-
Yo
creo que la pizza es un invento glorioso, es rica, hay de muchos sabores, se
pronuncia igual en todo el mundo y se puede comer en cualquier lado, por ejemplo,
en frente del monumento de la bastilla. Simplemente magnífica.
- - ¿Vos
no sos francés no? Le dije de sopetón. El mimo negó con la cabeza pero tampoco
hizo algún otro gesto, como para seguirme la conversación.
-
¿Me
vas a contar algo de vos? El mimo volvió a negar con la cabeza pero esta vez rio;
se paró de un saltito, se limpió las manos de los pantalones y me ayudó
a levantarme dando por finalizado el almuerzo.
- - ¿Vamos
a ir a la torre Eiffel? Le dije ilusionada pero el volvió a decirme que no.
-
¿Por
qué no? ¡No quiero quedarme sin subir! Contesté
casi gritando. El descarado me imitó quejándome y luego de tirar la caja de
pizza a un tacho de basura hizo un ademán para que lo siguiera.
Caminamos un par de cuadras en silencio (Yo estaba enojada porque no
íbamos a ir a donde yo quería) y llegamos hasta un puestito de bicis
turísticas. Él se subió a una y empezó a andar sin preámbulos. Rápidamente me
subí a otra y lo seguí.
- - ¿A
dónde vamos?, le pregunté pero no me escuchó, estaba demasiado feliz pedaleando sin
parar. Anduvimos varias cuadras y giramos
varias veces. En un momento hasta llegué a desconfiar de él, al fin y al cabo
nunca me había demostrado que no era un asesino.
Cuando en mi cabeza la única imagen que tenía era de mi muerta frenamos.
--
¿Por
qué frenamos? Le pregunté. Respiró profundo (Se ve que estaba cansando) y
señaló para arriba. Allá a lo alto, al fin de unas escalinatas inmensas, estaba
el famoso Sacré-Cœur o en castellano,
la basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Cuando vi eso automáticamente me
avergoncé de mis pensamientos acusatorios. Yo creyendo que me iba matar y el tipo me llevó a una Iglesia.
Atamos las bicicletas y subimos. Al entrar me quedé con la boca abierta.
Mientras un coro de monjas cantaba armónicamente un Cristo gigante nos recibía
con los brazos abiertos.
Como se estaba celebrando la Misa, recorrimos la basílica en silencio y
el mimo no hizo ningún show como el que presencié en la Catedral de Notre Dame.
Cuando estábamos saliendo el cura dijo “Sagrado Corazón de Jesús” y
todos al unísono contestaron “En vos confío”
Ya en el exterior me senté en uno de los escalones y me puse a mirar el
paisaje. El mimo me acompañó. Nos quedamos callados un rato hasta que al fin
dije:
- - Qué
cosa esto de la confianza, no? Es increíble como marca las relaciones humanas.
Todo lo que se gana y todo lo que se pierde con solo confiar o
desconfiar.
Encima es un acto que no podés controlar, porque, en realidad, si lo
pensás bien, ni siquiera es un acto, es más bien un sentimiento. Ponele, una
persona se puede demostrar una y otra vez que es digno de confianza pero si vos
no lo sentís, no lo sentís. Y lo mismo al revés, podés poner las manos en el
fuego por alguien y en un microsegundo te puede generar una quemadura que te
deja una cicatriz de por vida.
Paré de hablar cuando me quedé sin aire y en ese momento pude ver que el
mimo tenía los ojos llorosos. No tenía idea de que era lo que había dicho pero
al parecer di en la tecla.
Quizás nunca me enterase que le había pasado pero seguro tenía que ver con la
confianza.
Suspiré, miré nuevamente el paisaje y ahí lo sentí. Cerré los ojos,
sonreí para mis adentros, lo miré y poniendo mi mano sobre su muslo le dije: en
vos confío.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario