Mientras pensaba como decirte lo
que tengo para decirte me acordé de cómo comenzó todo.
Me acuerdo de que cuando
vi el cartel de “Bienvenidos” le pedí a mi papá que subiera el volumen de la
música y me puse a cantar muy fuerte. Era el 30 de diciembre de 2010 y faltaban
solo dos días para que comenzara el 2011, el año en el que cumpliría 18, terminaría
el colegio y te conocería a vos, el gran amor de mi vida.
Ni bien nos instalamos en el
departamento me fui corriendo a la playa. Como todos los años, cuando toqué la
arena cerré los ojos para escuchar el sonido del mar y me dejé abrazar por la
brisa tan típica de Villa Gesell. Después, me metí al agua y desde ahí miré
para la costa. Había muy poca gente todavía. El primer malón llegaría al día
siguiente para pasar fin de año y entre ellos estarías vos. El segundo malón,
lo haría el primero de enero, al comenzar la quincena. Ahí estarían Beca y
Luchi, que días más tarde serían las encargadas de presentarnos oficialmente.
Digo oficialmente porque no sé si te acordás, pero nosotros ya nos habíamos
cruzado. Fue uno o dos días antes, yo había ido a caminar hasta el muelle y en
el camino me compré un licuado. Cuando lo terminé, me acerqué al sector de
carpas, donde estaban los tachos de basura para tirar el vaso vacío, y ahí te
vi. Bah, vi tus ojos. Esos ojos color miel, con esa mirada tan intensa que me
generó una electricidad por todo el cuerpo. Vos también te quedaste helado,
pero solo por unos segundos, después te fuiste rápido, como escapándote. Al
principio pensé que eras tímido, pero cuando nos presentaron entendí que era lo
que te había pasado.
El 5 de enero de 2011 el día estaba
hermoso así que fui temprano a la playa. Ahí me encontré con Beca y Luchi, que me
preguntaron si ese año podría ir a bailar ya que el año anterior, cuando las
conocí, mis papás no me lo permitieron porque todavía era muy chica. Cuando les
dije que sí se emocionaron todavía más que yo y al instante nos pusimos a hacer
planes para la noche. Nos íbamos a juntar en lo de Luchi y en la peatonal
íbamos a decidir a qué boliche ir. Hasta ese momento ni siquiera podía imaginar
que eras amigo de Beca y que te vería horas más tarde. A eso de las diez,
después de cenar, comencé a prepararme. Me acuerdo de que me puse una pollera
tubo negra y una musculosa roja. También recuerdo que mientras me ponía el
labial pensé en esas cosas que se aprenden de chico y quedan automatizadas para
siempre, como pintarse los labios o ponerse las medias de nylon. Si no te lo
enseñan como sabe uno que primero hay que ponérselas de a una hasta las
rodillas y después subirlas completamente. Perdón, me fui de tema, pero creo
que esa fue la última vez que pude tener un pensamiento tan superficial. Luego
de esa noche, te instalaste en mi cabeza y nunca más te fuiste.
Volviendo a
cómo sucedieron los hechos, luego de cambiarme y maquillarme me fui a lo de
Luchi. Mientras preparábamos algo para tomar sonó el timbre y, en ese momento,
me enteré de que nos acompañarían unos amigos de Beca. Lo que nunca me hubiera
imaginado era que, entre ellos, ibas a estar vos. Debo confesar que al
principio no me di cuenta. Es que a diferencia de la primera vez que nos vimos,
vi tus cicatrices y no tu mirada. La verdad que fue impactante, pero bastó que
nuestros ojos se encontraran para comprender que eras vos. Mi corazón comenzó a
latir con fuerza. No entendía nada, ¿cómo es que habíamos coincidido los dos en
el mismo lugar? “Simón”, así me dijo Beca que te llamabas y que eras amigo de
ella hacía muchos años. En ese momento no me atreví a preguntarle que te había
pasado en la cara, por qué tenías tantas cicatrices. De lo que sí me animé fue
de ofrecerte un trago y de preguntarte de dónde eras. San Isidro, me
contestaste y, automáticamente, pensé que eras de una familia con plata, lo que
no pensé fue que ese detalle nos iba a pesar tanto, tiempo después.
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