martes, 16 de junio de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus VII


Agustín estuvo varios días pensando si invitar a salir a Lucía o no y a la vez pensando de qué manera hacerlo. Una mañana estaban hablando por Whatsapp de cualquier cosa y sin pensarlo le escribió “vamos al cine” y se lo envió con los ojos cerrados. “No hay nada para ver en el cine”, contestó ella y asumió que había sido una maniobra para decirle que no. Sin embargo, no quiso quedarse con esa respuesta y le retrucó: “Vamos a tomar algo” y cruzó los dedos esperando el sí. “Bueno, está bien”, fue la respuesta y Agustín realizó su típico baile de la victoria. “¿Cuándo?, ¿mañana?”, le preguntó luego. “Arreglemos más cerca del finde, quizás el sábado puedo”, le contestó y rogó para que esa cita se concretara.

El sábado se levantó casi al mediodía y se la jugó. No quería quedarse sin salir con Lucía. “¿Al final podés hoy?”, le escribió. Mientras esperaba la respuesta vio que ella escribió y borró varias veces, pero al final le dijo que sí. A eso de las ocho se afeitó, se puso una camisa y agarró el libro que le había comprado de regalo. A las nueve en punto le mandó un Whatsapp diciéndole que estaba parado a la vuelta. Cuando la vio salir el corazón le dio un vuelco. Qué linda que estaba. Ni bien se subió la saludó con un beso en el cachete y le dio un libro. “Es mi autor favorito, espero que te guste”. Lucía le agradeció y le dijo que seguro le gustaría porque tenían gustos parecidos en la literatura. Durante el viaje hasta el bar que había elegido para llevarla a comer, ella le contó que había terminado su breve relación con Matías y le contó los motivos. “Qué suerte”, pensó él. 

Durante la cena la pasó muy bien. En ningún momento sintió la gran diferencia de edad que había entre ellos. Ella era muy divertida y le encantaba cuando se reía. Aparte era de buen comer. Eso le gustaba. Cuando terminaron de cenar, como el lugar daba al río, le preguntó si quería acercarse a la orilla. La vio dudar un poco, pero finalmente le dijo que sí. Caminaron y cuando él se quiso seguir, ella le dijo que no, que por lo general al borde del río había ratas. Lo hizo reír otra vez, pero aceptó su petición. “¿Tenés frío?”, le preguntó cuando la vio aferrarse a su saco. “Un poco”, le contestó casi sin mirarlo. “Dame la mano”, le dijo entonces. En ese momento lo miró y se la dio. Sorprendido porque le había hecho caso, se la tomó y la llevó hacia él para darle el tan esperado beso. Mientras la besaba sentía que había rejuvenecido veinte años y sobre todo se sentía muy feliz. Estar con ella siempre era como una bocanada de aire fresco. Cuando se separaron, la miró y se mordió el labio. Qué linda que era. La abrazó una vez más aunque esta vez se mostró un poco distante. “Sos muy grande para mí, lo sabés, ¿no?”, le dijo de repente. “Si, lo sé, pero yo no sentí en ningún momento la diferencia de edad”, le contestó. “Dale, aflojá un poco”, le dijo después y la volvió a besar. “¿Querés que vayamos a otro bar?”, le preguntó. “No, quiero que me lleves a casa”, le dijo y ahí se bajoneó un poquito, pero no lo suficiente. Luego de dejarla en su casa fue a cargar nafta y mientras esperaba le llegó un mensaje de ella: “Me encantó la dedicatoria del libro y la pasé muy bien hoy”. Agustín no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y para sus adentros se dijo: ”La besé, no puedo creer que la besé”.



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