Hace
algunos años tuve que ir a París por uno de esos viajes que de placer no tienen
nada pero que suman a la vida profesional.
Después de
cuatro días de no poder disfrutar en absoluto de la ciudad del amor, y a uno de
volverme, tuve un no programado día libre que se terminó transformando en el
mejor de toda mi existencia.
Me acuerdo
que me desperté temprano, porque no me importaba como, pero yo iba a recorrer
todo. Desayuné unas crossaints asquerosas y un jugo de naranja que no era mucho
mejor. Tardé unos minutos en decidir si saquito si o saquito no (era comienzos
de verano) y partí emocionada cual quinceañera en su fiesta.
Iba con
paso firme hacia la Torre Eiffel cuando
en el camino me topé con un gran parque o mejor dicho los jardines de
Luxemburgo. El paisaje se conformaba por árboles por doquier, una laguna en el
centro y un no sé qué y un qué se yo que
me dejó hechizada.
Empecé a pasear
por los diferentes senderos sin importarme que el tiempo se iba como arena
entre los dedos. Al cabo de una hora de caminar por ese hermoso lugar me senté
a descansar un rato. En pocos segundos mi atención fue totalmente acaparada por
un abuelo y su nieto dándole de comer a unos patos, por lo que, cuando una flor
apareció frente a mis ojo, pegué un
salto que hizo que casi me caiga del banco. Eso sí, nada se comparó con la
sorpresa que me llevé cuando vi que la persona que sostenía aquella Gerbera
roja era nada más y nada menos que un mimo.
Creo que ni
un Victor Hugo drogado pudo haber imaginado, alguna vez, semejante situación.
La cuestión
es que ahí estaba yo, sentada en un banco, en París, al lado de un mimo que no
paraba de reírse de mí.
-
Las
Gerberas son mis flores preferidas, le dije como para parase. ¿Entendés
castellano?, le pregunté después. Por suerte me
dijo que sí porque la verdad que ya estaba cansada de hablar francés.
Con una
increíble habilidad para hacer señas me preguntó que hacía allí y no sé cómo ni
porqué una simple respuesta terminó en una conversación y esa conversación terminó
en una invitación a recorrer la ciudad.
¿Había
posibilidad alguna de irme con un total y completo extraño disfrazado de mimo a
andar por un lugar donde ni siquiera hablaban mi mismo idioma?
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