domingo, 7 de agosto de 2022

Un Travesti en mi Balcón

 En la película “Un cuento chino”, el personaje de Darín tenía un álbum en el que pegaba noticias del diario que eran absurdas, de esas que cuando las leés no podés creer que hayan podido ser ciertas. Bueno, la historia que les voy a contar iría de cabeza a ese álbum porque, cuando la lean, seguramente piensen que todo es un invento, pero no. Esta historia es completamente real. 


Con mi esposa vivimos en un edificio que tiene seis pisos. Nosotros vivimos en el quinto y arriba teníamos (digo “teníamos” porque gracias a Dios ya se mudó) el vecino que nadie desearía tener. El problema no era que no saludaba o que ponía música fuerte. Ojalá hubiera sido eso. Hasta hubiéramos preferido que se la pasara cocinando pescado frito todo el día. Pero no. El tipo era un drogadicto y un violento. Cuando el olor a marihuana se empezaba a sentir y escuchábamos sonar su timbre, ya sabíamos que íbamos a tener que llamar a la policía. Vivía solo, pero cada tanto lo visitaba su novia. Cuando lo hacía, al cabo de hora, hora y media, el volumen de la música empezaba a subir y con ella los gritos de ambos que comenzaban a pelearse. Cuando ya empezaban a escucharse golpes en los muebles y el llanto de ella, llamábamos a la policía. El tema es que ella no quería denunciarlo, entonces como llegaban, se iban. Aunque por lo menos el clima mermaba. Nos daba miedo hasta cruzarlo en el ascensor: ¿qué podría llegar a hacernos si se enteraba de que éramos nosotros los que hacíamos el llamado? Charlamos sobre la situación miles de veces en las reuniones de consorcio, pero lamentablemente no podíamos hacer nada. El flaco era propietario. O sea, intocable. Por lo tanto, no nos quedó otra que evitarlo y estar atentos ante cualquier pelea que pudiera llegar a tener con su novia. 


Una noche estábamos cenando con mi mujer cuando empezamos a sentir el olor a marihuana. Resoplamos sabiendo lo que nos esperaba. Al rato se escuchó el timbre y a él bajar. Tratamos de no darle importancia y terminamos nuestra comida. Miramos un rato la tele y a eso de las doce nos fuimos a acostar: al otro día había que trabajar. Arriba los ruidos eran mínimos, así que supusimos que andaban en buenos términos y nos dormimos pensando que por primera vez no nos iba a visitar la policía. Error. A eso de las tres de la mañana nos levantó un ruido muy fuerte. Parecía como si se hubiera caído algo, pero muy cerca nuestro. De repente empezamos a escuchar unos gemidos. “¿Escuchás eso?”, me dijo mi esposa. “Si”, le contesté. “Parece como si fuera acá”. Los gemidos se oían cada vez más fuertes y más cerca. “Andá a fijarte”, me ordenó. Salí despacio de la habitación y me asomé de a poco al living, con miedo, aunque sabía que era imposible que se hubiera metido alguien a robar a un quinto piso sin antes pasar por el resto de los departamentos. Cuando miré para el balcón, pegué un grito ahogado. Había un bulto moviéndose dificultosamente. Una vez que distinguí que era una persona, me acerqué casi corriendo. Entre las sombras había una mujer únicamente en bombacha y la baranda estaba toda abollada. ¿Cómo pudo haber caído del balcón de arriba? Entré corriendo y le ordené a mi esposa que llamara inmediatamente a la ambulancia y a la policía. Manoteé la manta que solíamos tener sobre el acolchado y volví para el balcón. Cuando me acerqué para colocársela encima, justo abrió una pierna y vi como los testículos se le escapaban de la tanga roja. Me congelé por un segundo y pensé: “Okey. Tengo un trava en el balcón agonizando. Una situación normal que sucede todos los días”.· Los gemidos de dolor me hicieron volver en mí. Le puse la manta encima y mientras mi esposa hacía el llamado de emergencia, comencé a preguntarle a la chica su nombre y cómo había terminado en mi balcón. Me dijo que se llamaba Romina y que era trabajadora sexual. También me explicó que mi vecino se había puesto violento y como corrió riesgo su vida, no le quedó otra que tirarse. De repente apareció mi esposa para decirme que ya había hecho los llamados y se sorprendió tanto como yo cuando se encontró a Romina. No sabíamos qué hacer. No la queríamos mover por las dudas de que se hubiera lastimado alguna vértebra, pero a la vez nos daba cosa dejarla a la intemperie. Optamos por dejarla ahí. No queríamos correr el riesgo de que quedara paralítica. Tratamos de seguir hablándole para comprobar que estuviera bien, pero se notaba que había consumido drogas y no decía más que incoherencias. Por suerte la ambulancia no tardó mucho en llegar. Bajó mi mujer y subió con dos ambulancieros y un policía.  Le pusieron un cuello ortopédico y la subieron a una camilla. No sé cómo iban a hacer para bajarla cinco pisos por escalera porque en el ascensor no entraba. Antes de que se terminaran de ir, mi mujer me gritó al oído: “agarrá ya la manta que se están llevando porque me la regaló mi abuela”. Que cosa increíble que son las mujeres. Podemos llegar a estar en el medio del apocalipsis, pero son capaces de reclamarte que no hiciste la cama. No me quedó otra que ir a manotearla. La pobre Romina quedó con todos sus atributos al aire. Igualmente lo peor fue que, cuando pensamos que la noche extraordinaria había terminado, el policía que todavía estaba en nuestro departamento nos dijo que teníamos que ir a declarar a la comisaría en ese mismo instante. Queríamos tirarnos nosotros por el balcón, pero caer directamente al asfalto. Luego de estar dos horas declarando de que no teníamos idea de quién era la persona que había caído en nuestro balcón y que nuestro vecino era capaz de cualquier cosa, volvimos agotados a las siete y media de la mañana. En media hora sonaba el despertador para irnos a trabajar. No había chance de faltar. ¿Qué clase de jefe creería que estuvimos toda la noche en vela porque un travesti había caído en nuestro balcón? Imposible. Igualmente lo contamos. Fue LA historia del día, de la semana y del mes. Cada vez que mencionábamos el tema, nuestro interlocutor abría los ojos como dos huevos y largaba una carcajada. Nosotros también nos reíamos. No podíamos creer qué nos había pasado. Igualmente cada vez que mirábamos la baranda abollada nos queríamos matar. Cuando hablamos con el seguro, nos dijeron que no podían hacer nada, que claramente no existía ningún seguro contra travestis que caen del cielo. En cuanto a Romina, nos enteramos de que salió ilesa de su intento de escape. Lo supimos porque a la semana volvió y rompió toda la entrada. Todavía no entendemos cómo hizo para no terminar estampada contra el piso. Definitivamente no era su día. Por mi parte tengo para decir que durante mucho tiempo pensé que tenía la mejor historia de la vida para contar y hacer reir a todo el mundo, pero un día leí el libro “Las malas” de Camila Sosa Villada. La historia se centra en un grupo de travestis que ejerce la prostitución. Entre ellas se encuentra la autora. A medida que pasan las páginas, uno se va a enterando de las atrocidades por las que tienen que pasar solo por nacer en el cuerpo equivocado. Leer ese libro me abrió mucho la cabeza. Me hizo pensar que tal vez las historias absurdas en realidad lo único que hacen es visibilizar un problema que no sabemos que existe. Si no se hubiera caído un travesti en mi balcón quizás nunca me hubiera llamado la atención el libro que leí y quizás nunca me hubiera dado cuenta de todo lo que había de fondo de mi pintoresca historia. Así que ya saben, si les ocurre algún hecho extraordinario, vayan un poco más allá de la anécdota, porque quizás detrás de todo eso, hay una persona o un grupo minoritario pidiendo ayuda a gritos. 




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