Llegamos al
famoso museo de Louvre y nuevamente entramos sin pagar.
Encaré para
una de las alas pero el mimo me detuvo explicándome que teníamos poco tiempo y
nos convenía ver lo importante.
Yo sé que
están pensando cómo es que me podía decir todo eso sin abrir la boca. Es
difícil describir sus movimientos porque no solo eran graciosos sino muy
efectivos.
- - Tengo
tantas cosas para preguntarte, le dije mientras subíamos la escalera. ¿No podés
dejar de ser mimo un rato así charlamos? Me desespera un poco hablarle a
alguien que no emite sonido alguno.
Ante mi
súplica, el muy gracioso señorito de cara pintada, lo que hizo fue acercarse a
un grupo de amigos que estaban por ahí y empezó a gesticular de una manera que
parecía que el que hablaba era él. Se podría decir que tomó prestada la voz de
otra persona. Muy ingenioso de su parte la verdad.
- - Todavía
no entiendo que hago recorriendo París con un mimo. Te juro que no encuentro
explicación de por qué estoy haciendo esto.
El mimo
empezó a reírse y empezó a señalarme los cuadros que íbamos pasando. Me detuve
dos minutos a mirar a mí alrededor para comprender que era lo que me quería
decir.
Vi
naturalezas muertas, cuadros realistas, esculturas, retratos majestuosos, pinturas
que parecían hechas por nenes de dos años y la famosa Gioconda que no valía ni
dos pesos. Fue ahí cuando entendí todo.
- - A
veces no importa ni cómo ni por qué hacés algo. A veces simplemente necesitás
hacerlo o te sale y por más que pueda parecer insignificante quizás, después de
un tiempo, se convierte en algo trascendental, como estos cuadros, o en
momentos inolvidables, como creo que va a terminar este paseo.
El mimo me
sonrió dulcemente. Puede que no supiera nada de él y probablemente nunca me
enterase ni su nombre pero me hacía sentir bien y eso era suficiente para mí.
-