Doce y veinte hiperpuntual zarpó el barco. Nos
sentamos al aire libre y una brisa suave y hermosa nos golpeó la cara,
alivianando un poco el hambre que ya había empezado a aparecer. ¡Qué cosa linda
es navegar! Cuando nos acercamos al puerto, entre el aire portuario, los
turistas comprando en los puestitos de la feria y el maravilloso paisaje de
fondo, fue como meterse en una película de esas románticas. Nos acercamos a un
lugar desde donde salía un mini-micro que te llevaba hasta la punta más alta de
la isla. Subimos e iniciamos el camino entre calles angostas en las que de un
lado se veía la pared de la montaña y del otro el precipicio, pero también una
panorámica inigualable. Allá arriba la vista era más hermosa todavía. Se podía
ver todas las casas entre el terreno montañoso y la vegetación y un poco más
allá el mar celeste que se mezclaba con el cielo. Recorrimos un poco. Todo era
o cuesta abajo o cuesta arriba. Ninguna casa se encontraba en un terreno llano.
Sin duda un lugar no apto para borrachos. A diferencia de otras partes de
Italia, en Capri había mucho silencio, lo que lo hacía más lindo. Podríamos
habernos quedado horas observando el paisaje, pero a mi hermana se le ocurrió ir
hasta el otro lado de la isla. “No vamos a llegar con el tiempo”, le dijo mi
mamá, pero ella insistió y la terminó convenciendo ya que haciendo cálculos y
teniendo en cuenta la puntualidad europea, no había chance de perder el ferry
de vuelta. Entonces nos subimos a otro mini-micro y comenzamos a descender
nuevamente, pero esta vez para otra dirección. Cuando bajamos del micrito no
pudimos decir otra cosa que no sea “wow”. De ese lado de la isla estaban las
famosas piedras de Capri. Era como estar viendo una postal. Nos acercamos a un
pequeño muelle que había allí y algunas personas se tiraron al agua. Nosotros
simplemente sumergimos los pies. ¡Qué mágico es el mar! Con solo tocarlo
apenitas sentís como toda la energía de tu cuerpo se renueva. De repente el Sol
comenzó a bajar y el cielo empezó a teñirse de rosa. Sin duda era un momento
para congelar para siempre. No me acuerdo quien fue, pero alguno de los cuatro
miró el reloj y dio el aviso de que ya debíamos volver a la parada a esperar el
micro que salía a las 18 hs. Fuimos los primeros en llegar así que aprovechamos
para sentarnos en un banco que había allí. Los minutos pasaban y comenzó a
formarse una fila. Se hicieron las seis de la tarde, pero el micrito no apareció.
Mi mamá se empezó a poner nerviosa. Pasaron cinco minutos más y nada. Otros
cinco y nada. Si no venía en los próximos segundos no íbamos a llegar a tomar
el ferry de vuelta. Los gritos de mi mamá a mi hermana ya habían empezado a resonar
hacía quince minutos. ¿Justo en ese momento los europeos tenían que romper su
tradicional puntualidad? Finalmente, el bus llegó seis y veinte. Teníamos cinco
minutos de viaje hasta la cima de la montaña y otros cinco para bajar. Solo un
milagro nos podía hacer llegar.
domingo, 22 de diciembre de 2019
domingo, 15 de diciembre de 2019
Domani no, Hoy I
Cuando llega el momento en que en la familia ya son
todos mayores de edad, los viajes familiares se disfrutan de otra manera. Por
un lado, porque dejan de ser una obligatoriedad y por otro porque los miembros
dejan de tener jerarquía y se vuelven compañeros de aventuras.
En el 2012 fuimos con mis hermanos y mi mamá a
celebrar sus cincuenta años a Europa. Primero recorrimos Madrid y Barcelona y
después fuimos en tren hasta París unos días. De ahí otro tren hasta Venecia,
pasamos por Florencia y finalmente llegamos a nuestro último destino: Roma.
Entre los cuatro días de estadía que tuvimos en esa
ciudad, tocó el Día de la Madre, por lo que con mis hermanos decidimos
regalarle a la nuestra un día en la Isla de Capri.
Llegamos temprano a la estación de tren y nos fijamos
en las máquinas expendedoras de boletos (que para esa época para alguien del
tercer mundo era algo revolucionario) cuánto nos costaba viajar hasta allá. Teníamos
varias opciones, pero elegimos la más barata, total allá todos los trenes eran de
lujo. Me encantaría contarles acerca del tren y del trayecto, pero la verdad
que justo de ese no me acuerdo de nada. Luego de dos horas llegamos primero a
Nápoles, parada obligatoria para ir hasta la isla. La estación era grande y la
panorámica había cambiado. Se notaba una gran diferencia entre el norte y el
sur y cuando salimos a la calle, esa diferencia se intensificó aún más. La ropa
de la gente ya no era la misma, el ruido ambiental había aumentado
considerablemente y Constitución se había vuelto un poroto al lado de esas
calles llenas de cúmulos de basura, algunas con ratas coronando la pila.
Comenzamos a caminar por las mugrientas callecitas y nos fuimos encontrando con
caripelas que daban bastante miedo. Agarramos fuerte las mochilas, aunque creo
que fue más un reflejo argentino que otra cosa. Había muchas motos y cuando
digo muchas hablo de muchas en verdad. Porque no es normal que haya treinta
motos juntas trasladándose a la vez. Fuimos hasta el puerto para sacar el
pasaje hasta Capri. El trayecto duraba cuarenta minutos y salía doce y veinte
del mediodía. El último ferri de vuelta era a las seis y media de la tarde.
Como teníamos un poco de tiempo antes de que saliera el barco fuimos hasta la
Iglesia de San Genaro que quedaba cerca. Ahí mi hermano, que estudió Turismo y
nos hizo de guía todo el viaje, nos contó que la sangre de San Genaro se guarda
en una ampolla desde hace más de quinientos años y suele licuarse tres veces
por año. Las veces que no se licuó ocurrieron catástrofes como La Segunda
Guerra Mundial, terremotos o la erupción del Vesubio, que dejó a Pompeya debajo
de cenizas. Después de nuestra lección cultural volvimos para el puerto. En el
camino pasamos por varios restaurants donde la gente estaba comiendo unas
pizzas que tenían una pinta bárbara, no como las que habíamos probado en otras
ciudades: finitas como un papel e individuales. Ni a los talones les llegaba a
las del Palacio de la Pizza o Banchero. También encontramos una boca de subte.
No nos animamos a bajar.
lunes, 2 de diciembre de 2019
You Look Like Red Riding Hood - El Final
Una vez liberada mi vejiga pude fijarme bien en mi
mapa cómo llegar a Little Italy, que ya para ese momento parecía la tierra
prometida. Retomé mi camino, esta vez pudiendo disfrutarlo un poco más. Finalmente,
luego de unas cuadras llegué al bendito barrio, bah, mejor dicho, llegué a las
dos cuadras conformadas por muchos restaurantes italianos y muchos locales de
regalos donde podías encontrar muchos recuerditos a un precio bajísimo. No
compré nada, pero me prometí que iba a volver a comerme unos tallarines con
bolognesa. Di la vuelta manzana para chusmear China Town. Dos cuadras de mal
olor y muchos chinos desagradables. Ahí seguro no iba a volver. Miré el cielo y
se había despejado bastante. El reloj marcaba casi las siete y el One World
Obervatory me llamaba a gritos. Era mi oportunidad de ver el atardecer desde
allá arriba. Miré mi mapa de nuevo. Estaba lejos como para ir caminando así que
me fui para el subte que había visto que estaba por ahí cerca. En el submundo
del metro me conecté a wifi y chequeé la línea que debía tomar. Sin duda lo que
más amé de mi viaje fue la facilidad con la que uno se podía mover por la
ciudad. Nada era un problema. Si estabas en la punta del Central Park y querías
ir a tomarte el barco a Staten Island, te tomabas un subte y en treinta minutos
estabas ahí. Si estabas en Times Square y te daban ganas de ir hasta la Grand
Central, pero no tenías ganas de caminar, subte. Si querías conocer Brooklyn,
subte. No importaba a dónde querías ir, siempre había un subte que te dejaba
cerca y en poco tiempo. En fin, cuando llegué hasta la última estación, bajé y
me dirigí rápido hasta el edificio porque tenía miedo de perderme el atardecer.
Fui para una puerta, pero el de seguridad me dijo que tenía que dar la vuelta.
Mientras buscaba la entrada, miré la inmensidad del edificio. ¿Cómo podían
haber hecho algo tan impresionante? Finalmente encontré la puerta de acceso y
cuando entré me recibió una larga fila. Me agarró una ansiedad terrible ¡No
podía perderme el atardecer! Por suerte la cola avanzaba rápido. Cuando llegué
a la boletería le mostré mi celular a la chica que estaba ahí. Antes de viajar
había sacado la Sightseeing Pass. Supuestamente cuantas más atracciones
comprabas, más te ahorrabas. No sé cuánto de verdad tenía eso, pero yo me la
compré igual porque pensé que si me llegaban a robar todo por lo menos ya tenía
cinco atracciones pagas desde Buenos Aires. Después de escanear mi código QR me fui para
la fila para pasar por escáner las cosas. Parecía un aeropuerto. Era increíble
la seguridad que había por todos lados. Luego de comprobar que no era una
terrorista fui a la cola del ascensor y cuando subí comenzó la magia. En el
minuto que tardó en subir 104 pisos, cinco pantallas que vestían el cubículo me
mostraron como fue evolucionando la ciudad. Cuando llegué al último piso, otra
pantalla gigante exponía una panorámica de la ciudad. La chica que nos recibió
dijo algo en inglés que no entendí y a los dos segundos la pantalla se levantó y
dejó al descubierto la verdadera imagen de Nueva York desde las alturas. Todos dijeron “wow” al unísono. La vista era
algo realmente indescriptible. Después de sacar unas fotos, la chica que había
hablado antes nos hizo pasar a otro salón. Ahí otra chica se puso a explicar
algo, pero yo no quería perderme el atardecer por lo que, cuando comprobé que nadie
me miraba, me escurrí y me fui para el mirador principal. “Wow, wow y más wow”.
No alcanzaban las palabras para describir semejante belleza. Desde allá arriba
se podía ver absolutamente todo: la Estatua de la Libertad, el Puente de
Brooklyn, el Empire State y hasta Time Square. Simplemente maravilloso. Después
de sacar fotos muy malas desde todos los ángulos, me senté a esperar el
atardecer que todavía no había llegado. Pasó media hora más y nada, otra media
hora y nada. Terminé esperando dos horas hasta que finalmente se hizo de noche,
pero valió la pena. Si ver la ciudad de día desde allá arriba te dejaba sin
palabras, no se pueden imaginar lo que fue ver el atardecer y todo iluminado
luego. Cuando todo se oscureció, me quedé quince minutos más y decidí bajar. En
ese interín me agarró miedo. No se me había pasado por la cabeza que estaba en
el edificio más alto de Manhattan, el que reemplazaba las Torres Gemelas que
habían tirado abajo en 2001. ¿Qué pasaba si a alguien justo en ese momento se
le ocurría hacer un atentado cuando yo estaba ahí arriba? Claramente me iba a
morir, pero de solo pensarlo me dio un escalofrío.
Cuando bajé ya era totalmente de noche. Caminé hasta
los piletones donde antes estaban las torres y me puse a leer los nombres de
los fallecidos. Otro escalofrío. Me fui a sentar a uno de los tantos bancos que
había por ahí y disfruté del silencio que había. Esa es otra de las cosas
lindas de viajar solo: podés tener silencio cuando vos quieras. Si fuera
fumadora, ese hubiera sido el momento ideal para prender un cigarrillo, pero
como no lo soy, simplemente me quedé ahí y me dejé abrazar por la calma.
Después de un buen rato mi panza empezó a sonar y me di cuenta de que lo último
que había comido era la sopa del mediodía. No sé por qué, pero a lo largo del
viaje mi apetito se redujo prácticamente al cien por ciento. Quizás era por el
cansancio o por la euforia de querer conocer todo, pero la verdad es que no
sentía ganas de comer. Igualmente, en aquel momento decidí que iba a cenar algo
así que me dirigí hasta Oculus, la nueva estación de subte. Otra vez “Wow”. Qué
habilidad tienen los yanquis de construir cosas tan maravillosas y gigantes.
Ahí abajo habían construido una pequeña ciudad: Shopping, patio de comidas, juegos
y todas las líneas de metro. Como ya era tarde estaba todo cerrado, así que me
fui directo a buscar la línea 2 que era la que me llevaba a Time Square, el
lugar que más me fascinó y por el que pasaba todas las noches, aunque fuera un
ratito. Tardé en encontrar la estación. El lugar era verdaderamente muy grande,
pero finalmente llegué. Cuando subí al vagón, me desplomé en el asiento. ¡Qué
cansada estaba! ¡Había caminado una barbaridad! Aproveché el tiempo que el
subte estuvo estacionado para romper mi burbuja y chequear mis redes sociales y
contestar mis Whatsapp. Aparentemente en Buenos Aires se había cortado
masivamente la luz. La verdad me importó muy poco. El metro arrancó, de vuelta
a la burbuja. Después de unos cuantos minutos llegué a mi destino y salí al
mundo exterior. Caminé un par de cuadras hasta las famosas escalinatas. Busqué
una pizzería que había visto el día anterior. Nunca apareció. Me acerqué a un foodtrack
que tenía un cartel gigante que decía “Empanadas Argentinas”. Miré los
sabores y me llamó la atención que había uno que decía “Argentina”. ¿Qué clase
de sabor era Argentina? Se lo pregunté al chico que atendía. “Empanadas
argentinas”, me contestó. Le volví a preguntar qué sabor era ese, ”¿Carne”?
Volvió a contestarme algo que no era la respuesta que yo quería. No me
entendió, yo no le entendí así que terminé pidiendo dos de jamón y queso y solo
una de carne, porque andá a saber qué tipo de carne era esa. También me pedí
una latita de cerveza. Después de tanto caminar necesitaba hundir mi organismo
en una Corona. Cuando me dio todo lo que pedí, puse la plata en mis manos y se
las extendí para que él eligiera el billete y la moneda que quisiera. Me fui a
sentar a las escalinatas. Volví a observar todo a mi alrededor. No podía creer
que estaba ahí, sola y muy feliz con mis tres empanadas de jamón y queso
(porque el chico se había equivocado) y mi birrita en Time Square.
lunes, 25 de noviembre de 2019
You Look Like Red Riding Hood III
Greenwich es el típico barrio que se ve en las series.
De hecho, ahí está el edificio de Friends, el cual no visité porque me
enteré de su existencia cuando ya había vuelto. Los edificios eran muy
pintorescos y mucho más bajos que los rascacielos que se podían ver en el
Distrito Financiero. Todos tenían la escalera de incendios en el exterior y
cuando veías las entradas no podías imaginarte otra cosa que no fuera una
escena de película romántica. Porque Nueva York es así. Es como estar
constantemente mentido dentro de una película. A mí particularmente además me
generó mucha paz. Caminar sola por esas calles era como ir andando adentro de
una burbuja donde nada ni nadie me molestaba y donde todo estaba bien.
Sin darme cuenta llegué a Soho. Acá la topetitud ya
había aumentado, no solo porque se podía visualizar perfectamente el Empire
State y el One World Observatory sino porque algunas de las mejores marcas
decían “presente”. Yo entre al bueno y confiable Forever, pero a diferencia del
día anterior, que me había logrado comprar varias prendas, ese día no conseguí
nada de mi talle. La verdad que los talles allá son algo complicado. Hasta que
das con el indicado podés haberte probado cinco camisas, por ejemplo. Salí un
poco desilusionada y me dispuse a seguir caminando hasta que vi el maravilloso
Victoria Secret que me imantó hacia él. Desde hacía un par de años mi amiga me
traía algo de ahí cada vez que viajaba a ver a su novio y me volví fan. De tal
modo, estar ahí era como tener la oportunidad de ver a tu ídolo todos los días.
Cuando entré fue algo así como la gloria. Solo faltaba el coro de ángeles
cantando. Todas las paredes del local estaban empapeladas de productos y estaba
lleno de cajoneras y estantes donde había todavía más cosas para elegir. Empecé
a mirar todo completamente fascinada, sobre todo las ofertas. Estuve un buen
rato mirando todo, pero otra vez el tema del talle me complicaba la vida: 32b
36c, 34ª. ¿Cómo iba a saber yo qué talle de corpiño era con todos esos números
y letras? Mientras pensaba en mi cabeza cómo formularle a algún vendedor la
pregunta, escuché a uno hablar castellano. “¡Milagro!”. Me le acerqué y le
planteé mi problema. Ante esto me dio un papel, me metió en el sector de
probadores donde me dijo que me iban a tomar medidas y se fue. “Hello”, me saludó
otra vendedora mientras abría la puerta de un probador. Me metió adentro y me
empezó a tomar medidas con una rapidez inimaginable. Me dio un papel que decía
32B y una pila de corpiños. Después me dijo algo que no hubo chance de que
entendiera. “¿Vos no hablás español?” le pregunté, pero me dijo que no y me
encerró con los corpiños. Me los empecé a probar porque supuse que eso tenía
que hacer, aunque no sabía muy bien con qué fin. En ese interín se me rompió el
mío. Fue como que si el lugar me hubiera dicho: “Esa baratija de Puente
Saavedra acá no va, querida” Así que no me quedó otra que comprarme uno, aunque
no fue de los que me estaba probado sino otro que encontré a diez dólares entre
las gangas. Después de como cuarenta minutos finalmente me fui. Ya era hora de
conocer Little Italy y China Town. Miré mapa no muy detenidamente y empecé a
caminar. Caminé, caminé y caminé, pero ninguno de los dos barrios apareció. Al
contrario, parecía que estaba cada vez más cerca de la parte sur de la ciudad.
“¿Cómo podía ser?” Cuando me fijé en el mapa me di cuenta de que no había prestado
atención y me había ido para el otro lado. También me percaté de que mi vejiga
estaba a punto de explotar. Busqué un lugar para sentarme y poder concentrarme
para encontrar el camino para llegar a un baño lo más rápido posible. No estaba muy lejos así que si caminaba
rapidito lo iba a lograr. Gracias a Dios encontré un Starbucks antes de lo
pensado. Entré y me fui directo para el fondo. Me puse al final de una fila
donde había hombres y mujeres. “Is the same line?”, le pregunté al chico de
adelante. Lanzó una risita y me dijo que sí en inglés. “¡Qué modernos!”,
exclamé en castellano y cuando me escuchó me preguntó de donde era. “Argentina”,
le contesté rogando que no escupiera el hilo de futbolistas y costumbres que no
consumo. Por suerte no lo hizo. Por el
contrario, me preguntó de qué parte de Argentina era. Aparentemente algo sabía
sobre el país. Intenté explicarle cómo eran las subdivisiones geográficas, pero
esta vez mis neuronas no conectaron hasta la clase de inglés donde me enseñaron
eso. Con muchas señas traté de hacerme entender pero, aunque él me dijo que sí
lo había hecho, para mí fue todo en vano. Antes de que le tocara su turno para
entrar al baño, me dio unos tips para recorrer la ciudad y me recomendó cruzar
el puente de Brooklyn temprano por la mañana así evitaba cruzarme con tanta
gente. Al día siguiente le hice caso, pero eso se los cuento en otra ocasión.
martes, 19 de noviembre de 2019
You Look Like Red Riding Hood II
Arranqué recorriendo el museo. La verdad es que fueron
quince dólares para ver lo mismo que podía haber encontrado en el Centro
Cultural Recoleta, pero la vista que tenía era asombrosa y tenía wifi, así que,
aunque sea valió un poco la pena. Cuando terminé de recorrerlo, me senté en uno
de los sillones que había por ahí. ¡Qué objeto tan preciado es el asiento
cuando uno está de vacaciones en una ciudad!
Busqué en mi mapa cómo llegar al Chelesea Market aunque fue en
vano porque justo esa zona tenía diagonales así que me terminé perdiendo. Sin
embargo, cuando ya me estaba por dar por vencida, apareció. Entré más que para
recorrerlo en búsqueda de comida, porque ya hacía varias horas que no ingería
nada. Ese era mi día número tres en la ciudad y los dos días anteriores me
había dedicado a probar toda la comida grasosa que podía encontrar, así que en
ese momento necesitaba algo liviano, pero con lo único con lo que me topaba era
con comida tapa-arterias o ensaladas, cosa que detesto. Di un par de vueltas
tratando de decidir mientras mi hambre se hacía cada vez más grande. Finalmente
encontré un lugar que vendía sopas. Leí, bah, deduje qué era cada una y opté
por una que solo era de vegetales, porque créanme que podía llegar a haber hasta
sopa de búfalo. Solo para asegurarme pregunté si la lista que estaba frente a
mis ojos eran sopas y, conteniendo la risa, el chico que atendía me dijo que
sí. Como se dio cuenta de que no entendía mucho lo que me estaba diciendo, me
mostró tres vasos de telgopor y pedí el mediano. La chica de la caja me dijo
algo totalmente inentendible y a mi primer “what” sacó tres bolsitas y me dijo
que eran “free”. Agarré la que tenía como unos minipancitos, porque las otras
dos no tenía ni idea qué eran. Le di los seis dólares y puse en mi mano todas
las monedas que tenía y se las acerqué para que ella eligiera la que quería. Es
el día de hoy que todavía no las diferencio. Salí a tomar mi sopita (la cual no
quise pasar a pesos) a una especie de plaza de cemento que tenía algunas mesas
y sillas. Empezaron a caer algunas gotas de lluvia, pero estaba muy cómoda ahí
sentada comiendo y observando todo como para moverme. Por suerte no se largó fuerte.
Después de un
rato me levanté. Mi amiga me había recomendado que fuera caminando para el lado
de Greenwich, así que encaré para allá. Fueron varias cuadras, de modo
que cuando me topé con el Whashington Park y vi un asiento, obviamente
me tiré de cabeza. El lugar era muy agradable. Había muchos árboles y flores y
en el centro una gran fuente. También se veía el arco que me había mencionado
mi amiga y la Universidad Pública de Nueva York en una esquina. Había mucha
gente y una banda estaba tocando música divertida. No me pregunten de qué género
porque de música no tengo idea, pero sonaba divertida. De repente, un chico
morocho con cara rara se me sentó al lado. “You look like Red Riding Hood”, me
dijo. “What?”, le pregunté para ganar tiempo mientras mis neuronas trataban de
procesar qué me había dicho. Me lo repitió. “Robin Hood”, le entendía yo y no
comprendía porque me estaba diciendo que me parecía si no me había robado nada.
Me lo repitió una vez más y me señaló mi vestido rojo. Mis neuronas viajaron a la
velocidad de la luz hasta la parte del cerebro donde tenía guardado el recuerdo
de la clase de inglés en la que me enseñaron cómo se decía Caperucita Roja.
“Ahhhh”, le dije y me reí con una sonrisa falsa. “¿De dónde sos?”, me preguntó,
porque claramente se dio cuenta de que no estaba ni cerca de vivir en un país
anglosajón o europeo. “Argentina”, le conteste y tardó dos microsegundos en
escupir prácticamente sin respirar: “Messi, Maradona, mate”. “Te topaste con la
chica equivocada”, pensé mientras se ponía a hablar de lo mucho que le gustaba
el fútbol y tomar mate. Traté de no decirle que no me gustaba el fútbol ni
tomaba mate para no desilusionarlo, pero mi farsa no duró mucho. “¿Una
argentina que no mira fútbol ni toma mate?”, me preguntó sorprendido. Balbuceé
algo inentendible hasta para mí y desvié la conversación preguntándole a qué se
dedicaba. Por lo que pude entender estudiaba y trabajaba en una empresa, aunque
no sabía si creerle ya que era lunes a las tres de la tarde y el pibe estaba
ahí sentado al lado mío y no detrás de un escritorio. No le dije nada no solo
porque no sabía cómo decírselo, sino que porque también cabía la posibilidad de
que hubiera entendido mal. Después de unos minutos, la charla ya se había
puesto aburrida y el chico me parecía demasiado raro, así que me puse a pensar
cómo podía hacer para irme sin parecer descortés ni que quisiera acompañarme.
Por suerte no tuve que pensar mucho porque se terminó yendo solo. “safé”, me dije
y me levanté para seguir mi camino hacia Greenwich.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
You Look Like Red Riding Hood I
Viajar solo o, mejor dicho, con uno mismo, es algo
todos deberían hacer alguna vez en su vida. No solo para disfrutar del placer
que implica poder hacer lo que uno quiere cuando quiere sin tener que negociar con
nadie, sino también para sentir sensaciones que solo aparecen cuando sos
únicamente vos con el resto del mundo.
En junio de 2019 viajé sola a Nueva York. Bah, cuasi
sola, porque en realidad fui a visitar a una de mis mejores amigas que vivía
allá hacía seis meses, pero como solo la veía en sus tiempos libres, la gran
parte del día me enamoraba de la ciudad por mi cuenta.
El primer lunes de mi viaje me levanté temprano (cosas
que pasan cuando compartís la habitación de un hostel con siete personas más). El
cielo estaba muy nublado y la temperatura ideal. Me puse un vestido rojo para
contrastar con el día y luego me fui a desayunar a la kilométrica cocina del
Hostelling International. Mientras el resto de los huéspedes se cocinaba lo que
yo hubiera cenado, yo me preparé un té solo para no salir con el estómago
vacío. Como no me compré el famoso chip, mientras desayunaba estudié a mi fiel
y amado mapa y me fijé en la aplicación del subte cómo llegar hasta donde me
encontraría con mi amiga. Media hora después caminé una cuadra hasta la 103 y
Broadway y bajé al tan incomprendido subte de Nueva York. Cada vez que descendía
a ese submundo no lograba entender cómo a las personas les parecía tan
complicado el sistema. Era tan simple, solo tenías que saber si ibas para el
norte o el sur de la ciudad. Si ibas para arriba tenías que ir del lado que
decía uptown, si ibas para abajo tenías que encarar para downtown.
Después era solo una cuestión de mirar los carteles y ver por qué andén pasaba
el subte al que tenías que subirte y listo. Yo ese día me subí a la línea 2. La
única que pasaba cerca del hostel, pero también la única que recorría la ciudad
de pe a pa. No recuerdo nada especial de ese corto trayecto, pero estoy segura
de que con algún personaje me habré encontrado. ¡Es inimaginable la diversidad
de gente que hay en la ciudad que nunca duerme!
Me bajé en Times Square, que era por donde pasaban
prácticamente todas las líneas. Ahí me encontré con mi amiga y comenzamos a
caminar para el barrio de Hudson Yards, que no quedaba muy lejos de ahí. Cuando
llegamos, muchas obras en construcción nos empezaron a invadir. “Están haciendo
todo nuevo”, me comentó mi amiga y de a poco, con cuidado, fuimos metiéndonos
por donde teníamos paso hasta que finalmente llegamos al imponente y extraño
edificio “The Vessel”. “Wow” es lo único que pude atinar a decir, antes de
comenzar con la sesión de fotos con la estructura metálica con forma de panal
de abejas. Supuestamente había que reservar con mucho tiempo de anticipación
para subir, pero yo había escuchado que daban entradas para el día, así que nos
acercamos para averiguar. La mandé a preguntar a mi amiga porque siempre que se
pueda evitar hablar inglés, se evita. Volvió victoriosa diciendo que era verdad
y fuimos a hacer la cola para que nos den las entradas porque algo gratis en
Nueva York y en ese entonces con el dólar a 45 no se podía dejar pasar. “Vuelvan
en 25 minutos”, nos dijeron, así que como no podía ser de otro modo en el país
más consumista del mundo, nos fuimos a dar una vuelta al shopping que estaba al
lado. No me acuerdo como se llamaba, pero era una onda Galerías Pacífico, muy
grande y con marcas incomprables. Igualmente paseamos y nos entretuvimos un
rato dibujando en una gran pared de lentejuelas que habían montado. Era algo
así como el paraíso hecho pared. Cuando terminamos nuestras obras de arte
seguimos caminando y encontramos el famoso H&M. Gracias a Dios ya se había
hecho la hora de volver y no logramos caer en las garras de la marca. Por que
es así, H&M te succiona y no te expulsa si no es con una bolsa en la mano. Entramos
a The Vessel. Con solo poner un pie ahí dentro sentías como toda esa estructura
de metal te envolvía y comenzabas a hacerte chiquito, muy chiquito. Era
increíble pensar que todo eso que estaba a tu alrededor era un simple mirador,
que se había hecho únicamente como un fin turístico. Empezamos a subir las escaleras
y el vértigo dijo “presente”. “Menos mal que no vine sola”, dije. Y seguí
subiendo con ayuda mi amiga. Valió la pena. Si bien la vista no era tan hermosa
como desde otros grandes edificios que visité luego, se podía ver bien el río y
parte de la ciudad. Y si te asomabas para adentro del panal de abejas, lo que
se formaba era algo totalmente asombroso. Luego de apreciar el tiempo necesario
bajamos dificultosamente, bah, yo bajé dificultosamente porque el vértigo no me
quería soltar la mano.
Cuando salimos caminamos por el famoso Highline,
ese del que escuché hablar mil veces, pero que no supe que era hasta que lo vi.
Para los que no saben, es un caminito de madera que se va metiendo entre los
edificios y a los costados tiene diferentes esculturas. Termina cerca del Whitney
Museum, el lugar donde me separé de mi amiga y empecé mi primera aventura
sola en Nueva York.
miércoles, 2 de octubre de 2019
El Hincha de River
Un
día, el gimnasio que estaba a cinco cuadras de mi casa decidió mudarse y con él,
lo hicieron todas las personas que iban allí, incluyéndome. Lamentablemente, el
nuevo lugar me quedaba a veinticinco cuadras y no tenía ningún medio de
transporte que me dejara cerca, por lo tanto, cuatro veces por semana caminaba
esa distancia para ir y para volver de mis clases. Para no aburrirme, solía empezar
a caminar derecho, y solo doblaba si justo venía un auto que no me permitía
cruzar la calle. Esto hacía que nunca tomara el mismo camino. Sin embargo, había
una cuadra por la que siempre pasaba, aunque no lo quisiera. Era como si
tuviese un centro magnético que me llevaba hacia ella.
Una
tardecita de otoño, de esas en las que todavía no hace frío, volvía de mi clase
de yoga en un estado de relajación absoluto cuando, sin darme cuenta, llegué a
“la cuadra magnética”. Luego de maldecir por haber sido succionada nuevamente, me
crucé a un hincha de River. Mi somnolencia no me permitió distinguirlo bien,
pero llevaba puestos unos auriculares y tenía la mirada perdida. Si bien seguí
caminando sin darle la menor importancia, aquella noche soñé con él.
El
miércoles siguiente al encuentro, fui Zumba y como siempre salí con mucha
energía y ganas de seguir bailando. Empecé a caminar rápido sin ningún motivo,
y al juego que realizaba habitualmente para ir por caminos alternativos, le
sumé la consigna de tratar de no pasar por “La Cuadra”. Ese día fui vencida una
vez más. La maldita tenía un imán, sino no era posible lo que pasaba. De la
bronca quise romper mi regla de “no ver en qué calle me encontraba a menos de
que estuviera perdida” y cuando estaba tratando de leer el cartel de la
esquina, apareció el hincha de River. Traté de mirarlo disimuladamente, pero mi
curiosidad por ver bien cómo era el chico que se había introducido en mis
sueños, me lo impidió. En el segundo que dura el acto de cruzarse con otra
persona, pude ver que tendría aproximadamente 27 años, era más alto que yo y el
pelo castaño lo tenía peinado para el costado. También noté que era muy
atractivo y parecía algo temeroso. Luego de ese día, comencé a verlo habitualmente.
Siempre vestía solo con la camiseta de River, por más frío que hiciera. Otra
cosa que me llamaba mucho la atención era que jamás me miraba. Siempre iba como
buscando algo, aunque no entendía qué era lo que podría llegar a ser. Lo qué si
entendía era que me atraía mucho, inclusive mucho más que la “cuadra magnética”
(que ya no era un problema para mí). Mi nuevo juego consistía en hacer que aquel
chico me mirara. Probé de todo: ponerme ropa llamativa, toser fuerte, reír,
llorar, pero nada sirvió. Solo una vez se me ocurrió una idea que no podía
fallar, pero cuando la quise implementar, el hincha de River no apareció. No me
lo crucé ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente. Desapareció por completo
y a mí me quedó un sabor amargo por no haber logrado mi cometido.
Luego
de unos días, tras haberme sacado la ilusión de volver a verlo, volví a mi
rutina habitual. Todo había empezado a ser como antes hasta que aquel
misterioso chico surgió de nuevo, pero esta vez en mis sueños. Al principio
solo lo veía pasar caminando o parado en algún lugar, pero luego comenzó a
mirarme como queriéndome decir algo, hasta que una noche me habló. Me dijo que
se llamaba Ramiro y que estaba perdido. Yo le contesté que se quedara
tranquilo, que pronto iba a encontrar el camino. Esa mañana me desperté con una
sensación extraña. Por un lado, no entendía porque soñaba todos los días con
una persona que ni siquiera conocía y por el otro, por algún motivo que
desconocía, sentí alivio. Realmente todo lo que estaba pasando era muy raro.
¿Acaso era una obsesión lo que tenía con ese chico?, ¿estaba imaginando todo? Durante
todo ese día me quemé el cerebro tratando de encontrar una respuesta, así que
cuando salí de trabajar me fui directo a Yoga para despejarme un poco. Como era
costumbre, salí relajada y somnolienta y comencé a caminar lentamente por las
calles del barrio. Obviamente llegué a la “cuadra magnética”, a la cuál ya le
había tomado cariño. Frené para atarme los cordones y cuando me levanté, lo vi.
Ramiro (ya lo había bautizado así) iba caminando despacio, vestido con su
camiseta de River y con sus auriculares puestos. Se lo veía tranquilo y cuando
me pasó por al lado, no solo me miró, sino que también me sonrió. En ese
instante, toda la paz que había logrado en mi clase se esfumó por completo y un
estallido se produjo en mi interior. Por un momento quedé totalmente
descolocada, pero cuando volví en sí, tomé la decisión de que no me volvería
más loca por aquella situación. Si me lo cruzaba de nuevo, iba a aplicar el
plan que no había podido poner en marcha la última vez. Así fue como al día
siguiente, salí de Zumba totalmente convencida de que me lo iba a encontrar, me
dejé imantar por la cuadra magnética y cuando finalmente me lo crucé, simulé
que me tropezaba para chocármelo, pero en vez de impactar, él me atravesó.
martes, 10 de septiembre de 2019
Esos Ojos Color Miel. El Final
Cuando te vi no lo podía creer.
Tus cicatrices prácticamente no estaban y tus ojos ya no reflejaban lo mismo de
siempre. Por eso supe que te pasaba algo. Cuando salí del shock de ver tu nuevo
rostro, me hiciste sentar. Me dijiste que esa era la sorpresa que me habías
mencionado en Mar de las Pampas cuando nos habíamos encontrado. Me contaste que, en
realidad, habías terminado el cuatrimestre hacía bastante, pero que te habías
quedado más tiempo para realizarte la cirugía y recuperarte. También me
contaste que mientras estabas internado tuviste una compañera de habitación, también argentina, que había pasado por una operación similar a la tuya. Me dijiste que habían
tenido una conexión inmediata porque entendían lo que era vivir como si fueran
monstruos. También me dijiste que se habían hecho amigos muy rápido y que sin
darse cuenta esa amistad había terminado algo más y que ahora estaban juntos.
Empecé a sentirme mal, muy mal. La presión me debió haber bajado a tres ese día.
Me acuerdo de que tu cara se me empezó a desfigurar. En ese momento y para
siempre, el hecho de que prácticamente habías vuelto a tener tu cara de nuevo
pasó a un último plano. No entendía qué era lo que me estabas diciendo. No
podía ser verdad. No podías decirme lo que me estabas diciendo cuando te esperé
durante meses. No podías decirme que estabas con otra cuando me habías
prometido que cuando volvieras nadie nos iba a separar. Te odie. Te odié como
nunca odié a nadie, Simón. Mientras me pedías perdón, los cables comenzaron a
conectarse. Por eso era que siempre me cortabas las conversaciones. Por eso era
que empezaste a no responderme los mensajes o me esquivabas las conversaciones.
Y yo que pensaba que era que todavía no sabía usar bien Whatsapp, que en ese
momento todavía era algo nuevo ¡Qué ilusa! No tenés una idea de cómo me hiciste
sufrir. Lloré todavía más que la primera vez que nos separamos. Pensé que nunca
me iba recuperar, pero por suerte tiempo después apareció Sebas, que la remó
tanto, pero tanto que logró que finalmente me fijara en él y lo quisiera.
Aunque nunca lo llegué a amar, hizo que me olvidara bastante de vos, o por lo
menos hasta que nos volvimos a reencontrar en Gesell y comenzaran nuestros
encuentros furtivos anuales. Maldigo el día que comenzó todo y te maldigo a vos
por haberlo iniciado. ¿Por qué me besaste si estabas de novio? ¿Por qué lo
hiciste sabiendo que la cosa no iba a terminar en un simple beso? Si te diste cuenta
de que lo nuestro seguía intacto ¿Por qué no dejaste a Clara y te quedaste
conmigo? Yo lo hubiera dejado a Sebas por vos. Pero no, solo hicimos ese
estúpido acuerdo sin sentido: vernos en Gesell una vez al año y después hacer
como si no existiéramos Fue muy difícil para mi ese trato. Cada vez que estaba
con vos, me quedaba con ganas de más, de tenerte al lado mío, como debería ser. Igual, creo que la peor parte fue cuando te casaste. De verdad, ¿era necesario? ¿Quién
se casa a los veinticuatro años? O mejor dicho ¡¿Quién se casa hoy en día?! Ese verano te juro que no pensaba verte. Traté a toda costa de no ir, pero Sebas me
insistió demasiado porque ya se había acostumbrado a pasar año nuevo en Gesell
y le encantaba. Y si bien terminé yendo, tenía firmemente decidido que no iba a
verte, pero como una estúpida volví a caer en tus garras. No pude evitarlo, ni
ese año ni el otro ni el otro. Entonces ¿por qué no aparecí este año y tampoco
supiste nada más de mí? Lamentablemente no fue porque pude sacarte de mi vida.
Es muy difícil contártelo y pensé mucho si realmente quería decírtelo, pero me
di cuenta de que era necesario. El verano pasado no me viste porque fui mamá y
hace nueve meses estamos viviendo en Madrid. Igualmente, no voy a estar acá
mucho tiempo más. Me trasladaron del trabajo y en unos meses ya me vuelvo. Con Sebas
terminamos. Con la llegada del bebé me di cuenta de que él se merecía a alguien
que lo quisiera de verdad. Así que estamos solos con Camilo (te acordás que te
dije que cuando tuviera un hijo le iba a poner Camilo). Es el bebé más bueno
del mundo. Se ríe un montón y ya está
intentando pararse. Cuando nació peso 3,525 kg y midió 52 cm. Hoy en día, tiene el pelo medio rubio y los ojos color miel más hermosos del mundo.
jueves, 22 de agosto de 2019
Esos Ojos Color Miel V
Cuando te vi
entre los árboles de Mar de las Pampas, el corazón me dio un vuelco. Me
quedé completamente inmóvil. Ahí estabas, después de un año de prácticamente no
saber nada de vos, estabas ahí, en frente de mis ojos caminando con una bolsa de
La Pinocha en la mano. Cuando me viste vos también te quedaste paralizado, pero
no tardaste en volver a reaccionar y acercarte a mí. Me abrazaste
muy fuerte y me empezaste a hacer un montón de preguntas sobre mi vida, pero yo
lo único que atiné a decirte fue por qué no me habías avisado que habías
vuelto. Me dijiste que habías vuelto solo
por las fiestas, que en unos días ya te volvías porque tenías que terminar la
cursada, que no me habías dicho nada porque pensabas darme una sorpresa más
adelante. Mientras me hablabas tu voz me resonaba como un eco y todo a mi alrededor
giraba en círculos. Por suerte las chicas vinieron a rescatarme, porque si no
creo que caía desmayada ahí. Creo que nunca estuviste al tanto de la magnitud de
todo lo que me provocabas. Los siguientes días traté de no pensar en vos y de disfrutar mis
vacaciones con mis amigas, pero era imposible sabiendo que estábamos en el
mismo lugar, en nuestro lugar. Cuando una mañana me desperté y vi que el mensaje que tenía era tuyo empecé a
temblar, y cuando leí que querías verme, se me cortó la respiración. Se
lo mostré a mis amigas y la mayoría estuvo de acuerdo con que no te contestara,
pero ¿cómo resistirme ante una de mis mayores debilidades? A pesar de las
quejas y súplicas de las chicas me cambié y salí a tu búsqueda como un perro
cuando lo llaman a comer. Estúpida, estúpida, estúpida. Odiaba ser tan arrastrada
y odiaba seguir queriéndote tanto, pero que inevitable era. Me pasaste a buscar
por Toscana, el hotel donde estaba parando, en 107 y playa. Cuando salí estabas
ahí parado, qué lindo que estabas ¡y que ganas de comerte la boca tenía! Caminamos por
la avenida 3 porque la idea era volver por la playa. Me acuerdo de que rompiste el hielo preguntándome qué me parecía parar por el centro y te contesté que no había como
las playas del sur. Me contaste de tu vida en Inglaterra, de cómo era ir a la
facultad en el extranjero. También me dijiste que habías hecho algunos amigos y que, si
bien te gustaba estar allá, sentías que tu lugar era acá en Buenos Aires. Yo te
conté cómo fue mi último año de colegio, de lo bien que la había pasado en mi
viaje de egresados y que en marzo empezaba la licenciatura en Publicidad. Cuando
volvíamos caminando por la playa, de la nada me dijiste que me extrañabas. Con solo escuchar esas palabras, la tristeza que
se había acumulado en mi alma durante todos los meses que estuvimos separados, se disolvió y todo se llenó de felicidad. Nos
besamos mucho, y en cada beso confirmaba una vez más que eras la persona que
quería besar el resto de mi vida. Me acompañaste de nuevo al hotel. Nos
volvimos a besar y el beso se hizo cada vez más apasionado. No quería que te
fueras, o por lo menos no así. Supongo que te diste cuenta de que no te había
invitado a pasar para que conocieras el lugar. Mientras caminábamos por el
largo pasillo que separaba la puerta principal de la habitación le mandé un
mensaje a las chicas para que no aparecieran por un buen rato. Llegamos. Me
senté en la cama y te dije que te sentaras al lado mío. Te vi nervioso y
seguramente pensaste que yo también lo estaba, pero la verdad es que estaba muy
decidida. Los nervios vinieron después, con lo desconocido. Todavía me acuerdo
de tus manos acariciándome, de nuestros corazones latiendo con fuerza y de vos cuidándome
todo el tiempo. Al fin habíamos tenido nuestra primera vez, esa que, por uno u
otro motivo, no se nos había dado en los meses que estuvimos de novios. Obvio
que después de estar juntos menos quería que te fueras. Quería congelar el
momento para siempre, pero no fue posible. Nos despedimos entre besos, lágrimas
y abrazos. “Vuelvo en julio y nadie nos va a separar”, me dijiste mirándome a
los ojos. Yo confié en tus palabras. Por eso, cuando seis meses después volviste de novio y con una cara nueva, el mundo se me derrumbó.
domingo, 21 de julio de 2019
Esos Ojos Color Miel IV
A lo largo de estos años me di
cuenta de que los problemas en las parejas comienzan cuando se abren al mundo,
cuando dejan de ser solo dos contra todo y comienzan a compartirse con el resto
de la sociedad. Siempre me acuerdo el primer día que fui a tu casa y me
presentaste a tus viejos. Tu papá me saludó muy amablemente, pero tu mamá me
miró con un desprecio que hasta un ciego lo hubiera notado. Era por eso que
siempre que me invitabas a ir te inventaba alguna excusa. No me sentía cómoda y
muchos menos después de escuchar que tu mamá le decía a tu tía que yo estaba
con vos porque por la plata, porque no era posible que me gustaras. Nunca te lo
dije porque no me parecía correcto, pero ahora me siento en condiciones de
poder liberar ese secreto. Y perdón que te lo diga así, pero ¿qué clase de
madre puede pensar eso? Se que para alguien externo si podía ser difícil pensar
que me haya podido enamorar de vos a pesar de tus cicatrices, ¿pero tu mamá? Más
que nadie tendría que haber sabido todas las cualidades que tenías. Más allá de
eso, ese tiempo que pasamos juntos para mí fue un sueño e hizo que me enamorara
de vos cada vez más. Por eso, cuando me dijiste que te ibas un año a estudiar a
Inglaterra el mundo se me partió en dos. No solo porque te ibas a alejar de mí,
sino porque vos no querías ir, pero no tuviste las agallas de decir que no. Después
de despedirte aquella tarde lloré todos los días hasta que no tuve más lágrimas.
La distancia siempre es difícil, pero en ese momento lo fue todavía más ya que aún
no existía ni Whatsapp ni Instagram ni todos los medios de comunicación que hay
ahora. Lo único que logró levantarme el ánimo en esa época fue la magia de
quinto año, mis amigas, Bariloche, la fiesta de egresados y el pensar en mi
futuro después del colegio. Sin embargo, eso no hizo que pudiera sacarte de mi
cabeza. En octubre de ese año, con mis
amigas comenzamos a planear nuestras primeras vacaciones juntas y, como era de
esperarse, se decidió como destino Villa Gesell. De ese viaje esperaba mucha
diversión, libertad, un poco de nostalgia porque cada rincón me iba a hacer acordar
a vos. Lo que jamás esperé era encontrarte.
domingo, 26 de mayo de 2019
Esos Ojos Color Miel III
El 14 de enero fue el último día
de playa del 2011. Ni bien me desperté miré por la ventana. A pesar de que
habían pronosticado mal tiempo, el cielo estaba completamente despejado. Pensé
que iba a hacer un gran último día y de hecho lo fue, solo que un poco
diferente a lo que había imaginado.
Luego de desayunar fui a la playa. Allí me
encontré con Beca y Luchi, lo cual era muy extraño ya que nunca aparecían hasta
después de las cuatro de la tarde. Me dijeron que como era mi último día habían
querido pasar tiempo conmigo, pero luego comprendí que sus intenciones eran
otras. Esa mañana me preguntaron que onda con vos y aunque traté de negar todo
terminaron haciéndome confesar lo mucho que me gustabas. Beca me dijo que,
aunque vos no le habías dicho nada, ella sabía que yo también te gustaba, solo
que no te animabas a hacer nada por miedo al rechazo. Así que empezaron a
cranear un “plan maestro” para que finalmente diéramos el siguiente paso. La idea era ir a bailar como habíamos hechos
otras tantas veces, pero durante la previa te iban a comer la cabeza para que
entendieras que ambos nos gustábamos. Como recordarás nada de eso sucedió, por
suerte. Me gusta mucho más como finalmente terminaron las cosas. Debo decir que
cuando después de almorzar vi como el cielo se llenó de nubes y el viento
empezó a soplar como nunca casi me dio un paro cardíaco. Si llegaba a llover no
solo no te iba a poder ver en la playa, sino que tampoco íbamos a poder vernos
a la noche, lo que significaba volver a Buenos Aires sin que hubiera pasado
nada. Se ve que a vos te pasó lo mismo porque al rato me llegó un mensaje tuyo
preguntándome si quería ir a merendar a La Austríaca ya que no íbamos a poder
vernos en la playa. Me dijiste que le dijera a Beca y a Luchi, pero pensé que
luego de la conversación que habíamos tenido a la mañana entenderían si no les
de decía nada. Me pasaste a buscar con el auto, pero te sugerí que fuéramos
caminando a pesar de que habían empezado a caer algunas notas. Dudaste un poco,
pero aceptaste. Cuando llegamos al lugar nos sentamos en una mesa desde donde
se podía ver cómo la lluvia iba mojando toda la calle de arena. Te noté un poco
nervioso. Yo también lo estaba ¡y cómo no! si era nuestra primera cita no
oficial. Para romper el hielo te hablé sobre lo bien que la había pasado en las
vacaciones, que deseaba que nunca terminaran. También te comenté de lo
emocionada que estaba con el hecho de que era mi último año del secundario, que
no podía creer que a principios del otro año ya sería una estudiante
universitaria. Me dijiste que no pensara en eso, que disfrutara lo más posible todo
lo que vendría, que iba a ser lo mejor que me pasara y de lo que nunca me
olvidaría. Cuando trajeron las porciones de torta, como la mía era gigante, me
apostaste una salida en Buenos Aires a que no la terminaba. Acá es cuando te
confieso que después de no dejar ni una miga con tal que me invitaras a salir,
no pude comer torta de chocolate y dulce de leche como por un año. ¡Esa torta
era enorme de verdad! Para cuando nos fuimos de la casa de té, ya eran las seis
de la tarde y había parado de llover. Me propusiste ir a la playa a caminar un
rato y obviamente te dije que sí. Si era por mí, te acompañaba hasta otra
galaxia con tal de estar con vos. Salimos por el muelle, ya que estábamos por
la 129, y encaramos para la 142. Caminamos callados. Yo particularmente estaba
pensando de que manera podíamos quedar “casualmente” uno frente al otro para
decirte lo que sentía y darte un beso. Vos no sé en qué pensabas, pero te veías
nervioso. Cada tanto me mirabas de mirabas de refilón y suspirabas. Me gusta
pensar que vos también planeabas la estrategia perfecta para besarme. Finalmente, llegamos a las 142 y nos sentamos en la arena fría. El cielo se había despejado
de nuevo así que pudimos ver cómo el sol, que se estaba escondiendo entre los
médanos, iluminaba las olas dándole un color inigualable. Te dije que amaba la
playa a esa hora porque el mar se ponía hermoso. “Vos sos hermosa”, me dijiste
tímidamente y cuando te miré a los ojos, de un impulso me robaste un beso. En
ese instante supe que nunca más quería besar a otra persona que no fueras vos. Fue
el mejor día de mi vida, lástima que al día siguiente nuestra burbuja se
explotaría.
domingo, 5 de mayo de 2019
Esos Ojos Color Miel II
Al final esa noche no fuimos a
bailar, los tragos y el Tutti Frutti se extendieron más de lo previsto, y
aunque me quedé con las ganas de conocer algún boliche, la pasé muchísimo mejor.
Me habías parecido súper divertido y muy lindo. Y no sé qué opinás vos, pero
para mí nuestra conexión fue inmediata. Nos despedimos con un rápido beso en el
cachete, pero nos quedamos mirándonos una eternidad. Dicen que los ojos
reflejan el alma y la tuya se veía muy transparente. Me hechizaste por
completo, Simón.
Debo confesar que no pude
aguantar mucho la intriga, así que al día siguiente le pregunté a Beca que te
había pasado en el rostro y, aunque me lo explicaste muchas veces, sigo sin
entender como es que una cortadora de pasto terminó pasándote por arriba. También
tengo que confesarte que me moría de ganas de verte de nuevo y cuando me enteré
de que, en realidad, parabas en Mar de las Pampas me desilusioné mucho ya que
así, solo podría verte si las chicas arreglaban para salir y decidían invitarte
a vos y a tus amigos. Les rogué a todos los santos de todas las religiones para
que pronto se concretara una salida, y parece que me escucharon porque al día
siguiente Beca lo propuso. Así que esa noche me cambié, pero esta vez pensando
en vos, y me fui a lo de Luchi ansiosa por verte de nuevo. Cuando cruzaste la
puerta mi corazón, otra vez (y como siempre), empezó a latir fuerte. Me
sonreíste y adentro de mí empezaron a explotar fuegos artificiales. No quería
parecer muy desesperada, pero seguro se notaba veinte mil leguas que me gustabas.
En la previa me enteré de que estabas por empezar el primer año de ingeniería,
porque además de lindo siempre fuiste muy inteligente y lograste hacer el CBC
en solo un año. Cuando sonaron las alarmas (¿te acordás que nos pusismos la
alarma para que no se nos pase la hora de nuevo?) limpiamos todo y nos fuimos
hasta la parada del colectivo. Me acuerdo de que tu amigo Pablo se quejó de que
iba a venir lleno, pero yo le dije que estábamos en la calle 142 y hasta ahí todavía
no subía nadie. Como no me creyó apostamos un trago y por supuesto gané, aunque
siempre agradezco que esa apuesta no la hicimos años después cuando Gesell se
empezó a poblar más y en esa parada el bondi llegaba ya casi sin asientos.
En el colectivo nos sentamos
juntos. Ahí me contaste que jugaste al rugby muchos años, pero que con la
facultad tuviste que dejar. También me dijiste que te gustaban los perros y que
el tuyo era el mejor de todos. Lo que te olvidaste de mencionar fue que
bailabas muy bien, eso lo comprobé adentro Dixit, el boliche donde terminamos
yendo después de estar como una hora decidiendo. Esa noche tuve mucho levante,
pero no le di bola a nadie porque, en realidad, solo quería estar con vos. Cuando
salimos rogué que fuéramos a la playa a ver al amanecer, pero todos prefirieron
ir a bajonear un pancho al Marroquí. Por suerte vos me quisiste acompañar. Cuando
encaramos por la 107 me di cuenta de lo borracha que estaba porque mis huellas
en la calle de arena no seguían un camino derecho. La playa estaba tan llena
que parecían las tres de la tarde. Nos sentamos y en silencio esperamos a que
saliera el sol. De vez en cuando te miraba y vos a mí, pero ninguno se animaba
a decir ni hacer nada porque la tensión que había era muy fuerte. El amanecer
fue hermoso, aunque solo lo pude capturar con mis ojos porque la cámara digital
se la había quedado Luchi en su cartera. No sabés las ganas que tenía ese día
de que me abrazaras muy fuerte y quedarme así, para siempre. No sé si fue la
borrachera o el momento, pero te dije que deseaba que pararas cerca de donde
estaba yo así podía verte todos los días, y esa misma tarde apareciste
caminando por la larga entrada del balneario de Sunset y fue la primera de
todas las que siguieron hasta que se terminaron las vacaciones. Al principio,
para que ni Beca ni Luchi pensaran que nos gustábamos pasábamos todo el tiempo
con ellas, pero con el correr de los días empezamos a buscar momentos a solas.
Teníamos suerte de que a ninguna de las dos les gustaba meterse al mar ni salir
a caminar. Así que n esos instantes entre las olas o en las caminatas hasta el
muelle nos conocimos un montón. Me contaste que desde tu accidente tus papás te
sobreprotegían y eso te molestaba muchísimo. Te sentías sofocado. También me
confesaste que solo habías besado a una chica y fue solo porque la habían
desafiado. Te sentías un monstruo y pensabas que nunca nadie te iba a querer. Te
dije que era imposible que alguien no te quisiera y que si no estaban con vos
por tu apariencia era porque solo querían algo pasajero y únicamente para
alardear. Te reíste y me dijiste que te decía eso porque era tu amiga, aunque
sabías perfectamente que estaba muerta por vos. Si me quedé callada aquella vez
fue porque, por primera vez, pensé que en realidad no te gustaba y eso me
partió el alma.
miércoles, 24 de abril de 2019
Esos ojos color miel I
Mientras pensaba como decirte lo
que tengo para decirte me acordé de cómo comenzó todo.
Me acuerdo de que cuando
vi el cartel de “Bienvenidos” le pedí a mi papá que subiera el volumen de la
música y me puse a cantar muy fuerte. Era el 30 de diciembre de 2010 y faltaban
solo dos días para que comenzara el 2011, el año en el que cumpliría 18, terminaría
el colegio y te conocería a vos, el gran amor de mi vida.
Ni bien nos instalamos en el
departamento me fui corriendo a la playa. Como todos los años, cuando toqué la
arena cerré los ojos para escuchar el sonido del mar y me dejé abrazar por la
brisa tan típica de Villa Gesell. Después, me metí al agua y desde ahí miré
para la costa. Había muy poca gente todavía. El primer malón llegaría al día
siguiente para pasar fin de año y entre ellos estarías vos. El segundo malón,
lo haría el primero de enero, al comenzar la quincena. Ahí estarían Beca y
Luchi, que días más tarde serían las encargadas de presentarnos oficialmente.
Digo oficialmente porque no sé si te acordás, pero nosotros ya nos habíamos
cruzado. Fue uno o dos días antes, yo había ido a caminar hasta el muelle y en
el camino me compré un licuado. Cuando lo terminé, me acerqué al sector de
carpas, donde estaban los tachos de basura para tirar el vaso vacío, y ahí te
vi. Bah, vi tus ojos. Esos ojos color miel, con esa mirada tan intensa que me
generó una electricidad por todo el cuerpo. Vos también te quedaste helado,
pero solo por unos segundos, después te fuiste rápido, como escapándote. Al
principio pensé que eras tímido, pero cuando nos presentaron entendí que era lo
que te había pasado.
El 5 de enero de 2011 el día estaba
hermoso así que fui temprano a la playa. Ahí me encontré con Beca y Luchi, que me
preguntaron si ese año podría ir a bailar ya que el año anterior, cuando las
conocí, mis papás no me lo permitieron porque todavía era muy chica. Cuando les
dije que sí se emocionaron todavía más que yo y al instante nos pusimos a hacer
planes para la noche. Nos íbamos a juntar en lo de Luchi y en la peatonal
íbamos a decidir a qué boliche ir. Hasta ese momento ni siquiera podía imaginar
que eras amigo de Beca y que te vería horas más tarde. A eso de las diez,
después de cenar, comencé a prepararme. Me acuerdo de que me puse una pollera
tubo negra y una musculosa roja. También recuerdo que mientras me ponía el
labial pensé en esas cosas que se aprenden de chico y quedan automatizadas para
siempre, como pintarse los labios o ponerse las medias de nylon. Si no te lo
enseñan como sabe uno que primero hay que ponérselas de a una hasta las
rodillas y después subirlas completamente. Perdón, me fui de tema, pero creo
que esa fue la última vez que pude tener un pensamiento tan superficial. Luego
de esa noche, te instalaste en mi cabeza y nunca más te fuiste.
Volviendo a
cómo sucedieron los hechos, luego de cambiarme y maquillarme me fui a lo de
Luchi. Mientras preparábamos algo para tomar sonó el timbre y, en ese momento,
me enteré de que nos acompañarían unos amigos de Beca. Lo que nunca me hubiera
imaginado era que, entre ellos, ibas a estar vos. Debo confesar que al
principio no me di cuenta. Es que a diferencia de la primera vez que nos vimos,
vi tus cicatrices y no tu mirada. La verdad que fue impactante, pero bastó que
nuestros ojos se encontraran para comprender que eras vos. Mi corazón comenzó a
latir con fuerza. No entendía nada, ¿cómo es que habíamos coincidido los dos en
el mismo lugar? “Simón”, así me dijo Beca que te llamabas y que eras amigo de
ella hacía muchos años. En ese momento no me atreví a preguntarle que te había
pasado en la cara, por qué tenías tantas cicatrices. De lo que sí me animé fue
de ofrecerte un trago y de preguntarte de dónde eras. San Isidro, me
contestaste y, automáticamente, pensé que eras de una familia con plata, lo que
no pensé fue que ese detalle nos iba a pesar tanto, tiempo después.
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