jueves, 9 de diciembre de 2021

La Frontera - El Final

 Caminamos unos metros por la playa hasta el restaurante que estaba suspendido sobre el mar. No paraba de llover, pero igualmente el paisaje se veía hermoso. Íbamos a tener que volver otra vez para poder admirar semejante belleza. Me pedí una hamburguesa y un Daikiri de melón, pero como no había, le pregunté si había de frutilla, o mejor dicho, de fresa ya que cuando dije frutilla el mozo me miró con una cara como diciéndome “no tengo idea qué es una frutilla”. Tardaron muchísimo en traernos la comida. De hecho, estuvimos ahí sentados una hora de la hora y media que teníamos para disfrutar el lugar. Pero bueno, por lo menos el paisaje era lindo y con lluvia era lo mismo estar sentados en el restaurant o en la playa. Cuando terminamos de comer, volvimos para el muelle y nos metimos en el mar porque no habíamos ido hasta ahí para no tocar la cálida agua caribeña. El placer terminó rápido porque ya casi era la hora pactada. Mientras nos secábamos, apareció el grupete de panameños con vasos de plástico en la mano y riéndose mucho. Martín les pidió un trago y uno fue a buscar un vaso. Dudé mucho si tomar o no, ya que quizás lo que querían eran emborracharnos o ponernos algo en la bebida para poder cometer su acto delictivo, pero como la verdad habían sido tan buena onda hasta ese momento y el ron tenía una pinta bárbara, acepté. Tomamos un par de vasos de ese ron exquisito y nos sacamos fotos para que las mujeres de todos aquellos hombres supieran que estaban de trabajando y no de fiesta. De repente, el líder del grupo nos dijo que vayamos al muelle porque ya debíamos tomar la lancha para regresar. Cuando llegó, subimos y viajamos los quince minutos hasta el puerto. Para ese entonces, el que diría todo se empezó a preocupar porque le parecía que estábamos algo retrasados. Llegamos al puerto y nos dirigimos todos hasta la ventanilla donde se mostraban los boletos. Uno de los panameños nos pidió otra vez los pasaportes. Dudas de nuevo. En las series de trata de personas, las chicas secuestradas siempre eran despojadas de sus pasaportes. Martín me pidió que saliéramos a sacarnos fotos. Él estaba en un cumple sin dudas. Los beneficios de ser hombre. Nos sacamos algunas fotos y apareció el hombre con nuestros pasaportes. Prácticamente corrí a buscarlos y me tranquilicé nuevamente. Aunque no por mucho ya que la lancha no llegaba y el tiempo seguía corriendo. Esperamos un rato más hasta que finalmente llegó y viajamos la media hora correspondiente hasta tierra firme. Miré el reloj. Para mí solo un milagro nos podía hacer llegar, pero el chofer aseguró que llegaríamos justo veinte minutos antes de las cinco para poder tener poder hacer tranquilos migraciones. Subimos corriendo a la camioneta y ni bien arrancó empezó la carrera contra el tiempo. No sé a qué velocidad iríamos, pero seguro era más de la permitida para ese tipo de vehículo. La bocina sonaba sin cesar y no parábamos de pasar autos. Para ese entonces estaba tan preocupada por el tiempo que mi paranoia sobre el asesinato de Martín y mi secuestro se me había pasado o por lo menos hasta que la camioneta frenó de golpe al lado del camino. No tenía un espejo, pero seguro estaba más blanca que un fantasma. El corazón se me subió a la garganta, pero bajó rápidamente cuando vi que en realidad el chofer había bajado a hacer pis. “Es la adrenalina”, dijo cuando terminó, subió a la camioneta y volvió a manejar a toda velocidad. Ahora sí, descartada la posibilidad de muerte y secuestro me dediqué a disfrutar de la adrenalina de la llegada. Me hacía acordar cuando en Capri bajé a toda velocidad una montaña en un auto descapotable para poder alcanzar un ferri que finalmente perdimos. Esperaba que esta vez el final fuera feliz. Eran las seis menos veinte de Panamá (cinco menos veinte de Costa Rica) y no había ni novedades de la frontera. ¿Llegaríamos? Pasaron cinco minutos más y nada. La angustia volvía de nuevo. ¿Dónde íbamos a pasar la noche? Según Martín sí migraciones estaba cerrado íbamos a poder pasar igual, dormir en el hotel y volver al otro día a sellar el pasaporte. Sinceramente a veces dudo de que tenga cuarenta y cinco años. La cuestión es que llegamos a la frontera nueve minutos antes de que cerrara. Bajamos corriendo de la camioneta y fuimos hasta la casilla de Panamá. Allí nos recibieron tres panameños sentados o apoyados en la pared con las manos en los bolsillos que parecían ñoquis municipales. Cuando nos vieron, nos dijeron que no nos podían sellar el pasaporte porque la oficina de Costa Rica estaba por cerrar. Martín le empezó a decir que si se quedaban así claramente no íbamos a llegar, que todavía faltaban cinco minutos. Por su parte, uno de los panameños con el teléfono en la mano les decía que uno de sus compañeros había ido corriendo hasta el otro lado del puente y las autoridades costarricenses nos estaban esperando. Yo por mi parte estaba ahí parada, callada y sin saber qué hacer. Gracias a Dios algo los hizo cambiar de opinión y me pidieron que me acercara a la ventanilla. Me tomaron una sola huella, me preguntaron de qué trabajaba y me sellaron el pasaporte. Martín, que todavía no había terminado el trámite, me miró y me dijo: “Corré, yo ya te alcanzo” Y eso hice. Corrí junto con el panameño a través del puente, en ojotas y con todas las secuelas que me había dejado el Covid que se me había metido en el cuerpo tres meses atrás. Tuve que frenar en la mitad. El aire ya no pasaba más. Respiré profundamente y caminé, porque correr era imposible. Mientras tanto miraba para atrás para ver si lo veía a Martín. Nada. Tomé aire de nuevo y empecé a correr otra vez. No duré mucho. Caminé de nuevo un trayecto y otra vez tomé velocidad. Finalmente terminé de cruzar el larguísimo puente. “Subí a la oficina de allá”, me dijeron. Y eso hice con el poco aire que tenía. Le mostré el pase de salud a una doctora. Gracias a Dios lo habíamos hecho antes de pasar a Panamá. La médica escaneó el QR del pase. Luz verde. Bajé la escalera y cuando casi estaba por llegar a la casilla de migraciones de Costa Rica apareció Martín. Otra vez me preguntaron de qué trabajaba, me pidieron que mostrara mi pasaje de vuelta a Buenos Aires y zaz. Ya estaba legalmente en Costa Rica otra vez. Miré para el piso de arriba, pero Martín ni siquiera se asomaba. ¿Qué pasaría? Me di vuelta y le dije a migraciones que faltaba mi novio. Se rió y me preguntó si lo dejábamos. Los panameños que estaban atrás mío también se rieron y dijeron que sí. Yo también me reí, pero contesté que no, que por favor lo esperaran. ¿Qué iba a hacer si yo quedaba adentro y él afuera? Afortunadamente a las 17:03 mi compañero salió con el pasaporte sellado. Todos festejaron y los panameños ligaron quince dólares de propina. Caminamos todos juntos hasta el auto, riendo y respirando aliviados. Nos despedimos y le pregunté a la mujer que nos cuidó el auto cuánto le debíamos: “veinte dólares”, me contestó. Se los di sin chistar porque mi cabeza que nunca está para hacer cuentas, luego de todo ese adrenalínico día, menos. Cuando nos subimos al auto, Martín me preguntó cuánto nos había cobrado. Casi puso el grito en el cielo cuando escuchó el monto, pero como dice mi cuñado: “Si convertís, no te divertís”. Así que imaginamos que fueron solo veinte pesos y nos dirigímos hacia el hotel. Nos merecíamos una buena ducha y gran cena. 



miércoles, 1 de diciembre de 2021

La Frontera II

 Finalmente nos vinieron a buscar tres panameños. El que conocimos en el centro de copiado, el de la camisa y uno más que supuestamente era el chofer de la combi con la que íbamos a ir. Nos llevaron hasta la casilla de migraciones de Costa Rica donde entregamos los pasaportes y nuestros certificados de vacunación completa contra el Covid. Luego, los panameños nos hicieron cruzar el largo puente que separaba un país de otro y nos llevaron hasta la casilla de migraciones de Panamá. Ahí volvimos a presentar toda la documentación y además nos tomaron las huellas. Para ese entonces me había tranquilizado un poco ya que había aparecido una pareja española que iba a viajar con nosotros hasta Bocas del Toro. Sin embargo, luego de hacer todos los trámites migratorios, esa pareja se fue en otro auto. ¿Por qué se iban con otro transporte si íbamos todos al mismo lugar? El miedo se apoderó nuevamente de mi. Fuimos todos juntos hasta una combi destartalada que tenía unos asientos supercolorinches. Ya en viaje, los panameños nos mostraron una botella de ron de casi dos litros y nos contaron que como hasta que llegamos nosotros no tenían ningún viaje, habían decidido ir ellos hasta Bocas a una fiesta en la playa que había en celebración de los 101 años de la isla. Después nos preguntaron a dónde íbamos a ir nosotros y como Martín le contestó que a la playa, decidieron que iríamos todos juntos. En el camino se subió un panameño más, que no habló en todo el viaje. Sospechoso. Durante el trayecto hasta el puerto estuve bastante nerviosa ya que el lugar era horrible y no había ningún cartel que indicara a dónde íbamos. Por lo tanto, tampoco tenía la certeza de que llegaríamos a donde queríamos ir. Al cabo de una hora de viaje llegamos al puerto. El lugar era realmente horrible. No obstante, ahí me volví a tranquilizar un poco ya que vi muchos extranjeros que estaban por tomar la lancha hacia la isla, de manera que me sentí más segura. El panameño pidió seis boletos y nos llamó para que le mostráramos los pasaportes a la mujer que los daba. Esperamos un rato y nos subimos a una lancha como las lanchas colectivo que hay en Tigre. Calculé la hora en la que habíamos salido ya que nos habían explicado que si salíamos a las cuatro de Bocas del Toro, llegaríamos perfecto antes de las cinco de Costa Rica para hacer migraciones. La lancha tardó exactamente media hora en llegar. Bajamos y estaba lloviendo, aunque eso no impidió que notara lo cristalina que era el agua. Sin dudas un día de sol, aquel lugar debía ser paradisíaco. Salimos del puerto y se veían edificaciones muy coloridas y me acordé de que una parte de la Casa de Papel se había filmado en Panamá. ¿Sería allí? Mis pensamientos fueron interrumpidos por uno de los panameños que me preguntaba si íbamos a hacer la nuestra o íbamos a ir con ellos. Estaba contestando que íbamos a ir por nuestra cuenta, cuando Martín les respondió que iríamos con ellos. Nos recomendaron que fuéramos a comprar algo de comer ya que en la playa no íbamos a encontrar nada. Entonces, fuimos hasta un supermercado a abastecernos. En la caja había una china y solo pude pensar cómo es que una china había llegado a una isla de Panamá. Pagamos y fuimos otra vez para el puerto. Ahí los seis nos tomamos otra lancha que en menos de quince minutos nos dejó en una playa que estaba plagada de panameños tomando y bailando. Para ese entonces ya me sentía tranquila ya que seguíamos con vida y en el lugar donde estaba planeado estar. Nos dijeron quince para las cuatro estuviéramos en el muelle porque sino no íbamos a llegar antes de las cinco a Costa Rica y nos señalaron un lugar adonde podíamos ir a comer. Pensé tres cosas:

 - Teníamos solo una hora y media para disfrutar de la playa

- Para qué nos habían hecho comprar comida si al final había un restaurante 

- Cómo iban a estar cómodos en la playa con jeans largos y camisa.




jueves, 25 de noviembre de 2021

La Frontera I

 Luego de leer este relato, los que también leyeron Domani no, hoy  van a pensar que me gusta hacer excursiones que desafíen el tiempo. Pero la verdad es que no. Detesto vivir al límite. Para que se den una idea vivo al lado de la estación del tren, pero igualmente voy cinco minutos antes a esperarlo sentada ahí. También soy de las personas que llegan cuatro o cinco horas antes al aeropuerto “por las dudas”. Sin embargo, por segunda vez el tiempo me jugó en contra en un viaje y por segunda vez tengo una gran anécdota que recordaré toda la vida. 


Resulta que viajamos con mi novio, al que a partir de ahora llamaremos Martín, a Costa Rica. Luego de recorrer la mayoría de los lugares turísticos del lado del Océano Pacífico, fuimos para Puerto Viejo, del lado del Atlántico, a pasar los últimos tres días de nuestras vacaciones. Como aquel lugar quedaba muy cerca de la frontera con Panamá, Martín me sugirió ir a pasar el día a Bocas del Toro. Por lo tanto, nos subimos al auto que habíamos alquilado y viajamos una hora hasta el límite de ambos países. Llegamos hasta un puente que estaba lleno de camiones y avanzamos entre ellos hasta un puesto policial. Allí nos explicaron que con autos de alquiler no podíamos cruzar, que si queríamos hacerlo, debíamos hacerlo a pie. Así que estacionamos el auto sobre el puente, detrás de los camiones y se nos acercaron una señora y un muchacho en bicicleta. La mujer nos dijo que si íbamos a Bocas del Toro debíamos estar de vuelta a las cuatro de la tarde nuevamente porque la frontera de Costa Rica cerraba a las cinco. Lo repitió tres veces para que nos quedara claro. Por su parte, el muchacho de la bicicleta dijo que nos llevaría hasta el lugar donde debíamos pagar un impuesto para salir del país. Mientras caminábamos, Martín le preguntó cómo llegar hasta la isla sin el auto y nos habló de unos taxis, pero sin darnos ninguna información exacta. Finalmente nos dejó en un local que aparentaba ser un centro de copiado y dijo que le pagáramos dieciocho dólares al hombre de ahí y que él volvería enseguida. Todo me pareció muy raro, parecía que nos estaban estafando. Sin embargo, le dimos al señor los pasaporte y el dinero y a cambio nos dio un papel que decía que habíamos pagado. En ese interín, el chico de la bicicleta llegó con un hombre muy grandote y nos explicó que él era panameño y que nos podía llevar a Bocas del Toro por ciento diez dólares en total ya que íbamos a ir en combi con un grupo, pero después íbamos a volver solo nosotros dos. Martín le regateó el precio y terminó arreglando que le pagaríamos cien dólares en total más una propina. De esta manera, el panameño nos puso unas cintas en la muñeca y nos llevó hasta un estacionamiento cerca de ahí y nos pidió que hiciéramos el pase de salud para Costa Rica porque nos lo iban a pedir al regreso. “No tenemos Internet”, le dije. Y llamó a otro panameño muy bajito con jean largo y una camisa onda Versace para que nos diera señal, aunque no lo terminó haciendo porque Martín le dijo que él tenía. Sin embargo, no bien se fue el hombre, se dio cuenta de que el Internet era muy lento. En ese momento, mis dudas al respecto del viaje empezaron a crecer. ¿Cómo estábamos seguros de que esa gente nos iba a llevar realmente a Bocas del Toro y no nos iba a matar o secuestrar? Para colmo, justo apareció una mujer con pinta de Madama de burdel a la que le preguntamos si había wifi en el lugar y de forma seca y descortés nos dijo que no. Listo. Desde ese instante no pude parar de pensar que a Martín le iban a pegar un tiro en la cabeza y yo iba a terminar en una red de trata.





jueves, 14 de octubre de 2021

La Clandes - El Final

Con el correr del tiempo, los sábados se volvieron una emocionante rutina. Ya desde el martes planificaban qué iban a comer. A veces pedían y a veces cocinaba ella, según el antojo que había. Lo que sí, el postre siempre era mousse y la cerveza y las papitas no podían faltar. A eso de las 20:45, Santiago mandaba el mensaje de que ya estaba en camino. A eso de las nueve, cuando le enviaba que había estacionado, María se ponía a custodiar la ventana. Cuando lo veía llegar, corría hacia la puerta y la abría apenitas. Por lo general, él se quejaba de que no pasaba por el agujerito que le dejaba ya que no solo tenía que pasar él, sino que también las provisiones. Igualmente después se olvidaba de todo cuando la abrazaba y le daba el primer beso de la noche. A veces ese beso subía de temperatura y no llegaban ni a dejar las bolsas en el comedor. Otras veces lo hacían en la cocina y bueno, obviamente que en la cama. Santiago sentía que cada sábado la quería más. Sin embargo, ella tenía sentimientos encontrados. Él le gustaba mucho y la pasaba muy bien. Además sentía que estaban juntos hacía años. No obstante, antes de conocerlo y antes de que la pandemia hiciera de las suyas, había comenzado a disfrutar de su soltería y sentía que cuando volviera a ser libre, iba a querer esa vida otra vez. Por lo tanto, su frase de cabecera era: "cuando todo esto termine, lo nuestro también". Si bien Santiago le decía que sí, sentía mucha bronca por dentro. Detestaba que se mostrara indiferente ante todo lo que estaban viviendo, pero no decía nada porque prefería eso antes que pasar los sábados a la noche solo, aburrido y sin comida rica. O lo que era peor, invitando a alguna chica de Tinder que no le movería ni un pelo de todos los que le movía María. Los sábados de cuarentena continuaron y parecía que nunca iban a acabar. Un día charlando por Whatsapp, Santiago le insinuó a María que quería algo más que la relación que estaban llevando. Ella le contestó que la estaba pasando muy bien con él, pero que no quería nada más. "¿Querés que lleguemos hasta acá?", le preguntó él. Ella lo pensó un poco y casi le dice que si, pero por algún motivo su respuesta fue un no rotundo. Y agregó que quería seguir un poco más, que después veían qué pasaba. Santiago se decepcionó un poco, pero a la vez se puso como objetivo ganar el corazón. El tema era cómo. ¿Qué más podía hacer? Después de mucho pensar, se dio cuenta de que la única manera de conquistarla era seguir siendo él mismo. Sabía qué era una buena persona y eso era lo que María necesitaba a su lado. Por eso, se convenció de que no en mucho tiempo más se daría cuenta. Y por suerte así sucedió. Una noche luego de comer, tomar cerveza y tener sexo, los dos estaban acostados en la cama mirando Friends. Se estaba reproduciendo el capítulo en el que Chandler le decía "te amo" por primera vez a Mónica y ahí fue cuando a María le hizo el clic. De repente se dio cuenta de que estaba dispuesta a volver a enamorarse. También se dio cuenta de que ya no podía imaginarse su vida sin Santiago. Por eso cuando él un día le largó un "te quiero"  inesperado por Whatsapp le contestó que ella también, aunque lo hizo dos días después porque cuando lo leyó, entró un poco en pánico. Después de ese momento la cosa se puso más linda y todo mejoró cuando el presidente dio permiso para que abrieran los bares y restaurantes. "¿Querés que salgamos de verdad? Estoy dispuesta a contarle de vos a mí papá", le dijo ella. "Obvio que quiero", le contestó él y le preguntó a qué hora la pasaba a buscar. 





jueves, 30 de septiembre de 2021

La Clandes II

 La cuarentena no paraba de extenderse y las conversaciones ininterrumpidas que María y Santiago tenían al principio eran cada vez más escalonadas. Él sentía que la estaba perdiendo y no sabía qué hacer para revertir la situación. Si bien él contaba con un permiso para circular y podría acercarse a donde ella estuviera para verla, María vivía con su papá por lo que era imposible ir a su casa y ella tampoco tenía alguna excusa válida para ausentarse por algunas horas. Y bueno, blanquearle la situación a su padre tampoco parecía una opción. Por su parte, ella ya estaba cada vez más cansada de tener una relación a distancia. No le veía sentido. Pensó en comentarle a su papá que estaba saliendo con alguien para poder salir a verlo, pero no tenía ganas de tener un interrogatorio sobre una persona con la que sabía que no se iba a poner de novia, y tampoco tenía ganas de recibir un sermón sobre cómo se iba a ver con alguien que no conocía en plena pandemia. Estuvo a punto de decirle a Santiago que ya no tenía ganas de seguir hablando. Sin embargo, un día su papá le dijo que se iba y que no iba a volver a dormir. María se sorprendió bastante, pero no quiso hacer preguntas. No estaba lista para conocer la respuesta. Así que simplemente le dijo que se cuidara y que lo vería al día siguiente. Acto seguido, tomó el celular y le escribió a Santiago si quería ir para su casa. Lo borró. ¿Y si alguien lo veía entrar? Caminó de una punta a la otra de la habitación. Tenía que animarse. Escribió de nuevo el mensaje y lo mandó rápidamente, antes de que se pudiera arrepentir. Tardó menos de un minuto en contestarle: “A qué hora voy y qué llevo”. María sonrió. 

A las nueve en punto estaba asomada por la ventana esperando que apareciera Santiago para abrirle la puerta. Hacía quince minutos que le había mandado que ya había salido por lo que ya tendría que estar por llegar. Esperaba que se acordara de no estacionar en la puerta de la casa. Por las dudas le mandó otro mensaje recordándole. En ese momento lo vio pasar y corrió hacia la puerta para abrirle. Mientras Santiago pasaba por la pequeña apertura que le había dejado, María lo atacó a preguntas: “¿Te fijaste que nadie te viera? ¿Estacionaste a la vuelta? ¿Miraste para todos lados antes de entrar?. Él se rio y le contestó que sí a todo. “¿No me vas a saludar?”, le preguntó luego. Ella se rio, se le colgó del cuello y le dio un largo beso. “Qué lindo volver a verte”, dijo él. “¿Dónde puedo dejar todo esto?, preguntó. “¿Qué trajiste tanto?”, “Cerveza, papitas y mousse de chocolate de postre”. "Sos un genio". "Qué rico olor. Qué estás cocinando?", Preguntó. "Pastel de papas. ¿Te gusta?", indagó ella. "Me encanta". María sonrió y lo hizo pasar al comedor, donde le sirvió una porción. "Está buenísimo esto", exclamó Santiago. Se pusieron a charlar animadamente mientras de fondo tenían puesta la tele en la repetición de Avenida Brasil. Cuando terminaron el pastel de papas, María lavó los platos y las fuentes

 "Listo para el postre?", le preguntó y le alcanzó un pote individual. Sin dudas ambos estaban pasando el mejor sábado desde que había empezado la cuarentena. Se sentían muy cómodos el uno con el otro. Cuando terminaron todo lo que había para comer, se fueron para el cuarto. "Poné una peli" , dijo Santiago. Maria eligió una, pero no llegaron a ver ni los primeros diez minutos. Necesitaron cortar con esa abstinencia sexual que los estaba matando hacía meses. Luego del acto, él se quedó dormido y ella se acurrucó entre sus brazos. "Su huequito". A eso de las tres de la mañana, María lo sacudió y le dijo que se tenía que ir. Somnoliento y sin entender nada empezó a cambiarse. "¿No era que tu papá no volvía a dormir?", le preguntó. "No vuelve, pero no sé a qué hora va a llegar mañana y tampoco me quiero arriesgar a qué caiga en el medio de la noche y te vea". "Bueno", dijo mientras bostezaba. Se despidieron cansados, pero felices por lo que habían vivido. "Ojalá tu papá se vaya todos los fines". "Ojalá termine esta cuarentena de una vez", le respondió ella mientras miraba por la ventana que no viniera nadie. "Quién va a pasar a las tres de la mañana?", le preguntó él. "Nunca se sabe", respondió ella y le abrió la puerta para que saliera. Se dieron un último beso y María se fue inmediatamente para la cocina. Guardó todo lo que estaba en el secaplatos y revisó minuciosamente que no hubiera quedado nada de aquel encuentro clandestino. Una vez que certificó que la escena del crimen estaba impecable, se fue a dormir. Ese fue el primero de todos los sábados que siguieron.




lunes, 20 de septiembre de 2021

La Clandes

 “La clandes” deriva de “La clandestina” y es un término que se acuñó entre el 2020 y el 2021 cuando la pandemia del Coronavirus azotó al mundo y en Argentina se estableció una “cuareterna” que duró prácticamente un año. En ella estaba prohibido salir a la calle a menos que sea para realizar compras, pasear al perro o atender a niños y adultos y para eso se necesitaba sacar un permiso especial. Hoy en día, viéndolo a distancia, parece una locura, pero en ese momento todos entendían que era la única solución para que la pandemia terminara. Bah, todos no. Hubo un grupo a los que llamaron "Rompecuarentena" que se oponían rotundamente a quedarse encerrados y se juntaban y hacían fiestas "clandestinas". De ahí el término mencionado en las primeras líneas. El tema es que cuando alguien dice "me voy a una clandes", el resto piensa que se va a una fiesta, pero no piensa en todas esas “clandestinas” que hubo durante el aislamiento de las que nadie se enteró, por ejemplo, la de todas esas parejas que no vivían juntas y no aguantaron más sin verse. María y Santiago eran una de ellas. Se habían conocido en noviembre en una fiesta, cuando todavía era legal hacerlas. Salieron un par de veces, pero muy informalmente ya que, si bien se gustaron, ninguno de los dos tenía intenciones de iniciar una relación. Eso sí, hablaban prácticamente todos los días ya que se llevaban muy bien. Fue a principios de marzo cuando improvisadamente surgió una salida en la que la pasaron tan, pero tan bien que ambos empezaron a mirar la relación con otros ojos y no habían pasado más de tres días cuando se vieron de nuevo. Para ese entonces el Covid ya había llegado a la Argentina y de lo único que se hablaba en la televisión era de que la cuarentena ya era algo inminente. “Veámonos una vez más antes de que cierren todo”, dijo él. Ella dudó un poco ya que sería la tercera vez que lo vería en una semana y eso le causaba cierto sentimiento de ahogo, pero igualmente aceptó ya que luego no lo vería por quince días. “Hoy tengo la casa sola, podés venir y nos quedamos acá”, le dijo María a Santiago. Esa noche él se dio cuenta de que era la chica con la que quería estar por el resto de su vida y le dio mucha rabia no poder verla por quince días, ya que sentía que en ese tiempo ella podía llegar a perder el interés que notaba que estaba teniendo en él. A eso de las tres de la mañana, ella le dijo que no podía quedarse a dormir y algo somnoliento aceptó el destino que le había tocado. Se despidieron en la puerta con un largo beso. “Nos vemos en quince días”, le dijo Santiago, sin saber que en realidad serían dos meses de separación. 




lunes, 2 de agosto de 2021

Y un Día me Contagié de Covid

 Son las 5:45 de la mañana. Hace dos horas y cuarenta y cinco minutos que estoy despierta y ya es la cuarta noche que no duermo más de cuatro horas. También hace como dos meses que no escribo nada. Se ve que tenía que estar casi impactando con la bala del covid para que volviera la inspiración. Si, dije casi porque todavía no sé si lo tengo. Ayer me hice el PCR y todavía me espera un buen tiempo hasta saber el resultado. Me vine a la cocina a tomarme un té. Mi perro y mí novio están durmiendo y no quiero seguir molestando con mis vueltas en la cama. Aunque son dos troncos y probablemente no se enteren de nada. Todavía faltan dos horas para la hora del paracetamol, pero tengo la garganta tan inflamada que no puedo tragar. Además tengo mocos hasta el alma. Una combinación letal para una persona que ya de por sí respira mal porque tiene los cornetes grandes. No saben lo desesperante que es no poder tragar. Sentís que te morís. Es algo así como si una personita viene escapando de un león y para salvarse la vida tiene que saltar tu amígdala, pero se resbala y se cae. Si me acomodo en otra posición a veces la personita puede saltar, pero otras veces no es tan fácil y ahí es donde la desesperación se apodera de mí. Estoy con este tema hace horas. Así que dormir es imposible. Estoy cansada. Y lo peor es que si ese resultado da positivo las cosas pueden empeorar. Y yo que estaba feliz que venía invicta. Sin haberme contagiado y hasta sin haberme tenido que hacer ni un solo PCR. Qué cosa horrorosa el hisopado. Siglo XXI y no lograron inventar un método de detección que hiciera sufrir menos a la gente. Ojalá nunca más me lo tenga que hacer. Encima mi mejor amiga mañana de hace el tercero de la semana. EL TERCERO. Espero que le dé negativo como los otros dos que se hizo porque si le da positivo quiere decir que el bicho se progagó el sábado que festejamos su cumpleaños. Ese que ella no quería festejar y yo le organicé igual. Eso es lo malo de todo esto. O te morís de infeliz por no ver a nadie para no contagiarte ni contagiar, o te morís de culpa o covid por tratar de tener un momento de felicidad entre tanto caos. Igual confío que a ambas nos va a dar negativo. Según el médico que me atendió de forma online todo apunta que es un tremendo resfriado. Porque aunque no lo crean lectores del futuro, a pesar del covid, siguen existiendo otras enfermedades. La gente se sigue muriendo de cáncer, de infartos, de accidentes. Y también podés tener una gripe normal. Sin embargo, si no tenés covid nunca te vas a enterar cuál es tu diagnóstico porque a través de una pantalla no pueden mirarte la garganta y ver si tenés una faringitis, por ejemplo. 


Ya son las 6:30 y estoy de vuelta en la cama porque en la cocina hacía frío. Cómo todo el mundo duerme, me puse a charlar con mi amiga que está viviendo en Nueva Zelanda. Me cuenta que está muy feliz y yo estoy muy feliz por ella, aunque extrañe. Falta una hora y media para la hora del Paracetamol. ¿Podré dormir después de tomarlo? Mi novio no para de roncar, y ronca fuerte así que no me siento culpable cuando me sueno la nariz con mucha fuerza. Aparte quiero que sepan que si no tengo Covid, y es solo una gripe, el culpable es él, que la semana pasada estuvo moqueando por todos lados. Me agarró mucho sueño. Voy a intentar dormir, si mis amígdalas y mi nariz tapada me lo permiten. Ojalá el resultado de mí PCR esté mañana. O si no está el mío, que aunque sea esté el de mi abuela que también se hizo uno. En ese caso, si a ella le da positivo y a mí amiga negativo, quiere decir que la fuente de contagio no estuvo en el cumpleaños sino en mí propia casa. 


Son las 10:21 de la mañana. Todos mis intentos por dormir fueron en vano. Tengo la garganta prácticamente cerrada por lo que tragar saliva ya no es un acto involuntario. Además por mi nariz no pasa la más mínima gota de aire. Estoy pensando seriamente en llamar al número de riesgo de vida para que venga un médico a verme. Estoy muy cansada. Necesito dormir. Ni siquiera puedo recostarme. Quizás deba olvidarme la posición horizontal por un tiempo. Mi novio y mi perro siguen durmiendo. ¿Cómo pueden dormir tanto? 


Durante la tarde me entero de que mi abuela no tiene Covid y recobro la esperanza. Además me empiezo a sentir mejor y logro dormir una siesta de casi tres horas. Igualmente sigo un poco nerviosa porque falta mi resultado y el de mi mejor amiga. Finalmente me llega su mensaje: positivo. Mis esperanzas se van por la tubería y empiezo a pensar que el gusto y el olfato en realidad no están inhibidos por la gran congestión que tengo. Un par de horas después abro mi mail y ahí está mi resultado. Miro rápido. "DETECTABLE" lo leo varias veces para ver si estoy leyendo bien. Automáticamente se lo envío al médico que me está dando el seguimiento. "Es positivo" me dice. "Cómo ya estás hace cinco días con síntomas, tenés que aislarte solo cinco días más." Por lo menos una buena. Igualmente me invade el miedo. Se está muriendo mucha gente joven y en poco tiempo. Mi novio me dice que me calme. Que no sea alarmista. Que no va a pasar nada. Pero también me dijo que no tenía Covid. 


Son las 00:48 y ya sé que se viene otra noche heavy. Por más que me hice un baño de vapor mi nariz otra vez está completamente tapada y no puedo tragar. ¿Por qué me pasa esto siempre a la noche? Encima mañana trabajo. Qué semana difícil se viene. 


Mi lunes es muy contradictorio. Me siento bien, pero la inflamación de mi garganta es tan grande que cada vez puedo pasar menos saliva. Mientras trabajo la situación se pone desesperante y le escribo al médico. Me receta Acemuk y me dice que más tarde me va a enviar un corticoide por las dudas. 


Son las 7 de la tarde y después de 45 minutos hablando con mi psicóloga, mi garganta se inflama hasta su punto máximo y mi desesperación alcanza niveles altísimos. Por suerte el médico me manda la receta del corticoide y lo apuro a mí novio para que vaya a comprarla. Cuando vuelve, siento que estoy a punto de morir. Le saco la caja de las manos, me tomo el comprimido y medio y ruego que haga efecto rápido. Rápido no lo hace, pero después de dos horas ya me siento mejor. El problema es que una hora después vuelvo al punto de partida. Son las 23:30 de la noche y le escribo al médico para saber qué hacer. A los quince minutos no responde y llamo al número de urgencias de OSDE. Hablo con un chico, pero se corta. Llamo de nuevo y me atiende una chica que dice que en breve un médico va a estar en mi domicilio. Después de algunos minutos mi novio le abre a dos personas que entran todos cubiertos. Pienso que finalmente me van a mirar la garganta, pero no es así. Le cuento cuál era el cóctel de medicamentos que estoy tomando y luego uno de los dos me inyecta más corticoides. Empieza a aliviar automáticamente, pero cuando me voy a acostar me doy cuenta de que otra vez no había hecho efecto. Me pongo a llorar desconsoladamente. Estoy muy cansada. Me caigo del sueño que tengo y me espera una noche entera sin dormir. Cuando me calmo un poco, me pongo a rezar. Le prometo a Dios que si esa noche me deja dormir voy a ir durante un mes todos los fines de semana a misa. Dios se apiada de mí y me quedo dormida. Me despierto cinco horas después con la boca completamente seca y el miedo a estar con la garganta inflamada nuevamente, pero no. Sigo bien, aunque no puedo volver a dormirme. Igual estoy feliz. Por primera vez en seis días dormí más de cuatro horas. Ahora solo tengo que cumplir mi promesa.


A la mañana tengo tres calls consecutivas. Esto hace que mi garganta se vuelva a inflamar. Siento que se empieza a cerrar. Trato de no desesperarme. Respiro y me concentro en que no va a volver a suceder. Voy al baño y me hago un baño de vapor a ver si aflojando un poco los mocos evito que se inflame tanto. Se me pasa momentáneamente. El corticoides lo puedo tomar recién en unas cuantas horas, así que no puedo permitir que se me cierre la garganta de nuevo. Decido no volver a hablar para no generar irritación. Se hacen las tres de la tarde y adelanto una hora la hora del ibuprofeno para evitar terminar llamando a urgencias nuevamente. Por suerte funciona y ya me siento bien. 


Otra cosa que me olvidé de contarles es que se abrió una nueva posibilidad de contagio. No sé si se acuerdan, pero algunas líneas atrás dije que mi novio había estado muy resfriado. Por lo tanto, tengo una teoría muy fuerte de que ese resfrío en realidad fue Covid y me terminó contagiando a mí y a mi amiga. 


Día siete de covid. Solo quedan cuatro y hoy ya pude dormir siete horas, que podrían haber sido 8, pero mi novio es de los que se ponen cuatro alarmas para despertarse. No tienen idea de lo lindo que es poder volver a dormir. Ya he tenido esa sensación antes y les juro que es de las mejores del mundo. Los que hemos pasado un largo tiempo con insomnio alguna vez apreciamos el acto de dormir de otra manera. Aparte me desperté sin dolor de garganta y con muy poca congestión. Lo único que siento raro es el pechito, pero tal vez es porque me está pasando a otro estadio. 


Durante todo el día me siento bien. Hasta logro hacer una clase de elongación y una de literatura. Además, la tarta de atún que preparé casi que llegó a tener sabor. 


Día ocho de covid. Dormí como un bebé, pero me levanto rara. Siento como que quiero seguir durmiendo y a la vez mi cuerpo necesita moverse. Creo que el sentirme bien hace que el encierro pese más. 


Es la tarde y ya me harté de estar encerrada. Pienso que si no me hubiera sentido mal, estar diez días encerrada me hubiera hecho volver loca. Aunque también hubiera estado bueno casi no morir con la garganta cerrada. Y ahora que me siento bien, quiero hablar de otra cosa que me parece fundamental para los futuros covidosos que van a perder su sentido del gusto y del olfato. Para empezar quiero que sepan que no se siente igual a qué cuando no sentís bien los sabores porque estás resfriado. Porque cuando estás resfriado, la comida sigue conservando cierto encanto. En cambio cuando tenés Covid, la comida se vuelve como un cartón mojado. No te dan ganas de comerla y tampoco te podés terminar el plato. Hasta a veces puede que termines sintiendo asco y te duela el estómago. Solo se sienten texturas y debo decir que la del arroz es muy fea, en cambio, el dulce de leche es agradable comerlo del pote aunque no le sientas ni un poquito de azúcar. Así que los que lo deseen pueden aprovechar a hacer dieta, ya coman lo que coman, todo va a ser lo mismo. También debo decir que es muy difícil cocinar porque no sabés con exactitud cuánto estás condimentando ni cuan cruda puede estar una comida. Y obviamente es imposible distraerse. No se alejen de esa cocina, porque si algo se quema, no lo van a sentir. 


Día diez y último de Covid. Hoy el médico me dio la maravillosa de que mañana soy libre. Pensé que me tenía que quedarme un día más encerrada, pero no. Mañana soy libre. Encima el miércoles tengo turno para darme la segunda dosis de la vacuna. Voy a estar superinmunizada. Todavía sigo muy congestionada y no huelo ni siento ningún sabor, pero creo que de a poco los sentidos están volviendo. Lo único que hoy intenté hacer una clase de pilates y casi me muero. Me parece que voy a tener que descansar de la actividad física por un tiempo. Mientras tanto voy a aprovechar para hacerme los exámenes postcovid y ver que este bicho inmundo no me haya dañado nada. Por otro lado, el día de hoy mi novio se hizo el PCR. Le dio negativo, por lo que parece que mi teoría de que el que me contagió fue él está prácticamente corroborada. Si bien vamos a dejar un margen de error, es imposible que no se haya contagiado conviviendo diez días conmigo sin ningún tipo de cuidado.


Y para finalizar esta bitácora, quiero hacer una breve reflexión sobre todo lo sucedido. El Covid no es chiste. De hecho en la Argentina ya se registraron más de cien mil muertos. Traten de cuidarse lo más posible. Sin embargo, como persona que siempre se cuidó para reducir el peligro al mínimo (porque la verdad es que desde que empezó todo no fui a fiestas, no saludé con un beso, no abracé y traté siempre de juntarme con las mismas personas), debo decir que el Covid es una ruleta rusa y la bala la puede recibir cualquiera que esté participando. La única forma de no participar es encerrarte en tu casa y no ver a ni un solo ser humano por el resto de tu vida. La noche del contagio éramos seis personas y solo nos contagiamos dos. Cuando empecé con el resfrío (que nunca pensé que iba a derivar en Covid),  me junté a tomar una cerveza con mi mejor amigo. Estuvimos sentados uno enfrente del otro al menos por dos horas y en los diez días que estuve aislada no presentó ningún síntoma. Por eso les digo: el Covid una maldita ruleta rusa y la única forma de salvarse es la suerte. O no ver a nadie nunca más en la vida, aunque eso creo que puede dejar graves secuelas psicológicas. El hombre es un ser social. Por eso a los que juzgan a las personas que se juntan en el medio de una pandemia, les pido que dejen de hacerlo. Con esto no digo que se vayan todos a una fiesta clandestina, porque eso sí no está bien ni corresponde, pero juntarte a comer una pizza puede salvarte más de lo que puede dañarte. Esa noche, como les conté, festejamos el cumpleaños de mi amiga. Se lo organicé yo, aunque no ella se negó por semanas a festejar. ¿Y saben por qué lo hice? Porque el día de su cumpleaños cuando le escribí para saludarla me dijo que no estaba de ánimo y no podía permitir eso. ¿Y saben otra cosa? La noche del festejo ella comió cosas ricas, se rió y pasó un buen rato. Y si me preguntan, me contagiaría mil veces más con tal de mejorarle el ánimo y hacerle pasar un buen cumpleaños.


Por último, quiero decirles a todos que se vacunen. El Coronavirus no se va a erradicar de la faz de la tierra, pero con la vacuna los síntomas pueden disminuir mucho. Mi amiga que se había vacunado hacía dos semanas y por ende ya tenía los anticuerpos, solo tuvo tos. Yo la pasé un poco peor porque me contagié solo tres días después haberme inoculado. Así que los que todavía no lo hicieron, vayan ya a un vacunatorio, que ahora ni siquiera hay que anotarse.  Vayan porque vacunarse salva vidas. 





jueves, 17 de junio de 2021

Siempre Hay un Imbécil en Bicicleta

 Los ciclistas siempre fueron molestos, pero se volvieron una plaga a partir de la pandemia del año 2020. La cuarentena de prácticamente un año hizo sacar a muchos su lado deportista y ecologista. Se compraron bicicletas para aprovechar más el aire puro que el encierro quitó. Se lanzaron a las calles sin que nada les importe. Literalmente sin que nada les importe. No puede ser que vayan por la vida sin respetar nada. ¿O acaso tienen coronita? ¿Por qué los autos y los peatones tenemos que respetar los semáforos y ellos no? Andan por donde quieren y se te cruzan por cualquier lado. Ah, pero vos llegás a poner un pie en la bicisenda y ya te empiezan a tocar la campanita. ¿Sabés adonde les metería ese “ring ring”? Descarados. Se creen los dueños de la calle, pero no hacen más que estorbar. Sobre todo cuando vas caminando apurado y querés cruzar antes de que venga una fila interminable de autos y de repente aparece un imbécil en bicicleta andando a dos por hora y a veces hasta con el celular en la mano. También detesto a los que van por la vereda. ¿Si tenés una calle y en algunos lugares la bendita bicisenda, ¿qué haces en la vereda? ¿No te das cuenta de que podés lastimar a alguien? Mirá si justo sale corriendo un nene o un perro tira de la correa? Hablando de perros, creo que los mayores imbéciles de este planeta son los que “pasean” al perro arriba de la bici. Vos los ves a los pobres perros con la lengua afuera mirando a sus dueños, suplicándoles que frenen. ¿Cómo podés ser tan cruel? ¿Tanto te cuesta caminar un poquito? ¿De verdad te pensás que eso es pasear un perro? No, hermano. A los perros les gusta ir oliendo cada pastito, no llevándote a vos como si tu bici fuera un trineo. Y después están los ciclistas envalentonados que se la juegan a ir por General Paz o metiéndose entre los bondis en las avenidas. Encima te hacen señas con las manos. Se piensan que los automovilistas entendemos sus señales. Cuando un auto pone el guiño, todos saben lo que significa, en cambio, en ningún lado dice que cuando el ciclista levanta la ceja izquierda va a pasarte en la bocacalle. En fin, siempre hay un imbécil en bicicleta.




jueves, 27 de mayo de 2021

El Ratón Pérez

 

Son las siete en punto de la tarde. Damián toca el timbre del piso nueve del edificio que está en Arenales y Maipú. “Ya bajo”, dice una voz femenina. Espera unos minutos más. Una mujer de unos cuarenta años le abre la puerta y lo dirige hasta el ascensor. Cruzan un par de palabras y sonríen. La mujer lo hace pasar al consultorio del doctor Pérez. Como todavía sigue la pandemia del Covid le pone alcohol en las manos, un camisolín y una cofia. Le pide la radiografía y lo hace pasar. Llegando al escritorio le pregunta qué muela se va a sacar. “La de la derecha”, le contesta. La secretaria lo hace acercarse al escritorio y le da unos papeles para firmar. Lee y se asusta un poco, sobre todo cuando dice “partes de la muela pueden llegar a ser tragadas”. Se arrepiente un poco de haber ido. Después de todo el dolor que sentía no era constante y bastante soportable. ¿Podía decir que no e irse? ¿O ya no tenía escapatoria? Decide ser valiente y pone la firma. El doctor lo llama enseguida. Eso es lo bueno de la pandemia. Ya no hay que aguardar horas en la sala de espera. Deja su mochila en un banquito y se sienta. El doctor Pérez le explica que va a sentir un tirón muy, muy fuerte, pero que no le va a doler. Le da un escalofrío. Se enjuaga la boca como le indica. El dentista acomoda el asiento y lo enceguece con la lámpara. Abre la boca y se entrega al sufrimiento. Le da un primer pinchazo que no duele tanto. De fondo se escuchan Los Piojos. Por lo menos su verdugo tiene buen gusto musical. Imagínense sacarse la muela del juicio con un hard rock. Cuando se quiere dar cuenta tiene la aguja otra vez en la boca. Ese pinchazo sí duele. Siente como el líquido se le va metiendo adentro de la encía. ”Vamos a esperar unos minutos”, le dice Pérez. Damián lo mira y trata de descifrar su apariencia debajo del barbijo y la máscara. Con el tema del Covid no tuvo una consulta previa. Fue todo por Whatsapp. Por lo tanto, estaba por escarbarle la boca alguien que ni siquiera había visto ni por foto. Una especie de cita a ciegas. O peor. Es como entrar a una habitación a tener sexo con alguien que no viste en tu vida. El dentista se acerca y dice que va a empezar. Le mete una pinza gigantesca y empieza a tirar. Siente dolor. No debería sentir dolor. Comienza a emitir sonidos para que se dé cuenta de que algo no anda bien. Me mira y me pregunta si me duele. Le dice que sí y saca la aguja de nuevo. Siente otra vez el líquido metiéndose en mi encía. Espera un minuto y empieza a tirar. Nuevamente dolor. Vuelve a gritar. Lo mira sorprendido porque todavía su boca no está dormida. “Vamos a esperar un par de minutos más”, le dice un tanto impaciente. Luego de un par de minutos vuelve a tirar, pero Damián ya no siente nada más que grandes tirones y la sangre tibia invade toda la boca. De repente el dolor aparece nuevamente, pero en el labio. Sin darse cuenta, el doctor está apretando la pinza contra su labio superior. Empieza a hacer ruidos para llamar su atención. “¿Te sigue doliendo?”, exclama algo molesto, pero cuando mira bien se da cuenta de lo que sucede. Quita la pinza, pero ya es tarde, la herida ya está hecha. Sigue escarbando un poco más y cuando Damián piensa que ya está por terminar, empieza lo peor. Los tirones cada vez se hacen más fuertes. Parece que le va a arrancar toda la dentadura. Cierra los y se retuerce de los nervios en asiento. Se agarra la ropa y respira profundamente. El dentista le dice que no tenga miedo, pero lo tiene y mucho. ¿Qué es lo que quiere de él? No pareciera una simple extracción. Siente que algo le toca la cara. Está a punto de abrir los ojos, pero justo el doctor Pérez le dice que se quedara quieto. El corazón le late muy fuerte. Hay algo que no está bien. Siente nuevamente que algo le toca la cara. Abre lo ojos y casi se muere. Tiene una rata gigantesca escarbándole la boca. Quiere gritar, pero no puede. Si se llega a mover un milímetro la pinza puede lastimarlo. Cada vez siente que sale más sangre. Pero la rata no parece darse por vencida. Quiere su muela a toda costa. ¿Qué hará con ella después? Siempre fue un misterio el porqué un ratón junta los dientes y se los lleva a cambio de dinero. ¿Le dará plata después de semejante tortura? La rata se acerca un poco más a su cara. Ya no lleva puesto ni el barbijo ni la máscara. ¿En qué momento se lo había sacado? ¿Era por eso que estaba todo tapado? Siente como su pelaje lo toca y le da un escalofrío. Que animal tan repugnante. Hubiera sido más feliz sabiendo que el ratón Pérez eran los padres. Los tirones se hacen cada vez más fuertes. Le gustaría saber qué está pasando, pero obviamente las circunstancias no le permiten emitir una sola palabra. De repente siente algo sólido rodando por su lengua y se acuerda del papel que firmó. ¿Qué pasaría si ese pedacito de muela entra en su garganta y se muere asfixiado? El susto le dura un segundo, porque la garra de la rata es más rápida y saca el pedacito antes de que pudiera caer. No cabe duda de que no piensa dejar ni un milímetro de la muela dentro de él. Siente que está adentro de ese consultorio hace horas. Está cansado y quiere que pare. En ese instante parece que sus deseos se hacen realidad. La rata suspira. Damián que está con los ojos cerrados siente un golpe. Abre un ojo y después el otro. La rata ya no está. Solo está el doctor Pérez que se ve exhausto. Le dice que sacó prácticamente toda la muela, pero que tuvo que dejar una pequeña puntita que estaba muy agarrada y que para sacarla tendría que romper el hueso y no valía la pena. Damián le pregunta si puede ver la muela extraída. El doctor le clava los ojos, pero acepta mostrársela. Lo hace de lejos. Damián se acerca para verla mejor, pero el dentista se la corre y la vuelve a poner en su lugar. Siente la boca prendida fuego. Lo que le espera cuando se vaya la anestesia. Sin dudas la otra muela que debía sacarse quedaría en el lugar. No quiere encontrarse nuevamente con esa rata inmunda. Pérez le da un papel donde están todas las indicaciones de lo que te tiene que hacer en las próximas horas y le hace una receta para unos antibióticos y un calmante. Le da las gracias mientras se saca la cofia y el camisolín y una vez que guarda todo se retira del consultorio. Antes de salir mira para atrás y lo ve al doctor Pérez mirando a la muela totalmente hechizado y a su larga cola moviéndose despacio.



jueves, 20 de mayo de 2021

Carapantalla Municipal

 ¿Ustedes se quejan de sus vidas? ¿Qué tengo que decir yo entonces? Que soy invisible. Bah, en realidad tan invisible no soy porque cuando el perrito no tiene un árbol para levantar la pata, ahí me ven perfecto. Ah y en época de elecciones ni les cuento como me ven. ¿Acaso no tienen otro lado donde escribir “Macri gato” o “Cristina chorra? Encima a veces me hacen bigotes. Muchachos, el bigote me queda horrible. Prefiero los cuernos, miren lo que les digo. Total, a mi nadie me da bola, así que menos me van a meter los cuernos. No soy como los chupetes backlights que con sus luces encandilan a todos. Encima tienen esos cristales que llueve y no les pasa nada. A mí, caen dos gotas y ya la promoción del concierto de Arjona se transforma en la octava de Rápido y Furioso. Aparte soy presa fácil para los enojados. Ven algo que no les gusta y ¡Zaz! Me arrancan el papel de un tirón ¡Qué dolor! Ya les digo. Mi vida no es nada fácil. Ojalá fuera una gigantografía, que tienen una vista bárbara. O mejor uno de los que van pegados en el vidrio de atrás del bondi. ¿Saben lo que daría por ir recorriendo los barrios de Buenos Aires? También estaría bueno ser de los que están en el subte, en el tren o en la parada del colectivo. Ahí si que te prestan atención. Imaginate que con lo mal que funciona el transporte en Argentina siempre hay demoras, por lo tanto, a la gente no le queda otra que mirarte. Aparte también podés escuchar las conversaciones de la gente. Qué divertido debe ser eso. Yo las escucho también, pero como pasan caminando rápido siempre me quedo con la intriga de cómo terminó la historia. Lo único bueno que rescato de mi vida es que el paisaje siempre me cambia a lo largo del día. Hay momentos en que pasan más autos y más personas y otras que está más tranquilo y puedo descansar. Aparte en la posición en la que estoy tengo la primicia de los choques o si un auto insulta al otro. Las gigantografías, por ejemplo, están tan alto que no ven con nitidez lo que pasa. Yo en cambio se qué auto fue el que hizo mal las cosas. A veces hasta puedo predecir cuando alguno se la va a mandar. Bueno, también me gusta cuando la gente me sonríe. Porque yo se que dije que me insultan y me escriben, pero cuando la gente ve algo que le gusta o le interesa se paran a mirarme con detenimiento y se ponen felices. Y lo mejor es cuando esas personas tienen bebés. Amo a los bebés. Duermen en cada posición los locos. Hablando de dormir, otra cosa que está buena es que a la noche yo puedo hacerlo. Otros carteles no pueden porque tienen todo el tiempo luces en la cara.  De eso siempre agradezco. ¿Saben lo que debe ser no poder decirle chau al mundo por algunas horas? ¡Terrible! Y si sigo pensando, es verdad que la lluvia arruina mis promociones, pero por lo menos puedo sentirla. Algunos no tienen ese privilegio, porque están encerrados en una cajita de cristal o bajo techo. No tienen idea lo lindo que es darse una duchita de vez en cuando. 

Bueno, pensándolo bien, tal vez exageré un poco. Se puede decir que no es tan difícil ser yo. Por lo menos no tengo que preocuparme por temas de plata, que yo sé que a ustedes los agobia mucho. Tampoco nunca nadie me va a romper el corazón ni voy a sufrir la muerte de nadie. ¡Qué triste es su vida! La verdad tienen razón, mejor síganse quejando, tal vez algún día tengan la fortuna en reencarnar en un carapantalla municipal como yo. 





miércoles, 12 de mayo de 2021

38 huevos - El final

Cuando por fin entendí que no iba a decir ni una sola palabra, me acerqué al mostrador, lo miré a los ojos y le dije "Así que no vas a hablar" y con el brazo le pegué a la pila de huevos que había. Algunos cayeron al piso. Conté tres docenas. Luego del exabrupto planificado me fui. Cuando llegué a mi casa, lloré, pero de la bronca. Me sentía humillada. ¿Cómo iba a engañarme a mí? Y encima lo peor era que era la segunda, porque la novia oficial era la otra. Y eso creo que era lo que más bronca me daba. Yo no soy la segunda de nadie. Pasaron casi dos días hasta que recibí su llamada. Dos días. A la otra le había caído en la casa el mismo día del incidente. Lo sabía porque la piba me siguió hablando. Por algún motivo se me quería hacer la amiga y por ese mismo motivo cuando le corté la amistad, ella cambió totalmente su actitud hacia mí. Pero no en ese mismo instante, sino días después cuando se enteró de que el pollero me estaba hablando nuevamente. Resulta que cuando finalmente decidí atenderlo y contestar sus mensajes, se me empezó a hacer el perro arrepentido. Como les dije, era una persona muy manipuladora por lo que, si bien no llegó a convencerme de que volviera con él, si me hizo pensar que se merecía mi perdón. Es por eso que quedamos en que iría al local a que me explicara todo lo que había pasado. Me citó a las dos y a las dos estuve puntual, pero él no estaba ahí. Mientras esperaba me llegó un mensaje de ella, muy agresivo, diciéndome que dejara en paz a su novio. La ira me subió por el cuerpo súbitamente. No solo por cómo me hablaba la piba, sino porque me estaba enterado de que habían vuelto. Una vez más había sido engañada. La segunda vez en una semana. Demasiado. Me llegó otro mensaje, pero esta vez era de él. Me preguntaba si podíamos encontrarnos a las cinco ya le había surgido “algo” y no podía llegar. Ese “algo” era ella. Le dije que estaba “ok”, que iba a ir más tarde. Lo que no le dije era lo que le esperaba cuando llegara. 


A las 16:55 empecé a caminar las cinco cuadras que separaban mi casa de la pollería. A las cinco en punto crucé la puerta del local y, como me imaginaba, no solo me lo encontré a él sino también a ella detrás del mostrador. “Esta vez vas a hablar”, le dije sin siquiera decir “hola”. “Con el local abierto no voy a hablar”, me contestó. “Si vas a hablar. Quiero que me expliques todo y quiero que lo hagas delante de ella”, le ordené. “Con el local abierto no voy a hablar”, volvió a contestar. “¿Así que con el local abierto no vas a hablar?”, le dije y automáticamente me puse a cerrar el local. Primero cerré la puerta y luego corrí las cortinas. Él respiró hondamente y salió detrás del mostrador. Ella permaneció ahí sin decir una sola palabra. Mientras terminaba de cerrar la última, él empezó a abrir el resto. Se la quise volver a cerrar, pero no me dejó. “Pará, calmate”, me dijo sin levantar ni siquiera un poco la voz. Como no me calmé nada empezamos a tironear. La ira me invadió de nuevo y no me pude contener. Solté la cortina y mi mano se dirigió a su rostro para pegarle un cachetazo. Me la detuvo. Sin pensarlo saqué la otra y le quise pegar del otro lado. Me la agarró también. Entonces, con las dos manos sujetadas, giré mi cintura y le pegué una patada en los testículos, cual burro. No le quedó otra que soltarme. Mientras iba cayendo despacio al piso le grité que no me buscara más y me di vuelta y señalando a la piba le dije “y vos tampoco”. La escena que quedó cuando me fui era digna de ser filmada, pero lamentablemente no había nadie con una cámara para grabar el momento. Después de eso, aunque no lo puedan creer, tiempo después me volvió a llamar y a convencerme de que se había equivocado y bla bla bla. Hasta volví a ir a verlo, pero no hubo ni golpes ni huevos rotos. Simplemente cuando me terminó de decir su sarta de mentiras e intentos de manipulación, me di media vuelta y me fui. A mi pesar, su local continúa en el barrio, pero él se quedó pelado. El karma. Al principio lo esquivaba yendo por otros caminos. Sin embargo, cuando sentí que todo ya estaba superado volví a caminar libre. A veces me lo cruzo y nos miramos. Me pregunto cómo recordará aquellos días. ¿Pensará que estoy loca? ¿O habrá atribuido mi ataque a mi juventud, como lo hago yo hoy en día?  No sé. Lo único que sé es que de esa relación aprendí mucho. También sé que es una anécdota que no puedo contar más, porque cada vez que alguien la escucha, inmediatamente se olvida de toda mi trayectoria amorosa. De lo único que se acuerda fue de cuando fui a la pollería y le rompí treinta y ocho huevos al pollero. 




jueves, 6 de mayo de 2021

38 Huevos II

 Al día siguiente, a pesar de que no había sido una cita ideal, lo pasé a visitar a la pollería cuando volví de la facultad y al otro día cuando volví del gimnasio. Pronto esas visitas se volvieron un ritual. Cada vez que pasaba por el negocio, entraba aunque sea un ratito a estar con él. Tanto en las citas que teníamos, como en las visitas express nos reíamos, la pasábamos bien, pero había algo que no me gustaba. Sentía que era una persona bastante manipuladora. Todo el tiempo pretendía que hiciera lo que él me pedía. Me ponía cara de pobrecito, me daba un discurso y yo se suponía que tenía que ceder. Sin embargo, como siempre tuve un carácter fuerte y sobre todo a esa edad, nunca logró imponerse sobre mi. Quizás con unos años más de experiencia hubiera huido antes, pero no lo hice. Me quedé aunque en el aire se sentía ese olor a que algo no estaba bien. Me quedé porque, aunque frente a mí tenía el claro del bosque, no lo quise ver. Resulta que en un lapso corto de tiempo (no sabría decir cuánto porque la relación en sí fue muy corta), sucedieron una serie de hechos que mirándolos desde lejos me hacen dar ganas de gritarme “Amiga date cuenta”. La cosa empezó una noche que volvía del gimnasio haciéndome mucho pis. Por eso, cuando llegué a la pollería, en vez de parar como hubiera hecho en cualquier otro momento, seguí caminando, pero vi algo extraño. Vi a una chica sentada en el cantero que estaba afuera y cuando me di vuelta, él salió del local y se sentó al lado de ella. Como pensé que era una amiga, no le di mucha importancia. Lo que sí me hizo ruido fue cuando al día siguiente lo visité y me dijo que si alguna vez lo veía con alguien en el local que no fuera cliente, que no pasara. ¿Qué clase de pedido era ese? En ese momento no dije nada, pero mi cabeza quedó recalculando. El segundo hecho que me dejó pensando fue cuando un día que estaba con él, le sonó el celular y atendió diciendo “Hola, Gordi”. ¿A quién le decía gordi? Me dijo que era la madre, pero nunca había escuchado a ningún hijo nombrar así a su mamá. Volví a hacer ojos ciegos, porque a veces el amor es creer o reventar y como yo no quería reventar, opté por creer. Después de eso hubo un último suceso, que fue el que tendría que haberme cacheteado, pero ni eso me alcanzó. Una tarde, ya que hacía un par de semanas que estábamos saliendo, le pregunté si tenía Facebook. Cómo me dijo que no, lo primero que hice cuando llegué a mi casa fue buscarlo. No tardé mucho en encontrarlo y en ver que en su foto de perfil estaba abrazado a una chica. Casi que enloquecí, pero decidí calmarme. No podía ser tan idiota de decirme que no tenía Facebook sabiendo perfectamente que lo podía encontrar. Me fijé la fecha de la foto. Era de un año atrás. Seguramente era de la ex. ¿Tenía una ex? A la noche me junté con mis amigos y le conté la situación. Todos agarraron mí teléfono y empezaron a stalkearlo. "Este Facebook está muerto", dictaminó uno de los chicos. "Esa debe ser la ex", continuó. El veredicto de mis amigos me dejó un poco más tranquila, pero las cosas no iban a quedar así. Al día siguiente, me hice la estúpida y le pregunté si había estado de novio así podía sacar cuentas. Me dijo que sí y la historia que me contó me dejó satisfecha. Error. Nunca debí haberme conformado con ese cuento barato y sobre todo cuando mi intuición me decía lo contrario.  En fin, cómo la vida se dio cuenta de que no me iba a sacar la venda de los ojos, una tarde me llegó un Whatsapp de un número desconocido preguntándome por Gastón. Antes de contestar nada pregunté quién era. "Soy la novia", me respondió y yo me quedé sin reacción. Después de hablar un poco y enterarme de que estaba de novio hacía dos años, acordamos con la chica caerle las dos juntas al negocio para ver qué decía. Cuando llegamos, me preguntó cómo lo había conocido, hacía cuánto salíamos y algunas cosas más. Ella me dijo que no era la primera vez que se lo hacía y no pude entender cómo era que seguía con él. "Yo le voy a romper algo", le dije y entramos las dos. Él nos miró incrédulo. Sus pesadillas se habían hecho realidad. Tanto él como la novia se quedaron callados. Parecía ser yo la única abatida por lo sucedido. Quise gritarle, pero no me salía hacerme la loca. Por lo que traté de hablarle en el tono más enojado que tenía. "Decile que que estamos saliendo", le empecé a "gritar". "Contame quién es ella", continué. Mientras tanto, él lo único que hacía era preparar milanesas y repetía como un loro "No voy a hablar".




jueves, 29 de abril de 2021

38 Huevos I

 

Les voy a contar algo que me pasó hace algunos años. La verdad no me siento orgullosa de lo que hice, pero me voy a justificar diciendo no solo que era chica, sino que pensaba que lo que pasaba en las películas y novelas también se podía hacer en la vida real. Aparte, ¿quién no cometió alguna locura alguna vez? Bueno, aunque tengo que decir que lo mío, en realidad, no fue un ataque de locura, sino que todo fue premeditado. En fin, se los cuento, en primer lugar, para que no les pase lo mismo que a mí, pero sobre todo para que no actúen igual que yo. 

Resulta que en el año 2012 pusieron una pollería en el barrio. Un día, volviendo del gimnasio que estaba por ahí, me percaté que el chico que atendía era muy lindo. Por lo que, cada vez que pasaba, no podía evitar mirarlo. Otro día que volvía con mis amigas en el colectivo, me hice la canchera y les dije que me lo iba a levantar. Ellas se rieron y me desafiaron a hacerlo. “En menos de un mes, voy a estar saliendo con él”, les dije y al día siguiente comencé con mi misión. Como en la puerta había un cartel que decía “Hamburguesas de pollo”, pensé que podía ser un buen anzuelo para entrar y después tener algo de qué charlar. Así fue como ingresé al local. Ese día realizamos una compra-venta habitual, con mucha amabilidad, pero sin muchas palabras. Buen comienzo. Probé las hamburguesas. No estaban mal, pero a mi no me gusta el pollo, por lo que básicamente tratar de conquistar al chico era un gran sacrificio. Volví a los cuatro días para comprar comida para mi perro y de paso le dije que las hamburguesas estaban buenísimas, para sacarle un poco de conversación. Hablamos dos minutos, pero no dejó de ser una simple visita a la pollería. Las cosas no iban a quedar así. Empecé a pasar casi todos los días por la puerta e iba a comprar cada vez que podía. Primero me empezó a saludar cada vez que me veía y después las charlas dentro del local se extendieron cada vez más. Un día me la jugué y le pregunté cómo se llamaba para que se diera cuenta de que tenía interés en él. Me sonrió, me dijo que se llamaba Gastón y me preguntó cuál era mi nombre. “Florencia”, le contesté sonriendo y festejando mi primer acierto. Después de ese día la relación cambió. Las charlas comenzaron a ser un poco más profundas y comenzamos a conocernos. En una de esas tantas charlas, me dejó muy en claro que estaba soltero, o por lo menos la cantidad de veces que enfatizó que estaba solo me hizo pensar en eso. Antes de que se cumpliera mi plazo de conquista, finalmente me invitó a salir. Me dijo que me llevaría a comer. Como en ese entonces todavía no trabajaba y no tenía plata propia, sugerí ir al Dot, que sabía que no me iba a salir un ojo de la cara, en el caso de que no me invitara él. A la noche me pasó a buscar y fuimos caminando. En el trayecto me contó que el dueño de la pollería era él. Me sorprendió porque apenas tenía diecinueve años. Ahí fue cuando me explicó que cuando era adolescente había sido jugador de fútbol y con esa plata que había ganado pudo empezar el negocio. También me dijo que no era de Buenos Aires, que hasta los doce vivió en Mar del Plata y vino acá cuando lo convocaron de un equipo. Cuando llegamos, le sugerí comer en Mcdonald's. Me preguntó si tenía doce años. Eso no me gustó. ¿Quién era él para decirme eso? No sé qué cara le habré puesto, pero me dijo que era un chiste y fuimos hasta ahí. Pedimos el combo del día y pagó él. Nos sentamos y seguimos charlando. Durante toda la cita me resaltó que no era un simple pollero. Si bien tenía cosas que me parecían atractivas, había algo en él que no me cerraba. Después de comer fuimos a la terraza. Entre risa y charla nos dimos nuestro primer beso. Besaba bien, pero fue raro. Cuando llegó la hora de volver, se largó a llover muy fuerte. Empezamos a caminar rápido y en un momento lo agarré y le di un beso. “Siempre quise dar un beso bajo la lluvia”, le dije y sonriendo me dio otro. Cuando llegamos a mi casa, nos besamos un poco más y la cosa se puso un poco intensa. Me dijo de ir a la casa y le dije que no. Lo miré a la cara y por algún motivo me dio miedo. Me siguió insistiendo, pero no logró convencerme. Me dijo que no pasaba nada, pero se lo notaba algo molesto. Nos despedimos. Entré a casa, me acosté en la cama y me puse a llorar sin razón alguna hasta dormirme.



miércoles, 21 de abril de 2021

Todos Necesitamos un Poquito de Mar

 Todos necesitamos un poquito de mar, porque el mar sana, y no solo las heridas de la piel, sino también las del alma.

Todos necesitamos un poquito de mar, porque dentro de él, no sentimos un poquito más libres.

Todos necesitamos un poquito de mar, porque sumergirse entre la espuma equivale a dejarse abrazar por la calma del universo.

Todos necesitamos un poquito de mar, porque además de tranquilidad, a veces también se necesita el sacudón de las olas. 

Todos necesitamos un poquito de mar, porque nos hace dar cuenta de cuán grande es la inmensidad del mundo y cuán chiquitos somos nosotros.

Todos necesitamos un poquito de mar porque nos recuerda que en la vida también hay momentos salados, aunque siempre tenemos la chance de superarlos. 

Todos necesitamos un poquito de mar para refrescar nuestros pensamientos.


“Todos necesitamos un poquito de mar”, repitió el jefe de la mafia, mientras tiraba al soplón por la borda. 





miércoles, 14 de abril de 2021

Catalina Te Amo - El Final

 El martes de esa semana, Ezequiel tuvo su turno con la tarotista. Le contó su problema y después de desplegar su baraja, le confirmó que no había nadie más y que Belén se había alejado porque tenía miedo de que la lastimara otra vez. “¿Otra vez? Pero si yo nunca la lastimé. De hecho, ella fue la que me lastimó a mi cuando me dejó”. “Es posible que la hayas lastimado en otra vida. ¿Por qué no te hacés una sesión de registros akashikos? Yo hago si querés. Puedo darte un turno para el viernes”, le respondió la tarotista. “Qué loco. Un compañero del trabajo me viene hablando de eso”, le dijo. “Dale, tomo ese turno”, dijo luego. Entonces, ese viernes volvió a ingresar al consultorio por más respuestas. Durante la sesión se enteró de que había compartido cinco vidas con Belén y que en todas ellas, la había lastimado de una u otra manera. Y por ese motivo en este presente, ella huía inconscientemente de él. También le contó que en la última vida en la que estuvieron juntos, él quiso redimirse. Que veía que había hecho una demostración de amor que ella no había llegado a ver. Ezequiel salió algo confundido de la consulta. ¿Cómo pudo haberla lastimado? ¿Cómo le había expresado que la quería? ¿Por qué no lo había llegado a ver? Esa noche casi que no pudo dormir. Al día siguiente fue un zombi durante toda la jornada laboral. Cuando finalizó, entró a la estación arrastrando los pies y tratando que no se le cierren los ojos. Hasta que lo vio. Miró el “Catalina te amo” que le había llamado la atención algunos meses atrás y se le iluminó la mente. Fue como si su yo de otra vida le hubiera susurrado la respuesta al oído. Abrió su mochila y la revolvió un poco hasta que encontró un marcador. Le sacó la tapa y escribió con cuidado en la pared. Se sentó a esperar y rezó para que ocurriera el milagro. Cuando el tren ingresó al andén, el corazón casi se le salió de cuerpo. Las puertas se abrieron y ahí estaba. Bajó del vagón y leyó “Belén te amo” y mientras tanto Ezequiel veía como una sonrisa se le dibujaba en el rostro.