Durante la semana Agustín le habló a Lucía y le
preguntó cuándo verían de nuevo. Ella le esquivó completamente la pregunta y se
desilusionó un poco. ¿No quería verlo de nuevo? Durante la cita pareció que la
estaba pasando bien. Dejó pasar un par de días y el sábado mientras cerraba el
local le habló de nuevo. Ella estaba en el shopping comprando un regalo. “Te
paso a buscar y almorzamos”, le dijo, pero ella le contestó: “No deberíamos
salir”. En ese momento sintió como un puñal se le clavaba en el pecho. ¿Por qué
nunca tenía suerte con las mujeres que le gustaban? Decidió mandarle un audio
para que el mensaje no se distorsionara. Le dijo que a él le gustaba mucho y
que quería salir con ella. También le dijo que le parecía que él le gustaba
también y le preguntó si había algo que la frenaba. ¿Es por lo que puede llegar
a decir tu familia o tus amigos? La respuesta tardó unos minutos en llegar. “Es
por mi familia, por mis amigos y por mí. Es todo muy complicado en este
momento”, le contestó. Agustín le dijo que la entendía, pero le pidió que lo
pensara. Después de esa conversación dejaron de hablarse por unos días. Sin
embargo, Agustín no quería alejarse de ella. No todavía y no así. Así que una
tarde en la que se encontraba solo en su local, le mandó un mensaje: “Me
aburro”, le escribió y cruzó los dedos para recibir una respuesta. Por suerte
fue inmediata. “Yo también”, le contestó y comenzaron a charlar sobre el hombre
que se había comido un murciélago en China y había contraído Coronavirus.
“Estos chinos son impresionantes. ¿Cómo se va a comer un murciélago?”, le decía
Lucía. “No tengo idea, son más raros”, le contestaba Agustín y así comenzaron a
hablar de nuevo, (aunque con menos frecuencia) sin imaginar todo lo que estaba
a punto de ocurrir.
Mientras Lucía y Agustín descubrían qué pasaba entre
ellos, en una ciudad de China detectaron once millones de casos de neumonía
cuyo origen era desconocido. Con el correr de los días, cada vez más personas
aparecían con los mismos síntomas: tos, fiebre, dolor de cabeza y dificultad
para respirar. Nadie entendía qué estaba pasando. Fue más o menos el 31 de
diciembre cuando detectaron que la enfermedad que se estaba expandiendo sin
control era Coronavirus. Un virus que contraían los animales y únicamente se
contagiaba entre ellos ahora estaba en el cuerpo humano. Aparentemente todo
comenzó cuando un habitante de Wuhan tomo una sopa de murciélago y este estaba
infectado. Como es una enfermedad alta y fácilmente contagiosa, solo bastó que una
gota de saliva cayera en otra persona para que empezara a formarse una bola de
nieve gigantesca y descontrolada. Tuvieron que empezar a cerrar escuelas, oficinas,
shoppings. Todos debían permanecer aislados en sus casas. Estaba prohibido
realizar reuniones y estar a menos de un metro de distancia de otra persona. En
la televisión se podía ver cómo camiones rociaban todas las calles con agua y
desinfectante. Las imágenes parecían de esas películas futuristas. Al principio
el resto del mundo no se preocupó mucho. Se reía y hacía memes al respecto. “Eso
les pasa por tener esas costumbres raras”, decían algunos. Sin embargo, cuando
a mediados de enero descubrieron el primer caso en Europa, el ánimo de todos
cambió.
Durante enero, Agustín y Lucía comenzaron de nuevo a
hablar muy seguido. Agustín se la pasaba desenvolviendo una serie de halagos y la
trataba de convencer de que se vieran. Lucía siempre le respondía que no.
Estuvo prácticamente todo el mes rehusándose a verlo, pero un día, después de
tanto “que linda que sos” y “como me gustas” no se aguantó más. “¿Vamos a tomar
una limonada y a comer torta?”, le mandó por Whatsapp. “A la tarde no puedo”,
le contestó él y agregó: “si querés puede ser tipo ocho”. “A las ocho no se
merienda. Podemos ir a tomar algo después de comer”, le dijo Lucía. “Dale, te
veo a la noche”, le contestó Agustín y ambos celebraron.
A eso de las diez Agustín la pasó a buscar a Lucía
por su casa. Como siempre estacionó a la vuelta para que nadie lo viera. “Me
sorprendiste con tu mensaje”, le dijo. “No esperaba que me dijeras de vernos”.
Lucía se rio y por dentro pensó que ella tampoco esperaba invitarlo a salir.
Fueron a un bar de esos ocultos. Como hacía calor fueron para la terraza. Él se
pidió un trago con gin, siempre se pedía tragos que tuvieran esa bebida. Ella
se pidió uno más dulzón. Comenzaron a charlar de cualquier cosa. Agustín se
sentía muy feliz de estar ahí con Lucía y ella otra vez se sentía muy
tranquila. “Quiero darle un beso”, pensó Agustín y le dijo: “Vení, sentate acá”.
“¿Por qué siempre me exige las cosas en vez de preguntármelas?”, pensó Lucía.
“No me voy a mover”, le dijo entonces. Agustín revoleó los ojos y corrió su
silla al lado de ella. Le tomó la mano y jugueteó un poco con sus dedos. Lucía
se tensó un poco, pero no lo suficiente como la primera vez que habían salido.
Él se acercó aún más y finalmente le dio un beso. Ella lo correspondió. Lucía
se relajó y no sintió vergüenza por que el resto de las mesas los miraran.
Agustín quería que ese momento nunca terminara. A eso de las once y media
pidieron la cuenta. Cuando salieron del bar Lucía encaró hacia el auto, pero
Agustín le agarró el brazo y comenzó a besarla. De a poco y suavemente la
empujó hacia la pared y el beso se volvió más apasionado. Luego de unos
minutos, Lucía lo separó y le dijo: “vamos”. Caminaron en silencio hasta el
auto y ahí se unieron nuevamente en un beso más fogoso que el anterior. Ambos
terminaron sin aliento, pero cuando se subieron a la camioneta, ese fuego no
continuó. Lucía quería que siguiera, pero no iba a tomar la iniciativa la
primera vez y él no lo hizo. Entonces, la noche terminó cuando Agustín la dejó
en su casa y ambos se quedaron con ganas de más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario