martes, 18 de julio de 2023

Ya va a llegar


24 de noviembre de 2011. El día anterior habíamos terminado el último año del secundario y para celebrar, con algunas chicas del curso, decidimos ir a la fiesta de egresados de uno de los colegios que había ido con nosotros a Bariloche. Nos juntamos a hacer previa en lo de una de ellas. Comenzamos a tomar y a contar anécdotas de lo que había sucedido a lo largo del año. Llegado un instante de la noche, el alcohol ya había hecho de las suyas y completamente desinhibidas y, sin ningún motivo, nos sacamos las remeras para quedarnos en corpiño. Sin embargo, cuando estábamos en pleno momento de libertad femenina, los remises que habíamos pedido para trasladarnos de Florida a San Martín (donde era la fiesta) tocaron el timbre. Nos cambiamos rápido y bajamos. Antes de subir, acordamos que volveríamos todas juntas ya que la zona no era para andar solas. 


Cuando llegamos a la fiesta, nos terminamos separando. Yo terminé solo con dos amigas, pero aún así la pasamos muy bien. Bailamos mucho, hicimos sociales y cómo todavía éramos muy jóvenes nos quedamos hasta que cerró el boliche y nos echaron a todos. El problema comenzó cuando buscamos al resto del grupo y no encontramos a nadie. Enviar un Whatsapp no era una opción porque todavía no existía. Entonces, de repente, nos encontramos las tres en el medio de San Martín sin saber dónde estábamos paradas a las seis de la mañana porque los celulares de esa época no tenían Internet y no se solía llevar la guía T al boliche.


Nos acercamos a una remisería que había en la esquina, pero claramente no había ni un solo auto. Aclaro que Uber tampoco existía. Nos quedamos paradas, con el primer sol de la mañana dándonos en la cara, sin saber qué hacer. Hasta que por fin alguien nos indicó que el 161 (que pasaba por mi casa), paraba en la otra esquina. Esperamos un buen rato hasta que finalmente llegó y nos subimos. Pasamos por toda la zona de fábricas, vimos subir a los que iban a trabajar y dimos mil vueltas hasta que por fin llegamos a una zona que conocía. 


Viajamos un poco más hasta que llegué a mi parada y me bajé. Mis amigas debían seguir unas diez cuadras más hasta Avenida Maipú donde tenían que tomarse los colectivos que las llevaban hasta Olivos y Munro. Yo por algún motivo que desconozco hasta el día de hoy, me bajé del colectivo y fui corriendo tres cuadras desde la parada a mi casa. Me puse el pijama y directamente morí de cansancio ya que eran como las siete de la mañana. Una o dos horas después siento que suena el celular. Era la mamá de mi mejor amiga que me preguntaba si sabía dónde estaba su hija porque todavía no había llegado. Yo muy dormida y todavía un poco borracha, no entendía mucho qué estaba pasando. Le respondí que ya iba a llegar y me volví a dormir (qué amiga, ¿no?). 


Al rato me desperté de nuevo y caí en la cuenta de la situación. La llamé desesperada a mi amiga, que por suerte ya estaba sana y salva en su casa, y me enteré de todo lo que le había sucedido. Resulta que cuando se subió a su colectivo, tenía pocas monedas (no, la SUBE tampoco estaba en auge en ese momento) y le pidió al chofer $1,10, cuando para llegar a su casa necesitaba un boleto de $1,25. Como en su cabeza el chofer la iba a descubrir y la iba a bajar del bondi, se hizo la dormida, pero claramente después de la noche que habíamos pasado se quedó dormida de verdad y cuando se despertó, estaba en el medio de Villa Adelina. Y ella, en vez de avisarle al chofer, decidió bajarse en el medio de la nada. Monedas para tomarse un colectivo de vuelta no tenía y como siempre le pasaba, estaba sin saldo en el celular para llamar a sus papás. Por suerte, no pasó mucho tiempo hasta que su papá la ubicó y la fue a buscar. Y obviamente, como toda situación que podría haber terminado mal, pero terminó bien, se convirtió en una anécdota de la que nos reímos hasta el día de hoy y la frase “ya va a llegar” quedó inmortalizada para toda la vida. 




 

miércoles, 7 de junio de 2023

Eduardo, vení a bucar a Juan Cruz - El final

La banda

Me llamo Gustavo y me dedico a la música hace treinta años. Siempre soñé con consagrarme y que todos me conozcan, pero los que estamos metidos en este mundo sabemos como solo muy pocos son los que llegan. Estuve en muchas bandas, toqué en bares, en teatros chicos, en eventos y, solo de hobbie, en algunas plazas porteñas. Aquel domingo me levanté temprano, me hice unos mates, leí el diario y después de almorzar nos juntamos con la banda en San Telmo para animar un poco a los turistas. Acomodamos todos los instrumentos sin apuro y empezamos con algunas canciones del Flaco, fuimos pasando por diferentes artistas: Charly, Fito, Pappo. Los clásicos que a todos les gustan. Además, cuando ya teníamos a la gente cautivada, tocamos algunos temas propios que fueron bien recibidos. La gorra se iba llenando de a poco, aunque nosotros tocábamos más por placer que por la plata.


En un momento vi a lo lejos a un nene llorando. Una pareja se le acercó y después de hablar unos minutos con él, el hombre lo subió a los hombros y todos empezaron a aplaudir como si estuvieran en la playa. Me daba mucha pena porque el nene no paraba de llorar. Me hizo acordar a una vez que de pibe me perdí. Es desesperante no saber donde están tus papás. Por lo tanto, le hice una seña al flaco para que se acercara con el chico y le pregunté cómo se llamaba y a quién estaba buscando. “Me llamo Juan Cruz y mi papá se llama Eduardo, me respondió entre sollozos. Y entonces mis dedos empezaron a tocar las cuerdas de mi guitarra sin un rumbo fijo. Salieron los primeros acordes y empecé a cantar “Eduardo, vení a busca a Juan Cruz”. No sé cómo me salió ese ritmo, pero la banda lo enganchó al toque y todos los que nos estaban mirando empezaron a corear la canción.


Al cabo de unos diez minutos apareció el padre. Se acercó hasta el escenario riéndose, andá a saber de qué. Tal vez eran los nervios por tanta exposición. Finalmente se abrazaron y se fueron de la mano. Mientras tanto el público no paraba de aplaudir. Cuando terminó el día, volví a casa y el teléfono empezó a explotar de mensajes. Resulta que alguien había filmado todo la situación de la canción para encontrar al padre del pibe y se volvió viral. No había persona que no cantara “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. No lo podía creer. Igualmente lo mejor pasó al día siguiente. Como el video llegó hasta la televisión, nos llamaron de varios canales para hacernos entrevistas. También firmamos un contrato para que nuestro tema sea la melodía de una publicidad de Anaflex y nuestros temas empezaron a tener un montón de reproducciones en Spotify. Yo no sé cómo habrá terminado la historia de Eduardo y Juan Cruz. Probablemente la madre del chico lo haya terminado castrando al padre cuando se enteró, pero en lo que respecta a nosotros, nos volvimos un éxito. 





lunes, 29 de mayo de 2023

Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz II

 Eduardo


Yo sé que muchos padres me van a entender porque ser padre no es fácil y mucho menos ser padre separado. Aquel fin de semana mis intenciones fueron las mejores. Sabía que mi hijo no estaba pasando un buen momento a raíz de la separación de sus papás y por eso se me ocurrió llevarlo a pasar el día del niño a Buenos Aires porque sabía que él deseaba mucho conocer el Obelisco. El sábado salió todo fantástico. Paseamos por Palermo y Recoleta y por supuesto terminamos comiendo una pizza de Guerrín con el Obelisco de fondo. Me acuerdo de que le pregunté si al final Ramiro tenía razón y era mucho mejor que el Monumento a la Bandera. Me contestó que era diferente. Que como estructura el Monumento a la Bandera le ganaba por goleada. Que no se podía comparar un palo con punta con un conjunto de cemento que desde el cielo formaba un barco. Pero que lo que tenía de especial el Obelisco era toda la mística de alrededor. Las luces, la gente caminado, los autos, los edificios. El conjunto era una obra de arte. Claramente lo dijo con palabras de un niño de diez años, pero básicamente el concepto fue ese.


A la noche nos dormimos ni bien tocamos la almohada, estábamos muertos. Al día siguiente nos levantamos temprano y fuimos hasta La Boca. Recorrimos Caminito, le mostré la Bombonera y nos mandamos terrible milanesa a la napolitana con papas fritas. Después de descansar un rato, nos fuimos a San Telmo. Quizás no era un plan muy divertido para un nene, pero yo amo las antigüedades y no hay mejor lugar para verlas que en San Telmo. Nos metimos en el mercado aunque estaba lleno de gente y me enamoré de cada cosa que vi. Sin embargo, se robó mi corazón una lámpara que era igual a una que tenía en mi casa cuando era chico y que había pertenecido a mi abuela. No la quería, la necesitaba y estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por ella.


Me empecé a acercar al puesto con Juan Cruz, pero había tanta gente que me lo aplastaban al pobre pibe. Por lo tanto, le pedí que se quedara parado al lado de una columna que había por ahí y donde lo podía ver desde cualquier ángulo. Finalmente llegué al puesto y pregunté el precio de la lámpara. Doce mil pesos. Ni lo dudé. Saqué mi tarjeta y se la pagué de un saque. Me fui embobado mirando mi lámpara. Y no, no es que me lo olvidé a Juan Cruz. Fueron unos segundos de distracción nomás. Si alguno de acá es padre saben que esas cosas pasan. A todos en algún momento les pasó que se distrajeron y cuando volvieron en sí el pibe estaba metido en el barro hasta el cuello o comiendo la comida del perro. Somos humanos y no hay un manual sobre cómo ejercer la paternidad. Así que la cosa se pone difícil a veces.


La cuestión es que fueron unos segundos de distracción. Unos pasitos que dí demás, pero me di cuenta al toque que me faltaba mi hijo. Lo que pasa es que cuando me dí vuelta para buscarlo en la columna donde lo había dejado, él ya no estaba. El corazón se me subió a la boca y casi se me salió del cuerpo. Se me cortó la respiración cuando vi esa columna vacía. Empecé a mirar para todos lados y a gritar el nombre de Juan Cruz. Le pregunté a todo el mundo si lo habían visto y nada. Me empecé a reir. Algunas personas cuando están nerviosas se van por el inodoro, otra se ponen a llorar desesperadamente. Bueno, yo cuando me pongo nervioso me rio. He llegado a reirme a carcajadas en situaciones terribles. Es algo que no puedo controlar. Me senté en un banco y me agarré la cabeza. No podía creer que había perdido a mi hijo. Traté de calmarme para poder pensar mejor y encontrar una manera de encontrarlo. Por un momento se me cruzó por la cabeza que alguien lo podía haber raptado. El corazón se me frenó por un segundo.


De repente empecé a escuchar música y aplausos. Pensé que era un simple show en la plaza, pero de a poco pude distinguir la letra. “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”, entonaban con un ritmo rockero. No podía ser, aunque tampoco podía ser tanta coincidencia. Me paré sin darme cuenta que había dejado la lámpara en el banco, y me acerqué despacito hasta donde estaba todo el alboroto. A lo lejos pide ver que había un nene en los hombros de un hombre y que todo el mundo estaba coreando “Eduardo, vení  buscar a Juan Cruz”. Me empecé a reir otra vez de los nervios. Me acerqué un poco más y ya no cabían dudas, el que estaba en los hombros de aquel hombre era Juan Cruz. Me acerqué riendome, no podía controlarlo, y le di un abrazo a mi hijo. Le agradecí a todos por haberlo encontrado y nos fuimos rápido porque me daba mucha vergüenza la situación que estaba viviendo. Juan Cruz no me decía nada, me miraba con odio, pero sin decir una palabra. De repente veo el banco donde estaba sentado y la lámpara que seguía ahí. Corrí hacia ella y la agarré. Solo bastó tocarla para largarme a llorar. No sabía cómo pedirle perdón a mi hijo por haberlo perdido. Por suerte el chico se apiadó de mí y me dio unas palmadas en la espalda. “No te preocupes, pa. Olvidémonos de esto. Comprame algo rico para comer en compensación y asunto terminado”. Me hizo reir, la extorsión no podía faltar. Le pedí que por favor no le dijera nada a su madre. Que lo ocurrido fuera un secreto nuestro. También le prometí que, además de comprarle algo rico, le iba a comprar el jueguito de play que me había pedido por haberle hecho pasar un mal momento.


A eso de las seis llegamos de nuevo al hotel. Yo me había quedado sin batería, entonces enchufé el teléfono para ver si me había llegado algún mensaje. QUINCE LLAMADAS PERDIDAS DE MI EX TENÍA. Resulta que alguien había filmado la situación en la plaza donde todos coreaban nuestro nombres y se había hecho viral en cuestión de minutos. La madre de Juan Cruz casi me mató. No sé todo lo que me dijo. Nunca la había escuchado tan enojada. La quise ablandar diciéndole que ella una vez también lo había perdido en la plaza unos años atrás, pero me retrucó diciendo que a ella nadie le había compuesto una canción ni habían hecho un video que se viralizó por todo el país. En eso tenía razón. Le iba a decir que en ese momento no existían los celulares con cámara, pero me pareció mejor quedarme callado. Cuando volvimos a Rosario, tuve que escucharla de nuevo, pero en persona. Y no solo a ella, el lunes me tuve que bancar a todos mis compañeros del trabajo cantándome sin parar “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. La letra era tan pegadiza que al final del día hasta yo la tarareaba. Por suerte la tortura duró solo un par de semanas, hasta que otro video se hizo viral y se olvidaron de mí. Bah, olvidarse es un decir, porque hasta el día de hoy, esa sigue siendo la anécdota estrella de cada juntada. Lo único bueno de todo esto es que, después de mucho tiempo de estar enojada conmigo, la mamá de Juan Cruz aflojó y logré conquistarla de nuevo. 





domingo, 21 de mayo de 2023

Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz I

 Juan Cruz


Todos tienen algún recuerdo de la infancia que los marcó de por vida. Ese recuerdo que no importa los años que pasen, siempre se va a contar en las reuniones familiares y te va hacer dar ganar de meterte en el baño y no salir hasta que hayan terminado. Bueno, yo no solo tengo uno, sino que tengo uno icónico que no solo lo recuerda mi familia sino toda la Argentina. 


Resulta que cuando tenía diez años mis viejos se separaron. Si bien se separaron en buenos términos y no hubo ningún problema al respecto, no dejó de ser una situación bastante angustiante para mí. Creo que uno nunca está preparado para que sus papás se separen. La cuestión es que para levantarme el ánimo, mi papá decidió llevarme a Buenos Aires (nosotros somos de Rosario) a pasar el Día del Niño porque yo siempre hinchaba con conocer el Obelisco porque Ramiro, un compañero del colegio que venía de allá, decía que era mucho mejor que el Monumento a la Bandera. Salimos el sábado temprano para pasar todo el fin de semana. Luego de unas horas de viaje, llegamos a un hotel que quedaba por Palermo. Ese día recorrimos por ahí, pasamos por Recoleta y obviamente terminamos comiendo una pizza en Guerrín con el Obelisco de fondo. Fue un día increíble. Lástima que no puedo decir lo mismo del día siguiente. Bah, al principio arrancó todo bárbaro. Nos fuimos hasta La Boca, recorrimos Caminito. Nos comimos una milanesa increíble y conocimos La Bombonera. Después a mi papá se le ocurrió ir a San Telmo. Tiene una obsesión por los objetos viejos. Así que el Mercado de San Telmo fue una parada obligatoria. Me acuerdo que me dijo que tuviera mucho cuidado con mis cosas porque robaban mucho por ahí. JA. Qué lindo hubiera sido si él hubiera tomado su propio consejo. ¿Pueden creer el tipo me perdió? Sí, como están leyendo. ME PER DIÓ. Y encima lo peor que es el día de hoy que sigue diciendo que yo me fui. Pero no. Lo que pasó es que íbamos por los pasillos del mercado. Estaba lleno de gente y creo que hasta estaban los fantasmas, dueños de todas esas antigüedades.


En un momento, mi papá vio una lámpara horrible en uno de los puestos, pero había tantas personas que era un poco difícil llegar hasta ella. Me pidió que me quedara un minuto parado donde estaba que iba a preguntar el precio. Y eso hice. Me quedé ahí y no le saqué la vista de encima. Vi como se acercaba al puesto esquivando gente. Vi cómo le preguntaba el precio de la lámpara. Vi como sacaba la billetera y le pagaba. Y vi como se iba del puesto admirando lo que acababa de comprar. Suspiré y lo seguí. Le pegué el grito, pero ni bola. Estaba tan embobado con su nueva adquisición que se había olvidado completamente de mí. Empecé a caminar más rápido para alcanzarlo, pero había tanta gente que lo perdí de vista. Lamentablemente mi viejo no es un tipo alto como para encontrarlo fácil por lo que terminé perdiéndolo de vista. Obviamente me envolvió la desesperación.


Estaba perdido en un lugar que no conocía, en una ciudad que no era la mía y sin celular porque en esa época todavía no tenía uno. Me largué a llorar como si no hubiera un mañana. Porque podría haberme guardado las lágrimas, pero desde chiquito mi mamá me enseñó que los hombres sí lloran y yo en ese momento necesitaba llorar con mucha fuerza. Bastaron solo unos minutos de llanto para que un matrimonio se me acercara a preguntarme qué me pasaba. Les conté que había perdido a mi papá y luego de describirlo lo comenzamos a buscar por la plaza principal. Nada. Como pasaba el tiempo y no aparecía, el señor que estaba conmigo me levantó en sus hombros y empezó a aplaudir como si estuviera en la playa. El resto de la plaza lo siguió.


Mi papá siguió sin aparecer. ¿Dónde se había metido? De a poco empecé a perder las esperanzas de encontrarlo. Ya me veía en un orfanato solo y muerto de hambre. Me puse a llorar peor. Entonces, el cantante que estaba musicalizando la tarde paró todo y me preguntó cómo me llamaba yo y cómo se llamaba mi papá. No sé cómo hizo, pero en dos segundos se armó un tema que terminó siendo el hit del año: “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. Lo van a encontrar en Youtube si lo buscan. También van a ver cómo medio San Telmo la cantaba y mi papá, que andá a saber dónde estaba (porque nunca me supe dónde se había metido), no aparecía. Después de como diez o quince minutos apareció riendose y me abrazó. Obviamente hubo una ovación del público y la banda se consagró por temón. Yo, por mi parte, me sentía muy enojado. Era su único hijo, ¿cómo me iba a perder así? Solo se me pasó el enojo cuando después de salir de la muchedumbre mi papá se largó a llorar con la lámpara que se había comprado en la mano. Me pidió perdón y me abrazó de nuevo. Yo lo abracé más fuerte porque sabía que en realidad había sido todo un desborde por lo que sentíamos a causa de la separación. Cuando nos calmamos, fuimos a tomar un helado y me pidió que por favor no le contara nada a mi mamá. Que fuera un secreto entre nosotros. Obviamente mi video se hizo viral y antes de que llegáramos al hotel mi papá tenía quince llamadas perdidas de mi mamá. No sé todo lo que le habrá dicho, pero perdonar lo terminó perdonando porque hoy en día, después de quince años están juntos otra vez.





jueves, 2 de marzo de 2023

Coco, campeón del mundo - El final

Caminamos hasta el subte (pasamos previamente por el kiosko a comprar cerveza y cigarrillos para Gaby). La calle era puro festejo. Todos cantando y vistiendo los colores de la bandera. Subimos al subte y los cantos siguieron durante todo el viaje. Aproveché que unas chicas se estaban pintando la cara y les pregunté si me pintaban a mí también. Por suerte dijeron que sí sin problemas. Nos bajamos en Callao porque la formación no llegaba hasta la 9 de Julio. De hecho creo que ese fue el último que salió. Si en Villa Urquiza había mucha gente, no se pueden imaginar lo que eran las calles del centro. Caminamos hasta que al fin llegamos. Había gente por todos lados, en la calle, en la vereda, en los árboles, arriba el techo del metrobus y hasta arriba de las lámparas. No sé por qué los argentinos tienen esa necesidad de subirse a lugares altos para festejar. Nos compramos una cerveza más, y nos quedamos mirando todo. Le dije a Gaby que era algo que no nos íbamos a olvidar más. Y espero que así sea. Nos quedamos ahí un buen rato y después nos desplazamos, no me acuerdo por qué. En el medio encontramos un grupo de chicas haciendo carpita para hacer pis. Gaby aprovechó la voleada. Yo no pude, aunque mi vejiga ya me estaba pidiendo liberación. Dimos la vuelta y llegamos al teatro Colón, al que le habían colgado una camiseta gigante de Argentina que decía “campeones”. Avanzamos por la 9 de julio, cantando y saltando. En el medio nos encontramos a un excompañero del colegio que nos dio un abrazo. A eso de las ocho le dije a Gaby que ya era hora de pegar la vuelta, pero no quiso. Le insistí un poco más y nada. Mi vejiga no iba aguantar mucho más. Por suerte en un momento me dijo si quería ir al MC a hacer pis. Le dije que sí, así que avanzamos un poco más hasta Corrientes. Era imposible cruzar para el otro lado. Entonces encaramos por la calle de los teatros en dirección a nuestra casa. Por mis adentros me alegré porque nos estábamos alejando, lo que significaba que ya era hora de volver, aunque esos no eran los planes de Gaby. Cuando se dio cuenta y se resignó, me dijo que hiciéramos la cola para entrar a una pizzería así podía hacer pis finalmente. Por suerte, si bien la cola era larguísima, iba superrápido. Por lo tanto, después de unos quince minutos de espera pude liberar la vejiga. Aprovechamos para comer algo ya que lo último que habíamos ingerido eran los quesos del mediodía. Lamentablemente solo aceptaban efectivo y nuestro capital era de quinientos pesos. Por lo tanto, solo pudimos comprar una porción de muzzarella para cada una. Suficiente para engañar el estómago por un rato. Salimos de la pizzería y comenzamos a caminar porque no había ningún medio de transporte. ¿Llegaríamos hasta Villa Urquiza? En el medio del camino me mensajeé con Silva, mi mejor amigo que también había ido a festejar, pero con el cual no pudimos encontrarnos en el Obelisco porque había tanta gente que no teníamos señal. Me dijo que estaba cerca de donde estábamos nosotras. Por lo tanto, decidimos esperarlo. Vino con otro compañero del colegio, que nos despidió en ese punto porque su familia lo estaba esperando. Caminamos, caminamos y caminamos. Yo ya estaba cansada, tenía sed y hambre así que lo llamé a Martín para que nos viniera a buscar. Me dijo que sigamos caminando por Corrientes, que en algún momento nos iba a cruzar. Eso hicimos. Mientras tanto Silva y Gaby hablaban de bandas y programas que les gustaba y de los cuáles yo no tenía ni idea de su existencia. A medida que nos alejábamos, la gente disminuía, pero la ciudad seguía con el mismo espíritu. Finalmente encontramos a Martín y a Galán en el camino. Lo abracé y le di un beso ya que no habíamos podido festejar juntos. Nos subimos al auto y decimos hacer un automac, pero cuando llegamos había una cola kilométrica de autos. Entonces nos fuimos a comer una pizza cerca de nuestro colegio. En la mesa se pusieron a hablar de lo que fue el mundial. Yo me hundí en mis pensamientos. Cuando terminó la cena, cada uno se fue para su casa. Lamentablemente al día siguiente no fue feriado como todos deseábamos, pero fue un día totalmente improductivo. Toda la Argentina se pasó mirando fotos y videos de lo que había sido el día anterior. Por suerte sí fue feriado al día siguiente porque llegaban los jugadores y al presidente le pareció que el pueblo se merecía salir a festejar con ellos. La idea del martes 20 de diciembre, era que la selección diera una vuelta por toda la ciudad arriba de un micro descapotable. Digo era, porque hubo tanta, pero tanta gente (5 millones de personas específicamente), que el micro solo pudo avanzar 20 kilómetros en cuatro horas. El equipo se terminó yendo en helicóptero a la AFA después de que dos flacos saltaran al micro desde un puente. Uno cayó adentro y el otro terminó en el asfalto. Lo mejor que quedó de ese día fueron los videos y los memes. Ver a semejante cantidad de gente fue impresionante. Ver a Scaloni borracho, muy gracioso. Los memes creo que nunca terminaría de mencionarlos, pero principalmente fueron sobre cómo se quemaron los jugadores por no haberse puesto protector solar. A eso de las cinco de la tarde la gente se empezó a desconcentrar y de a poco se terminaba la emoción de los últimos días. Cuando llegó la noche, Coco que todavía estaba en la Tierra, se sintió conforme por lo vivido y decidió que ya era hora de partir. Recorrió la casa una vez más, subió para darle un último beso a Gaby y se fue caminando despacito al paraíso de los perros. 



domingo, 26 de febrero de 2023

Coco, campeón del mundo VI

 Antes de ir a lo de Gaby pasamos por el chino con Martín. La cola para la caja era kilométrica, pero logramos llegar a tiempo a nuestras respectivas sedes. Cuando entré al departamento, se sintió un gran vacío. La falta de Coco se notaba demasiado. Saludé a los gatos, pero claramente no era lo mismo. Me faltaban esos ojos saltones pidiendo queso y ladrando sin parar. Traté de no pensar en él, metí las cervezas en el freezer y ayudé a Gaby a terminar de cortar los quesos.

Un ratito antes de las doce, ambos equipos se formaron en la puerta del estadio y salieron al campo de juego. Lali cantó nuestro himno y una francesa cantó la Marsellesa. Una vez terminada la ceremonia de presentación, los jugadores se prepararon y a las doce en punto sonó el pitido del árbitro. No abrí enseguida el libro. Primero comí nerviosamente todo lo que había en la mesa y tomé agua. El partido estaba siendo verdaderamente emocionante. Los jugadores estaban prendidos fuego. Se notaba que querían ganar. A los 23 minutos Messi metió el primer gol que vimos con el delay de siempre. Celebramos y abrí el libro para dejar de comer. Me puse a leer, pero fue demasiado difícil concentrarme. Sobre todo porque a los 36 minutos Di María hizo el segundo gol. El estadio estalló y me emocioné. A Gaby le empezaron a caer lágrimas y a mí también cuando la vi porque sabía que ese llanto no era por el partido. Traté de alentarla diciéndole que íbamos ganando porque no sabía si quería que la viera así o no. El partido siguió un rato más hasta que llegó el entretiempo. Esta vez no hubo cambio a mesa dulce por la hora que era, pero sí me serví un vaso de cerveza. Como siempre abrí Twitter y le empecé a mostrar a Gaby todos los memes divertidos que encontraba. El partido empezó nuevamente y me serví más cerveza. Los jugadores seguían con el fuego intacto, o por lo menos hasta el minuto 86 en el que Mbappé metió el primer gol para la selección francesa. Y encima la cosa no terminó ahí. A los dos minutos de ese gol, el maldito tortuga ninja metió el segundo. La selección quedó totalmente desestabilizada y nosotras sin poder creer lo que estaba pasando. Me tomé rápido la cerveza porque me di cuenta que en ningún otro partido había tomado alcohol. También me acosté nuevamente en el sillón y me puse a leer. No podíamos perder. Además mi vidente personal me había dicho unas horas antes que éramos campeones. Finalmente, el partido terminó 2 a 2, lo que significaba ir al alargue. Creo que hablo por toda la Argentina si digo que éramos un manojo de nervios. El partido inició nuevamente y a los 108 minutos Messi metió un segundo gol, solo que tardamos un poco en entender que habíamos marcado porque fue de esos goles que se hacen muy cerca del arco y había uno, que no era el arquero, metido adentro y la sacó. Aparte los gritos del edificio de enfrente no llegaron inmediatamente. Gaby se quedó congelada con la mano estirada y yo no paraba de preguntarle si había sido gol. Cuando reaccionó me contestó que sí y nos abrazamos. Gaby empezó a llorar nuevamente y la abracé más fuerte aún. Yo también lloré un poco. Qué cerca estábamos de la copa. Igualmente la alegría duró poco. A los diez minutos los franceses nos metieron otro gol. Íbamos empatados. La desesperación de todos era absoluta. Cuando lo enfocaban a Scaloni se notaba que le estaba por agarrar un infarto. Quería abrazarlo a él también. A los 102  minutos, cuando ya faltaban segundos para terminar el partido, Francia pateó al arco. La hinchada ya estaba lista para meterse en la cancha para celebrar, pero el Dibu estiró su pierna y la sacó. Festejamos como si hubiéramos ganado, aunque en realidad nos estábamos yendo a penales. Lamenté haberme puesto el short que tenía. La última vez que me lo había puesto fue cuando llegamos a penales con Holanda en cuartos de final, pero quise usarlo igual porque si ganábamos e íbamos al Obelisco iba a ser más cómodo que un vestido.


Comenzó el tiempo de penales. El primero en patear fue Mbappé. Gol, pero por muy poquito. Messi fue el segundo.Gol. El tercero fue el número 20 de Francia. Dibu lo atajó y el estadio se volvió loco, al igual que él. El cuarto fue Dybala. Gol. Qué cerquita estábamos por Dios. El quinto en patear fue el 8 de Francia que le erró. ¿Cuánto faltaba para ganar? Paredes pateó el sexto e hizo gol. ¿Cómo era que todavía no estábamos festejando? El séptimo fue para la selección francesa. Antes de patear, el Dibu se hizo el vivo y terminó con una amarilla, pero eso lo vimos después, en la repetición. Gol.  Quedaba un gol más. Si Montiel lo metía, éramos campeones del mundo. Todos los jugadores estaban abrazados y el resto del mundo paralizado. ¿Finalmente se rompería la maldición y levantaríamos la copa? Los segundos que tardó en patear esa pelota fueron eternos, pero valieron la pena. Esa pelota entró y por primera vez en mi vida vi a Argentina campeón del mundo. Los jugadores y el cuerpo técnico entraron inmediatamente a la cancha. Con Gaby nos abrazamos nuevamente y empezamos a llorar. La emoción era infinita. Miro el video para recordar y me vuelvo a emocionar. Reíamos y llorábamos en loop. La cámara enfocaba a la tribuna y estaban todos igual. No lo podíamos creer. Fui a agarrar más cerveza. Ahora sí era momento de festejar. Gaby la llamó a Nati que estaba en Salta. Estaba igual de emocionada que nosotras. Éramos campeones del mundo. Nos quedamos mirando la tele. Cada segundo tratábamos de guardarlo en nuestra memoria. Queríamos salir corriendo a festejar, pero no podíamos no ver a Messi levantar la copa. Nos servimos más cerveza. Primero les dieron las medallas a los franceses. Después le dieron el premio al Dibu por ser el mejor arquero. Pueden googlear fotos de ese momento. Después le dieron un premio a Enzo Fernández por ser el más joven y uno a Mbappé por ser el goleador. Por último, Messi fue a buscar su premio del mejor jugador del mundial. Una vez que lo recibió, se acercó a la copa y le dio un beso. Luego de las fotos, comenzaron a llamar de a uno a los jugadores argentinos para darles sus medallas. Messi fue el último. En ese momento se le acercó el rey (o no sé qué era de Qatar) y le puso una túnica que es una señal de respeto por haber conseguido la victoria. Una vez puesta la túnica, estiró los brazos para poder recibir la tan deseada copa. La besó y fue caminando hacia el resto del equipo como haciendo saltitos agachado. Cuando llegó, se puso en el medio de sus compañeros y finalmente levantó la copa que tanto le costó conseguir. Era una imagen más emocionante que la otra. Vimos un rato más los festejos y decidimos ir a festejar nosotras al Obelisco.



domingo, 12 de febrero de 2023

Coco, campeón del mundo V

 Se podrán imaginar que luego de saber que estábamos en la final de la copa del mundo y a dos semanas de terminar el año, nadie quería trabajar. Solo se pensaba en eso y eso era la excusa para comer mal, para tomar durante la semana y para salir. Lo único que importaba era la Scaloneta. Nati y Gaby aprovecharon esos cuatro días para irse a Mar del Plata. Mientras tanto, yo me quedé trabajando como podía y contando los días para el domingo. Ese viernes, cuando cerré la computadora y por fin podía manijear tranquila, organicé el resto de lo que quedaba del día ya que Martín se iba y por lo tanto iba a tener una cita conmigo misma. Pensaba ir a misa, luego pedir algo rico para comer y tomar algo mientras miraba la tele. Sin embargo, cuando me estaba preparando para ir, me llegó un mensaje de mis compañeros de trabajo que decía que se estaban yendo de after a Maldini, bar que queda muy cerca de mi casa. Entonces, cambié de rumbo. Me vestí y me fui para allá. A eso de las doce, cuando estaba bailando y tomando con mis compañeros, me llegó un mensaje de Nati preguntándome si estaba. Le dije que sí, que estaba en Maldini y me respondió que ellas estaban de vuelta en Buenos Aires porque había pasado algo horrible. Coco se había muerto. Me quedé helada. Yo que tuve perros toda la vida y ya había pasado por ese triste momento. Sabía lo que se sentía: era como perder una parte tuya. Nos consolamos pensando que en realidad Coco tenía más edad de la que aparentaba y que se había muerto de viejo. Tal vez un poco antes de lo previsto por su enfermedad y lo que había vivido antes de que Gaby lo adoptara. Al día siguiente fuimos a merendar con todo mi grupo de amigos para distraerla un poco y el domingo fui a su casa para mirar la final. Nati volaba así que solo éramos ella y yo.  A eso de las 11 de la mañana mandó una foto al grupo en la que se veía a su gato robar un quesito. “Ya tomó la posta de la cábala de robar quesitos”, puso. Pero la verdad es que no fue Jullian el ladrón. Se dice que cuando una persona muere tarda un tiempo en subir al cielo, sobre todo cuando le quedaron asuntos pendientes acá en la Tierra. Yo creo que con los perros pasa igual. Coco había sido nuestra cábala viviente durante todo el mundial y no podía no ver la final. Por eso, yo creo que ese día estuvo con nosotras: se metió por un segundo en el cuerpo de Jullian y se robó el quesito para demostrar que estaba ahí. 




jueves, 2 de febrero de 2023

Coco, campeón del mundo IV

El martes 13 de diciembre se jugó la semifinal del mundial. Para ese entonces, ya me conocía a todos los jugadores del equipo y, gracias a las redes sociales, pudieron mostrar un lado humano que hizo que el pueblo argentino los amara aun más. Dibu era el sex symbol del equipo. Tenía 30 años, hablaba perfecto inglés, una sonrisa encantadora y encima iba al psicólogo. Scaloni también se había vuelto muy popular entre las mujeres. El famoso “Qué hombre” y al que todas querían abrazar porque se notaba que aunque siempre trataba de mantener la mente frío, por dentro se estaba muriendo de nervios y presión. El Papu Gómez ya nos había conquistado con sus pasos de baile durante la copa América, pero lo terminamos de amar cuando en un stream que hizo el Kun Aguero mostró que se había hecho el corto de Beckam. Desde ese entonces hasta llegaron a poner su foto en la página de Wikipedia de aquel jugador. Además, se lo reconocía por el amor que le demostraba a su mujer y su familia. Dybala era el que siempre esperábamos que entrara al campo de juego, pero siempre se terminaba quedando en el banco de suplentes. Enzo Fernández era el de la dentadura rara. Julián Álvarez se volvió una joven promesa del fútbol ya que logró meter como tres goles durante el torneo. Rodrigo de Paul, el más controversial por todo el escándalo entre su ex mujer y Tini, su actual novia. Tagliafico, el pibe de los talentos ocultos. No solo jugaba bien al fútbol sino también sabía bailar y cantar muy bien. Mac Allister, uno de mis favoritos: el colorado con risa de delfín. Messi, que simplemente era Messi y el Kun, que en realidad no era parte del equipo por un problema cardíaco que había tenido, pero que siempre estaba ahí metido. Obviamente me faltan jugadores, pero quise nombrar a los más populares.


Volviendo a aquel día, como el partido cayó día de semana, lo vi sola en casa (con Galán). Como siempre me puse un vestido de la gama de los azules, mi perfume de la suerte y a Galán su remera de Argentina. Le mandé un mensaje a mi vidente: “¿Somos finalistas?”,”Obvio”, me respondió. Cuando terminé de trabajar, me senté en el sillón (esta vez sin la compu del trabajo) y al lado coloqué al “libro cábala”. Antes de comenzar el partido mandamos al grupo nuestras fotos. Yo desde mi casa, Nati a punto de despegar porque ese día volaba (es azafata) y Gaby también en su casa con cerveza, quesitos y Coco. Obviamente. Luego el himno, el silbato del árbitro sonó y el partido comenzó. Les voy a ser sincera. No les puedo contar nada acerca de este partido porque esta vez sí me puse a leer y al no tener a Gaby gritando al lado, lo único que recuerdo bien es que faltando quince minutos, Scaloni metió en la cancha a los tres jugadores que todavía no habían hecho ni un minuto en el torneo. Creo que con ese gesto, las mujeres lo terminaron de amar. Ese día le ganamos 3 a 0 a los subcampeones de Rusia 2018. Cuando terminó el partido, empezaron a sonar bocinazos sin parar. Ya había gente que estaba celebrando en el Obelisco y medio Villa Luro ya estaba en lo de la abuela lalala. Estábamos en la final otra vez. Íbamos a tener revancha después de perder en Brasil en 2014. 





domingo, 22 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo III

El viernes 9 de diciembre se jugó el partido más picante del mundial. Si todavía alguien no se había subido a la Scaloneta, ese fue el momento. Justo cayó feriado, por lo que nos reunimos religiosamente en lo de Gaby. Ese día hacía muchísimo calor y la casa no tenía aire. Entonces decidí ponerme un short y un top. Azul, obviamente. También me puse mi perfume de la suerte como en todos las ocasiones. El partido era a las cuatro nuevamente. Cociné mi budín de limón y esta vez Nati me pasó a buscar, por lo tanto, no hubo adicionales dulces. Llegamos y como siempre el queso ya estaba listo para ser cortado y Coco bien atento por si caía algo. Nati cortó todo y la ayudé a poner todo sobre la mesa.  Gaby se abrió su cerveza y nosotras tomamos agua, al igual que en el resto de los partidos. Por suerte esta vez teníamos un ventilador.

Sonó el himno y me emocioné. Qué lindo que es nuestro himno che. Coco como siempre fue a ladrar al balcón, como si anunciara que el partido debía empezar y nadie podía hacer otra cosa que no fuera mirarlo. Sonó el pitido y arrancó. Miré un rato y como no pasaba nada, abrí el libro de la suerte. Me puse a leer y mientras tanto escuchaba a Gaby gritar. Como les dije fue un partido picante. Mucho golpe, mucho insulto. El árbitro cobraba cualquier cosa y encima no sé por qué teníamos al mundo en contra. (Salvo Bangladesh, que por algún motivo desconocido nos amaba).

A los 35 minutos metimos el primer gol. Obviamente lo escuchamos con delay, pero aún así se festejó. Coco hizo su gran jugada distractiva y esta vez logró robar una papa con la habilidad de un cachorro. También se fue a ladrar al balcón, pero no para festejar su gol, sino su triunfo. Fuimos al entretiempo y aproveché para cambiar la mesa salada por la dulce. También abrimos Twitter para compartirnos los memes que encontrábamos. Para ese entonces yo ya conocía a prácticamente todo el plantel, por lo que los memes eran todavía más divertidos. Gaby se sirvió otra cerveza más. Nosotras seguimos con el agua. Arrancó el segundo tiempo. La cosa se ponía cada vez más picante, pero no se entendía bien por qué. El cielo estaba cada vez más nublado porque estaba anunciado una lluvia que nunca llegaba. Comí budín y me puse a leer. Por eso básicamente no puedo dar detalles sobre el partido. Igual no se preocupen, personas del futuro que lean este relato, que para eso está Youtube.

A los 73 minutos del segundo tiempo, Messi hizo un gol de penal y festejó haciéndole “El Topo Gigio” al técnico holandés. A los 90 minutos, el árbitro adicionó diez más. Gaby se quejó y Coco ladró nuevamente. Gaby lo calmó. A los 83 minutos, Holanda hizo su primer gol y unos minutos después marcó el segundo. Teníamos un gran equipo, pero parecía que cada vez que nos metían un gol, era un poco complicado recuperarse. Terminamos yendo al alargue. Cuando se dio el pitido final no solo no se había convertido ningún gol, sino que además el árbitro le había sacado tarjeta amarilla hasta el público. El equipo se preparó para los penales y todos los argentinos para sufrir. Estábamos viviendo la misma situación que en Brasil 2014, solo que aquella vez, el sufrimiento había sido en semifinales.

Cuando los dos equipos se dispusieron para comenzar con la ronda de penales, Nati se volvió a sentar en la silla y Gaby en el sillón conmigo. Yo abrí el libro.. No tienen una idea lo que es leer con tanta tensión. El primer penal lo pateó Holanda (me niego a decir Países Bajos). Escuchamos los festejos de los vecinos y nos quedamos tranquilas: penal errado. El segundo fue de Messi que muy hábilmente esperó a que el arquero se tirara para patear. Gol. El tercero Holanda lo erró nuevamente y todos cruzamos los dedos. Yo no paraba de leer. El cuarto penal lo pateó Paredes. Gol. Cada vez estábamos más cerca. Solo nos faltaba un poquito más. Lamentablemente el quinto penal, nuestro rival logró hacerle un gol al Dibu. Nos preocupamos, pero no tanto. Veníamos ganando y sabíamos que nuestro arquero estaba muy preparado psicológicamente ya que luego de la derrota con Arabia Saudita había declarado que habló con su psicólogo sobre cómo fortalecerse. (Por eso a lo largo del mundial se volvió un sex symbol. Hoy en día a las mujeres nos gustan los hombres que cuidan su salud mental). El sexto penal de la noche lo pateó Montiel. Gol. Las cámaras enfocaban a la tribuna y se veía  a la gente llorar. ¿Cómo no iba hacerlo si estábamos tan cerca de nuestro objetivo? El séptimo penal también fue gol para Holanda. Los nervios aumentaron aunque mi vidente ya me había dicho que éramos semifinalistas. El octavo gol lo pateó Enzo Fernández. Lo tiró para afuera. ¿Acaso era necesario sufrir tanto? (De hecho para escribir este relato estoy mirando la repetición de esta parte del partido y estoy sufriendo nuevamente). El siguiente penal, Holanda lo metió adentro. Nos quedaba un tiro más que iba a patear Lautaro Martinez. Si lo metía, pasábamos a semis. Si le erraba o se lo atajaba, la cosa seguía. Cuando en nuestra tele estaba a punto de patear, se escucharon los gritos del edificio de enfrente. Éramos semifinalistas. Vimos el gol y celebramos. La ilusión no se extinguía. Los jugadores fueron a abrazar a Lautaro, mientras que Messi se desvió y se tiró encima del Dibu, el verdadero héroe del partido. El festejo duró poco. El equipo holandés se metió en el campo de juego y todos empezaron a pelear. Después de que los separaron, finalmente los jugadores pudieron celebrar con su público.

Igualmente la cosa no terminó ahí. Lo más épico de ese partido fue lo que vino después. Resulta que le estaban por hacer una entrevista a Messi y antes de comenzar la cámara filmó mientras le decía a alguien “Que mirá, bobo. Andá pa yá”. Esa frase épica tardó 24 horas en estar en cuadernos, remeras, tazas y demás objetos. Por esa frase algunos medios dijeron que por fin Messi había sacado su lado maradonniano, que era lo que faltaba como jugador. Otros lo tildaron de “vulgar”. La verdad que si era vulgar o no, daba igual porque lo que importaba era que esa frase ya había quedado inmortalizada para la eternidad. Y para finalizar un día lleno de mística, se largó una tormenta increíble.




domingo, 15 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo II

 El tercer partido fue contra Polonia. Fue un martes a las cuatro de la tarde, por lo que no nos pudimos juntar para verlo. Yo lo vi sola en casa. Bah, lo vi con Galán, mi perro, que muy interesado no se veía. Este era un partido decisivo. Si perdíamos: Siamo Fuori de la copa. Si ganábamos, quedábamos primeros del grupo y jugábamos contra Australia en octavos de final. Si otro de los equipos del grupo (que no me acuerdo cuál era) tenía determinado resultado, Argentina quedaba segundo y tenía que jugar el próximo partido con Francia, el último campeón del mundo y equipo que nos había dejado afuera en Rusia 2018. Cuando prendí la tele, el partido ya había empezado. Me senté en el sillón con la compu del trabajo y me dejé el “libro cábala” bien cerquita. Antes de empezar mandé una foto de Galán con su camiseta de Argentina y Gaby una de Coco con sus ojos saltones bien atento a los quesitos que estaban sobre la mesa.  Esta vez no leí, pero sí aproveché que nadie me iba a molestar para hacer algunas cosas del trabajo que llevaban tiempo, pero no necesitaban de mi atención. En un momento me fui para la cocina y escuché que los vecinos gritaron gol. Corrí hasta el living, miré la repetición y agradecí que estaba sola porque sino sabía que “por cábala” me iba a tener que quedar el resto del partido en la cocina. El partido continuó y al cabo de un rato Argentina metió el segundo y último gol que lo dejó primero en su grupo y con el pase a octavos de final. Muchos fueron a festejar al Obelisco y muchos otros se reunieron en las esquinas de los barrios. Entre esas esquinas, surgió al Abuela lalala. De a poco la fiebre mundialista fue invadiendo a todos y cada vez se hacía más grande, como una bola de nieve. 


El partido de octavos de final lo vi en Córdoba. Justo ese fin de semana me había ido para allá porque uno de mis compañeros del taller literario nos había invitado a su casa (la casa protagonista de “Asomados al pozo”). Me acuerdo de que cuando me armaba la mochila, me di cuenta de que en todos los partidos que había visto me había puesto un vestido de la gama de los azules. Entonces me guardé otro vestido celeste que tenía para ponerme exclusivamente para ver el partido. Llegamos allá el mismo sábado que se disputaban los octavos. Yo había dormido solo dos horas porque el avión salió a las siete y media de la mañana y previamente había ido a la fiesta de fin de año de mi trabajo. No podía más con mi vida y deseaba más dormir que mirar el partido, pero a la vez sentía que no podía dejar de verlo. Un ratito antes de las cuatro salimos para el restaurant que el dueño de la casa había elegido como sede. Cuando estaba de camino, me di cuenta de que me había olvidado el libro, pero ya no teníamos tiempo de volver. Igualmente me sentía tranquila porque tenía puesta mi otra cábala. Además, como en los partidos anteriores, le había mandado un mensaje a la mejor amiga de Martín, que es vidente. Siempre era un mensaje corto. “¿Ganamos”? y ella me contestaba “obvio”. No preguntaba más. Si bien me gustaba tener la tranquilidad de saber que ganábamos o perdíamos, prefería vivir el partido igual que el resto. Cuando llegamos al lugar, pedimos una docena de empanadas y cerveza. Mientras esperábamos que empezara el partido, mis amigas me mandaron la foto de ellas, sentadas cada una en su lugar. También me dijeron que no me olvidara el libro y les mentí diciéndoles que ya lo tenía conmigo, aunque en realidad estaba descansando sobre la mesita de luz. El partido comenzó y le pregunté a Martín qué pasaba si alguno metía gol en contra. “Se cuenta como gol para el otro equipo”, me respondió y volvimos a mirar hacia el televisor. Me puse a observar a mi alrededor. Todos se veían tan felices. Aunque sea una persona a la que no le gusta el fútbol es imposible no admitir que es un deporte que une. Casi llegando al final del primer tiempo Messi metió el primer gol de la tarde. El restaurant se llenó de gritos de festejo. Le di un beso a Martín. Ese fue el primer y último partido que vimos juntos de todo el mundial. Durante el entretiempo me mensajeé con las chicas. Coco ya se había robado el quesito de cábala así que íbamos bien. Empezó el segundo tiempo y el segundo gol no tardó en llegar. Julián Álvarez, quien se volvería una importante figura del mundial, fue el que lo hizo. La emoción era total. Estábamos a solo unos pasitos de pasar a cuartos. Lamentablemente no pudimos irnos sin goles. En el minuto 77 Enzo Fernández hizo un gol en contra. “Fue por tu pregunta mufa”, me dijo Martín, pero yo sabía que íbamos a ganar, por lo que no le di mucha importancia a su comentario. Finalmente ganamos y pasamos a cuartos de final. Automáticamente entré a Twitter y a Instagram para ver los memes y los comentarios del partido. Creo en este mundial las redes sociales fueron clave para manijear a todo el pueblo argentino. Una vez más, muchos se fueron a festejar al Obelisco y muchos otros con la abuela lalala. Nadie lo quería decir, pero todos pensábamos lo mismo. La Scaloneta estaba imparable y hasta no tener la copa en sus manos, no se iba a detener. 




miércoles, 11 de enero de 2023

Coco, campeón del mundo I

En Argentina el 2022 comenzó como siempre, con inflación, inestabilidad económica, inseguridad y pobreza. Pero a diferencia de otros años, también comenzó con una gran ilusión. La selección de fútbol venía de ser campeona de América y en noviembre se disputaba la copa del mundo. Todo el mundo tenía puesta las fichas en “La Scaloneta” y la esperanza aumentó aún más cuando en junio ganaron La Finalissima ante Italia. Si bien en todos los mundiales el pueblo argentino pretendía consagrarse, esta vez se sentía diferente por dos motivos: en primer lugar, porque probablemente sería el último mundial de Messi y solo le faltaba esa copa para declararse como el mejor jugador de fútbol de la historia. Y en segundo lugar, parecía que la maldición que acechaba a la selección desde el el 86 se había roto, luego de que los campeones de ese año finalmente regresaran a agradecerle a la virgen de Tilcara por el título obtenido. 


A medida que pasaba los meses, la expectativa aumentaba. La selección estaba imparable y se empezó a formar una mística inigualable. La gente empezó a notar coincidencias con el 86: países que no clasificaban desde ese año, colores de la ropa de los futbolistas, resultados de partidos, etc. Todo indicaba que seríamos campeones. 


Finalmente el 20 de noviembre comenzó el mundial en Qatar. Argentina fue uno de los primeros en competir. Jugábamos contra Arabia Saudita. Supuestamente un equipo fácil de vencer. Por la diferencia horaria nos tocó a las siete de la mañana. Yo no lo vi. No me levantaba a esa hora para trabajar y menos lo haría para ver un partido de fútbol. Cuando me desperté, me llamó la atención que no me hubiera despertado antes por los gritos de gol. Fui hasta el living para constatar el resultado y la cara de Martín lo dijo todo. Habíamos perdido 2 a 1. Aparentemente habíamos hecho más goles, pero los anularon por offside. Nadie entendía nada y lo que era peor, si llegábamos a perder otro partido, nos quedábamos fuera del mundial. Igualmente había una esperanza. En el 86 también habíamos perdido el primer partido.  


Los tres días que nos separaron de la siguiente fecha fueron de tensión total. Hasta yo que no le doy mucha bola al fútbol estaba nerviosa. El sábado 26 de noviembre, a eso de las tres, me tomé el tren y me fui hasta Villa Urquiza a la casa de Gaby, una de mis amigas. Como el partido era a las cuatro, cociné un budín de limón y compré medialunas y cookies. Ese día hacía mucho calor por lo que me puse un vestido celeste. Cuando llegué a la casa de mi amiga, saludé a sus gatos y a Coco, su perro. Al rato llegó Nati, otra de las chicas con muchos quesos y snacks y se puso a preparar la picada. Mientras tanto, Coco, que sufría problemas intestinales y por lo cual no podía comer ni un solo quesito, la miraba muy atento con sus ojos saltones e intimidantes. Yo no sé si me hubiera podido resistir ante esa mirada, pero Nati fue infranqueable. El partido estaba por empezar así que dispusimos la picada sobre la mesa ratona y nos sentamos cada una en un lugar diferente: yo me recosté en el sillón, la dueña de la casa se sentó en el piso y la tercera optó por una silla porque el día anterior de había quemado toda la espalda con el sol. Sonó el himno y comenzó el partido. Coco se acostó al lado de la mesa, pero cada tanto salía al balcón a ladrar. Parecía como si estuviera en la hinchada. La verdad que el primer tiempo no fue nada emocionante. Por lo que Nati se puso a revisar la biblioteca de la Gaby y sacó un par de libros. Me interesó el de “El fin del amor” de Tamara Tenembaum y se lo pedí. Me puse a leer las primeras páginas y fuimos al entretiempo. Aproveché para cambiar la mesa salada por la dulce y nos pusimos a mirar los tweets sobre el partido. ¡Cómo nos acompañaron las redes sociales durante todo el mundial! Pasado los minutos de descanso, volvió a sonar el pitido y la pelota comenzó a moverse nuevamente. Yo abrí mi libro otra vez y después de un rato, escuchamos a los vecinos gritar. Presté atención a la tele. Con unos segundos de delay llegó nuestro primer gol. Lo gritamos igual aunque ya nos lo había spoileado. Mientras tanto, Coco aprovechó la distracción para abalanzarse muy hábilmente sobre la mesa y tratar de robarse algo de comida. Logró saborear un pedacito de cookie, pero ante nuestro grito de “¡No!” lo terminó escupiendo. Luego se fue al balcón a ladrar, como si estuviera festejando. El partido continuó y nos dimos cuenta que mientras estaba el libro abierto, el partido para Argentina era favorable. Por lo tanto, Gaby me obligó a ponerme a leer nuevamente. No me acuerdo cuánto pasó hasta el segundo gol, pero también lo gritamos con delay y festejamos cuando el partido finalizó y el marcador mostró el 2-0 que dejaba, por lo menos hasta el siguiente partido, a Argentina dentro del campeonato.