Como quien
no quiere la cosa, en un arrebato de inconsciencia, empecé a caminar con el mimo que acababa de conocer, por la calle St Michel, hacia un destino incierto.
Solo
bastaron unos pasos para que mi cabeza comenzara a imaginar mi rostro en las
tapas de todos los diarios y a crear diversos titulares como “Joven argentina
asesinada por un mimo en París”, también reflexioné sobre las formas en que podía
llegar a matarme y en los lugares donde podría aparecer, pero la verdad es que esos macabros pensamientos no me afectaron en absoluto. Seguí firme junto a él como si fuéramos amigos de toda la vida.
Pasamos por una universidad, La Sorbonne llegué a leer en un cartel. De haber
sabido, en ese momento, que era una de las universidades más antiguas y
prestigiosas de París quizás hubiera prestado más atención a su fachada en vez de
mirar las hermosas carteras de cuero que llevaban las alumnas y lo arreglados
que iban los hombres.
En poco
tiempo llegamos al río Sena y desde ahí pude ver la maravillosa catedral de
Notre Dame.
-¿Acá me
querías traer? Le pregunté. Él me dijo que sí con la cabeza y una sonrisa. Me
tomó de la mano y comenzamos a cruzar un puente lleno de candados. Se ve que se
dio cuenta de mi desconcierto cuando los vi porque se frenó, me señaló a una
pareja que iba caminando y luego de formar un corazón con las manos me acercó a
donde estaban los candados colgados y pude ver que había iniciales escritas.
-¿Asique
las parejas enamoradas vienen acá y ponen un candado para sellar su amor
eterno? Que romántico. El mimo me sonrió e hizo una mueca que daba a entender
que así era todo en la ciudad del amor.
De repente
se me ocurrió pensar si aquel mimo misterioso tenía novia o algo por el estilo.
Casi se lo pregunto pero era obvio que luego el interrogante iba a ser para mí y
era algo de lo que definitivamente no tenía ganas de hablar, por lo que simplemente
suspiré y seguí al hombrecito con cara pintada a nuestro próximo destino: Notre
Dame.
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