lunes, 29 de mayo de 2023

Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz II

 Eduardo


Yo sé que muchos padres me van a entender porque ser padre no es fácil y mucho menos ser padre separado. Aquel fin de semana mis intenciones fueron las mejores. Sabía que mi hijo no estaba pasando un buen momento a raíz de la separación de sus papás y por eso se me ocurrió llevarlo a pasar el día del niño a Buenos Aires porque sabía que él deseaba mucho conocer el Obelisco. El sábado salió todo fantástico. Paseamos por Palermo y Recoleta y por supuesto terminamos comiendo una pizza de Guerrín con el Obelisco de fondo. Me acuerdo de que le pregunté si al final Ramiro tenía razón y era mucho mejor que el Monumento a la Bandera. Me contestó que era diferente. Que como estructura el Monumento a la Bandera le ganaba por goleada. Que no se podía comparar un palo con punta con un conjunto de cemento que desde el cielo formaba un barco. Pero que lo que tenía de especial el Obelisco era toda la mística de alrededor. Las luces, la gente caminado, los autos, los edificios. El conjunto era una obra de arte. Claramente lo dijo con palabras de un niño de diez años, pero básicamente el concepto fue ese.


A la noche nos dormimos ni bien tocamos la almohada, estábamos muertos. Al día siguiente nos levantamos temprano y fuimos hasta La Boca. Recorrimos Caminito, le mostré la Bombonera y nos mandamos terrible milanesa a la napolitana con papas fritas. Después de descansar un rato, nos fuimos a San Telmo. Quizás no era un plan muy divertido para un nene, pero yo amo las antigüedades y no hay mejor lugar para verlas que en San Telmo. Nos metimos en el mercado aunque estaba lleno de gente y me enamoré de cada cosa que vi. Sin embargo, se robó mi corazón una lámpara que era igual a una que tenía en mi casa cuando era chico y que había pertenecido a mi abuela. No la quería, la necesitaba y estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por ella.


Me empecé a acercar al puesto con Juan Cruz, pero había tanta gente que me lo aplastaban al pobre pibe. Por lo tanto, le pedí que se quedara parado al lado de una columna que había por ahí y donde lo podía ver desde cualquier ángulo. Finalmente llegué al puesto y pregunté el precio de la lámpara. Doce mil pesos. Ni lo dudé. Saqué mi tarjeta y se la pagué de un saque. Me fui embobado mirando mi lámpara. Y no, no es que me lo olvidé a Juan Cruz. Fueron unos segundos de distracción nomás. Si alguno de acá es padre saben que esas cosas pasan. A todos en algún momento les pasó que se distrajeron y cuando volvieron en sí el pibe estaba metido en el barro hasta el cuello o comiendo la comida del perro. Somos humanos y no hay un manual sobre cómo ejercer la paternidad. Así que la cosa se pone difícil a veces.


La cuestión es que fueron unos segundos de distracción. Unos pasitos que dí demás, pero me di cuenta al toque que me faltaba mi hijo. Lo que pasa es que cuando me dí vuelta para buscarlo en la columna donde lo había dejado, él ya no estaba. El corazón se me subió a la boca y casi se me salió del cuerpo. Se me cortó la respiración cuando vi esa columna vacía. Empecé a mirar para todos lados y a gritar el nombre de Juan Cruz. Le pregunté a todo el mundo si lo habían visto y nada. Me empecé a reir. Algunas personas cuando están nerviosas se van por el inodoro, otra se ponen a llorar desesperadamente. Bueno, yo cuando me pongo nervioso me rio. He llegado a reirme a carcajadas en situaciones terribles. Es algo que no puedo controlar. Me senté en un banco y me agarré la cabeza. No podía creer que había perdido a mi hijo. Traté de calmarme para poder pensar mejor y encontrar una manera de encontrarlo. Por un momento se me cruzó por la cabeza que alguien lo podía haber raptado. El corazón se me frenó por un segundo.


De repente empecé a escuchar música y aplausos. Pensé que era un simple show en la plaza, pero de a poco pude distinguir la letra. “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”, entonaban con un ritmo rockero. No podía ser, aunque tampoco podía ser tanta coincidencia. Me paré sin darme cuenta que había dejado la lámpara en el banco, y me acerqué despacito hasta donde estaba todo el alboroto. A lo lejos pide ver que había un nene en los hombros de un hombre y que todo el mundo estaba coreando “Eduardo, vení  buscar a Juan Cruz”. Me empecé a reir otra vez de los nervios. Me acerqué un poco más y ya no cabían dudas, el que estaba en los hombros de aquel hombre era Juan Cruz. Me acerqué riendome, no podía controlarlo, y le di un abrazo a mi hijo. Le agradecí a todos por haberlo encontrado y nos fuimos rápido porque me daba mucha vergüenza la situación que estaba viviendo. Juan Cruz no me decía nada, me miraba con odio, pero sin decir una palabra. De repente veo el banco donde estaba sentado y la lámpara que seguía ahí. Corrí hacia ella y la agarré. Solo bastó tocarla para largarme a llorar. No sabía cómo pedirle perdón a mi hijo por haberlo perdido. Por suerte el chico se apiadó de mí y me dio unas palmadas en la espalda. “No te preocupes, pa. Olvidémonos de esto. Comprame algo rico para comer en compensación y asunto terminado”. Me hizo reir, la extorsión no podía faltar. Le pedí que por favor no le dijera nada a su madre. Que lo ocurrido fuera un secreto nuestro. También le prometí que, además de comprarle algo rico, le iba a comprar el jueguito de play que me había pedido por haberle hecho pasar un mal momento.


A eso de las seis llegamos de nuevo al hotel. Yo me había quedado sin batería, entonces enchufé el teléfono para ver si me había llegado algún mensaje. QUINCE LLAMADAS PERDIDAS DE MI EX TENÍA. Resulta que alguien había filmado la situación en la plaza donde todos coreaban nuestro nombres y se había hecho viral en cuestión de minutos. La madre de Juan Cruz casi me mató. No sé todo lo que me dijo. Nunca la había escuchado tan enojada. La quise ablandar diciéndole que ella una vez también lo había perdido en la plaza unos años atrás, pero me retrucó diciendo que a ella nadie le había compuesto una canción ni habían hecho un video que se viralizó por todo el país. En eso tenía razón. Le iba a decir que en ese momento no existían los celulares con cámara, pero me pareció mejor quedarme callado. Cuando volvimos a Rosario, tuve que escucharla de nuevo, pero en persona. Y no solo a ella, el lunes me tuve que bancar a todos mis compañeros del trabajo cantándome sin parar “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. La letra era tan pegadiza que al final del día hasta yo la tarareaba. Por suerte la tortura duró solo un par de semanas, hasta que otro video se hizo viral y se olvidaron de mí. Bah, olvidarse es un decir, porque hasta el día de hoy, esa sigue siendo la anécdota estrella de cada juntada. Lo único bueno de todo esto es que, después de mucho tiempo de estar enojada conmigo, la mamá de Juan Cruz aflojó y logré conquistarla de nuevo. 





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