Camila abrió el
placard y rápidamente metió toda la ropa que le pareció necesaria en el bolso.
Con un nudo en la
garganta escribió con letra desprolija un “Me fui” y lo dejó en la mesita del teléfono,
solo por si acaso. Desenchufó todos los electrodomésticos, cerró todo con llave
y se subió al auto ágilmente. Se puso el cinturón de seguridad y luego de
respirar hondo arrancó.
Nunca había hecho nada
semejante. Ni siquiera se había rateado alguna vez en el colegio. Pero ahora lo
necesitaba. Lo necesitaba como nunca. Tenía que desaparecer, por primera vez en
su vida tenía que hacer algo sin preocuparse por nada más que ella misma.
Comenzó a andar
haciendo el mismo camino que tendría que haber hecho si se hubiera tomado el
tren a la mañana pero esta vez el destino era otro. Encaró para la ruta y manejó
un par de horas tratando de poner su mente en blanco pero era algo imposible,
su pecho se llenaba de angustia cada vez más y más, trató de controlar la
situación pero no pudo más. Frenó el auto en la banquina y se puso a llorar.
Las lágrimas le comenzaron a caer por las mejillas como si fuese una lluvia
torrencial. La cabeza le empezó a latir con mucha fuerza y empezó a dudar.
¿Estaba haciendo lo correcto? Quizás sí, quizás no. Pero ya había llegado hasta
ahí y tenía que seguir, tenía que volver a sentirse viva. Se secó las lágrimas,
volvió a respirar hondo y pisó el acelerador. Todavía le quedaban algunas horas
de viaje.
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