Agustín estuvo varios días pensando si invitar a
salir a Lucía o no y a la vez pensando de qué manera hacerlo. Una mañana estaban
hablando por Whatsapp de cualquier cosa y sin pensarlo le escribió “vamos al
cine” y se lo envió con los ojos cerrados. “No hay nada para ver en el cine”,
contestó ella y asumió que había sido una maniobra para decirle que no. Sin
embargo, no quiso quedarse con esa respuesta y le retrucó: “Vamos a tomar algo”
y cruzó los dedos esperando el sí. “Bueno, está bien”, fue la respuesta y Agustín
realizó su típico baile de la victoria. “¿Cuándo?, ¿mañana?”, le preguntó
luego. “Arreglemos más cerca del finde, quizás el sábado puedo”, le contestó y rogó
para que esa cita se concretara.
El sábado se levantó casi al mediodía y se la jugó.
No quería quedarse sin salir con Lucía. “¿Al final podés hoy?”, le escribió.
Mientras esperaba la respuesta vio que ella escribió y borró varias veces, pero
al final le dijo que sí. A eso de las ocho se afeitó, se puso una camisa y
agarró el libro que le había comprado de regalo. A las nueve en punto le mandó
un Whatsapp diciéndole que estaba parado a la vuelta. Cuando la vio salir el corazón
le dio un vuelco. Qué linda que estaba. Ni bien se subió la saludó con un beso
en el cachete y le dio un libro. “Es mi autor favorito, espero que te guste”.
Lucía le agradeció y le dijo que seguro le gustaría porque tenían gustos
parecidos en la literatura. Durante el viaje hasta el bar que había elegido
para llevarla a comer, ella le contó que había terminado su breve relación con
Matías y le contó los motivos. “Qué suerte”, pensó él.
Durante la cena la pasó
muy bien. En ningún momento sintió la gran diferencia de edad que había entre
ellos. Ella era muy divertida y le encantaba cuando se reía. Aparte era de buen
comer. Eso le gustaba. Cuando terminaron de cenar, como el lugar daba al río,
le preguntó si quería acercarse a la orilla. La vio dudar un poco, pero
finalmente le dijo que sí. Caminaron y cuando él se quiso seguir, ella le dijo
que no, que por lo general al borde del río había ratas. Lo hizo reír otra vez,
pero aceptó su petición. “¿Tenés frío?”, le preguntó cuando la vio aferrarse a
su saco. “Un poco”, le contestó casi sin mirarlo. “Dame la mano”, le dijo
entonces. En ese momento lo miró y se la dio. Sorprendido porque le había hecho
caso, se la tomó y la llevó hacia él para darle el tan esperado beso. Mientras
la besaba sentía que había rejuvenecido veinte años y sobre todo se sentía muy feliz.
Estar con ella siempre era como una bocanada de aire fresco. Cuando se
separaron, la miró y se mordió el labio. Qué linda que era. La abrazó una vez
más aunque esta vez se mostró un poco distante. “Sos muy grande para mí, lo
sabés, ¿no?”, le dijo de repente. “Si, lo sé, pero yo no sentí en ningún
momento la diferencia de edad”, le contestó. “Dale, aflojá un poco”, le dijo
después y la volvió a besar. “¿Querés que vayamos a otro bar?”, le preguntó.
“No, quiero que me lleves a casa”, le dijo y ahí se bajoneó un poquito, pero no
lo suficiente. Luego de dejarla en su casa fue a cargar nafta y mientras esperaba
le llegó un mensaje de ella: “Me encantó la dedicatoria del libro y la pasé muy
bien hoy”. Agustín no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y para sus adentros
se dijo: ”La besé, no puedo creer que la besé”.
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