jueves, 16 de abril de 2020

El Polaco para el polaco - El Final


Mientras hacíamos la fila para comer pizza por un dólar, el canario me preguntó como se pedía una porción de pizza en inglés. Eso me llamó mucho la atención ya que era su última noche en la ciudad. ¿Cómo había pedido su comida durante todo este tiempo? Después de llenarnos la panza fuimos al bar/boliche que nos había recomendado la guía. También había poca gente, supongo que porque era día de semana. Nos pedimos otra cerveza más. Después, yo y mi manía de querer hacer que todas las personas bailen juntas, armé una ronda entre todos los que había. Algunos se pusieron a bailar en el medio, los demás aplaudíamos. Como se dice hoy en día, se picó la noche. De repente empezó a sonar un rock and roll. Uno de los polacos le había pedido al DJ que lo pusiera. Me sacó a bailar al medio de la ronda porque le había dicho que sabía bailar rock. Él no sabía bailar. Qué vergüenza. Es muy difícil bailar con alguien que no sabe bailar cuando uno sí sabe hacer el paso correcto. Traté de disimular que no la estaba pasando bien. Por suerte las canciones tienen un fin. Después de ese bochornoso momento nos pusimos a charlar. “¿Qué escuchan en Argentina cuando van a una fiesta?”, me preguntó. Le dije que se escuchaba mucho reggaetón, cumbia y cuarteto. “¿Cumbia?, ¿cuarteto?, ¿qué es eso?”, me preguntó después. Como me pareció realmente difícil de explicarle eso en inglés, le pedí su celular para anotarle unos temas para que escuchara después. Abrió Spotify y me lo entregó. Busqué a Rodrigo para que escuchara el auténtico cuarteto. “Rodrigo, El Potro”, leyó en un castellano gracioso. Después pensé en qué cantante de cumbia le podía mostrar. El primero que se me vino a la cabeza fue El Polaco y se lo anoté. “El Polaco”, leyó sorprendido y riéndose. Ahí caí en la cuenta de que le estaba dando de escuchar al polaco, El Polaco. Nos empezamos a reír a carcajadas hasta que nuestra conversación fue interrumpida por el dj que anunciaba que las chicas que se subieran a bailar iban a recibir una cerveza gratis. Las brasileras se subieron después de unas yankees que estaban en el lugar. “¿Vos no te subís?”, me preguntó el polaco. “Paso. Prefiero pagarme la cerveza”, le contesté y nos quedamos observando el baile de las chicas sobre la barra. Después de un rato los polacos se fueron y me quedé con el mexicano, el canario y el gallego. Luego de mucho suplicarle al Dj, finalmente puso reggeaton y nosotros a bailar sin parar. A eso de las tres les dije a los chicos que me iba. Te acompañamos, me dijeron y nos fuimos a tomar el metro a la estación de Time Square. En el camino el gallego se compró unos Doritos y nos ofreció: “Alguno queréis Doritosh”, nos preguntó. Y después de escuchar pronunciar así la palabra Doritos, se la hice decir unas mil veces más durante el viaje. Cuando llegamos a la calle 97, nos bajamos. La estación que quedaba a una cuadra de nuestro Hostel estaba cerrada por refacciones durante la noche, así que caminamos unas siete cuadras hasta llegar a nuestro destino. Nos habíamos puesto a hablar de grupos de música y canciones. “Escuchen El Kuelge”, les dije cuando cruzamos la puerta. “¿Qué es?”, me preguntaron los tres. “Es una banda de Argentina que está muy buena. Es una mezcla de reggae con candombe”, les contesté. “¿Qué es Candombe?”, me preguntaron, pero yo ya no tenía ganas de dar más explicaciones así que les dije que lo googleen y di por terminada mi noche.  



jueves, 9 de abril de 2020

El Polaco para el Polaco IV


Caminamos hacia el cuarto y último bar. Me puse a hablar con uno de los españoles. Era de las Islas Canarias. Ya para esa altura de la noche no puedo detallar conversaciones, pero si me acuerdo de que le dije que “Eso nos pasa a los Millenials” y él me preguntó qué era Millenial. En ese momento me sentí chiquita, muy chiquita. Siempre que viajo a algún lado, llega un momento en que me doy cuenta de la inmensidad del mundo. Ese fue el momento de este viaje. Pensar que una expresión se dice en todas partes del mundo igual y descubrir que no, te hace explotar un poco la cabeza.

Llegamos al bar que también era en la terraza de un edificio altísimo. Nos subimos al ascensor todo el grupo de los que hablábamos castellano y uno que era de India que quedó en el medio de todos. Nos pusimos a hablar y él empezó a decir que estábamos hablando muy rápido y no podía entender lo que decíamos. “Too fast, too fast”, empezó a decir sin parar. Todos nos empezamos a reír. “Así es como nos sentimos nosotros cada vez que tenemos que hablar con gente que habla en inglés”, le dije riéndome y todos me siguieron. Cuando llegamos hasta el piso que nos había marcado la chica salimos, pero no había nada. Subimos por una escalera, pero tampoco. ¿Cómo podíamos habernos perdido adentro de un ascensor? Decidimos bajar de nuevo hasta el hall principal. Cuando se abrieron las puertas la guía que esta por hacer pasar a otro grupo de personas, se asustó y se empezó a reír. “What are you doing here?”, nos preguntó. Quisimos responderle, pero nadie sabía cómo responderle y el indio no podía parar de reírse. Nos marcó de nuevo el piso y finalmente llegamos al correcto. No había nadie más que todos los que estábamos en el tour. Todos nos quedamos asombrados de la vista. A pesar de que casi no se veía nada porque la niebla que había era muy espesa, se notaban las siluetas de los edificios y las luces se colaban entre los nubarrones creando una postal inigualable. Nos sacamos una foto grupal y me puse a hablar con uno de los españoles del cual no me acuerdo el nombre, pero sí que era muy joven para ser neurocirujano. De repente la guía nos dijo que éramos libres, que el tour ya había terminado y podíamos hacer lo que quisiéramos. La colombiana propuso que fuéramos a bailar. La mayoría aceptamos, pero antes decidimos pasar a comer una porción de pizza ya que, por lo menos los latinos, no habíamos cenado.



miércoles, 1 de abril de 2020

El Polaco para el polaco III


En el camino me volví a juntar con los polacos. “Qué hambre”, exclamé. “¿No cenaste?”, me preguntaron siendo apenas las ocho de la noche. “¡No! Es muy temprano”, les contesté y agregué que en Argentina solíamos comer entre las nueve y las diez de la noche. Los dos abrieron los ojos como  huevos. “¡Esa hora es muy tarde!”, me dijo alarmado uno de ellos. “¿No tienen hambre?”, preguntó después. “Es que la mayoría de las personas salen de trabajar a las seis de la tarde, y entre que llegás a tu casa o vas al gimnasio, se terminan haciendo ocho de la noche. Después tenés que bañarte y cocinar”, le expliqué. “Igualmente no tenemos hambre porque merendamos”, le dije después. “¿Merendamos? ¿Qué es eso?”, me preguntó en un español gracioso. “Merendar es tomar el té, solo que podés comer otras cosas”, le contesté en inglés. Como siguió indagando por el “ritual” de la merienda, comprendí que no me había entendido. Yo seguí tratando por unos diez minutos de explicarle que la merienda era tomar el té, haciendo con mis manos las comillas en la palabra té. Se empezó a reír a carcajadas. “No entiendo por qué me hacés así con los dedos”, me decía. Yo me reí con él y se lo expliqué por última vez. Para él era tan difícil entender qué era una merienda como para mi entender como es que tenían tiempo de comer a las cinco de la tarde.

Llegamos al tercer bar y me separé de los polacos para volver con mi grupo de latinos que para ese entonces había dejado de ser solo latinos ya que se habían sumado un par de españoles. Subimos de nuevo una gran cantidad de pisos hasta llegar a una terraza techada que estaba llena de gente. Al parecer había un evento privado, así que solo podíamos desplazarnos por una parte del lugar. En una de las mesas, un grupo de chicas había abandonado una gran cantidad de comida y algunos de mi grupo se acercaron y se la empezaron a comer. Yo no sabía dónde meterme de la vergüenza que me daban. “No puedo creer lo que están haciendo les dije”, y uno de los argentinos riéndose me dijo: “Bueno, nosotros por lo menos tenemos la excusa de que nos sale todo muy caro, pero la colombiana… ella no tiene necesidad”, me contestó riéndose. Después de esa escena paupérrima, nos pusimos todos a bailar y no sacamos muchas fotos. Se había generado muy buena onda entre todos. Los únicos que habían quedado colgados eran los brasileros que no hablaban ni castellano ni inglés. Igual ellos eran un grupo grande así no nos preocupamos mucho. “Me voy a comprar una cerveza”, les dije al grupete. “Pará. Acordate que el dólar está a cuarenta y cinco”, me dijeron los argentinos. No les hice caso. La plata que tenía, la había llevado para gastar allá. ¿Cuándo iba a volver a tomar una cerveza en un piso veinticinco mirando a Nueva York entre la niebla? Como dice la canción: solo se vive una vez.