miércoles, 1 de abril de 2020

El Polaco para el polaco III


En el camino me volví a juntar con los polacos. “Qué hambre”, exclamé. “¿No cenaste?”, me preguntaron siendo apenas las ocho de la noche. “¡No! Es muy temprano”, les contesté y agregué que en Argentina solíamos comer entre las nueve y las diez de la noche. Los dos abrieron los ojos como  huevos. “¡Esa hora es muy tarde!”, me dijo alarmado uno de ellos. “¿No tienen hambre?”, preguntó después. “Es que la mayoría de las personas salen de trabajar a las seis de la tarde, y entre que llegás a tu casa o vas al gimnasio, se terminan haciendo ocho de la noche. Después tenés que bañarte y cocinar”, le expliqué. “Igualmente no tenemos hambre porque merendamos”, le dije después. “¿Merendamos? ¿Qué es eso?”, me preguntó en un español gracioso. “Merendar es tomar el té, solo que podés comer otras cosas”, le contesté en inglés. Como siguió indagando por el “ritual” de la merienda, comprendí que no me había entendido. Yo seguí tratando por unos diez minutos de explicarle que la merienda era tomar el té, haciendo con mis manos las comillas en la palabra té. Se empezó a reír a carcajadas. “No entiendo por qué me hacés así con los dedos”, me decía. Yo me reí con él y se lo expliqué por última vez. Para él era tan difícil entender qué era una merienda como para mi entender como es que tenían tiempo de comer a las cinco de la tarde.

Llegamos al tercer bar y me separé de los polacos para volver con mi grupo de latinos que para ese entonces había dejado de ser solo latinos ya que se habían sumado un par de españoles. Subimos de nuevo una gran cantidad de pisos hasta llegar a una terraza techada que estaba llena de gente. Al parecer había un evento privado, así que solo podíamos desplazarnos por una parte del lugar. En una de las mesas, un grupo de chicas había abandonado una gran cantidad de comida y algunos de mi grupo se acercaron y se la empezaron a comer. Yo no sabía dónde meterme de la vergüenza que me daban. “No puedo creer lo que están haciendo les dije”, y uno de los argentinos riéndose me dijo: “Bueno, nosotros por lo menos tenemos la excusa de que nos sale todo muy caro, pero la colombiana… ella no tiene necesidad”, me contestó riéndose. Después de esa escena paupérrima, nos pusimos todos a bailar y no sacamos muchas fotos. Se había generado muy buena onda entre todos. Los únicos que habían quedado colgados eran los brasileros que no hablaban ni castellano ni inglés. Igual ellos eran un grupo grande así no nos preocupamos mucho. “Me voy a comprar una cerveza”, les dije al grupete. “Pará. Acordate que el dólar está a cuarenta y cinco”, me dijeron los argentinos. No les hice caso. La plata que tenía, la había llevado para gastar allá. ¿Cuándo iba a volver a tomar una cerveza en un piso veinticinco mirando a Nueva York entre la niebla? Como dice la canción: solo se vive una vez.



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