Dicen que
la vida da tantas vueltas que uno nunca sabe con lo que se puede encontrar. De
un día para el otro uno puede dejar de ser lo que era, y un pequeño error puede cambiarte la vida. Eso
mismo me pasó a mí, que por anotar mal un número conocí a mi papá.
Según mi
mamá, mi papá era un australiano que vino a pasar sus vacaciones acá, se
conocieron y en poco tiempo se enamoraron profundamente. Él pensaba dejar todo
y venirse a vivir ella. Pero un día, por un mal entendido, se pelearon y él
decidió regresar. Como no le dejó ningún dato, mi mamá nunca pudo volver a
contactarlo y por ende nunca se enteró de que del fruto de su amor había nacido
yo.
Lo único
que tenía de él era una foto. A veces me preguntaba si había heredado de él mi pasión por la música y
sobre todo por el piano.
El piano,
mi fiel amigo, el que me acompaña desde los 6 años, el que me ha visto reír y
llorar y gracias al cual conocí a mi progenitor.
Resulta que
yo estaba en el último año del colegio, ya había decidido que mi destino era
estudiar música por lo que debía practicar para hacer el examen de ingreso al
conservatorio.
Para
sentirme un poco más segura opté por ir a un profesor, busqué en Internet y vi
uno que me parecía el indicado. Me anoté la dirección y me dirigí al lugar.
Cuando
llegué y leí el nombre de la academia me di cuenta de que me había equivocado
pero como ya estaba ahí decidí entrar igual.
La recepcionista me atendió muy amablemente y me dijo que el profesor
estaba libre asique podría conocerlo y charlar sobre cómo serían las clases.
Me acerqué
a la sala que me habían indicado y el corazón me empezó a latir fuerte, desde
el pasillo se podía escuchar la primera canción que aprendí a tocar y que me
encanta. Eso ya era un buen indicio. Con una sonrisa abrí la puerta y me quedé
helada.
No podía
ser verdad lo que estaba viendo. Allí estaba. El que estaba tocando el piano
era nada más y nada menos que mi papá.
Él levantó
la vista y me sonrió. Obviamente no sabía quién era yo. Como vio que estaba no
emitía sonido se acercó hacia mí y me preguntó si me sentía bien. Me puse a
llorar.
Él no
entendía nada. Trataba de calmarme pero yo lloraba aún más y más. Cuando pude
respirar le dije que era mi papá. Él pensó que estaba jugando pero cuando le
dije el nombre de mi mamá su cara se transformó.
Cuando me
calmé hablamos tranquilos, le conté todo lo que sabía al respecto. No podía
creer todo lo que estaba pasando.
Me acompañó
a mi casa y allí se encontró con mi mamá. Fue un día de demasiadas emociones.
¿Quién iba
a decir que por escribir mal un número iba a pasar todo esto?
De este día
ya pasaron diez años. Hoy mi papá y mi mamá están más enamorados que nunca.
Tengo un nuevo hermanito y mi papá y yo nuestra propia academia de música.
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