Cuando
Camila tocó la arena fría, con sus pies descalzos, sintió como el alma le
volvía al cuerpo. Se sentó pesadamente y cerró los ojos. Como le gustaba escuchar el
tranquilizante sonido del mar. Definitivamente estaba en su lugar en el mundo.
Hacía un
poco de frío y el cielo estaba nublado, solo un poco más que su mente. Sabía que había sido una locura haberse fugado de esa manera y sabía que consecuencias le
esperarían cuando volviera. Pero no le importaba. Había intentado hacer cambios
en su vida miles de veces para sentirse mejor pero nada había funcionado. No
porque no le haya puesto empeño sino porque lo que necesitaba era cambiar algo
en su interior. Sabía que la única manera de sentirse bien era hacer un
paréntesis. Porque es así. Muchas veces es solo una cuestión de
frenar un instante, reordenarnos y seguir adelante. Y qué mejor que hacerlo en
un lugar que amamos.
Camila
abrió los ojos y comenzó a sentir un cansancio terrible, de esos que sentís
cuando te sacás algo pesado de encima.
En el cielo
ya no había ni una sola nube, se fueron en el momento justo para presenciar la
mejor parte del día. El sol, mientras se escondía entre los médanos, iluminaba
con sus rayos la espuma de las olas que rompían revoltosas en la orilla.
Camila suspiró por última vez en el día y se quedó observando ese maravilloso
paisaje. Probablemente no podría solucionar sus problemas enseguida pero por lo
menos estaba segura de que ahora podría verlos desde otra perspectiva.
Y vos, ¿A dónde irías si quisieras desaparecer?
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