Damián entró en la estación a paso lento y cabizbajo.
El día estaba hermoso. Sin embargo, dentro suyo había una tormenta que no
paraba hacía seis meses, desde que su novia lo dejó. En sí no era la ruptura lo
que le afectaba, la relación ya no daba para más y él lo sabía, pero fue el día
de la separación cuando el sentimiento de vacío que tenía guardado hacía mucho
tiempo salió a la superficie como un volcán enfurecido y nunca más se fue. Necesitaba
una bocanada de aire fresco, pero nunca llegaba. Cuando se sentó en uno de los
bancos, largó un fuerte suspiro y apoyó la cabeza en la pared. ¿Algún día
volvería a sentirse feliz? Miró su reloj milésima vez en el día, pero si
alguien le preguntaba la hora no iba a poder contestar. Cuando bajó su mano
notó que había un pequeño papel en el asiento. Un poco por curiosidad y un poco
por aburrimiento lo dio vuelta para ver de qué se trataba: era una tarjetita de
cumpleaños. Un tal Pablito festejaba sus siete años el domingo de cinco a siete
de la tarde. Pobre el nene que se la había olvidado, se iba a perder de tener
dos horas de felicidad el día más deprimente de la semana. Bah, aunque hoy en
día con Whatsapp, solo hace falta tocar dos teclas para tener la dirección de
nuevo en las manos. La dio vuelta entre sus dedos y la colocó, nuevamente,
sobre el banco. Escuchó cómo se bajaba la barrera y volvió a mirarla. Tenía
algo que lo atraía como un fuerte imán. El tren llegó a la estación y las
puertas se abrieron. Damián se paró y comenzó a caminar hacia el vagón, se dio vuelta para mirarla una vez más. En un arrebato retrocedió y, para cuando sonó
el pitido que anunciaba el cierre de puertas, ya estaba adentro con la
tarjetita en las manos.
El domingo se despertó a eso de las diez y se
quedó en la cama un largo rato mirando al techo. Recordó cuando vivía con su ex
y al despertarse se quedaban acostados y abrazados hasta que el hambre los
hacía levantarse. También su memoria retrocedió un poco más, a cuando era
soltero y se levantaba temprano y salía a correr. Por eso ahora odiaba los
domingos, estaba solo y ya no se sentía joven como antes. A eso de las doce se
levantó para hacerse algo de comer. Se sentó en ante del plato de fideos y se
los quedó mirando con tristeza, ¿en qué momento se había vuelto tan ermitaño? Comenzó
a comer de a poco, pero el nudo que tenía en la garganta le impidió terminarse
todo. Luego de lavar la vajilla volvió a tirarse en la cama. Desde allí se podía ver
que el cielo no tenía ni una nube y el sol estaba más brillante que nunca. En
otra época de su vida hubiera estado disfrutando en algún parque de la ciudad. Cuando
cerró los ojos sonó su celular. Sobre que estaba deprimido sus papás le
mandaban fotos desde su crucero por el Mediterráneo. Les mandó el Emoji de una
carita sonriente para que no se ofendieran y lo apagó. Se quedó dormido una
media hora y se despertó con el teléfono incrustado en la cara. Todavía
somnoliento y, con un leve sentimiento de ira, abrió el cajón de la mesita de
luz para meterlo allí y vio la tarjeta de cumpleaños. Se quedo unos minutos
mirándola como si fuera una llave de escape, que solo tenía que agarrar para
salir del infierno en el que estaba. No lo pensó mucho más, en un arrebato de
inconsciencia se cambió y se dirigió al cumpleaños de Pablito.