miércoles, 2 de octubre de 2019

El Hincha de River


Un día, el gimnasio que estaba a cinco cuadras de mi casa decidió mudarse y con él, lo hicieron todas las personas que iban allí, incluyéndome. Lamentablemente, el nuevo lugar me quedaba a veinticinco cuadras y no tenía ningún medio de transporte que me dejara cerca, por lo tanto, cuatro veces por semana caminaba esa distancia para ir y para volver de mis clases. Para no aburrirme, solía empezar a caminar derecho, y solo doblaba si justo venía un auto que no me permitía cruzar la calle. Esto hacía que nunca tomara el mismo camino. Sin embargo, había una cuadra por la que siempre pasaba, aunque no lo quisiera. Era como si tuviese un centro magnético que me llevaba hacia ella.
Una tardecita de otoño, de esas en las que todavía no hace frío, volvía de mi clase de yoga en un estado de relajación absoluto cuando, sin darme cuenta, llegué a “la cuadra magnética”. Luego de maldecir por haber sido succionada nuevamente, me crucé a un hincha de River. Mi somnolencia no me permitió distinguirlo bien, pero llevaba puestos unos auriculares y tenía la mirada perdida. Si bien seguí caminando sin darle la menor importancia, aquella noche soñé con él.

El miércoles siguiente al encuentro, fui Zumba y como siempre salí con mucha energía y ganas de seguir bailando. Empecé a caminar rápido sin ningún motivo, y al juego que realizaba habitualmente para ir por caminos alternativos, le sumé la consigna de tratar de no pasar por “La Cuadra”. Ese día fui vencida una vez más. La maldita tenía un imán, sino no era posible lo que pasaba. De la bronca quise romper mi regla de “no ver en qué calle me encontraba a menos de que estuviera perdida” y cuando estaba tratando de leer el cartel de la esquina, apareció el hincha de River. Traté de mirarlo disimuladamente, pero mi curiosidad por ver bien cómo era el chico que se había introducido en mis sueños, me lo impidió. En el segundo que dura el acto de cruzarse con otra persona, pude ver que tendría aproximadamente 27 años, era más alto que yo y el pelo castaño lo tenía peinado para el costado. También noté que era muy atractivo y parecía algo temeroso. Luego de ese día, comencé a verlo habitualmente. Siempre vestía solo con la camiseta de River, por más frío que hiciera. Otra cosa que me llamaba mucho la atención era que jamás me miraba. Siempre iba como buscando algo, aunque no entendía qué era lo que podría llegar a ser. Lo qué si entendía era que me atraía mucho, inclusive mucho más que la “cuadra magnética” (que ya no era un problema para mí). Mi nuevo juego consistía en hacer que aquel chico me mirara. Probé de todo: ponerme ropa llamativa, toser fuerte, reír, llorar, pero nada sirvió. Solo una vez se me ocurrió una idea que no podía fallar, pero cuando la quise implementar, el hincha de River no apareció. No me lo crucé ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente. Desapareció por completo y a mí me quedó un sabor amargo por no haber logrado mi cometido.

Luego de unos días, tras haberme sacado la ilusión de volver a verlo, volví a mi rutina habitual. Todo había empezado a ser como antes hasta que aquel misterioso chico surgió de nuevo, pero esta vez en mis sueños. Al principio solo lo veía pasar caminando o parado en algún lugar, pero luego comenzó a mirarme como queriéndome decir algo, hasta que una noche me habló. Me dijo que se llamaba Ramiro y que estaba perdido. Yo le contesté que se quedara tranquilo, que pronto iba a encontrar el camino. Esa mañana me desperté con una sensación extraña. Por un lado, no entendía porque soñaba todos los días con una persona que ni siquiera conocía y por el otro, por algún motivo que desconocía, sentí alivio. Realmente todo lo que estaba pasando era muy raro. ¿Acaso era una obsesión lo que tenía con ese chico?, ¿estaba imaginando todo? Durante todo ese día me quemé el cerebro tratando de encontrar una respuesta, así que cuando salí de trabajar me fui directo a Yoga para despejarme un poco. Como era costumbre, salí relajada y somnolienta y comencé a caminar lentamente por las calles del barrio. Obviamente llegué a la “cuadra magnética”, a la cuál ya le había tomado cariño. Frené para atarme los cordones y cuando me levanté, lo vi. Ramiro (ya lo había bautizado así) iba caminando despacio, vestido con su camiseta de River y con sus auriculares puestos. Se lo veía tranquilo y cuando me pasó por al lado, no solo me miró, sino que también me sonrió. En ese instante, toda la paz que había logrado en mi clase se esfumó por completo y un estallido se produjo en mi interior. Por un momento quedé totalmente descolocada, pero cuando volví en sí, tomé la decisión de que no me volvería más loca por aquella situación. Si me lo cruzaba de nuevo, iba a aplicar el plan que no había podido poner en marcha la última vez. Así fue como al día siguiente, salí de Zumba totalmente convencida de que me lo iba a encontrar, me dejé imantar por la cuadra magnética y cuando finalmente me lo crucé, simulé que me tropezaba para chocármelo, pero en vez de impactar, él me atravesó.



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