Me llamo Marcos y
soy músico en el subte. Si, vivo de eso.
Y antes de que me empiecen a decir vago, hippie o sucio, les cuento que hay
denominaciones que me quedan mucho mejor como: persona que ama lo que hace,
soñador, optimista o cualquier término que sea adjetivo de feliz. Toco en la
línea D simplemente porque es verde y a ese color se lo relaciona con la
esperanza, sentimiento que mí me sobra y que creo que nunca hay que perder, al
menos que se cumplan los objetivos, claro. Cuando era más joven vivía con la
esperanza de que pasara algo asombroso, algo que me cambiara la vida. Por
suerte, hoy en día tengo el agrado de decir que así sucedió. Fue un viernes. Empecé
mi día a eso de las diez cuando el subte dejó de ser una lata de sardinas. “Muchacha
ojos de papel” fue el primer tema que interpreté y así fui variando el
repertorio hasta la hora del almuerzo. A
eso de las tres, volví al mundo subterráneo. Como siempre, vi pasar un sinfín
de gente: altos, bajos, gordos, flacos, mujeres con tacos, hombres en traje,
chicos con chupete y adolescentes con celulares. Es increíble con la diversidad
con la que uno se puede encontrar ahí abajo, pero también es increíble como
entre todas esas personas tan diferentes puede haber solo una que te vuele la
cabeza. Eran las 21:03 cuando subió al vagón. Su perfume me envolvió por
completo dejándome totalmente embobado. Tenía puestos unos jeans oscuros, botas
negras, un tapado azul marino y un brillante pelo castaño, atado en una larga
cola de caballo. Cuando la miré a los ojos quedé paralizado, nunca en mi vida
había visto semejante belleza. Se sentó en el asiento al lado de la puerta,
justo en frente mío, en el lugar perfecto para admirarla hasta el cansancio. Era
hermosa. No me imagino como me vería desde afuera, pero seguro que no muy bien,
porque una señora me preguntó si me pasaba algo. Ahí fue cuando volví a la
realidad. Como vi que ya había suficiente gente me presenté y anuncié que iba a
comenzar con una canción de Charly. No hizo falta decir más, con solo decir ese
nombre logré que me prestara atención. Me clavó los ojos y sonrió. No tienen
una idea de la explosión de sentimientos que se generó en mi interior en ese
glorioso momento. Hice sonar los
primeros acordes y seguí con las primeras estrofas de “Rezo por vos”. Ella
automáticamente cerró los ojos y empezó a mover la cabeza al compás de la
música. Mi corazón latía cada vez más fuerte. No podía dejar de mirarla, estaba
hipnotizado. El subte frenó en José Hernández, subió más gente, pero no me
importó. Solo me importaba ella.
“¿Sigo con una de
Cerati?”, pregunté. LE pregunté, mejor dicho. Asintió con la cabeza y “Trátame
suavemente” fue la canción que siguió. Avanzamos dos estaciones más y yo no podía
parar de derretirme. Sentía que había una química tan grande que podía llegar a
producir un estallido. De repente quedé en blanco. Todas las canciones se me
habían borrado de la mente. Lo único que reproducía mi cabeza era mi futuro con
ella al lado. Suena muy exagerado, lo sé, pero les juro que fue amor a primera
vista, nunca me había pasado algo semejante. Como mis neuronas siguieron sin
poder hacer sinapsis, no me quedó otra que preguntarle al público qué quería
escuchar y allí ocurrió el milagro. La voz más dulce del universo penetró en
mis oídos pidiéndome una canción del Flaco. “Tus deseos son órdenes” pensé. Y
le canté con mucha fuerza “Seguir viviendo sin tu amor”. Frenamos en Bulnes,
ella se paró y a mi casi me agarró un paro. No podía dejarla ir. Por suerte, no
se bajó ahí, pero si lo haría en la estación próxima, así que me disculpé con
el público y empecé a guardar las cosas rápidamente. Todos se empezaron a parar
y a dejarme unos billetes en la gorra. Si bien me encanta que hagan eso, en ese
momento necesitaba actuar con rapidez. Frenamos en Agüero y esquivándome se
bajó. Bajé tras ella. Pensaba seguirla e invitarla a tomar algo, pero no pude. No
sé qué fue lo que me pasó. Ahí me quedé, parado mirando como el amor de mi vida
se escurría entre la gente. Me fui a mi casa totalmente decepcionado. No
entendía cómo pude haber sido tan estúpido. Con mucha bronca empecé a contar lo
recaudado en el día, parecía que en ese sentido las cosas habían salido bien.
Cuando estaba sacando los últimos billetes de la gorra, mi corazón dio un
vuelco, mezclado había un papel arrugado con un número de teléfono. ¿Me lo
habría dejado ella? Lo agendé tan rápido como pude, pero cuando abrí el Whatsapp
la desilusión volvió a invadirme. La foto era de una señora con un hijo, se ve
que a alguien se le había caído sin querer. Me fui a dormir con un sabor amargo
en la boca. Nunca me iba a perdonar no haber accionado.Fue la peor noche que
tuve en años. No podía dejar de pensar en ella y en el momento mágico que había
vivido y, por supuesto, de cómo había arruinado todo. Al otro día me levanté
cansado y enojado. Pensé en quedarme en casa, pero para bien o para mal la vida
siempre sigue así que me fui a tomar un café al bar del que era habitúe. Me
senté, saludé al mozo, me puse a leer el diario, el ritual de todos los días.
Mi ánimo comenzó a mejorar, escribí los títulos de las canciones que tenía
ganas de cantar y sin darme cuenta empecé a tararear “Al lado del camino”. “Me
encanta esa canción, ayer no la cantaste”, escuché decir. Me quedé petrificado.
Estaba soñando o realmente la voz que me hablaba era… Me di vuelta de inmediato
y ahí estaba, parada frente a mí, con el pelo atado con esa cola de caballo que
me volvía loco. Me la quedé mirando sin poder pronunciar una sola palabra. De
todos los recovecos que tiene el mundo, la chica de mis sueños pasó por el que
estaba yo, me vio y entró y ahí estaba, parada frente a mí, encarándome y todo
era real. “Perdón que te moleste, pero
te vi por la ventana y no te podía dejar ir otra vez. Me llamo Lucía.” Y así
fue como empezó todo. Nos pasamos toda la mañana hablando, teníamos muchas
cosas en común. Yo no podía creer lo que estaba pasando, pero pasaba. ¿Cómo
terminó todo? Salimos un tiempo, pero no funcionó. No estábamos en la misma
sintonía. Sin embargo, se ve que las cosas tenían que ser porque años después
nos volvimos a encontrar. Hoy Lucía es mi esposa, la madre de mis hijos y la
mujer de mi vida.
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