miércoles, 11 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo I

En Argentina el 2022 comenzó como siempre, con inflación, inestabilidad económica, inseguridad y pobreza. Pero a diferencia de otros años, también comenzó con una gran ilusión. La selección de fútbol venía de ser campeona de América y en noviembre se disputaba la copa del mundo. Todo el mundo tenía puesta las fichas en “La Scaloneta” y la esperanza aumentó aún más cuando en junio ganaron La Finalissima ante Italia. Si bien en todos los mundiales el pueblo argentino pretendía consagrarse, esta vez se sentía diferente por dos motivos: en primer lugar, porque probablemente sería el último mundial de Messi y solo le faltaba esa copa para declararse como el mejor jugador de fútbol de la historia. Y en segundo lugar, parecía que la maldición que acechaba a la selección desde el el 86 se había roto, luego de que los campeones de ese año finalmente regresaran a agradecerle a la virgen de Tilcara por el título obtenido. 


A medida que pasaba los meses, la expectativa aumentaba. La selección estaba imparable y se empezó a formar una mística inigualable. La gente empezó a notar coincidencias con el 86: países que no clasificaban desde ese año, colores de la ropa de los futbolistas, resultados de partidos, etc. Todo indicaba que seríamos campeones. 


Finalmente el 20 de noviembre comenzó el mundial en Qatar. Argentina fue uno de los primeros en competir. Jugábamos contra Arabia Saudita. Supuestamente un equipo fácil de vencer. Por la diferencia horaria nos tocó a las siete de la mañana. Yo no lo vi. No me levantaba a esa hora para trabajar y menos lo haría para ver un partido de fútbol. Cuando me desperté, me llamó la atención que no me hubiera despertado antes por los gritos de gol. Fui hasta el living para constatar el resultado y la cara de Martín lo dijo todo. Habíamos perdido 2 a 1. Aparentemente habíamos hecho más goles, pero los anularon por offside. Nadie entendía nada y lo que era peor, si llegábamos a perder otro partido, nos quedábamos fuera del mundial. Igualmente había una esperanza. En el 86 también habíamos perdido el primer partido.  


Los tres días que nos separaron de la siguiente fecha fueron de tensión total. Hasta yo que no le doy mucha bola al fútbol estaba nerviosa. El sábado 26 de noviembre, a eso de las tres, me tomé el tren y me fui hasta Villa Urquiza a la casa de Gaby, una de mis amigas. Como el partido era a las cuatro, cociné un budín de limón y compré medialunas y cookies. Ese día hacía mucho calor por lo que me puse un vestido celeste. Cuando llegué a la casa de mi amiga, saludé a sus gatos y a Coco, su perro. Al rato llegó Nati, otra de las chicas con muchos quesos y snacks y se puso a preparar la picada. Mientras tanto, Coco, que sufría problemas intestinales y por lo cual no podía comer ni un solo quesito, la miraba muy atento con sus ojos saltones e intimidantes. Yo no sé si me hubiera podido resistir ante esa mirada, pero Nati fue infranqueable. El partido estaba por empezar así que dispusimos la picada sobre la mesa ratona y nos sentamos cada una en un lugar diferente: yo me recosté en el sillón, la dueña de la casa se sentó en el piso y la tercera optó por una silla porque el día anterior de había quemado toda la espalda con el sol. Sonó el himno y comenzó el partido. Coco se acostó al lado de la mesa, pero cada tanto salía al balcón a ladrar. Parecía como si estuviera en la hinchada. La verdad que el primer tiempo no fue nada emocionante. Por lo que Nati se puso a revisar la biblioteca de la Gaby y sacó un par de libros. Me interesó el de “El fin del amor” de Tamara Tenembaum y se lo pedí. Me puse a leer las primeras páginas y fuimos al entretiempo. Aproveché para cambiar la mesa salada por la dulce y nos pusimos a mirar los tweets sobre el partido. ¡Cómo nos acompañaron las redes sociales durante todo el mundial! Pasado los minutos de descanso, volvió a sonar el pitido y la pelota comenzó a moverse nuevamente. Yo abrí mi libro otra vez y después de un rato, escuchamos a los vecinos gritar. Presté atención a la tele. Con unos segundos de delay llegó nuestro primer gol. Lo gritamos igual aunque ya nos lo había spoileado. Mientras tanto, Coco aprovechó la distracción para abalanzarse muy hábilmente sobre la mesa y tratar de robarse algo de comida. Logró saborear un pedacito de cookie, pero ante nuestro grito de “¡No!” lo terminó escupiendo. Luego se fue al balcón a ladrar, como si estuviera festejando. El partido continuó y nos dimos cuenta que mientras estaba el libro abierto, el partido para Argentina era favorable. Por lo tanto, Gaby me obligó a ponerme a leer nuevamente. No me acuerdo cuánto pasó hasta el segundo gol, pero también lo gritamos con delay y festejamos cuando el partido finalizó y el marcador mostró el 2-0 que dejaba, por lo menos hasta el siguiente partido, a Argentina dentro del campeonato. 





1 comentario:

  1. Me encantó el relato y la forma en q se va armando con las acciones de los personajes. Muy bueno!!!

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