domingo, 22 de diciembre de 2019

Domani no, hoy II


Doce y veinte hiperpuntual zarpó el barco. Nos sentamos al aire libre y una brisa suave y hermosa nos golpeó la cara, alivianando un poco el hambre que ya había empezado a aparecer. ¡Qué cosa linda es navegar! Cuando nos acercamos al puerto, entre el aire portuario, los turistas comprando en los puestitos de la feria y el maravilloso paisaje de fondo, fue como meterse en una película de esas románticas. Nos acercamos a un lugar desde donde salía un mini-micro que te llevaba hasta la punta más alta de la isla. Subimos e iniciamos el camino entre calles angostas en las que de un lado se veía la pared de la montaña y del otro el precipicio, pero también una panorámica inigualable. Allá arriba la vista era más hermosa todavía. Se podía ver todas las casas entre el terreno montañoso y la vegetación y un poco más allá el mar celeste que se mezclaba con el cielo. Recorrimos un poco. Todo era o cuesta abajo o cuesta arriba. Ninguna casa se encontraba en un terreno llano. Sin duda un lugar no apto para borrachos. A diferencia de otras partes de Italia, en Capri había mucho silencio, lo que lo hacía más lindo. Podríamos habernos quedado horas observando el paisaje, pero a mi hermana se le ocurrió ir hasta el otro lado de la isla. “No vamos a llegar con el tiempo”, le dijo mi mamá, pero ella insistió y la terminó convenciendo ya que haciendo cálculos y teniendo en cuenta la puntualidad europea, no había chance de perder el ferry de vuelta. Entonces nos subimos a otro mini-micro y comenzamos a descender nuevamente, pero esta vez para otra dirección. Cuando bajamos del micrito no pudimos decir otra cosa que no sea “wow”. De ese lado de la isla estaban las famosas piedras de Capri. Era como estar viendo una postal. Nos acercamos a un pequeño muelle que había allí y algunas personas se tiraron al agua. Nosotros simplemente sumergimos los pies. ¡Qué mágico es el mar! Con solo tocarlo apenitas sentís como toda la energía de tu cuerpo se renueva. De repente el Sol comenzó a bajar y el cielo empezó a teñirse de rosa. Sin duda era un momento para congelar para siempre. No me acuerdo quien fue, pero alguno de los cuatro miró el reloj y dio el aviso de que ya debíamos volver a la parada a esperar el micro que salía a las 18 hs. Fuimos los primeros en llegar así que aprovechamos para sentarnos en un banco que había allí. Los minutos pasaban y comenzó a formarse una fila. Se hicieron las seis de la tarde, pero el micrito no apareció. Mi mamá se empezó a poner nerviosa. Pasaron cinco minutos más y nada. Otros cinco y nada. Si no venía en los próximos segundos no íbamos a llegar a tomar el ferry de vuelta. Los gritos de mi mamá a mi hermana ya habían empezado a resonar hacía quince minutos. ¿Justo en ese momento los europeos tenían que romper su tradicional puntualidad? Finalmente, el bus llegó seis y veinte. Teníamos cinco minutos de viaje hasta la cima de la montaña y otros cinco para bajar. Solo un milagro nos podía hacer llegar.



domingo, 15 de diciembre de 2019

Domani no, Hoy I


Cuando llega el momento en que en la familia ya son todos mayores de edad, los viajes familiares se disfrutan de otra manera. Por un lado, porque dejan de ser una obligatoriedad y por otro porque los miembros dejan de tener jerarquía y se vuelven compañeros de aventuras.

En el 2012 fuimos con mis hermanos y mi mamá a celebrar sus cincuenta años a Europa. Primero recorrimos Madrid y Barcelona y después fuimos en tren hasta París unos días. De ahí otro tren hasta Venecia, pasamos por Florencia y finalmente llegamos a nuestro último destino: Roma.
Entre los cuatro días de estadía que tuvimos en esa ciudad, tocó el Día de la Madre, por lo que con mis hermanos decidimos regalarle a la nuestra un día en la Isla de Capri.

Llegamos temprano a la estación de tren y nos fijamos en las máquinas expendedoras de boletos (que para esa época para alguien del tercer mundo era algo revolucionario) cuánto nos costaba viajar hasta allá. Teníamos varias opciones, pero elegimos la más barata, total allá todos los trenes eran de lujo. Me encantaría contarles acerca del tren y del trayecto, pero la verdad que justo de ese no me acuerdo de nada. Luego de dos horas llegamos primero a Nápoles, parada obligatoria para ir hasta la isla. La estación era grande y la panorámica había cambiado. Se notaba una gran diferencia entre el norte y el sur y cuando salimos a la calle, esa diferencia se intensificó aún más. La ropa de la gente ya no era la misma, el ruido ambiental había aumentado considerablemente y Constitución se había vuelto un poroto al lado de esas calles llenas de cúmulos de basura, algunas con ratas coronando la pila. Comenzamos a caminar por las mugrientas callecitas y nos fuimos encontrando con caripelas que daban bastante miedo. Agarramos fuerte las mochilas, aunque creo que fue más un reflejo argentino que otra cosa. Había muchas motos y cuando digo muchas hablo de muchas en verdad. Porque no es normal que haya treinta motos juntas trasladándose a la vez. Fuimos hasta el puerto para sacar el pasaje hasta Capri. El trayecto duraba cuarenta minutos y salía doce y veinte del mediodía. El último ferri de vuelta era a las seis y media de la tarde. Como teníamos un poco de tiempo antes de que saliera el barco fuimos hasta la Iglesia de San Genaro que quedaba cerca. Ahí mi hermano, que estudió Turismo y nos hizo de guía todo el viaje, nos contó que la sangre de San Genaro se guarda en una ampolla desde hace más de quinientos años y suele licuarse tres veces por año. Las veces que no se licuó ocurrieron catástrofes como La Segunda Guerra Mundial, terremotos o la erupción del Vesubio, que dejó a Pompeya debajo de cenizas. Después de nuestra lección cultural volvimos para el puerto. En el camino pasamos por varios restaurants donde la gente estaba comiendo unas pizzas que tenían una pinta bárbara, no como las que habíamos probado en otras ciudades: finitas como un papel e individuales. Ni a los talones les llegaba a las del Palacio de la Pizza o Banchero. También encontramos una boca de subte. No nos animamos a bajar.



lunes, 2 de diciembre de 2019

You Look Like Red Riding Hood - El Final


Una vez liberada mi vejiga pude fijarme bien en mi mapa cómo llegar a Little Italy, que ya para ese momento parecía la tierra prometida. Retomé mi camino, esta vez pudiendo disfrutarlo un poco más. Finalmente, luego de unas cuadras llegué al bendito barrio, bah, mejor dicho, llegué a las dos cuadras conformadas por muchos restaurantes italianos y muchos locales de regalos donde podías encontrar muchos recuerditos a un precio bajísimo. No compré nada, pero me prometí que iba a volver a comerme unos tallarines con bolognesa. Di la vuelta manzana para chusmear China Town. Dos cuadras de mal olor y muchos chinos desagradables. Ahí seguro no iba a volver. Miré el cielo y se había despejado bastante. El reloj marcaba casi las siete y el One World Obervatory me llamaba a gritos. Era mi oportunidad de ver el atardecer desde allá arriba. Miré mi mapa de nuevo. Estaba lejos como para ir caminando así que me fui para el subte que había visto que estaba por ahí cerca. En el submundo del metro me conecté a wifi y chequeé la línea que debía tomar. Sin duda lo que más amé de mi viaje fue la facilidad con la que uno se podía mover por la ciudad. Nada era un problema. Si estabas en la punta del Central Park y querías ir a tomarte el barco a Staten Island, te tomabas un subte y en treinta minutos estabas ahí. Si estabas en Times Square y te daban ganas de ir hasta la Grand Central, pero no tenías ganas de caminar, subte. Si querías conocer Brooklyn, subte. No importaba a dónde querías ir, siempre había un subte que te dejaba cerca y en poco tiempo. En fin, cuando llegué hasta la última estación, bajé y me dirigí rápido hasta el edificio porque tenía miedo de perderme el atardecer. Fui para una puerta, pero el de seguridad me dijo que tenía que dar la vuelta. Mientras buscaba la entrada, miré la inmensidad del edificio. ¿Cómo podían haber hecho algo tan impresionante? Finalmente encontré la puerta de acceso y cuando entré me recibió una larga fila. Me agarró una ansiedad terrible ¡No podía perderme el atardecer! Por suerte la cola avanzaba rápido. Cuando llegué a la boletería le mostré mi celular a la chica que estaba ahí. Antes de viajar había sacado la Sightseeing Pass. Supuestamente cuantas más atracciones comprabas, más te ahorrabas. No sé cuánto de verdad tenía eso, pero yo me la compré igual porque pensé que si me llegaban a robar todo por lo menos ya tenía cinco atracciones pagas desde Buenos Aires.  Después de escanear mi código QR me fui para la fila para pasar por escáner las cosas. Parecía un aeropuerto. Era increíble la seguridad que había por todos lados. Luego de comprobar que no era una terrorista fui a la cola del ascensor y cuando subí comenzó la magia. En el minuto que tardó en subir 104 pisos, cinco pantallas que vestían el cubículo me mostraron como fue evolucionando la ciudad. Cuando llegué al último piso, otra pantalla gigante exponía una panorámica de la ciudad. La chica que nos recibió dijo algo en inglés que no entendí y a los dos segundos la pantalla se levantó y dejó al descubierto la verdadera imagen de Nueva York desde las alturas.  Todos dijeron “wow” al unísono. La vista era algo realmente indescriptible. Después de sacar unas fotos, la chica que había hablado antes nos hizo pasar a otro salón. Ahí otra chica se puso a explicar algo, pero yo no quería perderme el atardecer por lo que, cuando comprobé que nadie me miraba, me escurrí y me fui para el mirador principal. “Wow, wow y más wow”. No alcanzaban las palabras para describir semejante belleza. Desde allá arriba se podía ver absolutamente todo: la Estatua de la Libertad, el Puente de Brooklyn, el Empire State y hasta Time Square. Simplemente maravilloso. Después de sacar fotos muy malas desde todos los ángulos, me senté a esperar el atardecer que todavía no había llegado. Pasó media hora más y nada, otra media hora y nada. Terminé esperando dos horas hasta que finalmente se hizo de noche, pero valió la pena. Si ver la ciudad de día desde allá arriba te dejaba sin palabras, no se pueden imaginar lo que fue ver el atardecer y todo iluminado luego. Cuando todo se oscureció, me quedé quince minutos más y decidí bajar. En ese interín me agarró miedo. No se me había pasado por la cabeza que estaba en el edificio más alto de Manhattan, el que reemplazaba las Torres Gemelas que habían tirado abajo en 2001. ¿Qué pasaba si a alguien justo en ese momento se le ocurría hacer un atentado cuando yo estaba ahí arriba? Claramente me iba a morir, pero de solo pensarlo me dio un escalofrío.





Cuando bajé ya era totalmente de noche. Caminé hasta los piletones donde antes estaban las torres y me puse a leer los nombres de los fallecidos. Otro escalofrío. Me fui a sentar a uno de los tantos bancos que había por ahí y disfruté del silencio que había. Esa es otra de las cosas lindas de viajar solo: podés tener silencio cuando vos quieras. Si fuera fumadora, ese hubiera sido el momento ideal para prender un cigarrillo, pero como no lo soy, simplemente me quedé ahí y me dejé abrazar por la calma. Después de un buen rato mi panza empezó a sonar y me di cuenta de que lo último que había comido era la sopa del mediodía. No sé por qué, pero a lo largo del viaje mi apetito se redujo prácticamente al cien por ciento. Quizás era por el cansancio o por la euforia de querer conocer todo, pero la verdad es que no sentía ganas de comer. Igualmente, en aquel momento decidí que iba a cenar algo así que me dirigí hasta Oculus, la nueva estación de subte. Otra vez “Wow”. Qué habilidad tienen los yanquis de construir cosas tan maravillosas y gigantes. Ahí abajo habían construido una pequeña ciudad: Shopping, patio de comidas, juegos y todas las líneas de metro. Como ya era tarde estaba todo cerrado, así que me fui directo a buscar la línea 2 que era la que me llevaba a Time Square, el lugar que más me fascinó y por el que pasaba todas las noches, aunque fuera un ratito. Tardé en encontrar la estación. El lugar era verdaderamente muy grande, pero finalmente llegué. Cuando subí al vagón, me desplomé en el asiento. ¡Qué cansada estaba! ¡Había caminado una barbaridad! Aproveché el tiempo que el subte estuvo estacionado para romper mi burbuja y chequear mis redes sociales y contestar mis Whatsapp. Aparentemente en Buenos Aires se había cortado masivamente la luz. La verdad me importó muy poco. El metro arrancó, de vuelta a la burbuja. Después de unos cuantos minutos llegué a mi destino y salí al mundo exterior. Caminé un par de cuadras hasta las famosas escalinatas. Busqué una pizzería que había visto el día anterior. Nunca apareció. Me acerqué a un foodtrack que tenía un cartel gigante que decía “Empanadas Argentinas”. Miré los sabores y me llamó la atención que había uno que decía “Argentina”. ¿Qué clase de sabor era Argentina? Se lo pregunté al chico que atendía. “Empanadas argentinas”, me contestó. Le volví a preguntar qué sabor era ese, ”¿Carne”? Volvió a contestarme algo que no era la respuesta que yo quería. No me entendió, yo no le entendí así que terminé pidiendo dos de jamón y queso y solo una de carne, porque andá a saber qué tipo de carne era esa. También me pedí una latita de cerveza. Después de tanto caminar necesitaba hundir mi organismo en una Corona. Cuando me dio todo lo que pedí, puse la plata en mis manos y se las extendí para que él eligiera el billete y la moneda que quisiera. Me fui a sentar a las escalinatas. Volví a observar todo a mi alrededor. No podía creer que estaba ahí, sola y muy feliz con mis tres empanadas de jamón y queso (porque el chico se había equivocado) y mi birrita en Time Square.



lunes, 25 de noviembre de 2019

You Look Like Red Riding Hood III


Greenwich es el típico barrio que se ve en las series. De hecho, ahí está el edificio de Friends, el cual no visité porque me enteré de su existencia cuando ya había vuelto. Los edificios eran muy pintorescos y mucho más bajos que los rascacielos que se podían ver en el Distrito Financiero. Todos tenían la escalera de incendios en el exterior y cuando veías las entradas no podías imaginarte otra cosa que no fuera una escena de película romántica. Porque Nueva York es así. Es como estar constantemente mentido dentro de una película. A mí particularmente además me generó mucha paz. Caminar sola por esas calles era como ir andando adentro de una burbuja donde nada ni nadie me molestaba y donde todo estaba bien.

Sin darme cuenta llegué a Soho. Acá la topetitud ya había aumentado, no solo porque se podía visualizar perfectamente el Empire State y el One World Observatory sino porque algunas de las mejores marcas decían “presente”. Yo entre al bueno y confiable Forever, pero a diferencia del día anterior, que me había logrado comprar varias prendas, ese día no conseguí nada de mi talle. La verdad que los talles allá son algo complicado. Hasta que das con el indicado podés haberte probado cinco camisas, por ejemplo. Salí un poco desilusionada y me dispuse a seguir caminando hasta que vi el maravilloso Victoria Secret que me imantó hacia él. Desde hacía un par de años mi amiga me traía algo de ahí cada vez que viajaba a ver a su novio y me volví fan. De tal modo, estar ahí era como tener la oportunidad de ver a tu ídolo todos los días. Cuando entré fue algo así como la gloria. Solo faltaba el coro de ángeles cantando. Todas las paredes del local estaban empapeladas de productos y estaba lleno de cajoneras y estantes donde había todavía más cosas para elegir. Empecé a mirar todo completamente fascinada, sobre todo las ofertas. Estuve un buen rato mirando todo, pero otra vez el tema del talle me complicaba la vida: 32b 36c, 34ª. ¿Cómo iba a saber yo qué talle de corpiño era con todos esos números y letras? Mientras pensaba en mi cabeza cómo formularle a algún vendedor la pregunta, escuché a uno hablar castellano. “¡Milagro!”. Me le acerqué y le planteé mi problema. Ante esto me dio un papel, me metió en el sector de probadores donde me dijo que me iban a tomar medidas y se fue. “Hello”, me saludó otra vendedora mientras abría la puerta de un probador. Me metió adentro y me empezó a tomar medidas con una rapidez inimaginable. Me dio un papel que decía 32B y una pila de corpiños. Después me dijo algo que no hubo chance de que entendiera. “¿Vos no hablás español?” le pregunté, pero me dijo que no y me encerró con los corpiños. Me los empecé a probar porque supuse que eso tenía que hacer, aunque no sabía muy bien con qué fin. En ese interín se me rompió el mío. Fue como que si el lugar me hubiera dicho: “Esa baratija de Puente Saavedra acá no va, querida” Así que no me quedó otra que comprarme uno, aunque no fue de los que me estaba probado sino otro que encontré a diez dólares entre las gangas. Después de como cuarenta minutos finalmente me fui. Ya era hora de conocer Little Italy y China Town. Miré mapa no muy detenidamente y empecé a caminar. Caminé, caminé y caminé, pero ninguno de los dos barrios apareció. Al contrario, parecía que estaba cada vez más cerca de la parte sur de la ciudad. “¿Cómo podía ser?” Cuando me fijé en el mapa me di cuenta de que no había prestado atención y me había ido para el otro lado. También me percaté de que mi vejiga estaba a punto de explotar. Busqué un lugar para sentarme y poder concentrarme para encontrar el camino para llegar a un baño lo más rápido posible.  No estaba muy lejos así que si caminaba rapidito lo iba a lograr. Gracias a Dios encontré un Starbucks antes de lo pensado. Entré y me fui directo para el fondo. Me puse al final de una fila donde había hombres y mujeres. “Is the same line?”, le pregunté al chico de adelante. Lanzó una risita y me dijo que sí en inglés. “¡Qué modernos!”, exclamé en castellano y cuando me escuchó me preguntó de donde era. “Argentina”, le contesté rogando que no escupiera el hilo de futbolistas y costumbres que no consumo. Por suerte no lo hizo.  Por el contrario, me preguntó de qué parte de Argentina era. Aparentemente algo sabía sobre el país. Intenté explicarle cómo eran las subdivisiones geográficas, pero esta vez mis neuronas no conectaron hasta la clase de inglés donde me enseñaron eso. Con muchas señas traté de hacerme entender pero, aunque él me dijo que sí lo había hecho, para mí fue todo en vano. Antes de que le tocara su turno para entrar al baño, me dio unos tips para recorrer la ciudad y me recomendó cruzar el puente de Brooklyn temprano por la mañana así evitaba cruzarme con tanta gente. Al día siguiente le hice caso, pero eso se los cuento en otra ocasión.  



martes, 19 de noviembre de 2019

You Look Like Red Riding Hood II


Arranqué recorriendo el museo. La verdad es que fueron quince dólares para ver lo mismo que podía haber encontrado en el Centro Cultural Recoleta, pero la vista que tenía era asombrosa y tenía wifi, así que, aunque sea valió un poco la pena. Cuando terminé de recorrerlo, me senté en uno de los sillones que había por ahí. ¡Qué objeto tan preciado es el asiento cuando uno está de vacaciones en una ciudad!  Busqué en mi mapa cómo llegar al Chelesea Market aunque fue en vano porque justo esa zona tenía diagonales así que me terminé perdiendo. Sin embargo, cuando ya me estaba por dar por vencida, apareció. Entré más que para recorrerlo en búsqueda de comida, porque ya hacía varias horas que no ingería nada. Ese era mi día número tres en la ciudad y los dos días anteriores me había dedicado a probar toda la comida grasosa que podía encontrar, así que en ese momento necesitaba algo liviano, pero con lo único con lo que me topaba era con comida tapa-arterias o ensaladas, cosa que detesto. Di un par de vueltas tratando de decidir mientras mi hambre se hacía cada vez más grande. Finalmente encontré un lugar que vendía sopas. Leí, bah, deduje qué era cada una y opté por una que solo era de vegetales, porque créanme que podía llegar a haber hasta sopa de búfalo. Solo para asegurarme pregunté si la lista que estaba frente a mis ojos eran sopas y, conteniendo la risa, el chico que atendía me dijo que sí. Como se dio cuenta de que no entendía mucho lo que me estaba diciendo, me mostró tres vasos de telgopor y pedí el mediano. La chica de la caja me dijo algo totalmente inentendible y a mi primer “what” sacó tres bolsitas y me dijo que eran “free”. Agarré la que tenía como unos minipancitos, porque las otras dos no tenía ni idea qué eran. Le di los seis dólares y puse en mi mano todas las monedas que tenía y se las acerqué para que ella eligiera la que quería. Es el día de hoy que todavía no las diferencio. Salí a tomar mi sopita (la cual no quise pasar a pesos) a una especie de plaza de cemento que tenía algunas mesas y sillas. Empezaron a caer algunas gotas de lluvia, pero estaba muy cómoda ahí sentada comiendo y observando todo como para moverme. Por suerte no se largó fuerte.  



 Después de un rato me levanté. Mi amiga me había recomendado que fuera caminando para el lado de Greenwich, así que encaré para allá. Fueron varias cuadras, de modo que cuando me topé con el Whashington Park y vi un asiento, obviamente me tiré de cabeza. El lugar era muy agradable. Había muchos árboles y flores y en el centro una gran fuente. También se veía el arco que me había mencionado mi amiga y la Universidad Pública de Nueva York en una esquina. Había mucha gente y una banda estaba tocando música divertida. No me pregunten de qué género porque de música no tengo idea, pero sonaba divertida. De repente, un chico morocho con cara rara se me sentó al lado. “You look like Red Riding Hood”, me dijo. “What?”, le pregunté para ganar tiempo mientras mis neuronas trataban de procesar qué me había dicho. Me lo repitió. “Robin Hood”, le entendía yo y no comprendía porque me estaba diciendo que me parecía si no me había robado nada. Me lo repitió una vez más y me señaló mi vestido rojo. Mis neuronas viajaron a la velocidad de la luz hasta la parte del cerebro donde tenía guardado el recuerdo de la clase de inglés en la que me enseñaron cómo se decía Caperucita Roja. “Ahhhh”, le dije y me reí con una sonrisa falsa. “¿De dónde sos?”, me preguntó, porque claramente se dio cuenta de que no estaba ni cerca de vivir en un país anglosajón o europeo. “Argentina”, le conteste y tardó dos microsegundos en escupir prácticamente sin respirar: “Messi, Maradona, mate”. “Te topaste con la chica equivocada”, pensé mientras se ponía a hablar de lo mucho que le gustaba el fútbol y tomar mate. Traté de no decirle que no me gustaba el fútbol ni tomaba mate para no desilusionarlo, pero mi farsa no duró mucho. “¿Una argentina que no mira fútbol ni toma mate?”, me preguntó sorprendido. Balbuceé algo inentendible hasta para mí y desvié la conversación preguntándole a qué se dedicaba. Por lo que pude entender estudiaba y trabajaba en una empresa, aunque no sabía si creerle ya que era lunes a las tres de la tarde y el pibe estaba ahí sentado al lado mío y no detrás de un escritorio. No le dije nada no solo porque no sabía cómo decírselo, sino que porque también cabía la posibilidad de que hubiera entendido mal. Después de unos minutos, la charla ya se había puesto aburrida y el chico me parecía demasiado raro, así que me puse a pensar cómo podía hacer para irme sin parecer descortés ni que quisiera acompañarme. Por suerte no tuve que pensar mucho porque se terminó yendo solo. “safé”, me dije y me levanté para seguir mi camino hacia Greenwich.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

You Look Like Red Riding Hood I


Viajar solo o, mejor dicho, con uno mismo, es algo todos deberían hacer alguna vez en su vida. No solo para disfrutar del placer que implica poder hacer lo que uno quiere cuando quiere sin tener que negociar con nadie, sino también para sentir sensaciones que solo aparecen cuando sos únicamente vos con el resto del mundo.
En junio de 2019 viajé sola a Nueva York. Bah, cuasi sola, porque en realidad fui a visitar a una de mis mejores amigas que vivía allá hacía seis meses, pero como solo la veía en sus tiempos libres, la gran parte del día me enamoraba de la ciudad por mi cuenta.

El primer lunes de mi viaje me levanté temprano (cosas que pasan cuando compartís la habitación de un hostel con siete personas más). El cielo estaba muy nublado y la temperatura ideal. Me puse un vestido rojo para contrastar con el día y luego me fui a desayunar a la kilométrica cocina del Hostelling International. Mientras el resto de los huéspedes se cocinaba lo que yo hubiera cenado, yo me preparé un té solo para no salir con el estómago vacío. Como no me compré el famoso chip, mientras desayunaba estudié a mi fiel y amado mapa y me fijé en la aplicación del subte cómo llegar hasta donde me encontraría con mi amiga. Media hora después caminé una cuadra hasta la 103 y Broadway y bajé al tan incomprendido subte de Nueva York. Cada vez que descendía a ese submundo no lograba entender cómo a las personas les parecía tan complicado el sistema. Era tan simple, solo tenías que saber si ibas para el norte o el sur de la ciudad. Si ibas para arriba tenías que ir del lado que decía uptown, si ibas para abajo tenías que encarar para downtown. Después era solo una cuestión de mirar los carteles y ver por qué andén pasaba el subte al que tenías que subirte y listo. Yo ese día me subí a la línea 2. La única que pasaba cerca del hostel, pero también la única que recorría la ciudad de pe a pa. No recuerdo nada especial de ese corto trayecto, pero estoy segura de que con algún personaje me habré encontrado. ¡Es inimaginable la diversidad de gente que hay en la ciudad que nunca duerme!



Me bajé en Times Square, que era por donde pasaban prácticamente todas las líneas. Ahí me encontré con mi amiga y comenzamos a caminar para el barrio de Hudson Yards, que no quedaba muy lejos de ahí. Cuando llegamos, muchas obras en construcción nos empezaron a invadir. “Están haciendo todo nuevo”, me comentó mi amiga y de a poco, con cuidado, fuimos metiéndonos por donde teníamos paso hasta que finalmente llegamos al imponente y extraño edificio “The Vessel”. “Wow” es lo único que pude atinar a decir, antes de comenzar con la sesión de fotos con la estructura metálica con forma de panal de abejas. Supuestamente había que reservar con mucho tiempo de anticipación para subir, pero yo había escuchado que daban entradas para el día, así que nos acercamos para averiguar. La mandé a preguntar a mi amiga porque siempre que se pueda evitar hablar inglés, se evita. Volvió victoriosa diciendo que era verdad y fuimos a hacer la cola para que nos den las entradas porque algo gratis en Nueva York y en ese entonces con el dólar a 45 no se podía dejar pasar. “Vuelvan en 25 minutos”, nos dijeron, así que como no podía ser de otro modo en el país más consumista del mundo, nos fuimos a dar una vuelta al shopping que estaba al lado. No me acuerdo como se llamaba, pero era una onda Galerías Pacífico, muy grande y con marcas incomprables. Igualmente paseamos y nos entretuvimos un rato dibujando en una gran pared de lentejuelas que habían montado. Era algo así como el paraíso hecho pared. Cuando terminamos nuestras obras de arte seguimos caminando y encontramos el famoso H&M. Gracias a Dios ya se había hecho la hora de volver y no logramos caer en las garras de la marca. Por que es así, H&M te succiona y no te expulsa si no es con una bolsa en la mano. Entramos a The Vessel. Con solo poner un pie ahí dentro sentías como toda esa estructura de metal te envolvía y comenzabas a hacerte chiquito, muy chiquito. Era increíble pensar que todo eso que estaba a tu alrededor era un simple mirador, que se había hecho únicamente como un fin turístico. Empezamos a subir las escaleras y el vértigo dijo “presente”. “Menos mal que no vine sola”, dije. Y seguí subiendo con ayuda mi amiga. Valió la pena. Si bien la vista no era tan hermosa como desde otros grandes edificios que visité luego, se podía ver bien el río y parte de la ciudad. Y si te asomabas para adentro del panal de abejas, lo que se formaba era algo totalmente asombroso. Luego de apreciar el tiempo necesario bajamos dificultosamente, bah, yo bajé dificultosamente porque el vértigo no me quería soltar la mano.


Cuando salimos caminamos por el famoso Highline, ese del que escuché hablar mil veces, pero que no supe que era hasta que lo vi. Para los que no saben, es un caminito de madera que se va metiendo entre los edificios y a los costados tiene diferentes esculturas. Termina cerca del Whitney Museum, el lugar donde me separé de mi amiga y empecé mi primera aventura sola en Nueva York.




miércoles, 2 de octubre de 2019

El Hincha de River


Un día, el gimnasio que estaba a cinco cuadras de mi casa decidió mudarse y con él, lo hicieron todas las personas que iban allí, incluyéndome. Lamentablemente, el nuevo lugar me quedaba a veinticinco cuadras y no tenía ningún medio de transporte que me dejara cerca, por lo tanto, cuatro veces por semana caminaba esa distancia para ir y para volver de mis clases. Para no aburrirme, solía empezar a caminar derecho, y solo doblaba si justo venía un auto que no me permitía cruzar la calle. Esto hacía que nunca tomara el mismo camino. Sin embargo, había una cuadra por la que siempre pasaba, aunque no lo quisiera. Era como si tuviese un centro magnético que me llevaba hacia ella.
Una tardecita de otoño, de esas en las que todavía no hace frío, volvía de mi clase de yoga en un estado de relajación absoluto cuando, sin darme cuenta, llegué a “la cuadra magnética”. Luego de maldecir por haber sido succionada nuevamente, me crucé a un hincha de River. Mi somnolencia no me permitió distinguirlo bien, pero llevaba puestos unos auriculares y tenía la mirada perdida. Si bien seguí caminando sin darle la menor importancia, aquella noche soñé con él.

El miércoles siguiente al encuentro, fui Zumba y como siempre salí con mucha energía y ganas de seguir bailando. Empecé a caminar rápido sin ningún motivo, y al juego que realizaba habitualmente para ir por caminos alternativos, le sumé la consigna de tratar de no pasar por “La Cuadra”. Ese día fui vencida una vez más. La maldita tenía un imán, sino no era posible lo que pasaba. De la bronca quise romper mi regla de “no ver en qué calle me encontraba a menos de que estuviera perdida” y cuando estaba tratando de leer el cartel de la esquina, apareció el hincha de River. Traté de mirarlo disimuladamente, pero mi curiosidad por ver bien cómo era el chico que se había introducido en mis sueños, me lo impidió. En el segundo que dura el acto de cruzarse con otra persona, pude ver que tendría aproximadamente 27 años, era más alto que yo y el pelo castaño lo tenía peinado para el costado. También noté que era muy atractivo y parecía algo temeroso. Luego de ese día, comencé a verlo habitualmente. Siempre vestía solo con la camiseta de River, por más frío que hiciera. Otra cosa que me llamaba mucho la atención era que jamás me miraba. Siempre iba como buscando algo, aunque no entendía qué era lo que podría llegar a ser. Lo qué si entendía era que me atraía mucho, inclusive mucho más que la “cuadra magnética” (que ya no era un problema para mí). Mi nuevo juego consistía en hacer que aquel chico me mirara. Probé de todo: ponerme ropa llamativa, toser fuerte, reír, llorar, pero nada sirvió. Solo una vez se me ocurrió una idea que no podía fallar, pero cuando la quise implementar, el hincha de River no apareció. No me lo crucé ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente. Desapareció por completo y a mí me quedó un sabor amargo por no haber logrado mi cometido.

Luego de unos días, tras haberme sacado la ilusión de volver a verlo, volví a mi rutina habitual. Todo había empezado a ser como antes hasta que aquel misterioso chico surgió de nuevo, pero esta vez en mis sueños. Al principio solo lo veía pasar caminando o parado en algún lugar, pero luego comenzó a mirarme como queriéndome decir algo, hasta que una noche me habló. Me dijo que se llamaba Ramiro y que estaba perdido. Yo le contesté que se quedara tranquilo, que pronto iba a encontrar el camino. Esa mañana me desperté con una sensación extraña. Por un lado, no entendía porque soñaba todos los días con una persona que ni siquiera conocía y por el otro, por algún motivo que desconocía, sentí alivio. Realmente todo lo que estaba pasando era muy raro. ¿Acaso era una obsesión lo que tenía con ese chico?, ¿estaba imaginando todo? Durante todo ese día me quemé el cerebro tratando de encontrar una respuesta, así que cuando salí de trabajar me fui directo a Yoga para despejarme un poco. Como era costumbre, salí relajada y somnolienta y comencé a caminar lentamente por las calles del barrio. Obviamente llegué a la “cuadra magnética”, a la cuál ya le había tomado cariño. Frené para atarme los cordones y cuando me levanté, lo vi. Ramiro (ya lo había bautizado así) iba caminando despacio, vestido con su camiseta de River y con sus auriculares puestos. Se lo veía tranquilo y cuando me pasó por al lado, no solo me miró, sino que también me sonrió. En ese instante, toda la paz que había logrado en mi clase se esfumó por completo y un estallido se produjo en mi interior. Por un momento quedé totalmente descolocada, pero cuando volví en sí, tomé la decisión de que no me volvería más loca por aquella situación. Si me lo cruzaba de nuevo, iba a aplicar el plan que no había podido poner en marcha la última vez. Así fue como al día siguiente, salí de Zumba totalmente convencida de que me lo iba a encontrar, me dejé imantar por la cuadra magnética y cuando finalmente me lo crucé, simulé que me tropezaba para chocármelo, pero en vez de impactar, él me atravesó.



martes, 10 de septiembre de 2019

Esos Ojos Color Miel. El Final


Cuando te vi no lo podía creer. Tus cicatrices prácticamente no estaban y tus ojos ya no reflejaban lo mismo de siempre. Por eso supe que te pasaba algo. Cuando salí del shock de ver tu nuevo rostro, me hiciste sentar. Me dijiste que esa era la sorpresa que me habías mencionado en Mar de las Pampas cuando nos habíamos encontrado. Me contaste que, en realidad, habías terminado el cuatrimestre hacía bastante, pero que te habías quedado más tiempo para realizarte la cirugía y recuperarte. También me contaste que mientras estabas internado tuviste una compañera de habitación, también argentina, que había pasado por una operación similar a la tuya. Me dijiste que habían tenido una conexión inmediata porque entendían lo que era vivir como si fueran monstruos. También me dijiste que se habían hecho amigos muy rápido y que sin darse cuenta esa amistad había terminado algo más y que ahora estaban juntos. Empecé a sentirme mal, muy mal. La presión me debió haber bajado a tres ese día. Me acuerdo de que tu cara se me empezó a desfigurar. En ese momento y para siempre, el hecho de que prácticamente habías vuelto a tener tu cara de nuevo pasó a un último plano. No entendía qué era lo que me estabas diciendo. No podía ser verdad. No podías decirme lo que me estabas diciendo cuando te esperé durante meses. No podías decirme que estabas con otra cuando me habías prometido que cuando volvieras nadie nos iba a separar. Te odie. Te odié como nunca odié a nadie, Simón. Mientras me pedías perdón, los cables comenzaron a conectarse. Por eso era que siempre me cortabas las conversaciones. Por eso era que empezaste a no responderme los mensajes o me esquivabas las conversaciones. Y yo que pensaba que era que todavía no sabía usar bien Whatsapp, que en ese momento todavía era algo nuevo ¡Qué ilusa! No tenés una idea de cómo me hiciste sufrir. Lloré todavía más que la primera vez que nos separamos. Pensé que nunca me iba recuperar, pero por suerte tiempo después apareció Sebas, que la remó tanto, pero tanto que logró que finalmente me fijara en él y lo quisiera. Aunque nunca lo llegué a amar, hizo que me olvidara bastante de vos, o por lo menos hasta que nos volvimos a reencontrar en Gesell y comenzaran nuestros encuentros furtivos anuales. Maldigo el día que comenzó todo y te maldigo a vos por haberlo iniciado. ¿Por qué me besaste si estabas de novio? ¿Por qué lo hiciste sabiendo que la cosa no iba a terminar en un simple beso? Si te diste cuenta de que lo nuestro seguía intacto ¿Por qué no dejaste a Clara y te quedaste conmigo? Yo lo hubiera dejado a Sebas por vos. Pero no, solo hicimos ese estúpido acuerdo sin sentido: vernos en Gesell una vez al año y después hacer como si no existiéramos Fue muy difícil para mi ese trato. Cada vez que estaba con vos, me quedaba con ganas de más, de tenerte al lado mío, como debería ser. Igual, creo que la peor parte fue cuando te casaste. De verdad, ¿era necesario? ¿Quién se casa a los veinticuatro años? O mejor dicho ¡¿Quién se casa hoy en día?! Ese verano te juro que no pensaba verte. Traté a toda costa de no ir, pero Sebas me insistió demasiado porque ya se había acostumbrado a pasar año nuevo en Gesell y le encantaba. Y si bien terminé yendo, tenía firmemente decidido que no iba a verte, pero como una estúpida volví a caer en tus garras. No pude evitarlo, ni ese año ni el otro ni el otro. Entonces ¿por qué no aparecí este año y tampoco supiste nada más de mí? Lamentablemente no fue porque pude sacarte de mi vida. Es muy difícil contártelo y pensé mucho si realmente quería decírtelo, pero me di cuenta de que era necesario. El verano pasado no me viste porque fui mamá y hace nueve meses estamos viviendo en Madrid. Igualmente, no voy a estar acá mucho tiempo más. Me trasladaron del trabajo y en unos meses ya me vuelvo. Con Sebas terminamos. Con la llegada del bebé me di cuenta de que él se merecía a alguien que lo quisiera de verdad. Así que estamos solos con Camilo (te acordás que te dije que cuando tuviera un hijo le iba a poner Camilo). Es el bebé más bueno del mundo.  Se ríe un montón y ya está intentando pararse. Cuando nació peso 3,525 kg y midió 52 cm. Hoy en día, tiene el pelo medio rubio y los ojos color miel más hermosos del mundo.



jueves, 22 de agosto de 2019

Esos Ojos Color Miel V


Cuando te vi entre los árboles de Mar de las Pampas, el corazón me dio un vuelco. Me quedé completamente inmóvil. Ahí estabas, después de un año de prácticamente no saber nada de vos, estabas ahí, en frente de mis ojos caminando con una bolsa de La Pinocha en la mano. Cuando me viste vos también te quedaste paralizado, pero no tardaste en volver a reaccionar y acercarte a mí. Me abrazaste muy fuerte y me empezaste a hacer un montón de preguntas sobre mi vida, pero yo lo único que atiné a decirte fue por qué no me habías avisado que habías vuelto.  Me dijiste que habías vuelto solo por las fiestas, que en unos días ya te volvías porque tenías que terminar la cursada, que no me habías dicho nada porque pensabas darme una sorpresa más adelante. Mientras me hablabas tu voz me resonaba como un eco y todo a mi alrededor giraba en círculos. Por suerte las chicas vinieron a rescatarme, porque si no creo que caía desmayada ahí. Creo que nunca estuviste al tanto de la magnitud de todo lo que me provocabas. Los siguientes días traté de no pensar en vos y de disfrutar mis vacaciones con mis amigas, pero era imposible sabiendo que estábamos en el mismo lugar, en nuestro lugar. Cuando una mañana me desperté y vi que el mensaje que tenía era tuyo empecé a temblar, y cuando leí que querías verme, se me cortó la respiración. Se lo mostré a mis amigas y la mayoría estuvo de acuerdo con que no te contestara, pero ¿cómo resistirme ante una de mis mayores debilidades? A pesar de las quejas y súplicas de las chicas me cambié y salí a tu búsqueda como un perro cuando lo llaman a comer. Estúpida, estúpida, estúpida. Odiaba ser tan arrastrada y odiaba seguir queriéndote tanto, pero que inevitable era. Me pasaste a buscar por Toscana, el hotel donde estaba parando, en 107 y playa. Cuando salí estabas ahí parado, qué lindo que estabas ¡y que ganas de comerte la boca tenía! Caminamos por la avenida 3 porque la idea era volver por la playa. Me acuerdo de que rompiste el hielo preguntándome qué me parecía parar por el centro y te contesté que no había como las playas del sur. Me contaste de tu vida en Inglaterra, de cómo era ir a la facultad en el extranjero. También me dijiste que habías hecho algunos amigos y que, si bien te gustaba estar allá, sentías que tu lugar era acá en Buenos Aires. Yo te conté cómo fue mi último año de colegio, de lo bien que la había pasado en mi viaje de egresados y que en marzo empezaba la licenciatura en Publicidad. Cuando volvíamos caminando por la playa, de la nada me dijiste que me extrañabas. Con solo escuchar esas palabras, la tristeza que se había acumulado en mi alma durante todos los meses que estuvimos separados, se disolvió y todo se llenó de felicidad. Nos besamos mucho, y en cada beso confirmaba una vez más que eras la persona que quería besar el resto de mi vida. Me acompañaste de nuevo al hotel. Nos volvimos a besar y el beso se hizo cada vez más apasionado. No quería que te fueras, o por lo menos no así. Supongo que te diste cuenta de que no te había invitado a pasar para que conocieras el lugar. Mientras caminábamos por el largo pasillo que separaba la puerta principal de la habitación le mandé un mensaje a las chicas para que no aparecieran por un buen rato. Llegamos. Me senté en la cama y te dije que te sentaras al lado mío. Te vi nervioso y seguramente pensaste que yo también lo estaba, pero la verdad es que estaba muy decidida. Los nervios vinieron después, con lo desconocido. Todavía me acuerdo de tus manos acariciándome, de nuestros corazones latiendo con fuerza y de vos cuidándome todo el tiempo. Al fin habíamos tenido nuestra primera vez, esa que, por uno u otro motivo, no se nos había dado en los meses que estuvimos de novios. Obvio que después de estar juntos menos quería que te fueras. Quería congelar el momento para siempre, pero no fue posible. Nos despedimos entre besos, lágrimas y abrazos. “Vuelvo en julio y nadie nos va a separar”, me dijiste mirándome a los ojos. Yo confié en tus palabras. Por eso, cuando seis meses después volviste de novio y con una cara nueva, el mundo se me derrumbó.



domingo, 21 de julio de 2019

Esos Ojos Color Miel IV


A lo largo de estos años me di cuenta de que los problemas en las parejas comienzan cuando se abren al mundo, cuando dejan de ser solo dos contra todo y comienzan a compartirse con el resto de la sociedad. Siempre me acuerdo el primer día que fui a tu casa y me presentaste a tus viejos. Tu papá me saludó muy amablemente, pero tu mamá me miró con un desprecio que hasta un ciego lo hubiera notado. Era por eso que siempre que me invitabas a ir te inventaba alguna excusa. No me sentía cómoda y muchos menos después de escuchar que tu mamá le decía a tu tía que yo estaba con vos porque por la plata, porque no era posible que me gustaras. Nunca te lo dije porque no me parecía correcto, pero ahora me siento en condiciones de poder liberar ese secreto. Y perdón que te lo diga así, pero ¿qué clase de madre puede pensar eso? Se que para alguien externo si podía ser difícil pensar que me haya podido enamorar de vos a pesar de tus cicatrices, ¿pero tu mamá? Más que nadie tendría que haber sabido todas las cualidades que tenías. Más allá de eso, ese tiempo que pasamos juntos para mí fue un sueño e hizo que me enamorara de vos cada vez más. Por eso, cuando me dijiste que te ibas un año a estudiar a Inglaterra el mundo se me partió en dos. No solo porque te ibas a alejar de mí, sino porque vos no querías ir, pero no tuviste las agallas de decir que no. Después de despedirte aquella tarde lloré todos los días hasta que no tuve más lágrimas. La distancia siempre es difícil, pero en ese momento lo fue todavía más ya que aún no existía ni Whatsapp ni Instagram ni todos los medios de comunicación que hay ahora. Lo único que logró levantarme el ánimo en esa época fue la magia de quinto año, mis amigas, Bariloche, la fiesta de egresados y el pensar en mi futuro después del colegio. Sin embargo, eso no hizo que pudiera sacarte de mi cabeza. En octubre de ese año, con mis amigas comenzamos a planear nuestras primeras vacaciones juntas y, como era de esperarse, se decidió como destino Villa Gesell. De ese viaje esperaba mucha diversión, libertad, un poco de nostalgia porque cada rincón me iba a hacer acordar a vos. Lo que jamás esperé era encontrarte.




domingo, 26 de mayo de 2019

Esos Ojos Color Miel III


El 14 de enero fue el último día de playa del 2011. Ni bien me desperté miré por la ventana. A pesar de que habían pronosticado mal tiempo, el cielo estaba completamente despejado. Pensé que iba a hacer un gran último día y de hecho lo fue, solo que un poco diferente a lo que había imaginado. 

Luego de desayunar fui a la playa. Allí me encontré con Beca y Luchi, lo cual era muy extraño ya que nunca aparecían hasta después de las cuatro de la tarde. Me dijeron que como era mi último día habían querido pasar tiempo conmigo, pero luego comprendí que sus intenciones eran otras. Esa mañana me preguntaron que onda con vos y aunque traté de negar todo terminaron haciéndome confesar lo mucho que me gustabas. Beca me dijo que, aunque vos no le habías dicho nada, ella sabía que yo también te gustaba, solo que no te animabas a hacer nada por miedo al rechazo. Así que empezaron a cranear un “plan maestro” para que finalmente diéramos el siguiente paso.  La idea era ir a bailar como habíamos hechos otras tantas veces, pero durante la previa te iban a comer la cabeza para que entendieras que ambos nos gustábamos. Como recordarás nada de eso sucedió, por suerte. Me gusta mucho más como finalmente terminaron las cosas. Debo decir que cuando después de almorzar vi como el cielo se llenó de nubes y el viento empezó a soplar como nunca casi me dio un paro cardíaco. Si llegaba a llover no solo no te iba a poder ver en la playa, sino que tampoco íbamos a poder vernos a la noche, lo que significaba volver a Buenos Aires sin que hubiera pasado nada. Se ve que a vos te pasó lo mismo porque al rato me llegó un mensaje tuyo preguntándome si quería ir a merendar a La Austríaca ya que no íbamos a poder vernos en la playa. Me dijiste que le dijera a Beca y a Luchi, pero pensé que luego de la conversación que habíamos tenido a la mañana entenderían si no les de decía nada. Me pasaste a buscar con el auto, pero te sugerí que fuéramos caminando a pesar de que habían empezado a caer algunas notas. Dudaste un poco, pero aceptaste. Cuando llegamos al lugar nos sentamos en una mesa desde donde se podía ver cómo la lluvia iba mojando toda la calle de arena. Te noté un poco nervioso. Yo también lo estaba ¡y cómo no! si era nuestra primera cita no oficial. Para romper el hielo te hablé sobre lo bien que la había pasado en las vacaciones, que deseaba que nunca terminaran. También te comenté de lo emocionada que estaba con el hecho de que era mi último año del secundario, que no podía creer que a principios del otro año ya sería una estudiante universitaria. Me dijiste que no pensara en eso, que disfrutara lo más posible todo lo que vendría, que iba a ser lo mejor que me pasara y de lo que nunca me olvidaría. Cuando trajeron las porciones de torta, como la mía era gigante, me apostaste una salida en Buenos Aires a que no la terminaba. Acá es cuando te confieso que después de no dejar ni una miga con tal que me invitaras a salir, no pude comer torta de chocolate y dulce de leche como por un año. ¡Esa torta era enorme de verdad! Para cuando nos fuimos de la casa de té, ya eran las seis de la tarde y había parado de llover. Me propusiste ir a la playa a caminar un rato y obviamente te dije que sí. Si era por mí, te acompañaba hasta otra galaxia con tal de estar con vos. Salimos por el muelle, ya que estábamos por la 129, y encaramos para la 142. Caminamos callados. Yo particularmente estaba pensando de que manera podíamos quedar “casualmente” uno frente al otro para decirte lo que sentía y darte un beso. Vos no sé en qué pensabas, pero te veías nervioso. Cada tanto me mirabas de mirabas de refilón y suspirabas. Me gusta pensar que vos también planeabas la estrategia perfecta para besarme. Finalmente, llegamos a las 142 y nos sentamos en la arena fría. El cielo se había despejado de nuevo así que pudimos ver cómo el sol, que se estaba escondiendo entre los médanos, iluminaba las olas dándole un color inigualable. Te dije que amaba la playa a esa hora porque el mar se ponía hermoso. “Vos sos hermosa”, me dijiste tímidamente y cuando te miré a los ojos, de un impulso me robaste un beso. En ese instante supe que nunca más quería besar a otra persona que no fueras vos. Fue el mejor día de mi vida, lástima que al día siguiente nuestra burbuja se explotaría.




domingo, 5 de mayo de 2019

Esos Ojos Color Miel II


Al final esa noche no fuimos a bailar, los tragos y el Tutti Frutti se extendieron más de lo previsto, y aunque me quedé con las ganas de conocer algún boliche, la pasé muchísimo mejor. Me habías parecido súper divertido y muy lindo. Y no sé qué opinás vos, pero para mí nuestra conexión fue inmediata. Nos despedimos con un rápido beso en el cachete, pero nos quedamos mirándonos una eternidad. Dicen que los ojos reflejan el alma y la tuya se veía muy transparente. Me hechizaste por completo, Simón.

Debo confesar que no pude aguantar mucho la intriga, así que al día siguiente le pregunté a Beca que te había pasado en el rostro y, aunque me lo explicaste muchas veces, sigo sin entender como es que una cortadora de pasto terminó pasándote por arriba. También tengo que confesarte que me moría de ganas de verte de nuevo y cuando me enteré de que, en realidad, parabas en Mar de las Pampas me desilusioné mucho ya que así, solo podría verte si las chicas arreglaban para salir y decidían invitarte a vos y a tus amigos. Les rogué a todos los santos de todas las religiones para que pronto se concretara una salida, y parece que me escucharon porque al día siguiente Beca lo propuso. Así que esa noche me cambié, pero esta vez pensando en vos, y me fui a lo de Luchi ansiosa por verte de nuevo. Cuando cruzaste la puerta mi corazón, otra vez (y como siempre), empezó a latir fuerte. Me sonreíste y adentro de mí empezaron a explotar fuegos artificiales. No quería parecer muy desesperada, pero seguro se notaba veinte mil leguas que me gustabas. En la previa me enteré de que estabas por empezar el primer año de ingeniería, porque además de lindo siempre fuiste muy inteligente y lograste hacer el CBC en solo un año. Cuando sonaron las alarmas (¿te acordás que nos pusismos la alarma para que no se nos pase la hora de nuevo?) limpiamos todo y nos fuimos hasta la parada del colectivo. Me acuerdo de que tu amigo Pablo se quejó de que iba a venir lleno, pero yo le dije que estábamos en la calle 142 y hasta ahí todavía no subía nadie. Como no me creyó apostamos un trago y por supuesto gané, aunque siempre agradezco que esa apuesta no la hicimos años después cuando Gesell se empezó a poblar más y en esa parada el bondi llegaba ya casi sin asientos.

En el colectivo nos sentamos juntos. Ahí me contaste que jugaste al rugby muchos años, pero que con la facultad tuviste que dejar. También me dijiste que te gustaban los perros y que el tuyo era el mejor de todos. Lo que te olvidaste de mencionar fue que bailabas muy bien, eso lo comprobé adentro Dixit, el boliche donde terminamos yendo después de estar como una hora decidiendo. Esa noche tuve mucho levante, pero no le di bola a nadie porque, en realidad, solo quería estar con vos. Cuando salimos rogué que fuéramos a la playa a ver al amanecer, pero todos prefirieron ir a bajonear un pancho al Marroquí. Por suerte vos me quisiste acompañar. Cuando encaramos por la 107 me di cuenta de lo borracha que estaba porque mis huellas en la calle de arena no seguían un camino derecho. La playa estaba tan llena que parecían las tres de la tarde. Nos sentamos y en silencio esperamos a que saliera el sol. De vez en cuando te miraba y vos a mí, pero ninguno se animaba a decir ni hacer nada porque la tensión que había era muy fuerte. El amanecer fue hermoso, aunque solo lo pude capturar con mis ojos porque la cámara digital se la había quedado Luchi en su cartera. No sabés las ganas que tenía ese día de que me abrazaras muy fuerte y quedarme así, para siempre. No sé si fue la borrachera o el momento, pero te dije que deseaba que pararas cerca de donde estaba yo así podía verte todos los días, y esa misma tarde apareciste caminando por la larga entrada del balneario de Sunset y fue la primera de todas las que siguieron hasta que se terminaron las vacaciones. Al principio, para que ni Beca ni Luchi pensaran que nos gustábamos pasábamos todo el tiempo con ellas, pero con el correr de los días empezamos a buscar momentos a solas. Teníamos suerte de que a ninguna de las dos les gustaba meterse al mar ni salir a caminar. Así que n esos instantes entre las olas o en las caminatas hasta el muelle nos conocimos un montón. Me contaste que desde tu accidente tus papás te sobreprotegían y eso te molestaba muchísimo. Te sentías sofocado. También me confesaste que solo habías besado a una chica y fue solo porque la habían desafiado. Te sentías un monstruo y pensabas que nunca nadie te iba a querer. Te dije que era imposible que alguien no te quisiera y que si no estaban con vos por tu apariencia era porque solo querían algo pasajero y únicamente para alardear. Te reíste y me dijiste que te decía eso porque era tu amiga, aunque sabías perfectamente que estaba muerta por vos. Si me quedé callada aquella vez fue porque, por primera vez, pensé que en realidad no te gustaba y eso me partió el alma.



miércoles, 24 de abril de 2019

Esos ojos color miel I


Mientras pensaba como decirte lo que tengo para decirte me acordé de cómo comenzó todo.
Me acuerdo de que cuando vi el cartel de “Bienvenidos” le pedí a mi papá que subiera el volumen de la música y me puse a cantar muy fuerte. Era el 30 de diciembre de 2010 y faltaban solo dos días para que comenzara el 2011, el año en el que cumpliría 18, terminaría el colegio y te conocería a vos, el gran amor de mi vida.

Ni bien nos instalamos en el departamento me fui corriendo a la playa. Como todos los años, cuando toqué la arena cerré los ojos para escuchar el sonido del mar y me dejé abrazar por la brisa tan típica de Villa Gesell. Después, me metí al agua y desde ahí miré para la costa. Había muy poca gente todavía. El primer malón llegaría al día siguiente para pasar fin de año y entre ellos estarías vos. El segundo malón, lo haría el primero de enero, al comenzar la quincena. Ahí estarían Beca y Luchi, que días más tarde serían las encargadas de presentarnos oficialmente. Digo oficialmente porque no sé si te acordás, pero nosotros ya nos habíamos cruzado. Fue uno o dos días antes, yo había ido a caminar hasta el muelle y en el camino me compré un licuado. Cuando lo terminé, me acerqué al sector de carpas, donde estaban los tachos de basura para tirar el vaso vacío, y ahí te vi. Bah, vi tus ojos. Esos ojos color miel, con esa mirada tan intensa que me generó una electricidad por todo el cuerpo. Vos también te quedaste helado, pero solo por unos segundos, después te fuiste rápido, como escapándote. Al principio pensé que eras tímido, pero cuando nos presentaron entendí que era lo que te había pasado.

El 5 de enero de 2011 el día estaba hermoso así que fui temprano a la playa. Ahí me encontré con Beca y Luchi, que me preguntaron si ese año podría ir a bailar ya que el año anterior, cuando las conocí, mis papás no me lo permitieron porque todavía era muy chica. Cuando les dije que sí se emocionaron todavía más que yo y al instante nos pusimos a hacer planes para la noche. Nos íbamos a juntar en lo de Luchi y en la peatonal íbamos a decidir a qué boliche ir. Hasta ese momento ni siquiera podía imaginar que eras amigo de Beca y que te vería horas más tarde. A eso de las diez, después de cenar, comencé a prepararme. Me acuerdo de que me puse una pollera tubo negra y una musculosa roja. También recuerdo que mientras me ponía el labial pensé en esas cosas que se aprenden de chico y quedan automatizadas para siempre, como pintarse los labios o ponerse las medias de nylon. Si no te lo enseñan como sabe uno que primero hay que ponérselas de a una hasta las rodillas y después subirlas completamente. Perdón, me fui de tema, pero creo que esa fue la última vez que pude tener un pensamiento tan superficial. Luego de esa noche, te instalaste en mi cabeza y nunca más te fuiste. 

Volviendo a cómo sucedieron los hechos, luego de cambiarme y maquillarme me fui a lo de Luchi. Mientras preparábamos algo para tomar sonó el timbre y, en ese momento, me enteré de que nos acompañarían unos amigos de Beca. Lo que nunca me hubiera imaginado era que, entre ellos, ibas a estar vos. Debo confesar que al principio no me di cuenta. Es que a diferencia de la primera vez que nos vimos, vi tus cicatrices y no tu mirada. La verdad que fue impactante, pero bastó que nuestros ojos se encontraran para comprender que eras vos. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. No entendía nada, ¿cómo es que habíamos coincidido los dos en el mismo lugar? “Simón”, así me dijo Beca que te llamabas y que eras amigo de ella hacía muchos años. En ese momento no me atreví a preguntarle que te había pasado en la cara, por qué tenías tantas cicatrices. De lo que sí me animé fue de ofrecerte un trago y de preguntarte de dónde eras. San Isidro, me contestaste y, automáticamente, pensé que eras de una familia con plata, lo que no pensé fue que ese detalle nos iba a pesar tanto, tiempo después.