Cuando Lucía leyó el mensaje de Agustín lo primero
que pensó fue si era una pregunta o una imposición. Después pensó qué excusa
podía inventar para decirle que no, pero se imaginó que dijera lo que le dijera
al cabo de unos días la iba a invitar a salir de nuevo. Por último, pensó que
quizás la invitación no era una cita sino una salida de amigos, aunque sabía
que esas no eran sus intenciones. “Bueno, no tengo motivos para decirle que
no”, pensó. “Dale”, le escribió no muy segura de lo que estaba haciendo. “¿Mañana?”,
le preguntó él. Imposible, pensó ella sabiendo que tenía otra cita. “Arreglemos
más llegado el finde”, le contestó finalmente y pensó que quizás se olvidaría o
tendría alguna excusa y evitaría salir con él. Sin embargo, cuando llegó el
sábado, a eso del mediodía recibió un mensaje de él preguntándole si al final
podía. “Ya fue, le digo que sí”, pensó y le mandó una respuesta afirmativa. Cuando
la pasó a buscar y se subió a su auto vio que se había afeitado y se había
puesto una camisa. “Parece más viejo de lo que es”, pensó y un poco se
arrepintió de haberle dicho que sí, aunque cambió de opinión cuando sacó un
libro y se lo regaló. Sonrió y le dijo que seguro le iba a gustar. Si había
algo que le gustaba que le regalaran eran libros, y ese parecía uno bueno. En
el camino charlaron de todo un poco. Le contó que ya no salía más con Matías,
pero obvió la parte de que había salido con otro chico apenas dos días atrás.
Cuando entraron al bar, los recibió una chica y le dio un poco de vergüenza de
que los vieran juntos. “¿Qué pensaría?”. Por suerte sus miedos y dudas se
disolvieron cuando se sentaron en la mesa. Por algún motivo que desconocía se
sentía muy tranquila con él. No sintió en ningún momento los nervios que tuvo
con sus otras dos citas aquella semana. Quizás el hecho de que se conocían de
antes ayudó. Durante la cena se rió mucho y en ningún momento sintió la
diferencia de edad. Cuando terminaron de comer, él le ofreció ir hasta la
orilla del río. Lucía entró en pánico. Sabía que si iban hasta ahí, él iba a
darle un beso. Si bien muchas veces se imaginó haciéndolo, ¿realmente quería
que la besara? Ante la indecisión se dejó llevar y lo siguió. Cuando estuvieron
cerca de la orilla, le empezó a contar una anécdota sobre su ex para ver si
podía evitar lo que estaba por venir, pero el la interrumpió y se puso a hablar
de otra cosa. Era evidente que estaba dispuesto a cumplir su objetivo a toda
costa. “¿Tenés frío?”, le dijo cuando vio que tiritaba. “Un poco”, le contestó,
siempre manteniendo una distancia prudente.
Cuando le pidió que le diera la mano, se dio cuenta
de que no tenía más escapatoria. Podía frenarlo, sin dudas, pero no lo hizo.
Algo en su interior la empujó a que viviera aquel momento. El beso fue lindo.
Se sentía bien y había una conexión entre ambos, pero eso no impidió que le
pánico la invadiera nuevamente “¿Qué estoy haciendo? Este hombre podría ser mi
papá”, se dijo mientras sus bocas seguían pegadas. Cuando se separaron, le dijo
que él era muy grande para ella, para que entendiera que esa cita no era el
inicio de nada. Pero mucho no le importó. Le dijo que él no había notado la
diferencia de edad y la volvió a besar. Luego Agustín le preguntó si quería ir
a tomar algo a otro lado, pero ella sabía que eso significaba que podrían
terminar en su casa y definitivamente era algo que no quería hacer. “Mejor
llévame a mi casa”, le contestó y sintió que volvía a tener doce años de nuevo.
Cuando finalmente la dejó en su casa, su cabeza era un bolillero de
pensamientos. Abrió el libro que le había regalado y vio que tenía una
dedicatoria. La leyó y sonrió. Le mandó un mensaje diciendo que le había encantado
la dedicatoria. “¿Por qué no tiene aunque sea diez años menos?”, pensó y se
tiró en la cama para procesar todo lo que había vivido en unas pocas horas. “No
puedo seguir saliendo con él”, se dijo finalmente.
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