martes, 30 de octubre de 2018

La tarjetita de cumpleaños I


Damián entró en la estación a paso lento y cabizbajo. El día estaba hermoso. Sin embargo, dentro suyo había una tormenta que no paraba hacía seis meses, desde que su novia lo dejó. En sí no era la ruptura lo que le afectaba, la relación ya no daba para más y él lo sabía, pero fue el día de la separación cuando el sentimiento de vacío que tenía guardado hacía mucho tiempo salió a la superficie como un volcán enfurecido y nunca más se fue. Necesitaba una bocanada de aire fresco, pero nunca llegaba. Cuando se sentó en uno de los bancos, largó un fuerte suspiro y apoyó la cabeza en la pared. ¿Algún día volvería a sentirse feliz? Miró su reloj milésima vez en el día, pero si alguien le preguntaba la hora no iba a poder contestar. Cuando bajó su mano notó que había un pequeño papel en el asiento. Un poco por curiosidad y un poco por aburrimiento lo dio vuelta para ver de qué se trataba: era una tarjetita de cumpleaños. Un tal Pablito festejaba sus siete años el domingo de cinco a siete de la tarde. Pobre el nene que se la había olvidado, se iba a perder de tener dos horas de felicidad el día más deprimente de la semana. Bah, aunque hoy en día con Whatsapp, solo hace falta tocar dos teclas para tener la dirección de nuevo en las manos. La dio vuelta entre sus dedos y la colocó, nuevamente, sobre el banco. Escuchó cómo se bajaba la barrera y volvió a mirarla. Tenía algo que lo atraía como un fuerte imán. El tren llegó a la estación y las puertas se abrieron. Damián se paró y comenzó a caminar hacia el vagón, se dio vuelta para mirarla una vez más. En un arrebato retrocedió y, para cuando sonó el pitido que anunciaba el cierre de puertas, ya estaba adentro con la tarjetita en las manos.

El domingo se despertó a eso de las diez y se quedó en la cama un largo rato mirando al techo. Recordó cuando vivía con su ex y al despertarse se quedaban acostados y abrazados hasta que el hambre los hacía levantarse. También su memoria retrocedió un poco más, a cuando era soltero y se levantaba temprano y salía a correr. Por eso ahora odiaba los domingos, estaba solo y ya no se sentía joven como antes. A eso de las doce se levantó para hacerse algo de comer. Se sentó en ante del plato de fideos y se los quedó mirando con tristeza, ¿en qué momento se había vuelto tan ermitaño? Comenzó a comer de a poco, pero el nudo que tenía en la garganta le impidió terminarse todo. Luego de lavar la vajilla volvió a tirarse en la cama. Desde allí se podía ver que el cielo no tenía ni una nube y el sol estaba más brillante que nunca. En otra época de su vida hubiera estado disfrutando en algún parque de la ciudad. Cuando cerró los ojos sonó su celular. Sobre que estaba deprimido sus papás le mandaban fotos desde su crucero por el Mediterráneo. Les mandó el Emoji de una carita sonriente para que no se ofendieran y lo apagó. Se quedó dormido una media hora y se despertó con el teléfono incrustado en la cara. Todavía somnoliento y, con un leve sentimiento de ira, abrió el cajón de la mesita de luz para meterlo allí y vio la tarjeta de cumpleaños. Se quedo unos minutos mirándola como si fuera una llave de escape, que solo tenía que agarrar para salir del infierno en el que estaba. No lo pensó mucho más, en un arrebato de inconsciencia se cambió y se dirigió al cumpleaños de Pablito.