Cuando llegó a la dirección que indicaba la tarjetita,
se quedó parado frente al lugar un buen rato. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué
razón alguien iba a dejar entrar a un extraño al cumpleaños de un chico? Cuando
se dio cuenta de lo absurdo de sus actos, se dio media vuelta para volver a su cas, pero justo en ese momento la puerta del salón se abrió y una mujer más
o menos de su edad salió y le preguntó si era el papá de alguno de los chicos.
“Perdón que te lo pregunte, pero yo soy la tía de Pablito y no conozco a
nadie”, le dijo. “En realidad, yo no soy el papá de nadie”, le contestó Damián,
pero cuando vio la cara de extrañeza de la muchacha agregó: “Soy el tío de
Juan, mi hermana me había dicho que lo viniera a buscar, pero me pasó mal la
hora y recién me entero de que al final no vino”. “Qué buenos tíos que somos. A
mí, mi hermana me puso a cargo del cumpleaños, porque ella se agarró una gripe
terrible y el padre tuvo que viajar de urgencia”, dijo la muchacha aún sin
nombre. “Yo sé que seguro tenés planes mejores para un domingo a la tarde, pero
si tenés ganas podés quedarte un rato. Además de nenes gritando hay panchos, papas
fritas y gaseosa”. “Me encantaría, hace mucho no como
panchos” y dándole un beso en el cachete le dijo que se llamaba Damián. “Yo soy
Milagros, adelante”.
A las siete y media, Damián volvió para su casa lleno
de comer panchos y papas fritas y con una felicidad que no había sentido en
mucho tiempo. Milagros o Mili, como le había pedido que la llamara, era
increíble. Linda, divertida, le gustaba bailar y la cerveza, aunque su pasión
era el yoga, disciplina con la que se ganaba la vida. También era muy
charlatana y confianzuda. A la media hora de estar con ella ya se habían pasado
los Whatsapp y likeado fotos en redes sociales. Quedaron para verse en la
semana. Cuando llegó a su departamento, se tiró en la cama como a la mañana,
solo que esta vez su alma bailaba por dentro. No veía la hora de volver a
verla. Esa noche durmió tranquilo, la bocanada de aire fresco había llegado.
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