Yo me subo en la estación Mitre y soy de los que se sientan en los últimos vagones. Después de la tragedia de Once mi mamá quedó muy suceptible y me traspasó su miedo a mí. Muchos van estudiando y yo debería hacer lo mismo, pero mi sudoku me parece más entretenido. Una vez leí que este tipo de juegos te ayudan a ejercitar el cerebro y previenen el Alzheimer, además, mientras lo hago, puedo mirar todo lo que ocurre a mi alrededor. En Centrángolo sube la chica pelirroja que no para de escribir. A veces me dan ganas de sacarle el cuaderno de las manos y ver qué es lo que anota tanto. Está tan ensimismada en su escritura que, a veces, ni siquiera mira su celular ni una sola vez. Al llegar a la estación Florida, ya logré completar una línea de mi juego cuando empieza a sonar "Desde que no estás aquí", interpretado por el cuarteto folklorico que, todos los días, recorre todos los vagones cantando siempre las mismas tres canciones. Pero después, el grupo se desintegra y solo queda el más joven como solista.
En Juan B. Justo me acomodo la camisa nueva que todavía siento algo incómoda. Extraño las remeras y las zapatillas, pero ahora que soy un contador recibido y ya tengo mi puesto fijo de trabajo, no puedo seguir vistiéndome como cuando era un estudiante al que no le importaban las reglas. El nene que siempre sube con el padre en esta estación y que un par de años atrás, con aparentes cuatro años, se sabía todo el recorrido del tren ya usa delantal blanco y ahora también viaja acompañado de su hermanita bebé. En Saavedra, mientras termino de completar un cuadrado entero de mi sudoku, el chico que sube conmigo en Mitre se levanta para recibir a su novia y, luego de saludarla con un beso, se apoyan en el asiento isquiático y se susurran cosas mientras sonríen. Me quedo mirándolos unos segundos pero, la conversación de dos hombres quejándose del tercer aumento del pasaje del año me parece más entretenida. Cuando vuelvo a tomar mi revista para continuar mi juego veo que ya está completo. El cansancio del trabajo me tiene un poco distraído últimamente. Doy vuelta la página y empiezo otro.
Cuando el tren frena en Coghlan me doy cuenta de que hace mucho no veo a la colorada. Quizás cambió de trabajo o se mudó. Miro por la ventana y veo que en el andén pusieron televisores que indican cuándo llega la próxima formación. Considero que es una gran idea y más en este momento que andan con bastante retraso. Mientras suena el pitido de cierre de puertas, un hombre de unos cuarenta años entra corriendo y sigue agitado hasta Belgrano R. Esta escena se repite todos los días a lo largo de varios años. Siento vibrar el celular y cuando abro la mochila para sacarlo me encuentro con el control remoto, que no sé como llegó allí. El mensaje es de mi novia. Me pregunta que vamos a hacer a la noche ya que hoy cumplimos un año y además vamos a celebrar mi ascenso. Ahora soy coordinador de área.
En Colegiales baja la chica que se encontraba con el novio en Saavedra, pero hace tiempo que ya no están juntos. Se siguen cruzando en el vagón, y aunque no se saludan y se sientan en diferentes lugares, de vez en cuando se miran sin que el otro se dé cuenta. Para mi que todavía se quieren y creo que en algún momento van a volver a estar juntos. También se baja el nene que sabía los nombres de las estaciones. Luce contento su buzo de egresados de séptimo grado y su padre ya no lo acompaña. Ahora es él el que lleva a su hermanita de la mano y cuida que no le pase nada. Yo ya logré completar medio Sudoku, pero no lo puedo seguir porque me invade la duda de si envié un mail muy importante de trabajo o no.
Cuando llego a Carranza un pitido que me cuesta
reconocer me hace sobresaltar, pero luego me doy cuenta de que es del tren y me
tranquilizo. Últimamente me siento raro, se ve que los preparativos del
casamiento y mi nuevo puesto en la gerencia me tienen un poco estresado, no
puedo concentrarme ni para hacer mi sudoku. Cuando se abren las puertas entra
una chica y se me sienta al lado. Se pone a leer un libro y veo en la
contratapa una foto de la pelirroja que no paraba de escribir. Me pongo feliz
por ella aunque solo la conociera de vista y memorizo el nombre del libro para
comprarlo luego.
Llegando a 3 de Febrero, un chico, más o menos
de la edad de mi hijo mayor, me pregunta si no tengo calor con la campera
puesta y noto que todos a mí alrededor llevan ropa de verano. Le contesto algo
rápido para salir del paso, pero la verdad es que no sé por qué estoy abrigado.
Mientras el tren avanza hasta la estación terminal, ingresa al vagón un chico
de unos 18 años y empieza a cantar “Desde que no estás aquí” y al terminar
cuenta que esa canción la cantaba su papá en esta misma línea hace muchos años. El viaje es bastante aburrido sin mi Sudoku, pero lo tuve que abandonar
porque un día dejé de poder completarlo y me agarraba tal enojo que empezaba a
gritar y la gente me miraba nerviosa.
El tren frena en Retiro y por el parlante
anuncian que es la estación terminal. Algunos pasajeros suben antes que los
demás empiecen a bajar y ocupan rápidamente los asientos vacíos. Piso el andén
y me siento perdido. Una señora me pregunta si estoy bien, pero la verdad es que no sé dónde
estoy. No recuerdo cómo llegué ahí ni tampoco cómo me llamo. Solo sé que hay
algo en mí que no está bien.
Uf! Triste.
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