Greenwich es el típico barrio que se ve en las series.
De hecho, ahí está el edificio de Friends, el cual no visité porque me
enteré de su existencia cuando ya había vuelto. Los edificios eran muy
pintorescos y mucho más bajos que los rascacielos que se podían ver en el
Distrito Financiero. Todos tenían la escalera de incendios en el exterior y
cuando veías las entradas no podías imaginarte otra cosa que no fuera una
escena de película romántica. Porque Nueva York es así. Es como estar
constantemente mentido dentro de una película. A mí particularmente además me
generó mucha paz. Caminar sola por esas calles era como ir andando adentro de
una burbuja donde nada ni nadie me molestaba y donde todo estaba bien.
Sin darme cuenta llegué a Soho. Acá la topetitud ya
había aumentado, no solo porque se podía visualizar perfectamente el Empire
State y el One World Observatory sino porque algunas de las mejores marcas
decían “presente”. Yo entre al bueno y confiable Forever, pero a diferencia del
día anterior, que me había logrado comprar varias prendas, ese día no conseguí
nada de mi talle. La verdad que los talles allá son algo complicado. Hasta que
das con el indicado podés haberte probado cinco camisas, por ejemplo. Salí un
poco desilusionada y me dispuse a seguir caminando hasta que vi el maravilloso
Victoria Secret que me imantó hacia él. Desde hacía un par de años mi amiga me
traía algo de ahí cada vez que viajaba a ver a su novio y me volví fan. De tal
modo, estar ahí era como tener la oportunidad de ver a tu ídolo todos los días.
Cuando entré fue algo así como la gloria. Solo faltaba el coro de ángeles
cantando. Todas las paredes del local estaban empapeladas de productos y estaba
lleno de cajoneras y estantes donde había todavía más cosas para elegir. Empecé
a mirar todo completamente fascinada, sobre todo las ofertas. Estuve un buen
rato mirando todo, pero otra vez el tema del talle me complicaba la vida: 32b
36c, 34ª. ¿Cómo iba a saber yo qué talle de corpiño era con todos esos números
y letras? Mientras pensaba en mi cabeza cómo formularle a algún vendedor la
pregunta, escuché a uno hablar castellano. “¡Milagro!”. Me le acerqué y le
planteé mi problema. Ante esto me dio un papel, me metió en el sector de
probadores donde me dijo que me iban a tomar medidas y se fue. “Hello”, me saludó
otra vendedora mientras abría la puerta de un probador. Me metió adentro y me
empezó a tomar medidas con una rapidez inimaginable. Me dio un papel que decía
32B y una pila de corpiños. Después me dijo algo que no hubo chance de que
entendiera. “¿Vos no hablás español?” le pregunté, pero me dijo que no y me
encerró con los corpiños. Me los empecé a probar porque supuse que eso tenía
que hacer, aunque no sabía muy bien con qué fin. En ese interín se me rompió el
mío. Fue como que si el lugar me hubiera dicho: “Esa baratija de Puente
Saavedra acá no va, querida” Así que no me quedó otra que comprarme uno, aunque
no fue de los que me estaba probado sino otro que encontré a diez dólares entre
las gangas. Después de como cuarenta minutos finalmente me fui. Ya era hora de
conocer Little Italy y China Town. Miré mapa no muy detenidamente y empecé a
caminar. Caminé, caminé y caminé, pero ninguno de los dos barrios apareció. Al
contrario, parecía que estaba cada vez más cerca de la parte sur de la ciudad.
“¿Cómo podía ser?” Cuando me fijé en el mapa me di cuenta de que no había prestado
atención y me había ido para el otro lado. También me percaté de que mi vejiga
estaba a punto de explotar. Busqué un lugar para sentarme y poder concentrarme
para encontrar el camino para llegar a un baño lo más rápido posible. No estaba muy lejos así que si caminaba
rapidito lo iba a lograr. Gracias a Dios encontré un Starbucks antes de lo
pensado. Entré y me fui directo para el fondo. Me puse al final de una fila
donde había hombres y mujeres. “Is the same line?”, le pregunté al chico de
adelante. Lanzó una risita y me dijo que sí en inglés. “¡Qué modernos!”,
exclamé en castellano y cuando me escuchó me preguntó de donde era. “Argentina”,
le contesté rogando que no escupiera el hilo de futbolistas y costumbres que no
consumo. Por suerte no lo hizo. Por el
contrario, me preguntó de qué parte de Argentina era. Aparentemente algo sabía
sobre el país. Intenté explicarle cómo eran las subdivisiones geográficas, pero
esta vez mis neuronas no conectaron hasta la clase de inglés donde me enseñaron
eso. Con muchas señas traté de hacerme entender pero, aunque él me dijo que sí
lo había hecho, para mí fue todo en vano. Antes de que le tocara su turno para
entrar al baño, me dio unos tips para recorrer la ciudad y me recomendó cruzar
el puente de Brooklyn temprano por la mañana así evitaba cruzarme con tanta
gente. Al día siguiente le hice caso, pero eso se los cuento en otra ocasión.
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