, pensó cuando se subió al Uber y lo despidió con la mano por la ventana.

Cuando llegó el jueves, Lucía había logrado que finalmente Joaquín, el chico que había conocido en la fiesta, le dijera que quería sí quería salir esa noche. Así que a eso de las ocho se vistió y encaró para el bar donde habían quedado. Él chico llegó media hora tarde. Eso ya no le gustó, pero trató de pasarlo por alto. Se sentía muy nerviosa. Tan nerviosa que ni siquiera pudo terminar de comer su hamburguesa. La cita fue algo rara. Joaquín prácticamente no hablaba. Tenía que estar todo el tiempo sacando temas para lograr armar una conversación. Encima cuando la besó, la conexión que habían tenido ya no estaba.  Se ve que el alcohol de aquella noche había creado una simple fantasía. Para colmo, a la hora de pagar Lucía había dejado cien pesos para la propina y Joaquín en vez de dárselo al mozo, se lo quedó. Definitivamente, aquel encuentro fue una total desilusión.



lunes, 1 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus V


Ya habían pasado algunos meses, pero a Lucía todavía le seguía doliendo la ruptura con su novio. Sin embargo, un día se levantó cansada de llorar y decidió que era hora de empezar a salir con otra gente, así que decidió aceptar la invitación de Matías, un conocido que hacía un par de días le había dicho de salir. En la primera cita la pasó muy bien. El pibe era muy gracioso, su charla era entretenida y besaba bien. Así que cuando la invitó a salir de nuevo dijo que sí sin pensarlo. Para ese entonces ya era principios de noviembre y el curso ya estaba por terminar. El viernes que Matías iba a pasarla a buscar por el instituto, se puso un short colorido y unas sandalias de taco. También se pintó los labios. Ese día se sentía muy bien consigo misma y cuando se dio vuelta y vio que Agustín la estaba mirando de una manera diferente, una sonrisa se le dibujó en la cara. En la semana que siguió, Lucía soñó que Agustín se prendía fuego. Buscó en Internet qué significaba aquel sueño. “Es una advertencia que la persona que se está prendiendo fuego puede llegar a tener una relación tóxica o puede llegar a pasar por un gran sufrimiento”, decía la página consultada. Dudó en si hablarle o no para contarle, pero finalmente lo hizo. “Soñé que te prendías fuego”, decía el mensaje y además le mandó un print de pantalla del significado. “No creo que eso pase”, le contestó él y desde ese momento no pudieron dejar de hablar más. Sus charlas ya se habían hecho parte de su rutina diaria.

Una mañana Agustín estaba trabajando en su local, cuando le llegó una notificación: Lucía lo había agregado a Facebook. No pudo evitar sonreír. “¿Qué te pasa?”, le preguntó su empleado que lo vio mirando embobado a la pantalla. “Nada, me agregó una chica que me gusta a Facebook”, le contestó él y no le dio más detalles. Esa misma noche entró a su perfil y lo recorrió de punta a punta. Qué linda que era. ¿Qué pasaría si le mandaba un Whatsapp? ¿Qué pensaría? Para su sorpresa, al día siguiente recibió un mensaje de ella. Desesperado lo abrió para ver qué decía: “Soñé que te prendías fuego”, leyó y automáticamente largó una carcajada. Era muy típico de ella soñar cosas raras y, aunque el sueño no lo beneficiaba mucho, se alegraba de que hubiera soñado con él. Desde ese día no pararon de hablar y mientras tanto pensaba cómo invitarla a salir.