domingo, 6 de febrero de 2022

La Escala I

 Cuando algo está enyetado, está enyetado. No hay vuelta que darle. Por ejemplo, mi viaje a Costa Rica lo estuvo desde el primer momento. Me acuerdo que cuando estuve a punto de sacar el pasaje, allá por 2019, decidí no hacerlo porque todavía no me habían efectivizado en el trabajo y no sabía que iba a ser de mi en el futuro. Luego, esa incertidumbre me salió cara porque cuando en enero me metí nuevamente para sacar mi boleto, el Gobierno había decidido poner veinte millones de impuestos a los viajeros, seguramente para pagarle el sueldo a todos los ñoquis que trabajan ahí. Por lo tanto, un pasaje que solo salía treinta y cinco mil pesos, me terminó costando cincuenta mil. No solo eso, a dos meses de viajar, a Dios se le ocurrió mandar una pandemia de Coronavirus por lo que mi viaje fue rotundamente suspendido. La historia de la pandemia ya todos la saben, así que vamos a hacer una elipsis hasta un año y medio después.


Nervios, nervios y más nervios. Así se puede definir el comienzo del viaje. Para empezar, no sabíamos si íbamos a poder viajar (digo sabíamos porque en el medio de la cuarentena me puse de novia y el susodicho se sumó al viaje que iba a hacer sola) ya que las fronteras no terminaban de abrir y quedar varados en Costa Rica no era una opción. Por suerte abrieron dos semanas antes. Sin embargo, aunque nos sacamos ese problema de encima, sumamos otro nuevo: todo el papelerío y la investigación que había que hacer para viajar por el tema Covid. Empezamos a leer las páginas de todas las embajadas y empezamos a tachar las cosas de la lista: PCR, no se necesitaba. Tachado. Seguro de viaje. Comprado. Tachado. Pase de salud. Solo se podía hacer un día antes de viajar. Pendiente. Vacunas: este ítem hizo que los nervios se me pusieran de punta hasta el último momento. Resulta que en un momento, la página del ministerio de salud de Costa Rica decía que solo aceptaban las vacunas que ellos daban, pero los que no tuvieran esas vacunas podían ingresar al país con un seguro de viaje. Por supuesto, la vacuna que me había dado yo no estaba entre las permitidas. Entonces, todos los días ingresaba a la web para verificar que no hubieran cambiado las reglas. El tema estuvo cuando ese párrafo explícito desapareció y la cuestión se daba a entender, pero no del todo. ¿Me iban a dejar pasar o no? Por ese temita estuve toda la semana previa sin poder dormir bien, aunque no lo crean. Igual lo peor fue después. El check in solo se podía hacer veinticuatro horas antes y lo necesitaba para poder completar el pase de salud ya que me pedían el número de asiento.¿Qué pasaba si no me lo aceptaban? La noche anterior al viaje fue terrible, casi que no pude dormir. Encima me desperté como a las siete de la mañana, intenté hacer el check in y no pude. Caos y desesperación. Me puse a trabajar e intenté nuevamente a eso de las once de la mañana. Pude entrar perfectamente a la página, pero el problema estuvo cuando vi un cartel que decía “vuelo demorado” y aparecían unas treinta horas de escala en Colombia. ¿Cómo iban a avisarnos semejante cambio de itinerario el mismo día? Intenté llamar a la aerolínea. Imposible. Si hay algo por lo que se destaca Avianca es por no tener ningún canal de comunicación rápido que funcione. Entonces le escribí a Vianca, el bot del Whatsapp de la aerolínea con el que estuve luchando un mes seguido para que me cambiaran el maldito pasaje que me habían dejado abierto en 2020 (esta historia no se las cuento en detalle porque no los quiero estresar tanto como lo hice yo). Pulsé la opción de “información de mi  vuelo” y no marcaba ningún cambio de itinerario. No solo eso, a los pocos minutos llegó un mail que si mencionaba el retraso del vuelo, pero no decía nada de las treinta horas de escala en Colombia. ¿Tanto cuesta tener una comunicación adecuada?  Con ganas de llorar hice el check in igual porque lo necesitaba para hacer el pase de salud. Por suerte, ese bendito pase solo implicaba completar un formulario y se generaba un QR. Un problema menos. Tachado. Ahora solo necesitaba saber a qué hora iba a salir mi vuelo y qué iba a ser de mi vida cuando llegara a Colombia. ¿Qué iba a hacer si debía quedarme treinta horas en el aeropuerto? ¿Qué iba a hacer con mis cosas? ¿Cómo iba a hacer para estar despierta tanto tiempo? Con toda esa angustia me fui hasta el aeropuerto. Por suerte mi novio salía antes de manera que me fui con él bien temprano por las dudas de que en realidad mi vuelo saliera en horario. Empezamos a hacer su fila. Ahí nos enteramos de que necesitábamos una declaración jurada para salir de la Argentina, pero que gracias a Dios la podíamos hacer ahí mientras esperábamos. Despachó su valija sin problemas y fuimos a cenar algo ya que todavía faltaba un poco para que tuviera que embarcar. Después de un rato nos despedimos y como vi que en los mostradores de mi vuelo ya había fila, fui para allá. Pensé que quizás, finalmente, el vuelo iba a salir en horario. Ilusa. ¿Saben cuánto tiempo estuve haciendo esa bendita fila? TRES HORAS. Si, así como lo leen. Como el vuelo en el que viajaba se retrasó, y ese vuelo tenía conexión con muchos otros vuelos más, cada vez que alguien llegaba al mostrador estaba veinte minutos reloj para resolver su problema. Mientras tanto charlábamos entre todos. Conversé con una familia colombiana que llevaban tres carros llenos de valijas e inclusive una tele. Resulta que habían estado viviendo en Argentina por algunos años, pero no les quedó otra que volverse a su país porque la cosa no daba para más. También charlé con una pareja que estaba yendo a República Dominicana porque su trabajo les había dado un premio. Afortunados. Otro con el que hablé fue con el chico que estaba delante mío en la cola. Tenía la misma edad que yo y también iba para Costa Rica solo que él se iba a quedar dos meses. Me dijo que después de estar una hora en el teléfono a la mañana logró comunicarse con Avianca. Le dijeron que efectivamente el vuelo estaba retrasado y que debíamos estar treinta horas en Colombia. También me dijo que había negociado un hotel para quedarse y que yo debía hacer lo mismo. Así que estuve practicando mi speech el resto de lo que me quedó de la fila. Mientras seguíamos esperando, se sumó a la charla el que estaba atrás nuestro. Él también se iba a ir a vivir a Colombia. Se quejó de la economía del país, pero la verdad era que era una persona que ya había vivido en otros países. Finalmente fue el turno del chico que estaba delante mío. Escuché bien atentamente todo lo que le pedían. y vi cómo tuvo que abrir la valija para pasar algunas cosas a un bolso porque no sé qué era que no podía llevar. Cuando la abrió, me sorprendí porque llevaba solo cuatro mudas de ropa para dos meses. El resto era comida y regalos. También me reí porque pensaba meter en el bolso de mano una zapatilla eléctrica. Con el de atrás mío le hicimos seña para que la sacara. Cuando terminó de rehacer sus valijas, le preguntó al del mostrador si para entrar a Colombia necesitaba PCR y le contestó que no. Respiré aliviada porque si bien tenía el papel que constataba que me había hecho un hisopado, no puedo decir que realmente haya sucedido eso. Finalmente, cuando el chico de adelante dejó el mostrador y yo ya estaba dando mis primeros pasos hacia él, el chico que atendía hizo pasar a una pareja que estaba haciendo una fila paralela. Resoplé de la bronca, pero por suerte me llamaron de otro mostrador al instante. Ahí mis nervios empezaron a esparcirse por todo mi cuerpo ya que era el momento de la verdad, el momento en el que iba a saber si todos los papeles que tenía para viajar eran los correctos. Le entregué el pasaporte, el pase de salud de Costa Rica, la declaración jurada de Argentina y también la de Colombia que tuve que hacer mientras hacía la fila. También me pidieron el PCR. Saqué temblorosa la hoja y se la di con mucho miedo. La miró, la miró, la volvió a mirar y se la mostró a una compañera. La gota gorda empezó a recorrer mi cara. Gracias a Dios la compañera le dio el visto bueno y luego de teclear algunas cosas en la computadora me devolvió todo junto con la tarjeta de embarque. “¿Sigue estando esa escala de treinta horas en Colombia?”, pregunté y me dijo que sí, pero que me correspondía un hotel, que cuando llegara a Colombia me dirigiera a la oficina de Avianca y ahí me iban a resolver todo. Un problema menos.



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