miércoles, 3 de agosto de 2016

24 horas en París con un mimo. IV

Llegamos al famoso museo de Louvre y nuevamente entramos sin pagar. 
Encaré para una de las alas pero el mimo me detuvo explicándome que teníamos poco tiempo y nos convenía ver lo importante.
Yo sé que están pensando cómo es que me podía decir todo eso sin abrir la boca. Es difícil describir sus movimientos porque no solo eran graciosos sino muy efectivos.

-          - Tengo tantas cosas para preguntarte, le dije mientras subíamos la escalera. ¿No podés dejar de ser mimo un rato así charlamos? Me desespera un poco hablarle a alguien que no emite sonido alguno.
Ante mi súplica, el muy gracioso señorito de cara pintada, lo que hizo fue acercarse a un grupo de amigos que estaban por ahí y empezó a gesticular de una manera que parecía que el que hablaba era él. Se podría decir que tomó prestada la voz de otra persona. Muy ingenioso de su parte la verdad.

-       -    Todavía no entiendo que hago recorriendo París con un mimo. Te juro que no encuentro explicación de por qué estoy haciendo esto. 

El mimo empezó a reírse y empezó a señalarme los cuadros que íbamos pasando. Me detuve dos minutos a mirar a mí alrededor para comprender que era lo que me quería decir.
Vi naturalezas muertas, cuadros realistas, esculturas, retratos majestuosos, pinturas que parecían hechas por nenes de dos años y la famosa Gioconda que no valía ni dos pesos. Fue ahí cuando entendí todo.

-          - A veces no importa ni cómo ni por qué hacés algo. A veces simplemente necesitás hacerlo o te sale y por más que pueda parecer insignificante quizás, después de un tiempo, se convierte en algo trascendental, como estos cuadros, o en momentos inolvidables, como creo que va a terminar este paseo.

El mimo me sonrió dulcemente. Puede que no supiera nada de él y probablemente nunca me enterase ni su nombre pero me hacía sentir bien y eso era suficiente para mí.

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-   -  Me muero de hambre. ¿Comemos algo?