jueves, 28 de junio de 2018

Sudoku

Estoy feliz. Hoy es el primer día de mi primer trabajo. Es apenas una pasantía en el área contable de una empresa, pero me permite ganar unos pesos mientras termino mi carrera y, sobre todo, me da un año y medio más de esa tan solicitada experiencia en las búsquedas laborales. La oficina me queda un poco lejos ya que es en Retiro y yo vivo en Olivos, pero no me importa. Con el tren llego en tan solo media hora y si hay algo que me encanta es viajar en este medio de transporte porque considero que es diferente a los demás. Si bien se parece mucho al subte, el tren tiene la particularidad de ir sobre la tierra, por lo que no solo podés atravesar toda la ciudad en muy poco tiempo sino que, además, te da la posibilidad de admirarla. Otra cosa que me gusta es que, más o menos, siempre te encontrás con la mismas personas. Puede que nunca llegues a saber ni su nombre, pero de repente empiezan a formar parte de tu vida y cuando no las ves hasta las extrañás.

Yo me subo en la estación Mitre y soy de los que se sientan en los últimos vagones. Después de la tragedia de Once mi mamá quedó muy suceptible y me traspasó su miedo a mí. Muchos van estudiando y yo debería hacer lo mismo, pero mi sudoku me parece más entretenido. Una vez leí que este tipo de juegos te ayudan a ejercitar el cerebro y previenen el Alzheimer, además, mientras lo hago, puedo mirar todo lo que ocurre  a mi alrededor. En Centrángolo sube la chica pelirroja que no para de escribir. A veces me dan ganas de sacarle el cuaderno de las manos y ver qué es lo que anota tanto. Está tan ensimismada en su escritura que, a veces, ni siquiera mira su celular ni una sola vez. Al llegar a la estación Florida, ya logré completar una línea de mi juego cuando empieza a sonar "Desde que no estás aquí", interpretado por el cuarteto folklorico que, todos los días, recorre todos los vagones cantando siempre las mismas tres canciones. Pero después, el grupo se desintegra y solo queda el más joven como solista.


En Juan B. Justo me acomodo la camisa nueva que todavía siento algo incómoda. Extraño las remeras y las zapatillas, pero ahora que soy un contador recibido y ya tengo mi puesto fijo de trabajo, no puedo seguir vistiéndome como cuando era un estudiante al que no le importaban las reglas. El nene que siempre sube con el padre en esta estación y que un par de años atrás, con aparentes cuatro años, se sabía todo el recorrido del tren ya usa delantal blanco y ahora también viaja acompañado de su hermanita bebé. En Saavedra, mientras termino de completar un cuadrado entero de mi sudoku, el chico que sube conmigo en Mitre se levanta para recibir a su novia y, luego de saludarla con un beso, se apoyan en el asiento isquiático y se susurran cosas mientras sonríen. Me quedo mirándolos unos segundos pero, la conversación de dos hombres quejándose del tercer aumento del pasaje del año me parece más entretenida. Cuando vuelvo a tomar mi revista para continuar mi juego veo que ya está completo. El cansancio del trabajo me tiene un poco distraído últimamente. Doy vuelta la página y empiezo otro.


Cuando el tren frena en Coghlan me doy cuenta de que hace mucho no veo a la colorada. Quizás cambió de trabajo o se mudó. Miro por la ventana y veo que en el andén pusieron televisores que indican cuándo llega la próxima formación. Considero que es una gran idea y más en este momento que andan con bastante retraso. Mientras suena el pitido de cierre de puertas, un hombre de unos cuarenta años entra corriendo y sigue agitado hasta Belgrano R. Esta escena se repite todos los días a lo largo de varios años. Siento vibrar el celular y cuando abro la mochila para sacarlo me encuentro con el control remoto, que no sé como llegó allí. El mensaje es de mi novia. Me pregunta que vamos a  hacer a la noche ya que hoy cumplimos un año y además vamos a celebrar mi ascenso. Ahora soy coordinador de área.


En Colegiales baja la chica que se encontraba con el novio en Saavedra, pero hace tiempo que ya no están juntos. Se siguen cruzando en el vagón, y aunque no se saludan y se sientan en diferentes lugares, de vez en cuando se miran sin que el otro se dé cuenta. Para mi que todavía se quieren y creo que en algún momento van a volver a estar juntos. También se baja el nene que sabía los nombres de las estaciones. Luce contento su buzo de egresados de séptimo grado y su padre ya no lo acompaña. Ahora es él el que lleva a su hermanita de la mano y cuida que no le pase nada. Yo ya logré completar medio Sudoku, pero no lo puedo seguir porque me invade la duda de si envié un mail muy importante de trabajo o no.


Cuando llego a Carranza un pitido que me cuesta reconocer me hace sobresaltar, pero luego me doy cuenta de que es del tren y me tranquilizo. Últimamente me siento raro, se ve que los preparativos del casamiento y mi nuevo puesto en la gerencia me tienen un poco estresado, no puedo concentrarme ni para hacer mi sudoku. Cuando se abren las puertas entra una chica y se me sienta al lado. Se pone a leer un libro y veo en la contratapa una foto de la pelirroja que no paraba de escribir. Me pongo feliz por ella aunque solo la conociera de vista y memorizo el nombre del libro para comprarlo luego.

Llegando a 3 de Febrero, un chico, más o menos de la edad de mi hijo mayor, me pregunta si no tengo calor con la campera puesta y noto que todos a mí alrededor llevan ropa de verano. Le contesto algo rápido para salir del paso, pero la verdad es que no sé por qué estoy abrigado. Mientras el tren avanza hasta la estación terminal, ingresa al vagón un chico de unos 18 años y empieza a cantar “Desde que no estás aquí” y al terminar cuenta que esa canción la cantaba su papá en esta misma línea hace muchos años. El viaje es bastante aburrido sin mi Sudoku, pero lo tuve que abandonar porque un día dejé de poder completarlo y me agarraba tal enojo que empezaba a gritar y la gente me miraba nerviosa.

El tren frena en Retiro y por el parlante anuncian que es la estación terminal. Algunos pasajeros suben antes que los demás empiecen a bajar y ocupan rápidamente los asientos vacíos. Piso el andén y me siento perdido. Una señora me pregunta si estoy  bien, pero la verdad es que no sé dónde estoy. No recuerdo cómo llegué ahí ni tampoco cómo me llamo. Solo sé que hay algo en mí que no está bien. 


jueves, 14 de junio de 2018

Media Hora en el VIP

-          No voy a pagar seiscientos pesos para estar media hora en un VIP
-          ¿Por qué estarías media hora nada más? Dale, no seas rata, ya todos dijeron que sí.
-          No es de rata, es tener un poco de sentido común. No voy a pagar tanta plata cuando sé que el VIP me aburre y voy a irme al rato.
-          Bueno, hacé lo que quieras, pero te aseguro que tu pensamiento es totalmente erróneo.
-          ¡Obvio que voy a hacer lo que quiera! Igualmente, cuando llegue te mando un mensaje, así por lo menos te saludo por tu cumpleaños.

Hola, queridos lectores, les pido disculpas por haber tenido que presenciar esta discusión, pero vieron que la opinión sobre los boliches es muy variada: hay gente que los odia, otros que les gusta y otros que los aman. Mi amigo, con el que estaba peleando recién ,es de los amantes, que son capaces de pagar seiscientos pesos por ser una Very Important Person, mientras yo, que pertenezco al grupo intermedio, me conformo con pagar el precio de la entrada y estar con el resto del mundo. ¿Así qué ustedes también son de los míos? ¡Genial! Pueden acompañarme hoy a la noche, entonces. Una amiga viene para casa a hacer la previa, ¡vénganse también!, los espero a eso de las 23:30. ¡Nos vemos!

¡Hola! ¿Cómo están? ¡Que suerte que vinieron! Vengan, pasen, todavía nos estamos arreglando. ¿Qué dicen? ¿Me pongo la pollera negra de cuero con un top de color o el short rojo con un top negro? La primera opción va mejor, ¿no? ¡Bárbaro! Agarren mi celu, pongan la lista de Spotify que quieran, yo voy a terminar de cambiarme. Listo, ya estoy, ¿Alguien necesita la planchita o la guardo? ¿Nadie? Bueno, la guardo. ¿Alguno me arma un Campari por favor? ¡Gracias! Y cuéntenme, ¿ustedes hace mucho no van a bailar? Yo más o menos, últimamente no estoy yendo mucho, pero cada tanto me gusta ponerme los tacos, maquillarme y bailar sin que importe nada más con la música al palo. ¿No les pasa lo mismo? ¡Uy!, ya son casi las tres, pidamos un Uber así después no tenemos problemas para pasar.

Ya llegamos. Vayamos a ponernos en la fila. Che, cada vez hay gente más chica acá, mírenlo a aquel, esa carita no supera los 17 años. Antes, si no tenías más de 21, no pasabas ni de casualidad en este lugar. Eso sí, el montoncito de gente de la puerta va a seguir por los siglos de los siglos, por lo menos ahora con el Whatsapp ya no tienen que estar gritando el nombre del pública para que les dé bola. Siempre me pareció una pérdida de dignidad total hacer eso. Ay, ya estamos en la puerta, ¡qué rápido! Saquen los DNI que se los va a pedir el patova. ¿Entraron todos? Genial, la entrada para las mujeres está $150 y para los hombres $250. Denme la plata así compro todas juntas. ¡Listo! Tomen, vayan entrando. Uff, ¡qué calor que hace acá! ¿Vamos a cambiar la consumición? Hay Fernet, cerveza y vodka con Speed. Yo me voy a pedir un Fernet,  ¿Ustedes? ¿Fernet también? Perfecto.
-          ¡Hola! Fernet para todos por favor. ¡Gracias!
¡Me encanta esa canción! Vamos a bailar a la pista. Síganme y no se pierdan.
-          Permiso, perdón, permiso, disculpame
Acá creo que estamos bien. Le voy a mandar un mensaje a mi amigo para avisarle que ya llegamos. Si en algún momento lo ve, lo saludaremos. ¿La están pasando bien? ¡Genial! Yo la pasaría mejor si esta piba del VIP me dejara de golpear la cara con su pelo kilométrico. ¡Ah, no! ¿Está tirando cerveza? ¡Me está empapando! Voy al baño a secarme, espero que la hayan sacado para cuando vuelva. ¿Me acompañan? Cómo detesto a este tipo de borrachos. Porque el borracho feliz te hace reír, el borracho triste en cierto punto también, el borracho cariñoso puede llegar a ser un poco molesto, pero nunca tanto como el borracho eufórico, que lo único que sabe hacer es empujar, tirar la bebida encima de las personas y gritar como si estuviera solo. ¡Perdón!, necesitaba descargarme, pero que esto no opaque nuestra noche. ¡Saquémonos una foto! ¡Hermosa! Va directo a Instagram. Volvamos a la pista a seguir bailando.

Wow, ya son casi las seis, qué rápido pasa el tiempo cuando uno se divierte y justo me contestó mi amigo. Me dijo que vayamos para el VIP de la entrada que nos va a hacer pasar.
-          ¡Feliz Cumple! Pensé que no te iba a ver. Ya casi nos estábamos por ir.
-          ¡Gracias! Recién me llegó el mensaje, no tengo mucha señal acá. Vengan que los hago pasar.


¿Vieron? Desde acá todo se ve con otra perspectiva. Todos están vestidos iguales y así juntos parecen un rebaño de ovejas moviéndose adentro del corral. Por eso no me gusta estar acá. Desde el lugar de la aristocracia, la plebe se ve ridícula. Sin embargo, acá todo se vuelve más aburrido. Los sillones te invitan a sentarte, lo que deja en segundo plano al primer objetivo del boliche, y los que bailan, lo hacen entre las mesas llenas de botellas de champagne que se van acumulando a lo largo de la noche. Además, si venís de levante, las opciones acá arriba se reducen, no solo porque hay menos gente sino porque todos se comportan como si fueran de la realeza y si uno no se comporta igual, chau. Uff, ¡qué dolor de pies! ¡Y qué sueño! ¿Vamos? Ay, todavía me retumban los oídos. Disculpen, queridos lectores, pero hoy no los voy a acompañar a bajonear. Estoy muy cansada. ¿Qué hora es? 6:30. ¿Vieron? Yo tenía razón. Solo estuvimos media hora en el VIP.