martes, 24 de noviembre de 2020

La pared

 

La primera cita después de cortar una relación con alguien que quisiste muchísimo es más bien un trampolín para volver a meterse en el ruedo. En realidad, no es que uno quiere salir verdaderamente, lo hace solo porque ya no da seguir llorando debajo de las sábanas cuando ya se sabe que no hay vuelta atrás. Mi bautismo de fuego fue el último día de octubre. Una semana antes, un chico que apenas conocía de vista de algunas fiestas, me agregó a Instagram y me habló. En lo poco que duró la charla, me hizo reír un algunas veces y además me di cuenta de que teníamos un par de cosas en común. Esto me llamó la atención ya que luego de cortar, pensé nunca iba a volver a encontrar a alguien con mis mismos gustos. Dramatismo típico de recién separado. La cuestión es que cuando me preguntó si quería ir a tomar algo, le dije que sí sin dudar.  El tema vino después, el día de la cita. Me levanté nerviosa y durante todo el día me sentí arrepentida de haberle dicho que sí. Sentía que me había apresurado y todavía no estaba lista para salir con otra persona. Mil veces estuve a punto de abrir la conversación de Whatsapp para cancelarle, pero decidí esperar hasta último momento. Cuando salí de la oficina, me fui para el gimnasio, como todos los miércoles. Ahí ocurrió el milagro. La clase fue de esas bien arriba, en la que dejás la vida y el alma, y eso me dio mucho positivismo. Volví caminado con toda la actitud y cuando llegué a mi casa me bañé, me puse una pollera de jean y un top que me quedaba divino. Antes de salir, saqué mis cartas de tarot y me tiré una carta. La estrella. En pocas palabras y a grandes rasgos es una carta que indica que todo lo que estaba mal, iba a empezar a estar bien. Eso me dio todavía más fuerza. El día estaba hermoso y el bar donde me iba a encontrar con mi cita era relativamente cerca, de manera que decidí ir caminando. Cuando estaba a unas cuadras miré el reloj, faltaban cinco minutos para la hora del encuentro, pero a mi todavía me faltaban diez para llegar. Maldije por haber calculado mal el horario. Odiaba dar una primera impresión de persona impuntual cuando no lo era. En ese mismo instante, me llegó un mensaje de él. “Yo ya llegué. Te espero”, decía. “Llegó en diez”, le contesté yo y apuré el paso.

Cuando llegué, eché un vistazo rápido al lugar y lo vi sentado en una de las mesas del fondo. Le sonreí y le hice una seña con la mano. Mientras me acercaba, miré para la mesa donde me había sentado la última vez que había ido a ese bar con mi ex. Aquel día discutimos muy fuerte, no cortamos, pero si me saqué el anillo que compartíamos y que él no llevaba puesto hacía semanas. Podría haber elegido otro bar ya que a ese íbamos de vez en cuando con él, pero no soy de las personas que van a un lugar con su pareja y después cuando cortan ya no lo pueden volver a pisar. Además, tenía 2x1 en comida y bebida, algo que no se podía desaprovechar. Aparte, supuse que no había chance de encontrármelo ya que era miércoles y ese día él trabajaba hasta tarde. Cuando llegué a la mesa, le di un beso en el cachete, me senté en frente de él y me disculpé por haber llegado tarde. “No te preocupes”, me dijo mientras guardaba unos libros y agregó: “Yo llegué un rato antes porque tenía que hacer unas cosas”. Lo observé un poco. Era lindo y tenía buena energía. Seguro la iba a pasar bien. Aparte la carta auguraba eso. Llegó la moza y nos dio el menú. En ese momento me di cuenta de que tenía hambre. “¿Qué tenés ganas de pedir?”, le pregunté rogando que quisiera una hamburguesa, así usábamos el 2x1. “Creo que una hamburguesa”, me contestó y festejé por dentro. Vino la moza y pedimos. Nos pusimos a hablar de cualquier cosa y me reí mucho. Hacía mucho que no me reía. De repente, tres personas se sentaron en la mesa de al lado, pero estaba tan entretenida que ni les presté atención. Seguí hablando con mi chico. Además de tener muchas cosas en común, era una persona muy interesante. Llegaron las hamburguesas y con ellas, también llegó al bar un chico que me llamó la atención porque estaba vestido con equipo de gimnasia. Le miré la cara y casi me desamayé. La persona que acababa de entrar y que estaba caminando hacia la mesa que estaba al lado mío era nada más y nada menos que mi ex. Cuando se sentó, los vi a todos: Tato, Sapo y Lucas. El grupete que no había registrado cuando llegó eran todos sus amigos. El estómago se me cerró por completo. No me cabía ni una papa frita del montón que tenía. ¿Qué debía hacer? ¿Contarle a mi acompañante la situación y cambiarnos de mesa? ¿Decirle a él que se cambie? Ninguna de las opciones me pareció adecuada. No quería que mi chico se enterara de todo el drama que había vivido y que estaba viviendo con mi ex al lado. Respiré profundamente y decidí continuar como si él no estuviera ahí. Difícil. Me llevé la hamburguesa a la boca, pero de solo sentir el olor se me revolvió todo el estómago. No podía vomitar ahí. Iba a tener que hacer un esfuerzo. Comí como pude un pedacito. Estaba cruda. Gracias a Dios esa hamburguesa estaba cruda y tenía una excusa para no comer. “Está cruda, no puedo comerla así”, le dije a mi cita y él miró la suya y se dio cuenta de que estaba en las mismas condiciones. “¿Querés que la cambiemos?”, me preguntó. “No, está bien. Se me fue un poco el hambre con verla así”, mentí. Mientras tanto en la mesa de al lado conversaban sin parar. ¿Qué estaban diciendo? Paré la oreja para ver si podía escuchar algo, pero me encontré con un problema. Si bien tenemos dos orejas, es un poco difícil estar pendiente de dos conversaciones a la vez. Si me enfocaba en la conversación de al lado, no podía escuchar las palabras que me venían de frente. “Basta. No puedo seguir así”, me dije y agregué: “Vine a esta cita para olvidarme de mi ex, no voy a estar pendiente de él”, y empecé a construir una pared invisible entre las dos mesas. Cuando ya tuve dos filas de ladrillos hechas, me empecé a sentir mejor. Además, la conversación con mi chico se había puesto interesante. Puse un poco más de cemento y arranqué con la tercera fila de ladrillos, pero en ese momento una parte de mi ex se salió de su cuerpo y se acercó a mi construcción. Empecé a poner los ladrillos cada vez más rápido, pero él se empezó a reír y se apoyó en un costado. “¿De verdad pensaste que con este flacucho cabeza de fósforo me ibas a olvidar?”, me dijo de repente. “Basta. Andate”, le grité yo. En ese momento mi cita me empezó a preguntar por las cartas de tarot y mi ex, que había empezado a tirar algunos ladrillos me dijo: “¿Te acordás la última vez que vinimos acá? Me tiraste las cartas y me salía El Diablo todo el tiempo. Te enojaste porque decías que me quería liberar de vos. Tenías razón. Lástima que no me animé a hacerlo ese día”. Empecé a poner los ladrillos nuevamente y hacer las filas lo más rápido que podía. “¿Por qué no le tirás las cartas a él? A ver que le sale. Te apuesto lo que quieras que en el amor no le va a salir nada lindo. ¿Cómo le va a salir algo bueno si seguís enamorada de mi?”, me dijo luego. “Callate. No sigo enamorada de vos. Si no, no podría estar acá. ¿O te pensás que soy como vos, que al día siguiente de cortar ya estabas con otra?”, le dije con bronca, pero sintiéndome un poco más segura conmigo misma. Se ve que la energía de El Carro se había apoderado de mí. Seguí sumando ladrillos a mi pared. “Vas a ver que salen hoy y no te va a dar más bola”, siguió diciéndome para darme inseguridad. “Y si te sigue dando bola, va a ser solo para llevarte a la cama”, continuó. “Basta. ¿Te pensás que son todos mentirosos como vos?”, le grité yo sin dejar de poner los ladrillos. “¿Yo mentiroso? Yo nunca te mentí, solo te oculté, que es diferente”. Lo miré con mucha bronca acordándome de todo lo que me había ocultado en el tiempo que habíamos estado juntos. Seguí sumando ladrillos apretando los dientes para no enloquecer y mordiéndome la lengua para no decirle todas las cosas que pensaba sobre él. Ya tenía construida un poco más de la mitad de la pared. Con algunas filas más se iba a terminar la pesadilla. Sin embargo, aunque ya apenas le veía el pecho, mi ex, seguía insistiendo. “Uy, me parece que te quiere dar un beso. ¿Te acordás cuando nos dimos el nuestro?”, empezó a meter el dedo en la llaga. “¿Y te acordás de nuestra primera cita? Te llevé a un lugar mucho más lindo que este. Y te invité yo. Este no tiene pinta de largar la plata”. En ese momento algunos ladrillos se cayeron. Traté de ponerlos de nuevo, pero no se pegaban. “Estabas linda ese día”, me dijo de repente con la voz un poco quebrada. Se cayeron algunos ladrillos más, pero no intenté ponerlos de nuevo. Me extendió la mano y me dijo que quizás podíamos volver a intentarlo. Se la estaba a punto de dar, cuando mi acompañante me hizo una pregunta que me llamó la atención. “¿Qué carta te describiría a vos en esta cita?”. Mientras pensaba coloqué los ladrillos que se habían caído en la pared. “La sacerdotisa”, le contesté ya que mi intuición me había llevado hasta ese bar, pero a la vez tenía muchas cosas guardadas. Mi acompañante sonrió y se me empezó a acercar. En ese momento mi cabeza estaba a mil. ¡Me iba a besar y mi ex estaba al lado! “No lo beses”, me gritó su desdoblamiento. “¿Te pensás que vas a sentir lo mismo que sentías conmigo?”, continuó. Cuando escuché eso, pensé que la pared se iba a derrumbar por completo porque tenía razón. Desde que había cortado, todos los besos que había dado habían sido completamente vacíos. Lo miré a los ojos para terminar de rendirme y tirar abajo toda esa pared, pero cuando lo hice me vi a mí y me vi bien. Me vi sin lágrimas en los ojos. Me vi sin ojeras por pasarme noches sin dormir. Me vi linda como hacía mucho no me veía. Entonces di vuelta la cara justo en el momento en que la boca de mi acompañante llegó a la mía. Nuestras lenguas se empezaron a entre cruzar, y si bien no sentí lo que sentía cada vez que besaba a mi ex, sentí algo y eso me dio esperanza. En ese instante también me acordé de La Estrella, la carta que había sacado antes de salir de mi casa. “Todo lo que estaba mal, ahora va a empezar a ir bien”, me dije y con esa fuerza, terminé de construir la pared.