miércoles, 12 de mayo de 2021

38 huevos - El final

Cuando por fin entendí que no iba a decir ni una sola palabra, me acerqué al mostrador, lo miré a los ojos y le dije "Así que no vas a hablar" y con el brazo le pegué a la pila de huevos que había. Algunos cayeron al piso. Conté tres docenas. Luego del exabrupto planificado me fui. Cuando llegué a mi casa, lloré, pero de la bronca. Me sentía humillada. ¿Cómo iba a engañarme a mí? Y encima lo peor era que era la segunda, porque la novia oficial era la otra. Y eso creo que era lo que más bronca me daba. Yo no soy la segunda de nadie. Pasaron casi dos días hasta que recibí su llamada. Dos días. A la otra le había caído en la casa el mismo día del incidente. Lo sabía porque la piba me siguió hablando. Por algún motivo se me quería hacer la amiga y por ese mismo motivo cuando le corté la amistad, ella cambió totalmente su actitud hacia mí. Pero no en ese mismo instante, sino días después cuando se enteró de que el pollero me estaba hablando nuevamente. Resulta que cuando finalmente decidí atenderlo y contestar sus mensajes, se me empezó a hacer el perro arrepentido. Como les dije, era una persona muy manipuladora por lo que, si bien no llegó a convencerme de que volviera con él, si me hizo pensar que se merecía mi perdón. Es por eso que quedamos en que iría al local a que me explicara todo lo que había pasado. Me citó a las dos y a las dos estuve puntual, pero él no estaba ahí. Mientras esperaba me llegó un mensaje de ella, muy agresivo, diciéndome que dejara en paz a su novio. La ira me subió por el cuerpo súbitamente. No solo por cómo me hablaba la piba, sino porque me estaba enterado de que habían vuelto. Una vez más había sido engañada. La segunda vez en una semana. Demasiado. Me llegó otro mensaje, pero esta vez era de él. Me preguntaba si podíamos encontrarnos a las cinco ya le había surgido “algo” y no podía llegar. Ese “algo” era ella. Le dije que estaba “ok”, que iba a ir más tarde. Lo que no le dije era lo que le esperaba cuando llegara. 


A las 16:55 empecé a caminar las cinco cuadras que separaban mi casa de la pollería. A las cinco en punto crucé la puerta del local y, como me imaginaba, no solo me lo encontré a él sino también a ella detrás del mostrador. “Esta vez vas a hablar”, le dije sin siquiera decir “hola”. “Con el local abierto no voy a hablar”, me contestó. “Si vas a hablar. Quiero que me expliques todo y quiero que lo hagas delante de ella”, le ordené. “Con el local abierto no voy a hablar”, volvió a contestar. “¿Así que con el local abierto no vas a hablar?”, le dije y automáticamente me puse a cerrar el local. Primero cerré la puerta y luego corrí las cortinas. Él respiró hondamente y salió detrás del mostrador. Ella permaneció ahí sin decir una sola palabra. Mientras terminaba de cerrar la última, él empezó a abrir el resto. Se la quise volver a cerrar, pero no me dejó. “Pará, calmate”, me dijo sin levantar ni siquiera un poco la voz. Como no me calmé nada empezamos a tironear. La ira me invadió de nuevo y no me pude contener. Solté la cortina y mi mano se dirigió a su rostro para pegarle un cachetazo. Me la detuvo. Sin pensarlo saqué la otra y le quise pegar del otro lado. Me la agarró también. Entonces, con las dos manos sujetadas, giré mi cintura y le pegué una patada en los testículos, cual burro. No le quedó otra que soltarme. Mientras iba cayendo despacio al piso le grité que no me buscara más y me di vuelta y señalando a la piba le dije “y vos tampoco”. La escena que quedó cuando me fui era digna de ser filmada, pero lamentablemente no había nadie con una cámara para grabar el momento. Después de eso, aunque no lo puedan creer, tiempo después me volvió a llamar y a convencerme de que se había equivocado y bla bla bla. Hasta volví a ir a verlo, pero no hubo ni golpes ni huevos rotos. Simplemente cuando me terminó de decir su sarta de mentiras e intentos de manipulación, me di media vuelta y me fui. A mi pesar, su local continúa en el barrio, pero él se quedó pelado. El karma. Al principio lo esquivaba yendo por otros caminos. Sin embargo, cuando sentí que todo ya estaba superado volví a caminar libre. A veces me lo cruzo y nos miramos. Me pregunto cómo recordará aquellos días. ¿Pensará que estoy loca? ¿O habrá atribuido mi ataque a mi juventud, como lo hago yo hoy en día?  No sé. Lo único que sé es que de esa relación aprendí mucho. También sé que es una anécdota que no puedo contar más, porque cada vez que alguien la escucha, inmediatamente se olvida de toda mi trayectoria amorosa. De lo único que se acuerda fue de cuando fui a la pollería y le rompí treinta y ocho huevos al pollero. 




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