Mientras hacíamos la fila para comer pizza por un
dólar, el canario me preguntó como se pedía una porción de pizza en inglés. Eso
me llamó mucho la atención ya que era su última noche en la ciudad. ¿Cómo había
pedido su comida durante todo este tiempo? Después de llenarnos la panza fuimos
al bar/boliche que nos había recomendado la guía. También había poca gente,
supongo que porque era día de semana. Nos pedimos otra cerveza más. Después, yo
y mi manía de querer hacer que todas las personas bailen juntas, armé una ronda
entre todos los que había. Algunos se pusieron a bailar en el medio, los demás
aplaudíamos. Como se dice hoy en día, se picó la noche. De repente empezó a
sonar un rock and roll. Uno de los polacos le había pedido al DJ que lo
pusiera. Me sacó a bailar al medio de la ronda porque le había dicho que sabía
bailar rock. Él no sabía bailar. Qué vergüenza. Es muy difícil bailar con
alguien que no sabe bailar cuando uno sí sabe hacer el paso correcto. Traté de
disimular que no la estaba pasando bien. Por suerte las canciones tienen un
fin. Después de ese bochornoso momento nos pusimos a charlar. “¿Qué escuchan en
Argentina cuando van a una fiesta?”, me preguntó. Le dije que se escuchaba
mucho reggaetón, cumbia y cuarteto. “¿Cumbia?, ¿cuarteto?, ¿qué es eso?”, me
preguntó después. Como me pareció realmente difícil de explicarle eso en
inglés, le pedí su celular para anotarle unos temas para que escuchara después.
Abrió Spotify y me lo entregó. Busqué a Rodrigo para que escuchara el auténtico
cuarteto. “Rodrigo, El Potro”, leyó en un castellano gracioso. Después pensé en
qué cantante de cumbia le podía mostrar. El primero que se me vino a la cabeza
fue El Polaco y se lo anoté. “El Polaco”, leyó sorprendido y riéndose. Ahí caí
en la cuenta de que le estaba dando de escuchar al polaco, El Polaco. Nos
empezamos a reír a carcajadas hasta que nuestra conversación fue interrumpida
por el dj que anunciaba que las chicas que se subieran a bailar iban a recibir
una cerveza gratis. Las brasileras se subieron después de unas yankees que
estaban en el lugar. “¿Vos no te subís?”, me preguntó el polaco. “Paso.
Prefiero pagarme la cerveza”, le contesté y nos quedamos observando el baile de
las chicas sobre la barra. Después de un rato los polacos se fueron y me quedé
con el mexicano, el canario y el gallego. Luego de mucho suplicarle al Dj,
finalmente puso reggeaton y nosotros a bailar sin parar. A eso de las tres les
dije a los chicos que me iba. Te acompañamos, me dijeron y nos fuimos a tomar
el metro a la estación de Time Square. En el camino el gallego se compró unos
Doritos y nos ofreció: “Alguno queréis Doritosh”, nos preguntó. Y después de
escuchar pronunciar así la palabra Doritos, se la hice decir unas mil veces más
durante el viaje. Cuando llegamos a la calle 97, nos bajamos. La estación que
quedaba a una cuadra de nuestro Hostel estaba cerrada por refacciones durante
la noche, así que caminamos unas siete cuadras hasta llegar a nuestro destino.
Nos habíamos puesto a hablar de grupos de música y canciones. “Escuchen El
Kuelge”, les dije cuando cruzamos la puerta. “¿Qué es?”, me preguntaron los
tres. “Es una banda de Argentina que está muy buena. Es una mezcla de reggae
con candombe”, les contesté. “¿Qué es Candombe?”, me preguntaron, pero yo ya no
tenía ganas de dar más explicaciones así que les dije que lo googleen y di por
terminada mi noche.
jueves, 16 de abril de 2020
jueves, 9 de abril de 2020
El Polaco para el Polaco IV
Caminamos hacia el cuarto y último bar. Me puse a
hablar con uno de los españoles. Era de las Islas Canarias. Ya para esa altura
de la noche no puedo detallar conversaciones, pero si me acuerdo de que le dije
que “Eso nos pasa a los Millenials” y él me preguntó qué era Millenial. En ese
momento me sentí chiquita, muy chiquita. Siempre que viajo a algún lado, llega
un momento en que me doy cuenta de la inmensidad del mundo. Ese fue el momento
de este viaje. Pensar que una expresión se dice en todas partes del mundo igual
y descubrir que no, te hace explotar un poco la cabeza.
Llegamos al bar que también era en la terraza de un
edificio altísimo. Nos subimos al ascensor todo el grupo de los que hablábamos
castellano y uno que era de India que quedó en el medio de todos. Nos pusimos a
hablar y él empezó a decir que estábamos hablando muy rápido y no podía
entender lo que decíamos. “Too fast, too fast”, empezó a decir sin parar. Todos
nos empezamos a reír. “Así es como nos sentimos nosotros cada vez que tenemos
que hablar con gente que habla en inglés”, le dije riéndome y todos me
siguieron. Cuando llegamos hasta el piso que nos había marcado la chica
salimos, pero no había nada. Subimos por una escalera, pero tampoco. ¿Cómo
podíamos habernos perdido adentro de un ascensor? Decidimos bajar de nuevo
hasta el hall principal. Cuando se abrieron las puertas la guía que esta por
hacer pasar a otro grupo de personas, se asustó y se empezó a reír. “What are
you doing here?”, nos preguntó. Quisimos responderle, pero nadie sabía cómo
responderle y el indio no podía parar de reírse. Nos marcó de nuevo el piso y
finalmente llegamos al correcto. No había nadie más que todos los que estábamos
en el tour. Todos nos quedamos asombrados de la vista. A pesar de que casi no
se veía nada porque la niebla que había era muy espesa, se notaban las siluetas
de los edificios y las luces se colaban entre los nubarrones creando una postal
inigualable. Nos sacamos una foto grupal y me puse a hablar con uno de los
españoles del cual no me acuerdo el nombre, pero sí que era muy joven para ser
neurocirujano. De repente la guía nos dijo que éramos libres, que el tour ya
había terminado y podíamos hacer lo que quisiéramos. La colombiana propuso que
fuéramos a bailar. La mayoría aceptamos, pero antes decidimos pasar a comer una
porción de pizza ya que, por lo menos los latinos, no habíamos cenado.
miércoles, 1 de abril de 2020
El Polaco para el polaco III
En el camino me volví a juntar con los polacos. “Qué
hambre”, exclamé. “¿No cenaste?”, me preguntaron siendo apenas las ocho de la
noche. “¡No! Es muy temprano”, les contesté y agregué que en Argentina solíamos
comer entre las nueve y las diez de la noche. Los dos abrieron los ojos como huevos. “¡Esa hora es muy tarde!”, me dijo alarmado uno de ellos. “¿No
tienen hambre?”, preguntó después. “Es que la mayoría de las personas salen de
trabajar a las seis de la tarde, y entre que llegás a tu casa o vas al
gimnasio, se terminan haciendo ocho de la noche. Después tenés que bañarte y
cocinar”, le expliqué. “Igualmente no tenemos hambre porque merendamos”, le
dije después. “¿Merendamos? ¿Qué es eso?”, me preguntó en un español gracioso. “Merendar
es tomar el té, solo que podés comer otras cosas”, le contesté en inglés. Como
siguió indagando por el “ritual” de la merienda, comprendí que no me había entendido.
Yo seguí tratando por unos diez minutos de explicarle que la merienda era tomar
el té, haciendo con mis manos las comillas en la palabra té. Se empezó a reír a
carcajadas. “No entiendo por qué me hacés así con los dedos”, me decía. Yo me
reí con él y se lo expliqué por última vez. Para él era tan difícil entender
qué era una merienda como para mi entender como es que tenían tiempo de comer a
las cinco de la tarde.
Llegamos al tercer bar y me separé de los polacos
para volver con mi grupo de latinos que para ese entonces había dejado de ser
solo latinos ya que se habían sumado un par de españoles. Subimos de nuevo una
gran cantidad de pisos hasta llegar a una terraza techada que estaba llena de
gente. Al parecer había un evento privado, así que solo podíamos desplazarnos
por una parte del lugar. En una de las mesas, un grupo de chicas había
abandonado una gran cantidad de comida y algunos de mi grupo se acercaron y se
la empezaron a comer. Yo no sabía dónde meterme de la vergüenza que me daban. “No
puedo creer lo que están haciendo les dije”, y uno de los argentinos riéndose
me dijo: “Bueno, nosotros por lo menos tenemos la excusa de que nos sale todo
muy caro, pero la colombiana… ella no tiene necesidad”, me contestó riéndose. Después
de esa escena paupérrima, nos pusimos todos a bailar y no sacamos muchas fotos.
Se había generado muy buena onda entre todos. Los únicos que habían quedado
colgados eran los brasileros que no hablaban ni castellano ni inglés. Igual
ellos eran un grupo grande así no nos preocupamos mucho. “Me voy a comprar una
cerveza”, les dije al grupete. “Pará. Acordate que el dólar está a cuarenta y
cinco”, me dijeron los argentinos. No les hice caso. La plata que tenía, la
había llevado para gastar allá. ¿Cuándo iba a volver a tomar una cerveza en un
piso veinticinco mirando a Nueva York entre la niebla? Como dice la canción:
solo se vive una vez.
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