jueves, 2 de abril de 2015

Capítulo 7 (parte 1)

16 de marzo de 1992

¿Para qué habré dicho que algo malo iba a pasar? Definitivamente yo llamo a la mala suerte. Simplemente teníamos que subirnos a una lancha y navegar unos kilómetros por el río Amazonas para ir a buscar algo de comida.
Pero NO, se nos tuvo que parar la lancha en el trayecto más peligroso del río.
¿Por qué esta mala fortuna habrá llegado al punto de privarme de escribir que pudimos salir sanos y salvos de esa desesperante situación? ¿Por qué tuvo que llegar al límite de que uno de los miembros de la tribu perdiera su mano y su pierna tratando de ahuyentar a los cocodrilos?
Jamás pensé presenciar una escena tan horripilante y lo peor de todo es que esa sensación de angustia aún continúa.

17 de marzo de 1992

Hoy si se puede decir que fue un día grandioso. Al levantarme, los más pequeños de la tribu me llevaron con ellos a extraer de unos árboles unas exquisitas fragancias para regalarle a una de las mujeres, en motivo de unión con su amado esposo. Por lo que me dijeron, el perfume simboliza el amor eterno, en la ceremonia cada uno debe ponerle al otro un poco en las muñecas. De esta manera ambos unen sus fragancias en una sola para el resto de sus vidas.
Es realmente una ceremonia hermosa y muy significativa. Me gustaría hacer algo así en mi casamiento.
Por otro lado, me informaron que el hombre que tuvo el accidente ayer se está recuperando favorableente y además me dijeron que no me preocupe ya que este tipo de accidentes es común.

-          Mirá, esta página está toda borroneada. Dijo Florencia
-          Capaz se largó a llover cuando escribía, contestó Francisco
A Florencia le causó gracia el comentario y riéndose le dijo que siguieran leyendo.

20 de marzo de 1992

Cristian por fin descanza en paz. Aunque en el entierro estábamos nada más los que paramos en la posada, ya que no se pudo localizar a ningún familiar, yo creo que a él le hubiera gustado que sea algo así, pequeño.
¿Quién iba a decir que un joven tan aventurero, tan inteligente y tan conocedor de la fauna del lugar iba a morir estrangulado por una serpiente? Si tan solo hubiera podido gritar…
Tuvimos suerte que la Anaconda no llegó a comérselo.
¿Por qué si ese día el sentimiento de angustia en mi pecho era más fuerte que nunca permití que se fuera a una expedición tan peligrosa?
Lo único que me consuela es que ahora Cristian está en un lugar mejor donde nada puede pasarle.

-¡No puedo creer que se haya muerto!

- ¡Yo tampoco! No lo puedo creer, no le pasa una buena a este hombre. 

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