domingo, 5 de junio de 2022

La pelea

 Cuando sonó el timbre que anunciaba la finalización de las clases, todos se levantaron apurados y encararon para la plaza que quedaba a cuatro cuadras del colegio. Lo hicieron con carpa porque no querían que ningún profesor ni directivo del colegio se enterara de lo que iba a ocurrir. Nadie quería que el show se arruinara. La bola se empezó a correr ni bien empezó el recreo de las nueve y diez y para cuando terminó a las nueve y veinte todo el secundario ya se había enterado y esperaban ansiosos que terminara el día. Diego y Lucas se iban a agarrar a las piñas. Lucas ya se la tenía jurada desde hacía rato. Nunca pudo superar que Diego le hubiera roto la nariz con la puerta del laboratorio de biología. Lo raro era que no se la hubiera cobrado antes. Nadie lo entendía. Sin embargo, ese día llegó. Al parecer Diego hizo un comentario que a Lucas no le cayó nada bien y esa fue la gota que rebalsó el vaso. “Te espero a la salida”, le dijo al oído mientras la profesora de matemática trataba de explicar qué eran los límites. 

Ya en la plaza se armó una ronda gigante alrededor de ellos dos. Algunos hinchaban por Lucas y otros por Diego. También se habían hecho algunas apuestas. El gordo Fermín de tercero cuarta fue el encargado de contabilizar todo. Dejaron sus mochilas, se sacaron los buzos y se acercaron al centro. 

Te voy a romper todos los huesos, le gritó Diego. 

Y yo te voy a dejar sin caminar por una semana, le retrucó Lucas mientras se le tiraba encima.

 Empezaron a forcejear y cayeron al suelo. Se tiraban de la ropa y revoleaban manotazos por todos lados. En un momento, Diego terminó arriba de Lucas y pasó lo inesperado. Cuando tuvo la oportunidad, le encajó un beso. Lucas lo empujó con todas sus fuerzas hasta que logró separarlo. 

¿Qué estás haciendo, flaco? Vinimos a agarrarnos a piñas, no a hacer escenitas de amor, le dijo Lucas un tanto desconcertado. 

Y bueno. Vos me dijiste que me ibas a dejar sin caminar por una semana. Pensé que me hablabas de otra cosa. No sé si me entendés, le contestó Lucas. 

Pero qué decis, pedazo de maricón, gritó Lucas. 

De fondo algunos chiflaban y otros pedían silencio, pero todos estaban bien atentos a lo que estaba ocurriendo. 

Dale, no me digas que ahora te vas a venir a hacer el machito. Si todos saben que te ves con el de historia fuera del colegio, dijo indignado Diego. 

En primer lugar, yo no tengo absolutamente nada con el de historia. No sé por qué se empezó a correr ese rumor. Y en segundo lugar, yo no me hago el machito. Acá todos saben que yo no tengo ningún problema en decir que a mi me gustan los hombres. El problema es que vos no podés venir en el medio de una pelea y encajarme un chupón. ¿Qué te pensás? ¿Qué uno puede ir repartiendo besos por la vida así como así sin pedir permiso? Aparte yo tengo mucha bronca y esa bronca no se va con besos. Yo quiero romperte toda la cara, dijo Lucas casi quedándose sin aliento. 

¿Por qué guardás tanto rencor? Ya te expliqué mil veces que lo de la puerta fue un accidente. Yo solo quería hacerte un chiste para llamar tu atención y bueno, pasó lo que pasó. Pero te juro que no fue intencional. Además, no sé por qué te quejás tanto si te terminé haciendo un favor. Mirá que hermosa nariz tenés ahora. Decime si no te levantaste el doble de pibes desde que te operaron. 

Lucas se miró la nariz en el reflejo de un auto. Mientras tanto, entre el público las apuestas habían cambiado. Ahora lo que se apostaba era si Lucas terminaba confesando su amor por Diego o si le terminaba dando la trompada que le tenía jurada hacía años. 

Dale, Lu. Aflojá. ¿De verdad pensás que yo tengo ganas de romperte los huesos? Yo estoy acá solo porque pensé que si finalmente me dabas la piña que tanto querías darme, después íbamos a poder hacer las paces y empezar una nueva relación. 

Lucas respiró profundamente y se acercó a Diego. 

A mi me gustás desde el primer día en que te vi. Por eso me enojé tanto cuando me rompiste la nariz. Porque pensé que me odiabas. 

No te odio para nada. Todo lo contrario. Y no puedo creer que desperdiciamos dos años por un malentendido. ¿Qué te parece si agarramos nuestras cosas y nos vamos a tomar un helado? Yo te invito. 

Lucas lo miró en silencio por un minuto. El público se comía las uñas de los nervios hasta que finalmente le comió la boca de un beso. 

Dale, vamos, le respondió sonriendo. 

Todos empezaron a aplaudir y chiflar. Todos menos los que habían perdido la apuesta.




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