martes, 3 de marzo de 2020

La Verdadera Revolución


El 26 de mayo de 2001, el sol brillaba bien alto en el cielo que estaba más celeste que nunca. Yo tenía seis años y había sido elegida la escolta de la bandera que representaba a primer grado en el acto del 25 de mayo. A las diez de la mañana la vicedirectora de la escuela me vino a buscar al aula para ensayar una vez más la formación, antes de que se reunieran en el patio todos los maestros, alumnos y padres invitados que habían sido convocados a las once.

En la primera pasada, la chica de séptimo grado que llevaba la bandera tuvo dificultades para encajarla en el tahalí de su banda, así que lo hicimos de nuevo. En la segunda pasada, el chico de cuarto grado se trastabilló y casi se cae. De tal modo, la vicedirectora nos lo hizo repetir una tercera vez. A mí me habían empezado a dar ganas de hacer pis, por lo que rogaba que nadie más tuviera ningún percance. Por suerte, la tercera pasada salió perfecta así que cuando escuché las palabras “Listo, ya estamos”, di media vuelta para correr hacia el baño porque mis ganas habían aumentado considerablemente, pero la maldita vicedirectora nos pidió que nos quedáramos en nuestros lugares porque nos quería decir unas palabras. Yo ya estaba en el punto en el que no podía escuchar, no podía ver, no podía moverme. Mi cuerpo estaba totalmente controlado por mi vejiga a punto de estallar. De repente sentí un chorrito caliente bajar por mis piernas. Después otro y otro y otro. Al cabo de segundos tenía la laguna de Chascomús entre mis piernas. Gracias a Dios tenía puesta la pollera del uniforme y no el pantalón. Los zapatos eran negros, por lo tanto, no se notaba que me había hecho pis. Sin embargo ¿cómo explicaba el tremendo charco en el piso? Justo en ese momento la vicedirectora decía algo sobre que el 25 de mayo fue un quiebre para la Patria. Que tenía que decir yo entonces. Abanderada y con pis hasta adentro de las medias. Ese sí era un quiebre. Una vez terminado su discurso nos permitieron dispersarnos. Traté de huir lo más rápido posible para que nadie se diera cuenta de nada, pero justo en ese momento los ojos celestes de la vicedirectora se clavaron en el charquito. “Esperá, Gutiérrez”, me gritó mientras se me acercaba. Cuando escuché mi nombre quedé petrificada y rogué que no me estuviera llamando por el tema del charquito. Cuando llegó hasta mí, se agachó hasta quedar de mi altura y susurrando me preguntó: “¿Vos te hiciste pis?”. “No”, le respondí muy segura. “¿Estás segura?, me volvió a indagar “Si”, le volví a decir bien firme, porque si se miente no se flaquea. “¿Y esa agua que hay en el piso de donde salió?”, siguió metiendo el dedo en la llaga. “No sé, recién veo que está ahí”, le contesté haciéndome la estúpida ya que no había tenido mucho tiempo de pensar una excusa convincente. Me miró seria, pero no me dijo nada. Se ve que como vio que no tenía una aureola de pis en la ropa prefirió dejarme libre.

A las once y diez de la mañana ya estaban todos esperando que empezara el acto y los abanderados estábamos en la secretaría atentos a que nos dieran la orden para salir. Yo ya no aguantaba más estar parada, así que me desplomé en una silla sin pensar que mi bombacha todavía húmeda iba a mojar la pollera. A las once y cuarto nos vino a buscar la vicedirectora y nos hizo formar.  Me vio y se agarró la cabeza. “Ay, Gutiérrez, ¿por qué no me no me dijiste que sí cuando te lo pregunté? No podés salir al acto así ahora”, me dijo un poco enojada. Yo la miraba sin decir nada y quería que me tragara la tierra porque encima todos me estaban mirando. De repente, la escolta de sexto grado se fue y volvió con una caja. “¿Si se pone algo de acá?”, dijo mientras sostenía la caja de objetos perdidos. “Si, es buena idea”, contestó la vice “Pero no tenemos tiempo para que se cambie. Atate esta campera a la cintura y listo” “Vamos, no podemos retrasarnos más”, ordenó, y nos hizo avanzar rápidamente.
De a uno fuimos saliendo al patio y poniéndonos en nuestras posiciones. Sonó el himno, pero nadie cantó. Todos me estaban mirando sorprendidos y yo no entendía por qué. También se escuchaban algunas risas. Miré a la vicedirectora y la estaban sosteniendo porque estaba medio desmayada. El misterio lo develé un par de años después, cuando mirando fotos de ese acto pude ver que la campera tenía una inscripción que decía “Viva España”.



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