domingo, 20 de febrero de 2022

La Escala III

 Cuando llegamos al hotel, entramos y otra vez tuvimos que hacer fila. Estábamos hartos de las filas. Mientras esperábamos, escuché cómo a unos del grupete de los que iban a República Dominicana les habían dado mal los vouchers y en vez de darle el hotel por dos noches, se la habían dado por una. Me dieron mucha lástima. No solo les habían encajado una escala de dos días sino que tenían que volver al aeropuerto a solucionar el problema que les habían generado los inoperantes de la aerolínea. Finalmente cuando me llegó mi turno me dieron mis vouchers para comer y la tarjeta de mi habitación. Subí hasta el sexto piso junto a mis compañeros de taxi y cuando abrí la puerta no lo podía creer. Era una habitación gigantesca, con dos camas de dos plazas cada una y una vista a la ciudad. Lo primero que hice fue sacarme el maldito barbijo y la riñonera con la plata. Después me tiré de cabeza a la cama. Creo que no existen las palabras adecuadas para describir la perfección de esa cama. Estuve un rato tirada hasta que se hizo la hora de almorzar y bajé a cambiar mi voucher de comida al restaurant. Cuando entré, la vi a Ana y a Simón, el chico que nos había pagado el taxi y que también iba para Costa Rica a ver a su novia. Me senté con ellos y luego se sumó otro de los chicos que se iba a República Dominicana. Nos pusimos a charlas de nuestras vidas y decidimos ir a pasear a la tarde para aprovechar nuestra estadía inesperada en Colombia. En ese momento me acordé de lo lindo que era viajar solo y poder hacer actividades con gente que hasta ese momento no sabías ni de su existencia. Después de comer, nos fuimos cada uno a su habitación. Necesitábamos dormir un poco. Yo me puse la alarma porque no quería quedarme dormida y perderme de conocer aunque sea un poco de Colombia. Fueron una o dos horas maravillosas de sueño. Cuando sonó la alarma, me estiré y salí de la cama un poco somnolienta. Abrí la valija y me puse un short porque parecía que había aumentado la temperatura y no quería morirme de calor. Bajé al hall central y todavía no había nadie. Me senté en uno de los sillones a esperar. Mientras tanto, veía como dos novias se sacaban fotos. Se ve que el hotel de cuatro estrellas también tenía salones para eventos. Después de esperar unos diez minutos bajó Ana y se sentó al lado mío. Nos pusimos a charlar y le ofrecí unas Melba. Yo siempre me llevó mis galletitas a los viajes por si no me llega a gustar lo que hay de comer en el lugar. Luego de media hora deducimos que los chicos se habían quedado dormidos y no se iban a sumar a la salida. Por lo tanto, nos tomamos un taxi en la puerta y nos fuimos para un parque que me había recomendado una compañera de trabajo que vivía ahí en Bogotá. Llegamos y arreglamos con el taxista que nos pasara a buscar en una hora y media. Antes de bajar nos advirtió que no nos metiéramos para adentro porque era peligroso. Luego de darle las gracias, bajamos y nos fuimos para el “parque” que en realidad era una plaza. Justo había una feria así que caminamos por los diferentes puestos y escuchamos un poco de la música que estaba tocando una banda sobre un escenario. Después le sugerí a Ana merendar algo y fuimos para Juan Valdés que estaba en una de las esquinas. Entramos y pedí un latte y una torta de chocolate que me ofrecieron calentar. Como me pareció raro calentar una torta, le dije que no, pero después me arrepentí un poco porque hubiera estado buena probarla caliente. El lugar estaba lleno de gente, pero igualmente encontramos una mesa para sentarnos en el patio exterior del lugar. Me puse a observar todo y me pareció muy loco estar ahí sentada, en un país en el que no pensaba estar, en frente de una desconocida, tomando un café que nunca tomo porque no me gusta y mostrándole las fotos de mi perro salchicha. Los viajes son mágicos. De eso no cabe duda. Cuando se cumplió la hora y media, fuimos hasta el lugar pactado con el chofer que nos iba a buscar. Nos subimos al auto y emprendimos la vuelta. Mientras recorríamos las calles, le empezamos a preguntar cosas sobre Colombia al conductor. Nos contó cuál era el árbol típico, cómo estaban con el Covid, qué otros lugares había para recorrer y algunas cosas más. Llegamos al hotel y otra vez nos separamos, para irnos cada una a su habitación, aunque al cabo de un rato Ana volvió a tocarme la puerta para pedirme ayuda con el check in que no pudimos hacer y con la televisión que tampoco le pude arreglar. La despedí y me fui a duchar. Una vez limpia, bajé a cenar, pero esta vez sola. En el comedor me encontré con uno de los chicos del grupete, el que iba a viajar a República Dominicana. Estaba comiendo con otras chicas por que me senté sola en otra mesa. Cuando el chico, cuyo nombre no me acuerdo me vio, me pidió disculpas por no haber ido a la salida y se excusó diciendo que se había quedado dormido. Comí en silencio y volví a subir a mi habitación. Puse la tele mientras intentaba hacer el check in, pero tampoco pude hacerlo. Maldita aerolínea. Como no había nada interesante en la tele, abrí mi compu y me dispuse a mirar el final de la serie You, sin importarme que la estaba viendo con mi novio. Cuando la terminé me puse a leer, para adecuarme al silencio de la inmensa habitación. Era la primera vez que dormía sin Martín y sin mi perro en mucho tiempo. Luego de un par de capítulos, mi cuerpo me pedía que cerrara los ojos de una vez por todas. Entonces fui al baño y dejé la luz prendida. También me aseguré de que el despertador estuviera puesto. Igualmente, como era de esperarse, me desperté a eso de las cinco de la mañana con el miedo de haberme quedado dormida. Intenté hacer el check in otra vez, pero no me dejó. Había algún dato erróneo, pero no me daba cuenta cuál. Me volví a dormir hasta que sonó la alarma.




domingo, 13 de febrero de 2022

La Escala II

 Cansada, muy cansada subí las escaleras eléctricas y me acerqué a la famosa puerta donde los viajeros se despiden de sus familiares y amigos. No había nadie y yo no tenía a nadie de quién despedirme porque Martín se había ido y mi papá se había ido del aeropuerto hacía horas. Saludé al policía que estaba ahí y encaré para donde te hacen pasar por el detector. Solo había una chica con su perrita y los policías que estaban hablando sobre una salida. A la chica la detuvieron porque llevaba una tijera en la mochila. Yo pasé como si nada. Después me fui para migraciones (¿o fue al revés?). Era increíble no ver ni a una sola persona. Ahí escuché el mejor sonido del mundo, el del sellito en el pasaporte. “Buen viaje”, me dijo el que estaba ahí y me fui para el freeshop a descargar un poco de estrés mirando perfumes y chocolates que no me iba a comprar. Todavía faltaba un tiempo para subir al avión. Era como si el tiempo no pasara nunca. Me senté en un lugar, después me cambié, después fui al baño, me senté en otro lugar, hasta que por fin nos llamaron. Antes de subir al avión nos pidieron una vez más todos los papeles y nos advirtieron que solo se podía embarcar con determinados barbijos. Como tenía de sobra, le regalé uno al chico que estaba adelante en la fila y que tenía uno de los no permitidos. Caminé por el pasillo del placer, ese que te lleva hasta las vacaciones, a una experiencia única o a ver a esa persona que tanto querés. Saludé a las azafatas, busqué mi asiento del lado del pasillo, (porque una persona con piernas largas como yo necesita pasillo para no sentirse ahogada) y esperé al despegue. Después de eso no me acuerdo mucho. Creo que nos dieron algo de comer, pero prácticamente dormí las cinco horas que había de viaje hasta la escala. Aterrizamos a eso de las ocho de la mañana. Bajamos y ahí empezó todo. Me dirigí hacia migraciones ya que, como debía permanecer en el país, tenía que registrar mi visita. Mientras hacía la fila sentí nervios otra vez. Cuando pasé al mostrador me preguntaron el motivo de mi viaje y respondí que estaba de tránsito. Me pidieron el pasaje de Colombia a Costa Rica, que no tenía. Nerviosa, le expliqué que tenía habilitado el check in recién al otro día, pero la verdad que no me dieron mucha bola. Me sellaron el pasaporte y me dejaron ir. Busqué mi valija y me dispuse a buscar la oficina de Avianca hasta que vi a un hombre con la campera de la DIAN que es como si fuera la AFIP de Colombia. Ahí me acordé que antes de salir había que pasar por el escáner otra vez. Caminé hacia ese lugar, llena de tics porque el estrés suele aumentar mi Tourette. Cuando pasé por la puerta, el de la DIAN que había visto de lejos me frenó. Me preguntó si tenía algún tipo de tic y me contesté que tenía Tourette. Hizo un gesto con la boca como de lástima y me dijo que pensó que me estaba peleando con alguien por teléfono porque me había visto desde la otra punta moverme mucho. Me reí y le dije que solo eran tics. Me preguntó cuanta plata traía y cuando le dije la cifra se rió y me dejó pasar. Faltaba que me dijera “pasá, pobre”. El escáner dio todo bien así que cuando finalmente fui libre, me dispuse a buscar la oficina de Avianca. Le pregunté a uno que trabajaba en el aeropuerto. Me dijo que estaba en el segundo piso, pero cuando subí al ascensor resulta que había solo uno. ¿Por qué le decían segundo piso al primero? Ya arriba volví a preguntar. Está por allá, me señaló uno. ¿Dónde es allá? Hice una vista panorámica y vi unos mostradores de Avianca. Me acerqué hasta ahí. A todo esto me habían trabado la manija de la valija, por lo que maniobrar con ella era una verdadera pesadilla. Me acerqué y le pregunté a uno de Avianca adónde debía ir. Me mandó para un lado y de ese lado me mandaron para el otro. ¿Nadie podía compadecerse de mí acaso y darme una solución rápida? Finalmente llegué hasta la persona que me dio los vouchers del hotel y la comida. También me dijo que fuera hasta el estacionamiento donde encontraría una camioneta del hotel que me llevaría gratis hasta ahí. Bajé cansada, llena de tics, con dolor de espalda, harta del barbijo y con ganas de tirarme en una cama de una buena vez. Fui hasta el punto donde me dijeron que esperara. Pasaron cinco minutos y nada, quince minutos y nada. Ya se había empezado a acumular gente con la que me puse a hablar. Todos nos quejábamos. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer después de la desastrosa experiencia que nos había brindado la aerolínea? Después me quedé charlando con Ana, una señora de Villa Ballester que había ido a visitar a su hermano. Me contó que un año ella viajaba para Costa Rica y otro él viajaba para Argentina, pero que con la pandemia hacía dos años que no se veían. También me contó que tenía la valija llena de dulce de leche y que no había podido llevar las tapas de empanadas por la imprevista escala de treinta horas. Entre charla y charla ya había pasado una hora de espera y algunos del grupo empezaron a tomarse taxis porque no querían esperar más. En eso se nos acerca un muchacho y nos pregunta si queríamos compartir un taxi hasta el hotel, que él lo iba a pagar. Con tal de no esperar más, le dijimos que si y nos subimos a uno de los tantos autos amarillos. Fueron tan solo diez minutos de viaje. Hubiéramos llegado caminando con todo lo que esperamos.



domingo, 6 de febrero de 2022

La Escala I

 Cuando algo está enyetado, está enyetado. No hay vuelta que darle. Por ejemplo, mi viaje a Costa Rica lo estuvo desde el primer momento. Me acuerdo que cuando estuve a punto de sacar el pasaje, allá por 2019, decidí no hacerlo porque todavía no me habían efectivizado en el trabajo y no sabía que iba a ser de mi en el futuro. Luego, esa incertidumbre me salió cara porque cuando en enero me metí nuevamente para sacar mi boleto, el Gobierno había decidido poner veinte millones de impuestos a los viajeros, seguramente para pagarle el sueldo a todos los ñoquis que trabajan ahí. Por lo tanto, un pasaje que solo salía treinta y cinco mil pesos, me terminó costando cincuenta mil. No solo eso, a dos meses de viajar, a Dios se le ocurrió mandar una pandemia de Coronavirus por lo que mi viaje fue rotundamente suspendido. La historia de la pandemia ya todos la saben, así que vamos a hacer una elipsis hasta un año y medio después.


Nervios, nervios y más nervios. Así se puede definir el comienzo del viaje. Para empezar, no sabíamos si íbamos a poder viajar (digo sabíamos porque en el medio de la cuarentena me puse de novia y el susodicho se sumó al viaje que iba a hacer sola) ya que las fronteras no terminaban de abrir y quedar varados en Costa Rica no era una opción. Por suerte abrieron dos semanas antes. Sin embargo, aunque nos sacamos ese problema de encima, sumamos otro nuevo: todo el papelerío y la investigación que había que hacer para viajar por el tema Covid. Empezamos a leer las páginas de todas las embajadas y empezamos a tachar las cosas de la lista: PCR, no se necesitaba. Tachado. Seguro de viaje. Comprado. Tachado. Pase de salud. Solo se podía hacer un día antes de viajar. Pendiente. Vacunas: este ítem hizo que los nervios se me pusieran de punta hasta el último momento. Resulta que en un momento, la página del ministerio de salud de Costa Rica decía que solo aceptaban las vacunas que ellos daban, pero los que no tuvieran esas vacunas podían ingresar al país con un seguro de viaje. Por supuesto, la vacuna que me había dado yo no estaba entre las permitidas. Entonces, todos los días ingresaba a la web para verificar que no hubieran cambiado las reglas. El tema estuvo cuando ese párrafo explícito desapareció y la cuestión se daba a entender, pero no del todo. ¿Me iban a dejar pasar o no? Por ese temita estuve toda la semana previa sin poder dormir bien, aunque no lo crean. Igual lo peor fue después. El check in solo se podía hacer veinticuatro horas antes y lo necesitaba para poder completar el pase de salud ya que me pedían el número de asiento.¿Qué pasaba si no me lo aceptaban? La noche anterior al viaje fue terrible, casi que no pude dormir. Encima me desperté como a las siete de la mañana, intenté hacer el check in y no pude. Caos y desesperación. Me puse a trabajar e intenté nuevamente a eso de las once de la mañana. Pude entrar perfectamente a la página, pero el problema estuvo cuando vi un cartel que decía “vuelo demorado” y aparecían unas treinta horas de escala en Colombia. ¿Cómo iban a avisarnos semejante cambio de itinerario el mismo día? Intenté llamar a la aerolínea. Imposible. Si hay algo por lo que se destaca Avianca es por no tener ningún canal de comunicación rápido que funcione. Entonces le escribí a Vianca, el bot del Whatsapp de la aerolínea con el que estuve luchando un mes seguido para que me cambiaran el maldito pasaje que me habían dejado abierto en 2020 (esta historia no se las cuento en detalle porque no los quiero estresar tanto como lo hice yo). Pulsé la opción de “información de mi  vuelo” y no marcaba ningún cambio de itinerario. No solo eso, a los pocos minutos llegó un mail que si mencionaba el retraso del vuelo, pero no decía nada de las treinta horas de escala en Colombia. ¿Tanto cuesta tener una comunicación adecuada?  Con ganas de llorar hice el check in igual porque lo necesitaba para hacer el pase de salud. Por suerte, ese bendito pase solo implicaba completar un formulario y se generaba un QR. Un problema menos. Tachado. Ahora solo necesitaba saber a qué hora iba a salir mi vuelo y qué iba a ser de mi vida cuando llegara a Colombia. ¿Qué iba a hacer si debía quedarme treinta horas en el aeropuerto? ¿Qué iba a hacer con mis cosas? ¿Cómo iba a hacer para estar despierta tanto tiempo? Con toda esa angustia me fui hasta el aeropuerto. Por suerte mi novio salía antes de manera que me fui con él bien temprano por las dudas de que en realidad mi vuelo saliera en horario. Empezamos a hacer su fila. Ahí nos enteramos de que necesitábamos una declaración jurada para salir de la Argentina, pero que gracias a Dios la podíamos hacer ahí mientras esperábamos. Despachó su valija sin problemas y fuimos a cenar algo ya que todavía faltaba un poco para que tuviera que embarcar. Después de un rato nos despedimos y como vi que en los mostradores de mi vuelo ya había fila, fui para allá. Pensé que quizás, finalmente, el vuelo iba a salir en horario. Ilusa. ¿Saben cuánto tiempo estuve haciendo esa bendita fila? TRES HORAS. Si, así como lo leen. Como el vuelo en el que viajaba se retrasó, y ese vuelo tenía conexión con muchos otros vuelos más, cada vez que alguien llegaba al mostrador estaba veinte minutos reloj para resolver su problema. Mientras tanto charlábamos entre todos. Conversé con una familia colombiana que llevaban tres carros llenos de valijas e inclusive una tele. Resulta que habían estado viviendo en Argentina por algunos años, pero no les quedó otra que volverse a su país porque la cosa no daba para más. También charlé con una pareja que estaba yendo a República Dominicana porque su trabajo les había dado un premio. Afortunados. Otro con el que hablé fue con el chico que estaba delante mío en la cola. Tenía la misma edad que yo y también iba para Costa Rica solo que él se iba a quedar dos meses. Me dijo que después de estar una hora en el teléfono a la mañana logró comunicarse con Avianca. Le dijeron que efectivamente el vuelo estaba retrasado y que debíamos estar treinta horas en Colombia. También me dijo que había negociado un hotel para quedarse y que yo debía hacer lo mismo. Así que estuve practicando mi speech el resto de lo que me quedó de la fila. Mientras seguíamos esperando, se sumó a la charla el que estaba atrás nuestro. Él también se iba a ir a vivir a Colombia. Se quejó de la economía del país, pero la verdad era que era una persona que ya había vivido en otros países. Finalmente fue el turno del chico que estaba delante mío. Escuché bien atentamente todo lo que le pedían. y vi cómo tuvo que abrir la valija para pasar algunas cosas a un bolso porque no sé qué era que no podía llevar. Cuando la abrió, me sorprendí porque llevaba solo cuatro mudas de ropa para dos meses. El resto era comida y regalos. También me reí porque pensaba meter en el bolso de mano una zapatilla eléctrica. Con el de atrás mío le hicimos seña para que la sacara. Cuando terminó de rehacer sus valijas, le preguntó al del mostrador si para entrar a Colombia necesitaba PCR y le contestó que no. Respiré aliviada porque si bien tenía el papel que constataba que me había hecho un hisopado, no puedo decir que realmente haya sucedido eso. Finalmente, cuando el chico de adelante dejó el mostrador y yo ya estaba dando mis primeros pasos hacia él, el chico que atendía hizo pasar a una pareja que estaba haciendo una fila paralela. Resoplé de la bronca, pero por suerte me llamaron de otro mostrador al instante. Ahí mis nervios empezaron a esparcirse por todo mi cuerpo ya que era el momento de la verdad, el momento en el que iba a saber si todos los papeles que tenía para viajar eran los correctos. Le entregué el pasaporte, el pase de salud de Costa Rica, la declaración jurada de Argentina y también la de Colombia que tuve que hacer mientras hacía la fila. También me pidieron el PCR. Saqué temblorosa la hoja y se la di con mucho miedo. La miró, la miró, la volvió a mirar y se la mostró a una compañera. La gota gorda empezó a recorrer mi cara. Gracias a Dios la compañera le dio el visto bueno y luego de teclear algunas cosas en la computadora me devolvió todo junto con la tarjeta de embarque. “¿Sigue estando esa escala de treinta horas en Colombia?”, pregunté y me dijo que sí, pero que me correspondía un hotel, que cuando llegara a Colombia me dirigiera a la oficina de Avianca y ahí me iban a resolver todo. Un problema menos.