miércoles, 17 de febrero de 2021

El Perfume del Auto I

 Esta historia que voy a contar es una de esas que no se olvidan. De esas que cada vez que la contás, la gente se ríe como si fuera la primera vez. Esta es una historia de la que no me siento orgullosa, pero que cada vez que la recuerdo, un poco me alegra que haya sucedido porque como dice el refrán: “La vida no se mide por lo momentos que respirás, sino por los que te dejan sin aliento”.


A Silvana la conocí en las clases de rock and roll. A mi me habían mandado de Dieta Club a hacer ejercicio para perder un poco de peso, pero como detesto los gimnasios, me puse a buscar algún baile copado. Así fue como lo descubrí. Una noche me metí a Internet a ver si había algún lugar cerca de mi casa. Encontré un o que me gustó, no solo porque era barato y se pagaba por clase, sino también porque tenía muchos otros ritmos que podía explorar si el rock no era lo mío. Como no había que inscribirse previamente, el lunes 16 de abril, salí de mi casa a pesar de la lluvia torrencial que había, y me fui caminando para que nada pudiera evitar que llegara a la clase. Como era de esperarse por el clima, cuando llegué, había muy poca gente. El lugar tenía tres salones, por lo que se dictaban tres danzas distintas a la vez. A mi me mandaron al más grande. Al que tenía el piso de madera y un espejo que abarcaba toda la pared. Saludé a la profesora y al resto del grupo, entre ellos, Silvana. Ella también empezaba ese día, así que tácitamente entablamos “una amistad”, que con el tiempo se volvió en una verdadera. 

Debo decir que las clases de rock superaron mis expectativas, o mejor dicho, el rock lo hizo. Si bien solo había aprendido los pasos básicos y algún que otro giro y enlace, combinados con la música eran magia. Cada vez que bailaba me sentía más viva que nunca. Además el grupo era muy copado. Se sentían buenas vibras en el aire. Durante ese año seguí yendo religiosamente todos los lunes y jueves y mi amor por el rock creció cada vez más y más. Con el grupo empezamos a ir a algunas fiestas, y al ver a personas de otras academias bailando con diferentes estilos, me dieron ganas de mejorar mi técnica, por lo que comencé a pensar en sumar más clases otros días de la semana, con otros profesores. Pero mientras tanto, cuando llegó agosto, la profesora nos invitó a participar de la coreografía de fin de año que se iba a hacer en un teatro junto con todos los otros ritmos que se dictaban en la escuela. Dije que sí sin pensarlo. Entonces a mediados de septiembre empezamos a reunirnos todos los domingos en la casa de la profe para practicar. Fue ahí cuando la buena onda que tuvo siempre el grupo se intensificó e hizo que todos esperáramos ansiosos el fin de semana para vernos. Entre domingo y domingo empezamos a pegar onda con Silvana, pero fue recién después de una fiesta de rock que nuestra amistad comenzó a consolidarse. A eso de las seis de la mañana, cuando prendieron las luces para echarnos, decidimos seguir la gira con ella y dos compañeros más. Nos fuimos a un bar por Olivos, pero no nos dejaron pasar ya que supuestamente teníamos que tener una reserva. “Yo conozco al dueño de otro bar por acá”, dijo Silvana. Entonces encaramos para allá. “No pueden pasar, ya terminó la hora de entrada”, nos dijo el patova de la puerta, pero como no teníamos intenciones de que nos cortaran la gira, Silvana hizo llamar al dueño, que según ella conocía, y en menos de cinco minutos estábamos sentados con dos cervezas de litro en la mesa. Nos terminamos yendo casi a las ocho de la mañana, bah, nos terminaron echando porque éramos los únicos que quedábamos. Nos despedimos en la puerta con los otros dos que estaban con nosotras. Le dije que la llevaba hasta la casa. La primera de muchas vueltas borrachas en el auto. Qué peligro. En el corto trayecto no paramos de reirnos, como si fuéramos amigas de toda la vida. Cuando estacioné nos saludamos con un beso en el cachete, pero en vez de bajarse, me empezó a contar una anécdota y para cuando nos dimos cuenta eran las diez de la mañana y, después de habernos contado la vida, ya nos conocíamos hasta el alma.




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