De regreso del Sacré-Cœur pasamos por el famoso Moulin Rouge pero no
pudimos pasar, solo se permitía el ingreso al espectáculo y para asistir había
que sacar la entrada con un día de anterioridad. Me fui un poco desilusionada
porque de verdad tenía ganas de conocerlo pero por suerte el mimo se encargó que el
camino sea súper agradable. Nos tomamos nuestro tiempo para disfrutar de la
ciudad, frenamos para sacar fotos, comprar suvenires
y nos reímos a más no poder.
Para cuando llegamos al lugar de donde habíamos sacados las bicicletas
ya eran las 4:30 de la tarde.
- - ¿Ahora
si vamos a ir a la torre Eiffeil? Ya se está haciendo tarde y no me gustaría
quedarme sin subir.
El mimo me hizo un gesto indicándome que tuviera paciencia pero la
verdad es que me costaba tenerla. ¡No podía irme de París sin haber subido a su
edificación más emblemática!
Una vez que dejamos las bicis comenzamos a caminar nuevamente hasta llegar
a una especie de plaza que salía a Champs Elysees y desde donde se podía ver el
Arco del Triunfo y la Torre a la vez. Otra vez no pude hacer otra cosa que
quedarme admirando el paisaje. ¿Cómo podía ser tan hermosa una ciudad? Como
siempre el mimo me volvió a la realidad. Por alguna inexplicable razón se
estaba haciendo el muerto, lo miré extrañada pero luego comprendí, me estaba
explicando que en aquel lugar, La plaza de la Concordia, fue donde durante la
Revolución Francesa le cortaron la cabeza a los reyes. Estaba por ponerme a
filosofar sobre esa época cuando el hombrecito de cara pintada miró al hora de
mi reloj, me agarró de la mano y me empezó a llevar por los Campos Eliseos casi
al trote.
- - ¡Ey
pará! ¿Qué te picó? ¿Por qué me estás tan apurado? Parecés el conejo blanco de
Alicia.
Aparentemente se dio cuenta de que estaba pareciendo un loco porque frenó
un poco la marcha pero no tanto como para que pudiera disfrutar de la caminata
por esa calle única en el mundo. No sé qué era lo que lo tenía así pero la
verdad me molestó tanto que no le hablé más asique seguimos en completo
silencio hasta que llegamos al Arco del Triunfo.
- - ¿Hacía
falta que corramos tanto para llegar hasta acá? Podríamos haber venido más
lento y también disfrutar del camino, le dije enojada.
El descarado me hizo un gesto para que me calle y me dirigió hacia el
interior de la construcción. Subimos unas cuantas escaleras y salimos a una
especie de balcón. Y otra vez tuve que guardarme mis palabras. Desde allí
arriba se veía prácticamente toda la ciudad y como estaba atardeciendo la
postal era inigualable.
El mimo me miró con regocijo como si hubiera ganado una batalla y con el
ego por las nubes me hizo un ademán de que lo mejor estaba por venir. Y así
fue. El Sol se escondió entre los edificios y las luces se prendieron. En pocos
minutos todo quedó maravillosamente iluminado y yo con una felicidad en el
pecho que me estaba a punto de explotar. No podía creer todo lo que estaba
viviendo y todavía faltaba lo mejor.
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