jueves, 13 de septiembre de 2018

Las Botas de Lluvia - El Final


El despertador sonó a las siete de la mañana y Lucila lo apagó con los ojos cerrados. La noche anterior había tenido la intención de dormirse temprano, pero haciendo un zapping rápido enganchó su película preferida. Cuando sonó la segunda alarma, se tapó con la frazada hasta la cabeza y se maldijo por quedarse despierta hasta tan tarde. ¡Justo ese día que tenía un montón de reuniones!

 Cerró los ojos una vez más, solo para tomar las fuerzas para levantarse, pero se quedó dormida. A los 15 minutos un trueno la hizo despertarse, miró la hora y saltó de la cama. Si pretendía no llegar tarde, tenía que volar. Por suerte, el día anterior, ya se había apartado la ropa que iba a usar, pero nunca tuvo en cuenta que iba a llover. ¡Cada vez le pegan menos al pronóstico! Buscó sus botas de lluvia nuevas, pero no las encontraba en ningún lado. Dio vuelta un vaso para acelerar la búsqueda, y aparecieron. El viejo truco del vaso, ¡cuántas veces la había salvado! Volvió a mirar el reloj y vio que el tiempo se le agotaba. Cerró una ventana que se había abierto con el viento y se dirigió con paso rápido y firme a la parada. Tuvo que correr unos metros el colectivo, pero logró alcanzarlo. 

Cuando estaba llegando a la oficina, comenzaron a caer las primeras gotas. Se apuró para entrar y agradeció no haberse mojado. A las diez de la mañana empezó la maratón. Sobre que odiaba las reuniones, ese día tenía cuatro. Parecía como si todos sus clientes se hubiesen puesto de acuerdo para querer revisar el estado de sus cuentas a la vez. Encima, el último venía a las cinco de la tarde, lo que significaba tener que quedarse después de hora, no poder pasar por su casa a bañarse, probablemente llegar de mal humor a lo de su novio y terminar peleándose porque trabaja más de lo que debería. A las tres de la tarde, la cabeza no le daba más. Necesitaba irse a su casa y dormir hasta el año siguiente. 

A las cuatro y media terminó su reunión número tres y a las cinco llegaba el próximo y último cliente. Tenía tan solo media para armar una minuta rápida de lo hablado, contestar mails, ir al baño y repasar los resultados de las acciones que se habían hecho el mes anterior para presentar. Cuando se sentó en su escritorio, se masajeó las sienes, suspiró y cuando se dio vuelta para pedirle una aspirina a su compañera, se dio cuenta denque algo no andaba bien. “Llamá a la ambulancia”, le dijo, mientras su rostro se iba poniendo cada vez más azul. En pocos minutos la oficina se volvió un caos. A la chica le había agarrado un ataque de alergia y se le estaba terminando el aire. La ambulancia tardó mucho en llegar, pero finalmente lo hizo y lograron salvarla. La situación fue verdaderamente estresante, y por eso, dejaron irse a todos antes de las seis. Obviamente la reunión fue cancelada. 

Al llegar a su casa, Lucila se metió a la ducha y se largó a llorar. Había caído en la cuenta de que la vida podía terminarse en un abrir y cerrar de ojos y eso le generaba un nudo en el pecho. Cuando terminó de bañarse, llamó a sus padres para contarle lo sucedido y ellos la tranquilizaron y le prometieron que el fin de semana le prepararían su comida preferida. Cuando colgó, fue a terminar de cambiarse. Estuvo a punto de ponerse las botas de lluvia de nuevo, pero le dolían los pies y parecía que no iba a seguir lloviendo. De tal modo, las guardó y se puso sus cómodas y amadas zapatillas deportivas. Se dirigió hasta la estación y le mandó un mensaje a su novio avisándole que en pocos minutos estaría en su casa. Esta vez no la iba a poder ir a buscar, el pobre se había quebrado la pierna. Cuando se bajó del tren, ya habían desaparecido los pocos rayos de luz que quedaban. Por eso odiaba el invierno. 

Llegó a la plaza que solía cruzar para acortar camino, pero estaba llena de grandes charcos de agua. Hubiera sido buena idea dejarse las botas de lluvia, al fin y al cabo. Dudó un momento si cruzar igual, pero optó tomar el camino largo. Lo único que le faltaba era tener los pies mojados. Entonces, se dio media vuelta y se fue por otra calle. Ni bien llegó a lo de su amor, lo abrazó tan fuerte como pudo y le contó que había tenido un día horrible. Lo que no sabía era que si alguna de todas esas cosas que le había pasado hubiera sido diferente, si no se hubiera quedado mirando la película, si no se hubiese quedado dormida, si no hubiese cerrado la ventana, si no le hubiera dolido la cabeza, si su compañera no se hubiera descompuesto y, sobre todo, si se hubiera dejado las botas de lluvia puestas, esa noche habría sido brutalmente asesinada y su crimen habría quedado impune.

Mientras tanto, en la plaza, un joven estaba al acecho. Necesitaba sentir el cuerpo de una mujer. Se estaba controlando hace mucho, pero ya no aguantaba más. De repente vio que una chica estaba por pasar y se preparó, pero, finalmente, algo hizo que tomase otro camino. Se enojó mucho. La noche estaba helada, tenía mucho frío y necesitaba saciar su sed. No se le iba a escapar. Si no pasaba por allí tendría que tomar otro camino y ahí la iba a encontrar. Salió de su escondite y saltó un gran charco de agua, pero le calculó mal. Fue así como se resbaló y cayó al piso. Su nuca golpeó un banco y su cuerpo fue encontrado al día siguiente.  


jueves, 6 de septiembre de 2018

Las Botas de Lluvia II


Mientras tanto, el novio de Lucila no podía más de la preocupación. Debía haber llegado hacía más de cuarenta minutos. La llamó varias veces a su celular, pero no contestaba. También llamó a su familia y amigos. Nadie sabía nada de ella. Dio aviso a la policía. “Tenés que esperar veinticuatro horas para hacer la denuncia”, le dijeron ¡veinticuatro horas! No podía esperar tanto. Agarró su campera y salió a buscarla él mismo, aunque no pudiera caminar. Cuando abrió la puerta se encontró con los padres de Lucila. En sus ojos se podía ver su tristeza y desesperación. Sin dudarlo, lo acompañaron. Hicieron desde la casa, el camino inverso que tendría que haber hecho ella desde la estación. Cuando llegaron a la plaza, se separaron y comenzaron a gritar su nombre. Los vecinos salieron de sus casas por los ruidos y, cuando se pusieron al tanto de lo que estaba ocurriendo, decidieron sumarse a la búsqueda. No pasó mucho tiempo hasta que el papá de pudo distinguir que había algo entre unos arbustos, pero lo que nunca se imaginó fue que hallaría el cuerpo sin vida de su hija. La escena que siguió fue desgarradoramente indescriptible, al igual que el dolor de todos. La policía no tardó en llegar y los distintos medios periodísticos fueron arribando de a poco. La noticia salió en absolutamente todos los canales y las teorías sobre lo que había ocurrido fueron infinitas. Cuando comprobó que nadie del círculo cercano podría ser sospechoso, la investigación volvió al punto de inicio. En el lugar no había ninguna cámara y nadie había visto ni escuchado nada. Era como si el asesinato lo hubiera cometido un fantasma. El caso siguió en la agenda periodística algunas semanas más y hubo varias marchas para reclamar justicia, pero ante la falta de pistas, el expediente fue a parar a un cajón y otro crimen más quedó sin resolver. Otro final indignante, triste y evitable. Un final que no se merecía ni ella ni nadie, un final que, gracias a pequeñas circunstancias de la vida, nunca sucedió, porque el crimen nunca se cometió.