domingo, 22 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo III

El viernes 9 de diciembre se jugó el partido más picante del mundial. Si todavía alguien no se había subido a la Scaloneta, ese fue el momento. Justo cayó feriado, por lo que nos reunimos religiosamente en lo de Gaby. Ese día hacía muchísimo calor y la casa no tenía aire. Entonces decidí ponerme un short y un top. Azul, obviamente. También me puse mi perfume de la suerte como en todos las ocasiones. El partido era a las cuatro nuevamente. Cociné mi budín de limón y esta vez Nati me pasó a buscar, por lo tanto, no hubo adicionales dulces. Llegamos y como siempre el queso ya estaba listo para ser cortado y Coco bien atento por si caía algo. Nati cortó todo y la ayudé a poner todo sobre la mesa.  Gaby se abrió su cerveza y nosotras tomamos agua, al igual que en el resto de los partidos. Por suerte esta vez teníamos un ventilador.

Sonó el himno y me emocioné. Qué lindo que es nuestro himno che. Coco como siempre fue a ladrar al balcón, como si anunciara que el partido debía empezar y nadie podía hacer otra cosa que no fuera mirarlo. Sonó el pitido y arrancó. Miré un rato y como no pasaba nada, abrí el libro de la suerte. Me puse a leer y mientras tanto escuchaba a Gaby gritar. Como les dije fue un partido picante. Mucho golpe, mucho insulto. El árbitro cobraba cualquier cosa y encima no sé por qué teníamos al mundo en contra. (Salvo Bangladesh, que por algún motivo desconocido nos amaba).

A los 35 minutos metimos el primer gol. Obviamente lo escuchamos con delay, pero aún así se festejó. Coco hizo su gran jugada distractiva y esta vez logró robar una papa con la habilidad de un cachorro. También se fue a ladrar al balcón, pero no para festejar su gol, sino su triunfo. Fuimos al entretiempo y aproveché para cambiar la mesa salada por la dulce. También abrimos Twitter para compartirnos los memes que encontrábamos. Para ese entonces yo ya conocía a prácticamente todo el plantel, por lo que los memes eran todavía más divertidos. Gaby se sirvió otra cerveza más. Nosotras seguimos con el agua. Arrancó el segundo tiempo. La cosa se ponía cada vez más picante, pero no se entendía bien por qué. El cielo estaba cada vez más nublado porque estaba anunciado una lluvia que nunca llegaba. Comí budín y me puse a leer. Por eso básicamente no puedo dar detalles sobre el partido. Igual no se preocupen, personas del futuro que lean este relato, que para eso está Youtube.

A los 73 minutos del segundo tiempo, Messi hizo un gol de penal y festejó haciéndole “El Topo Gigio” al técnico holandés. A los 90 minutos, el árbitro adicionó diez más. Gaby se quejó y Coco ladró nuevamente. Gaby lo calmó. A los 83 minutos, Holanda hizo su primer gol y unos minutos después marcó el segundo. Teníamos un gran equipo, pero parecía que cada vez que nos metían un gol, era un poco complicado recuperarse. Terminamos yendo al alargue. Cuando se dio el pitido final no solo no se había convertido ningún gol, sino que además el árbitro le había sacado tarjeta amarilla hasta el público. El equipo se preparó para los penales y todos los argentinos para sufrir. Estábamos viviendo la misma situación que en Brasil 2014, solo que aquella vez, el sufrimiento había sido en semifinales.

Cuando los dos equipos se dispusieron para comenzar con la ronda de penales, Nati se volvió a sentar en la silla y Gaby en el sillón conmigo. Yo abrí el libro.. No tienen una idea lo que es leer con tanta tensión. El primer penal lo pateó Holanda (me niego a decir Países Bajos). Escuchamos los festejos de los vecinos y nos quedamos tranquilas: penal errado. El segundo fue de Messi que muy hábilmente esperó a que el arquero se tirara para patear. Gol. El tercero Holanda lo erró nuevamente y todos cruzamos los dedos. Yo no paraba de leer. El cuarto penal lo pateó Paredes. Gol. Cada vez estábamos más cerca. Solo nos faltaba un poquito más. Lamentablemente el quinto penal, nuestro rival logró hacerle un gol al Dibu. Nos preocupamos, pero no tanto. Veníamos ganando y sabíamos que nuestro arquero estaba muy preparado psicológicamente ya que luego de la derrota con Arabia Saudita había declarado que habló con su psicólogo sobre cómo fortalecerse. (Por eso a lo largo del mundial se volvió un sex symbol. Hoy en día a las mujeres nos gustan los hombres que cuidan su salud mental). El sexto penal de la noche lo pateó Montiel. Gol. Las cámaras enfocaban a la tribuna y se veía  a la gente llorar. ¿Cómo no iba hacerlo si estábamos tan cerca de nuestro objetivo? El séptimo penal también fue gol para Holanda. Los nervios aumentaron aunque mi vidente ya me había dicho que éramos semifinalistas. El octavo gol lo pateó Enzo Fernández. Lo tiró para afuera. ¿Acaso era necesario sufrir tanto? (De hecho para escribir este relato estoy mirando la repetición de esta parte del partido y estoy sufriendo nuevamente). El siguiente penal, Holanda lo metió adentro. Nos quedaba un tiro más que iba a patear Lautaro Martinez. Si lo metía, pasábamos a semis. Si le erraba o se lo atajaba, la cosa seguía. Cuando en nuestra tele estaba a punto de patear, se escucharon los gritos del edificio de enfrente. Éramos semifinalistas. Vimos el gol y celebramos. La ilusión no se extinguía. Los jugadores fueron a abrazar a Lautaro, mientras que Messi se desvió y se tiró encima del Dibu, el verdadero héroe del partido. El festejo duró poco. El equipo holandés se metió en el campo de juego y todos empezaron a pelear. Después de que los separaron, finalmente los jugadores pudieron celebrar con su público.

Igualmente la cosa no terminó ahí. Lo más épico de ese partido fue lo que vino después. Resulta que le estaban por hacer una entrevista a Messi y antes de comenzar la cámara filmó mientras le decía a alguien “Que mirá, bobo. Andá pa yá”. Esa frase épica tardó 24 horas en estar en cuadernos, remeras, tazas y demás objetos. Por esa frase algunos medios dijeron que por fin Messi había sacado su lado maradonniano, que era lo que faltaba como jugador. Otros lo tildaron de “vulgar”. La verdad que si era vulgar o no, daba igual porque lo que importaba era que esa frase ya había quedado inmortalizada para la eternidad. Y para finalizar un día lleno de mística, se largó una tormenta increíble.




domingo, 15 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo II

 El tercer partido fue contra Polonia. Fue un martes a las cuatro de la tarde, por lo que no nos pudimos juntar para verlo. Yo lo vi sola en casa. Bah, lo vi con Galán, mi perro, que muy interesado no se veía. Este era un partido decisivo. Si perdíamos: Siamo Fuori de la copa. Si ganábamos, quedábamos primeros del grupo y jugábamos contra Australia en octavos de final. Si otro de los equipos del grupo (que no me acuerdo cuál era) tenía determinado resultado, Argentina quedaba segundo y tenía que jugar el próximo partido con Francia, el último campeón del mundo y equipo que nos había dejado afuera en Rusia 2018. Cuando prendí la tele, el partido ya había empezado. Me senté en el sillón con la compu del trabajo y me dejé el “libro cábala” bien cerquita. Antes de empezar mandé una foto de Galán con su camiseta de Argentina y Gaby una de Coco con sus ojos saltones bien atento a los quesitos que estaban sobre la mesa.  Esta vez no leí, pero sí aproveché que nadie me iba a molestar para hacer algunas cosas del trabajo que llevaban tiempo, pero no necesitaban de mi atención. En un momento me fui para la cocina y escuché que los vecinos gritaron gol. Corrí hasta el living, miré la repetición y agradecí que estaba sola porque sino sabía que “por cábala” me iba a tener que quedar el resto del partido en la cocina. El partido continuó y al cabo de un rato Argentina metió el segundo y último gol que lo dejó primero en su grupo y con el pase a octavos de final. Muchos fueron a festejar al Obelisco y muchos otros se reunieron en las esquinas de los barrios. Entre esas esquinas, surgió al Abuela lalala. De a poco la fiebre mundialista fue invadiendo a todos y cada vez se hacía más grande, como una bola de nieve. 


El partido de octavos de final lo vi en Córdoba. Justo ese fin de semana me había ido para allá porque uno de mis compañeros del taller literario nos había invitado a su casa (la casa protagonista de “Asomados al pozo”). Me acuerdo de que cuando me armaba la mochila, me di cuenta de que en todos los partidos que había visto me había puesto un vestido de la gama de los azules. Entonces me guardé otro vestido celeste que tenía para ponerme exclusivamente para ver el partido. Llegamos allá el mismo sábado que se disputaban los octavos. Yo había dormido solo dos horas porque el avión salió a las siete y media de la mañana y previamente había ido a la fiesta de fin de año de mi trabajo. No podía más con mi vida y deseaba más dormir que mirar el partido, pero a la vez sentía que no podía dejar de verlo. Un ratito antes de las cuatro salimos para el restaurant que el dueño de la casa había elegido como sede. Cuando estaba de camino, me di cuenta de que me había olvidado el libro, pero ya no teníamos tiempo de volver. Igualmente me sentía tranquila porque tenía puesta mi otra cábala. Además, como en los partidos anteriores, le había mandado un mensaje a la mejor amiga de Martín, que es vidente. Siempre era un mensaje corto. “¿Ganamos”? y ella me contestaba “obvio”. No preguntaba más. Si bien me gustaba tener la tranquilidad de saber que ganábamos o perdíamos, prefería vivir el partido igual que el resto. Cuando llegamos al lugar, pedimos una docena de empanadas y cerveza. Mientras esperábamos que empezara el partido, mis amigas me mandaron la foto de ellas, sentadas cada una en su lugar. También me dijeron que no me olvidara el libro y les mentí diciéndoles que ya lo tenía conmigo, aunque en realidad estaba descansando sobre la mesita de luz. El partido comenzó y le pregunté a Martín qué pasaba si alguno metía gol en contra. “Se cuenta como gol para el otro equipo”, me respondió y volvimos a mirar hacia el televisor. Me puse a observar a mi alrededor. Todos se veían tan felices. Aunque sea una persona a la que no le gusta el fútbol es imposible no admitir que es un deporte que une. Casi llegando al final del primer tiempo Messi metió el primer gol de la tarde. El restaurant se llenó de gritos de festejo. Le di un beso a Martín. Ese fue el primer y último partido que vimos juntos de todo el mundial. Durante el entretiempo me mensajeé con las chicas. Coco ya se había robado el quesito de cábala así que íbamos bien. Empezó el segundo tiempo y el segundo gol no tardó en llegar. Julián Álvarez, quien se volvería una importante figura del mundial, fue el que lo hizo. La emoción era total. Estábamos a solo unos pasitos de pasar a cuartos. Lamentablemente no pudimos irnos sin goles. En el minuto 77 Enzo Fernández hizo un gol en contra. “Fue por tu pregunta mufa”, me dijo Martín, pero yo sabía que íbamos a ganar, por lo que no le di mucha importancia a su comentario. Finalmente ganamos y pasamos a cuartos de final. Automáticamente entré a Twitter y a Instagram para ver los memes y los comentarios del partido. Creo en este mundial las redes sociales fueron clave para manijear a todo el pueblo argentino. Una vez más, muchos se fueron a festejar al Obelisco y muchos otros con la abuela lalala. Nadie lo quería decir, pero todos pensábamos lo mismo. La Scaloneta estaba imparable y hasta no tener la copa en sus manos, no se iba a detener. 




miércoles, 11 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo I

En Argentina el 2022 comenzó como siempre, con inflación, inestabilidad económica, inseguridad y pobreza. Pero a diferencia de otros años, también comenzó con una gran ilusión. La selección de fútbol venía de ser campeona de América y en noviembre se disputaba la copa del mundo. Todo el mundo tenía puesta las fichas en “La Scaloneta” y la esperanza aumentó aún más cuando en junio ganaron La Finalissima ante Italia. Si bien en todos los mundiales el pueblo argentino pretendía consagrarse, esta vez se sentía diferente por dos motivos: en primer lugar, porque probablemente sería el último mundial de Messi y solo le faltaba esa copa para declararse como el mejor jugador de fútbol de la historia. Y en segundo lugar, parecía que la maldición que acechaba a la selección desde el el 86 se había roto, luego de que los campeones de ese año finalmente regresaran a agradecerle a la virgen de Tilcara por el título obtenido. 


A medida que pasaba los meses, la expectativa aumentaba. La selección estaba imparable y se empezó a formar una mística inigualable. La gente empezó a notar coincidencias con el 86: países que no clasificaban desde ese año, colores de la ropa de los futbolistas, resultados de partidos, etc. Todo indicaba que seríamos campeones. 


Finalmente el 20 de noviembre comenzó el mundial en Qatar. Argentina fue uno de los primeros en competir. Jugábamos contra Arabia Saudita. Supuestamente un equipo fácil de vencer. Por la diferencia horaria nos tocó a las siete de la mañana. Yo no lo vi. No me levantaba a esa hora para trabajar y menos lo haría para ver un partido de fútbol. Cuando me desperté, me llamó la atención que no me hubiera despertado antes por los gritos de gol. Fui hasta el living para constatar el resultado y la cara de Martín lo dijo todo. Habíamos perdido 2 a 1. Aparentemente habíamos hecho más goles, pero los anularon por offside. Nadie entendía nada y lo que era peor, si llegábamos a perder otro partido, nos quedábamos fuera del mundial. Igualmente había una esperanza. En el 86 también habíamos perdido el primer partido.  


Los tres días que nos separaron de la siguiente fecha fueron de tensión total. Hasta yo que no le doy mucha bola al fútbol estaba nerviosa. El sábado 26 de noviembre, a eso de las tres, me tomé el tren y me fui hasta Villa Urquiza a la casa de Gaby, una de mis amigas. Como el partido era a las cuatro, cociné un budín de limón y compré medialunas y cookies. Ese día hacía mucho calor por lo que me puse un vestido celeste. Cuando llegué a la casa de mi amiga, saludé a sus gatos y a Coco, su perro. Al rato llegó Nati, otra de las chicas con muchos quesos y snacks y se puso a preparar la picada. Mientras tanto, Coco, que sufría problemas intestinales y por lo cual no podía comer ni un solo quesito, la miraba muy atento con sus ojos saltones e intimidantes. Yo no sé si me hubiera podido resistir ante esa mirada, pero Nati fue infranqueable. El partido estaba por empezar así que dispusimos la picada sobre la mesa ratona y nos sentamos cada una en un lugar diferente: yo me recosté en el sillón, la dueña de la casa se sentó en el piso y la tercera optó por una silla porque el día anterior de había quemado toda la espalda con el sol. Sonó el himno y comenzó el partido. Coco se acostó al lado de la mesa, pero cada tanto salía al balcón a ladrar. Parecía como si estuviera en la hinchada. La verdad que el primer tiempo no fue nada emocionante. Por lo que Nati se puso a revisar la biblioteca de la Gaby y sacó un par de libros. Me interesó el de “El fin del amor” de Tamara Tenembaum y se lo pedí. Me puse a leer las primeras páginas y fuimos al entretiempo. Aproveché para cambiar la mesa salada por la dulce y nos pusimos a mirar los tweets sobre el partido. ¡Cómo nos acompañaron las redes sociales durante todo el mundial! Pasado los minutos de descanso, volvió a sonar el pitido y la pelota comenzó a moverse nuevamente. Yo abrí mi libro otra vez y después de un rato, escuchamos a los vecinos gritar. Presté atención a la tele. Con unos segundos de delay llegó nuestro primer gol. Lo gritamos igual aunque ya nos lo había spoileado. Mientras tanto, Coco aprovechó la distracción para abalanzarse muy hábilmente sobre la mesa y tratar de robarse algo de comida. Logró saborear un pedacito de cookie, pero ante nuestro grito de “¡No!” lo terminó escupiendo. Luego se fue al balcón a ladrar, como si estuviera festejando. El partido continuó y nos dimos cuenta que mientras estaba el libro abierto, el partido para Argentina era favorable. Por lo tanto, Gaby me obligó a ponerme a leer nuevamente. No me acuerdo cuánto pasó hasta el segundo gol, pero también lo gritamos con delay y festejamos cuando el partido finalizó y el marcador mostró el 2-0 que dejaba, por lo menos hasta el siguiente partido, a Argentina dentro del campeonato.