Les voy a contar algo que me pasó hace algunos años. La verdad no
me siento orgullosa de lo que hice, pero me voy a justificar diciendo no solo
que era chica, sino que pensaba que lo que pasaba en las películas y novelas
también se podía hacer en la vida real. Aparte, ¿quién no cometió alguna locura
alguna vez? Bueno, aunque tengo que decir que lo mío, en realidad, no fue un
ataque de locura, sino que todo fue premeditado. En fin, se los cuento, en
primer lugar, para que no les pase lo mismo que a mí, pero sobre todo para que
no actúen igual que yo.
Resulta que en el año 2012 pusieron una pollería en el barrio. Un
día, volviendo del gimnasio que estaba por ahí, me percaté que el chico que
atendía era muy lindo. Por lo que, cada vez que pasaba, no podía evitar
mirarlo. Otro día que volvía con mis amigas en el colectivo, me hice la
canchera y les dije que me lo iba a levantar. Ellas se rieron y me desafiaron a
hacerlo. “En menos de un mes, voy a estar saliendo con él”, les dije y al día
siguiente comencé con mi misión. Como en la puerta había un cartel que decía
“Hamburguesas de pollo”, pensé que podía ser un buen anzuelo para entrar y
después tener algo de qué charlar. Así fue como ingresé al local. Ese día
realizamos una compra-venta habitual, con mucha amabilidad, pero sin muchas
palabras. Buen comienzo. Probé las hamburguesas. No estaban mal, pero a mi no
me gusta el pollo, por lo que básicamente tratar de conquistar al chico era un
gran sacrificio. Volví a los cuatro días para comprar comida para mi perro y de
paso le dije que las hamburguesas estaban buenísimas, para sacarle un poco de
conversación. Hablamos dos minutos, pero no dejó de ser una simple visita a la
pollería. Las cosas no iban a quedar así. Empecé a pasar casi todos los días
por la puerta e iba a comprar cada vez que podía. Primero me empezó a saludar
cada vez que me veía y después las charlas dentro del local se extendieron cada
vez más. Un día me la jugué y le pregunté cómo se llamaba para que se diera
cuenta de que tenía interés en él. Me sonrió, me dijo que se llamaba Gastón y
me preguntó cuál era mi nombre. “Florencia”, le contesté sonriendo y festejando
mi primer acierto. Después de ese día la relación cambió. Las charlas
comenzaron a ser un poco más profundas y comenzamos a conocernos. En una de
esas tantas charlas, me dejó muy en claro que estaba soltero, o por lo menos la
cantidad de veces que enfatizó que estaba solo me hizo pensar en eso. Antes de
que se cumpliera mi plazo de conquista, finalmente me invitó a salir. Me dijo
que me llevaría a comer. Como en ese entonces todavía no trabajaba y no tenía
plata propia, sugerí ir al Dot, que sabía que no me iba a salir un ojo de la
cara, en el caso de que no me invitara él. A la noche me pasó a buscar y fuimos
caminando. En el trayecto me contó que el dueño de la pollería era él. Me
sorprendió porque apenas tenía diecinueve años. Ahí fue cuando me explicó que
cuando era adolescente había sido jugador de fútbol y con esa plata que había
ganado pudo empezar el negocio. También me dijo que no era de Buenos Aires, que
hasta los doce vivió en Mar del Plata y vino acá cuando lo convocaron de un
equipo. Cuando llegamos, le sugerí comer en Mcdonald's. Me preguntó si tenía
doce años. Eso no me gustó. ¿Quién era él para decirme eso? No sé qué cara le
habré puesto, pero me dijo que era un chiste y fuimos hasta ahí. Pedimos el
combo del día y pagó él. Nos sentamos y seguimos charlando. Durante toda la
cita me resaltó que no era un simple pollero. Si bien tenía cosas que me
parecían atractivas, había algo en él que no me cerraba. Después de comer
fuimos a la terraza. Entre risa y charla nos dimos nuestro primer beso. Besaba
bien, pero fue raro. Cuando llegó la hora de volver, se largó a llover muy
fuerte. Empezamos a caminar rápido y en un momento lo agarré y le di un beso.
“Siempre quise dar un beso bajo la lluvia”, le dije y sonriendo me dio otro.
Cuando llegamos a mi casa, nos besamos un poco más y la cosa se puso un poco
intensa. Me dijo de ir a la casa y le dije que no. Lo miré a la cara y por
algún motivo me dio miedo. Me siguió insistiendo, pero no logró convencerme. Me
dijo que no pasaba nada, pero se lo notaba algo molesto. Nos despedimos. Entré
a casa, me acosté en la cama y me puse a llorar sin razón alguna hasta
dormirme.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario