lunes, 28 de marzo de 2022

PCR - El Final

 Llegué al final del aeropuerto y vi el cartel verde que decía algo en inglés de cinco minutos. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía leer bien. Entonces en mi cabeza, la que pensaba que el micro era un laboratorio ambulante, leyó que el micrito llegaba en cinco minutos. “ok”, me dije al principio, pero después caí en la cuenta de que era un cartel fijo el que estaba leyendo, por lo que era imposible que estuviera contando el tiempo de llegada. Estaba confundida, muy confundida, pero por suerte en ese momento llegó una chica alta y rubia. Le pregunté acerca del micrito en castellano y, para mi fortuna, me entendió. Seguro era alemana. Todos los alemanes que conocí sabían hablar castellano. Me explicó que el micrito lo que hacía era llevarte hasta el lugar donde hacían los PCR, que era a cinco minutos del aeropuerto. Una vez entendido todo, le empecé a contar mi drama y se compadeció de mí. El micrito llegó y cuando abrió las puertas, el chofer nos preguntó si teníamos turno. Le dije que no desesperadamente y conté nuevamente mi problema. Me calmó a la vez que me daba un papelito y me explicaba que debía entrar a esa página y sacar el turno. Finalmente arrancamos y yo me quedé sin el wifi del aeropuerto. Por lo tanto, no se me ocurrió otra cosa mejor que hacer que ir de punta a punta lamentándome porque no tenía Internet. Llegamos y nos recibió un chico vestido de ambo que nos preguntó si teníamos turno. Le expliqué mi situación y me llevó para dentro de la carpa gigante donde el wifi se me conectó automáticamente. Entré a la página y se me abrió un formulario para completar. Lo primero que había que poner era si te ibas a hacer un PCR o un antígenos. Y debajo aclaraba que el resultado del PCR podía llegar a tardar tres horas. Si eso ocurría, no solo iba a perder el avión, sino también 240 dólares. Pensé en la posibilidad de tirar la toalla y dejar ir mi vuelo. Por suerte otra parte de mi cerebro me dijo: “¡No! ¡No te des por vencida ni aún vencida!” Así que empecé a completar el formulario lo más rápido que pude. Al final me pedía una tarjeta de crédito. Puse todos los números, el código de seguridad y nada. Lo revisé todo para ver si me había equivocado en algún número, pero no. Intenté varias veces y nada. Entonces, me acerqué al chico del ambo y le pregunté si podía pagar en efectivo. Abrió los ojos como dos huevos. Se ve que Argentina es el único país donde es normal pagar con efectivo. Me dijo que si pagaba así, debía abonar la totalidad. Le dije que no había problema, aunque no entendía de qué otra manera podía pagarle si no era la totalidad. Titubeó un poco y se acercó otra a ver qué pasaba. Le explicamos y en un microsegundo me sacó la tarjeta de la mano y la pasó por un posnet. Luego, el chico me llevó hasta unas ventanillas. La que me atendió me volvió a pedir mis datos y cuando le dije mi apellido, vi que presionó las letras incorrectas. Lo único que me faltaba era perder el avión porque el mail no llegaba a destino. Se lo deletreé y le dije que mirara como estaba escrito en mi pasaporte. Después me dio una etiqueta y me ordenó que la revisara. La miré mil veces. No había chance de que hubiera algún dato erróneo que impidiera mi vuelo. Terminado ese trámite, me hicieron pasar a unos box, que era donde te sacaban la muestra. Le expliqué lo más rápido que pude mi situación a la chica que me iba a hacer el hisopado  y le supliqué que me dieran el resultado lo más rápido posible. Se rió y me dijo que iba a hacer lo posible. Acto seguido, me hizo tirar la cabeza para atrás y me metió el hisopo sin preámbulos. Los nervios que debía tener que ni lo sentí. Nada que ver a mis dos traumáticos hisopados anteriores. Hecho el trámite, me fui para afuera a esperar el micrito. Cuando llegó, me subí y volví al aeropuerto. Al principio me senté en la entrada y me encontré con los brasileros de la fila.Me dijeron que estaban teniendo algunos problemas para abordar con su perro y yo les conté mi drama. Luego de un rato de charla, me dieron fuerzas y se despidieron. Yo me quería largar a llorar, pero no me salió ni una sola lágrima. Entonces, me puse a rezar. Prometí que si lograba abordar el vuelo, iba a ir cuatro veces a misa. Cuando terminé mi charla con Dios, abrí mi mail. Nada. Refresqué. Nada. Esperé unos minutos más. Nada. Miré el reloj. Ya eran las nueve de la mañana. Necesitaba que mi resultado llegara en los próximos diez minutos. Mientras tanto, me acerqué hacia los mostradores de Avianca. Miré mi celular de nuevo. Nada. Ya casi era la hora, pero me calmó ver que todavía había gente haciendo cola para el check in y hasta que no pasara el último, tenía oportunidad. Refresqué de nuevo. Nada. Para ganar tiempo, me acerqué a la chica que me había atendido y le consulté si debía hacer la declaración jurada de Argentina otra vez ya que en la anterior tenía cargado el PCR vencido. Como no estaba segura, me respondió que la hiciera de nuevo por las dudas. Comencé a cargar mis datos, a la vez que refrescaba mi mail y la fila del check in seguía avanzando. Cuando llegué a una determinada parte del formulario, me saltó un cartel que decía que ya tenía mi DD.JJ. hecha. Por lo tanto, cerré la página y refresqué el mail una vez más. Bingo. A las nueve y veinte de la mañana, con una sola persona restante para cerrar el check in, ocurrió el milagro. Ahí estaba en la bandeja de entrada, el mail que me llevaría a Argentina. Lo abrí a toda velocidad y rogué para que el resultado fuera negativo. Si no, ahí tendría un problema mucho mayor. NEGATIVO. Festejé como si hubiera ganado un mundial. Me acerqué al mostrador victoriosa y la chica se alegró por mí. Hicimos todo el papelerío y fui corriendo para migraciones. Gracias a Dios no había nadie. Luego, me dirigí hacia la puerta de embarque, pero cuando llegué, vi que estaban todos muy sentados. Miré la hora y todavía faltaba un rato para abordar, así que aproveché para ir al baño y comprarme algo para comer. Mientras decidía qué comprarme, le dije algo al vendedor y me dijo “vos hablás castellano, no español. ¿De dónde sos?”, me preguntó. “Argentina”, le respondí y en cinco minutos le conté hasta que me iba a casar. Se mató de risa y hasta aceptó darme cambio de cincuenta dólares sin problemas cuando apenas había gastado siete en un juguito y un pedazo de budín sequísimo. ¿Por qué había tan mala pastelería en Costa Rica? Ya calmada,me senté, me dispuse a desayunar y a decirle a todos los que habían seguido el minuto a minuto de mi novela que finalmente iba a volver al país. Cuando terminé de comer, nos llamaron para subir al avión y luego de un par de horas, aterrizamos en Colombia. Como tenía dos horas de escala, lo primero que hice fue almorzar. El patio de comidas estaba llenísimo y me faltaban mis amigos de escala. Me compré una hamburguesa y busqué una mesa. Estaban todas ocupadas. Solo encontré un lugar en una barra que daba contra la pared, que aparentaba ser del local de comida colombiana, pero que no lo era. Me senté y me puse a revisar mis redes sociales mientras comía. Al cabo de un rato, tiré mi basura y me fui al freeshop, Me compré unos chocolates. Me lo merecía después de tanto estrés. Cuando más o menos era la hora, fui para la puerta de embarque. Otra vez me volvieron a pedir todos los papeles, incluso el PCR, que esta vez estaba correctamente. Cuando vieron que estaba todo bien, me hicieron un garabato en la tarjeta de embarque. Llegó la hora de subir al segundo avión. Por fin me iba a casa. Viajar es hermoso, pero volver a casa no se compara con nada. No sé cómo hacen los nómades. Yo siempre necesito volver. Después de cinco horas más de vuelo, en las que no las pasé muy bien ya que me cambiaron de asiento y me mandaron al último que no se inclinaba, y encima no pude dormir nada, llegué a mi amada Buenos Aires. ¿Y pueden creer una cosa? Me hicieron hacer migraciones de forma digital. Nadie me pidió absolutamente ni un solo papel. Pero ya era tarde y estaba demasiado cansada como para enojarme. Agarré mi valija y salí al encuentro de mi novio que también había llegado. Le di un beso y lo abracé casi sin fuerzas. Nos subimos al auto y nos fuimos a casa. Lo único que queríamos era encontrarnos con Galán, nuestro perro.



domingo, 20 de marzo de 2022

PCR I

 El viaje a Costa Rica fue hermoso, pero también muy accidentado (se los cuento por si no leyeron ninguno de los relatos anteriores). Tanto a la ida como durante la estadía pasaron cosas y obviamente como dice la ley de Murphy: “si algo sale mal, puede salir peor”. Es por eso que la vuelta a casa también se vio afectada por imprevistos. Resulta que por el bendito Coronavirus, Argentina exigía la presentación de un PCR negativo para ingresar al país. Este debía hacerse como máximo 72 horas antes del vuelo. Por un error de cálculos, nosotros lo hicimos unas 96 horas antes. Lo peor de todo es que durante esos cuatro días, me di cuenta de lo que había pasado, pero en vez de accionar y hacerme otro, solo repetía sin cesar que no nos iban a dejar volar. Obviamente, Martín, despreocupado como siempre, no se hacía ningún problema al respecto e inventaba excusas por si le llegaban a decir algo. Finalmente, después de estar algunos días en una playa increíble, nos trasladamos hacia San José, la capital, ya que ahí se encontraba el aeropuerto. Llegamos un viernes al mediodía. Martín viajaba ese mismo día a la noche y yo recién al otro día a la mañana. Es por eso que reservamos una noche de hotel. Como cuando llegamos, la habitación que habíamos pagado no estaba disponible, nos dieron una suite increíble. Era gigante y la cama era de otro mundo. Sin embargo, estaba tan nerviosa por lo que podía llegar a suceder en el aeropuerto que no pude disfrutar de ninguna de todas esas comodidades. Mientras que esperábamos la hora en la que Martín debía partir para el aeropuerto, paseamos un rato por la ciudad y a la noche fuimos a un restaurante argentino que se encontraba frente al hotel. Nos sentamos en una mesa en el fondo del lugar y lo primero que nos pusieron fue la panera. ¡Cómo extrañaba comer pan! No entiendo por qué en otras partes del mundo se lo niegan a sus comensales. Yo me pedí un pastel de papas y Martín una milanesa ya que teníamos muchas ganas de volver a comer comida argentina. Sin embargo, cuando llegaron los platos, nos decepcionaron un poco. Tanto la milanesa como el pastel de papas estaban un tanto extranjerizados. Igualmente estaba muy rico todo, sobre todo después de pasar quince días comiendo “casaditos”. Cuando terminamos, volvimos al hotel ya que Martín debía terminar de preparar sus cosas. Para ese entonces yo era una bolita de nervios. Cuando llegó la hora, la combi que lo pasaba a buscar para llevarlo al aeropuerto, arribó al hotel. Bajamos juntos y nos despedimos. Le dije que me avisara si lo habían dejado pasar o no. Volví para la habitación gigantesca y traté de dormir. Imposible. No pude pegar un ojo hasta que me dijo “pasé”. Igualmente también me dijo que lo dejaron pasar porque justo le tocó una chica copada en el check in. Adelanté la hora del despertador un poco más. Necesitaba estar con la mayor anticipación posible para tener tiempo en el caso de que no me dejaran pasar. La noche fue terrible. Casi que no pegué un ojo y me levanté toda transpirada de los nervios. Aunque me había bañado antes de acostarme, volví a hacerlo. Terminé de guardar las pocas cosas que me quedaban y revisé absolutamente toda la habitación para asegurarme de que no me olvidaba nada. Luego bajé hacia el hall principal. El conserje me ayudó a bajar la valija por la escalera. Anuncié que me iba y me senté a esperar la combi que me llevaría al aeropuerto. Me dijeron que tenía café si quería tomar mientras esperaba y también algo para comer. Ja. Si como con los nervios que tenía hubiera podido comer algo. Llegó el chofer. Era un hombre gordo y simpático. Me preguntó cómo había estado el viaje. Le conté un poco y también que Martín me había propuesto matrimonio. Ese fue su pie para hablarme de sus hijas. En esa charla me enteré que en Costa Rica la gente no convive antes de casarse y que es prácticamente un pecado no contraer matrimonio si salís con alguien. Cuando llegamos al aeropuerto, me despedí y entré a buscar donde estaban los mostradores de Avianca. Los encontré y vi que ya había un poco de fila, por lo que me puse detrás del último. Si o si necesitaba ser una de las primeras que atendieran por si tenía que resolver el tema del PCR. Delante mío había una pareja con un perro con el que me puse a jugar. Eran dos brasileños, pero que hablaban perfectamente castellano. Cuando se hizo la hora de empezar el check in, aparecieron los empleados de la aerolínea y empezaron a llamar. Los primeros fueron rápido, pero justo hubo un par que tuvieron problemas e hicieron que se retrasara todo. Tenía ganas de matarlos a todos. No les puedo explicar lo nerviosa que estaba. Finalmente me tocó mi turno. La chica que me atendió me pidió el pasaporte y todos los papeles. Miró todos en detalle y cuando llegó al PCR, se me vino la noche encima. “Este PCR está vencido”, me dijo en tono serio. “¿Cómo que está vencido?”, pregunté haciéndome la sorprendida y agregué “Si me lo hice el miércoles” (mentira, me lo había hecho el martes). “Si, pero hoy es sábado”, me respondió y empezó a contar con los dedos todos los días que habían pasado desde la fecha que aparecía en el papel. Me daban ganas de decirle: “Basta de contar, ya sé que está revencido”, pero en cambio le pregunté si no podía pasar igual. “Claro que no”, me respondió y me dijo que en el aeropuerto hacían test rápidos, que salían 240 dólares, pero que no me podía asegurar que el resultado estuviera antes de que partiera el vuelo. También me dijo que mi pasaje tenía posibilidad de cambio, así que si lo perdía, solo tenía que pagar la diferencia por el pasaje nuevo, pero no uno entero y que toda esa gestión se hacía de forma online. Caos y desesperación. De ninguna manera podía perder ese vuelo. No solo porque no quería pagar más sino porque si el trámite se hacía de forma online no me iba a ir nunca más de Costa Rica. Imagínense que para cambiar mi pasaje afectado por la pandemia estuve un mes comunicándome con la aerolínea todos los santos días. No, no y no. Yo no iba a perder ese vuelo. Le pregunté dónde era qué hacían los PCR. Mientras me hablaba mi mente estaba a mil, de manera que solo entendí que tenía que caminar hacia el final del aeropuerto, que iba a ver un cartel verde en forma de círculo y algo de un micro. Entonces, lo que mi mente entendió era que el PCR te lo hacían en un micro que era una especie de laboratorio ambulante. Muy coherente todo. Salí prácticamente corriendo hacia el exterior del aeropuerto, con mi valija a la que nunca le había podido arreglar la manija que me habían trabado a la ida. Me iba tropezando con ella, tratando de no perder el abrigo que llevaba en la mano y cargando la mochila de mano que pesaba ochenta mil kilos.



domingo, 6 de marzo de 2022

La Escala - El Final

 Cuando me desperté, acomodé todo ya que después de desayunar debíamos ir al aeropuerto otra vez. Ana me tocó la puerta y bajamos al comedor. Estaba lleno de gente. Conseguimos una mesa y me dirigí hacia la parte dulce del buffet. Nunca voy a entender cómo la gente puede desayunar salchichas. Ya en la mesa le pregunté a Ana si había podido hacer el check in  y me dijo que sí. ¿Cómo podía ser que yo no? Y fue justo en ese momento que me acordé de que en la fila de Buenos Aires, el que se iba a vivir a Colombia, me dijo que cuando quiso hacer el check in no pudo porque le estaba poniendo tilde a su nombre. Inmediatamente saqué mi teléfono. Volví a entrar a la página de Avianca y escribí mi nombre completo sin la tilde en la é de Belén, mi segundo nombre. Santo remedio. En dos segundos tuve mi tarjeta de embarque y con el número de asiento que había puesto en el pase de salud de Costa Rica. Cuando terminamos de desayunar, nos fuimos a nuestras habitaciones y concordamos encontrarnos en el hall principal a las diez de la mañana para irnos juntas hasta el aeropuerto. Por lo tanto, a esa hora en punto estaba en el punto de encuentro. Devolvimos las llaves y nos encontramos con Simón, uno de los chicos del grupete, que se había quedado dormido el día anterior y se había perdido nuestra pequeña excursión por la ciudad. Le dijimos que fuera con nosotras al aeropuerto, que supuestamente la combi del hotel pasaba diez treinta, pero que si no aparecía nos íbamos a tomar un taxi. Por suerte apareció y nos ahorramos diez dólares. Era una combi muy pequeña y adentro éramos como ocho más las valijas. Por suerte era un viaje corto. Cuando bajamos, el chofer empezó a bajar todo el equipaje y de repente, quedó una valija sola y abandonada. Nos percatamos que era de una de las chicas que ya había encarado para la puerta. ¿Cómo te vas a olvidar de tu valija? Como si fuera algo chiquito y poco importante. Simón la corrió y le avisó. Mientras tanto yo me quedé firme al lado de las valijas para que nada les pasara. Cuando la chica se dio cuenta, todos se empezaron a reir. Pasamos y fuimos para el primer piso (o segundo como se dice en Colombia) El lugar estaba lleno de gente y había largas filas por todos lados. Basta de filas. No queríamos más filas. Nos acercamos a un hombre que tenía el uniforme de Avianca y nos ayudó a sacar los tickets para el equipaje. Luego de eso, nos fuimos para la fila del check in. El pobre Simón en realidad no tenía que despachar su valija, pero como él no había podido hacer ninguno de los trámites, tenía que ver qué era lo que sucedía en el mostrador. Mientras hacíamos la fila, seguimos charlando sobre nuestras vidas y observábamos cómo estaban vestidas todas las colombianas de la fila. Parecía que se iban a una fiesta más que a un viaje en avión. Tacos, lentejuelas, remeras abiertas, maquillaje, mucho maquillaje. Y nosotros, en jogging y zapatillas, como buenos argentinos. Si hay algo que me gusta de viajar, es poder identificar a los argentinos. Es tan fácil reconocernos.  Luego de una hora de espera, llegó la hora de despachar las valijas. Otra vez me revisaron toda la documentación. Que cansador es viajar en medio de una pandemia. Por suerte mi gran miedo sobre las vacunas fue derribado. Si bien no tenía la vacuna permitida, sí tenía mi seguro de viaje por lo que podía ingresar al país sin problemas. Una vez hechos los trámites, me dirigí junto a Ana y Simón a migraciones. Otra fila eterna. Basta de filas. Ahí nos separamos ya que fuimos todos para diferentes ventanillas y en consecuencia, pasamos por distintos escáneres. Luego de pasar todas mis cosas y que estuviera todo bien, me senté en unas sillas que estaban ahí para ver si aparecían los otros dos. Esperé unos minutos, pero como no los vi, decidí ir para el freeshop. Empecé a caminar y vi mi amado Victoria Secret. Estaba a punto de entrar, cuando escuché que me chistaban. Me di vuelta y me encontré con Ana y Simón. Quedamos en ir a comer algo ya que todavía faltaban dos horas para despegar, pero primero les pedí que me esperaran que necesitaba entrar a “mi paraíso”. Entonces, entré a Victoria Secret y me compré dos cremas con brillitos y un splash. Luego de mis compras nos dirigimos los tres hacia el patio de comidas. Estaba lleno de gente. Basta de gente. Simón decidió probar comida Colombiana, yo no me quise arriesgar antes de un vuelo y fui para Burger King. Por su parte, Ana quiso comer una ensalada. Odio las ensaladas. Mientras almorzábamos, Simón nos contó sobre su empresa de hongos. Hongos Blanc. Se los cuento nada más por si alguna vez se vuelve un empresario multimillonario. Para que sepan que yo pasé mi escala con él. Ana por su parte nos contó sobre sus juntadas clandestinas durante la cuarentena con los vecinos de la cuadra. Nos matamos de risa. Finalmente llegó al hora de embarcar. Nos acercamos hasta la puerta, pero no había indicios de que fuéramos a subir al avión. Esperamos una hora más. El viaje más interminable de la vida. Mientras nos llamaban por filas, me despedí de mis amigos de escala ya que estábamos todos sentados en lugares diferentes y no sabía si los vería al bajar. A mi me tocó estar al lado de dos colombianas muy emocionadas por viajar. Yo no podía más por mi vida. Lo único que quería en el mundo era llegar. Para colmo, quise poner una película para que se me pasaran rápido las dos horas de viaje, pero por motivos del covid no había entretenimiento. ¿Qué clase de excusa barata era esa? Enojada saqué mi libro y me puse a leer hasta que el avión aterrizó. Empezaron a llamar por filas a bajar. En ese momento la vi a Ana y me dio su saludo final. Luego me tocó a mi. Bajé cansada y me dirigí hacia migraciones. Casi me morí cuando vi la fila que había. Me esperaba fácil una hora. Basta de filas. Basta de esperar.  Por suerte me encontré con Simón y nos pusimos a charlar un rato. Resulta que él había pagado para estar en business, le sobrevendieron el asiento y encima como no había más lugar arriba del avión le tuvieron que despachar su carry on. Estaba que volaba de ira. La fila avanzaba, pero no llegaba nunca. Cuando me aburrí de hablar con Simón, me conecté al wifi del aeropuerto y me puse a ver redes sociales. También le contaba el minuto a minuto a Martín que me estaba esperando afuera hacía dos horas. Mientras tanto el ambiente estaba inundado de sonidos de pájaros. Si, habían puesto parlantes de los que salían sonidos de pájaros. La cintura no me daba más y los tics no paraban de salir de mi cuerpo. Necesitaba una cama urgente. De a poco la sala se empezó a vaciar. Ya éramos pocos los que quedábamos. Cuando ya estaba cerca de las casillas, empecé a observar a los que te pedían los documentos y a deducir quién me haría menos preguntas. Migraciones siempre me pone nerviosa, aunque no tengo motivos para que me detengan. Finalmente tocó mi turno. Le di todos los malditos papeles y me preguntaron de qué trabajaba. Le respondí todo y cuando puso el sellito en mi pasaporte me sentí un poco liberada. Fuimos con Simón a agarrar nuestras valijas ya que él había salido al mismo tiempo que yo. Eran casi las últimas que quedaban. Caminamos hasta la puerta de salida y el calor nos abrazó. Le pregunté si lo había ido a buscar su novia y me respondió que sí. Cuando divisé a mi novio, despedí a mi amigo de escala y fui a abrazarlo y a darle un beso. Sentía que no lo veía hace siglos. Le encajé la valija y fuimos hasta donde estaba nuestro auto alquilado. Todavía nos quedaban dos horas de viaje hasta nuestro primer destino: Manuel Antonio. Basta de viajar.