martes, 18 de agosto de 2020

Paseos de Cuarentena

 

Voy a decir algo que sé que a la mayoría no les va a gustar, pero a mi me encanta la cuarentena, ¡qué quieren que les diga! Estoy aprovechando para caminar un montón porque sé que después no voy a poder. ¿Saben los músculos que saqué? Estoy hecho un sex-symbol. Salgo tres veces al día. La primera vuelta la hago temprano, tipo nueve. Solo doy una vuelta manzana, como para estirar las piernas y ver qué onda el clima. Hay días que no me cruzo con nadie, pero hay otros que me encuentro con los hermanos Aguirre. Son cuatro, pero nunca van juntos. Un día me encuentro con uno y otro día con el otro. Todo depende a la hora que salga. Los Aguirre me saludan de lejos, siempre van en la suya, sin embargo, las Aguirre siempre se me acercan y me dan un beso. La mayor siempre se me hace la linda, pero a mi me las rubias no me gustan. Prefiero a la hermana que es morocha, aunque es muy alta para mí. Por eso no le doy mucha bola. A veces también me encuentro con Clarita. Es más fea la pobre. Una cara de chancho tiene. Igualmente es simpática. Me cae bien. Cuando vuelvo a mi casa, desayuno, me tiro a dormir un rato más y juego un rato a la pelota. Soy futbolista ¿saben? Después espero ansioso a que se haga el mediodía para mi segunda salida del día, la más larga. Salgo a la una en punto y encaro siempre para la misma esquina para ver si me encuentro con mi gran amigo Galo. La mayoría de las veces lo encuentro. Suele estar sentado en el patio de la casa. Nuestras conversaciones por lo general empiezan igual: “¿La viste a mi negrita hoy?”, le digo yo. “¿Qué negra?”, me responde como si todas las noches le borraran la memoria “¿Qué negra va a ser, Galito? La única, la más linda del todo el barrio”, le contesto. “’¿La negra Chacha?”, me pregunta de nuevo. “Si, Galito. La negra Chacha”, le digo fastidiado. Les juro que esa negra me vuelve loco, pero se hace la difícil la muy turra. Igual ayer me dejó caminar unas cuadras con ella. Al principio ni me miraba, pero después se empezó a aflojar y hasta me paraba la cola porque sabe que estoy muerto por ella. ¿Saben lo que es esa colita? Bueno, después lograr de sacarle un poco de información a Galo sobre Chacha sigo mi camino. Cuando doy la vuelta, empiezo a andar rápido porque en esa cuadra está el loquito que siempre que paso me empieza a gritar incoherencias sin parar. No sé qué le pasa conmigo. Luego me voy para el otro lado de la vía que es más tranquilo. Antes de cruzar el pasonivel veo como algunos hacen ejercicio en el espacio verde que hay ahí. Siempre digo que algún día voy a imitarlos, pero nunca lo hago. También a esa altura siempre me encuentro a algún nene que, por lo general, quiere abrazarme. ¡Los amo! Son tan simpáticos.  Después camino un par de cuadras más hasta llegar a la General Paz porque me gusta ver los autos pasar. También me gusta ir para allá porque hay casas que tienen pasto relindo y a mi me encanta caminar sobre el pasto. Me siento libre. En Zufriategui y Río Pilcomayo le digo “hola” al de la garita que siempre me saluda como si me conociera de toda la vida. A veces también me encuentro con Marcos, un gigantón que mide como dos metros. Es todavía más alto que la Morocha Aguirre. Cuando encaro para cruzar la vía de nuevo, me suelo cruzar con los Perez. Ellos son tres y siempre van juntos. A veces me dan ganas de invitarlos a comer a casa porque se los ve flaquísimos, aunque me contaron que son así porque son corredores. Pura fibra. Una vez que crucé la vía ruego no cruzarme con las hermanas Flores. Son tres solteronas que no te paran de hablar. Sobre todo doña Pepa que a veces hasta me hace pensar que le gusto. Puaj. Doblo la esquina y encaro de nuevo para mi casa porque para esa altura ya suelo estar bastante cansado.

La salida de la noche es la que más espero porque es en la que más probabilidades tengo de encontrarme a mi negrita. Para este paseo no tengo un horario fijo, voy rotando según el día. A veces me encuentro con Melbita, la vecina de enfrente. No es mala, pero se está poniendo vieja y bastante gruñona. Dependiendo si tengo que ir a hacer algún mandado voy para uno u otro lado. Si tengo que ir a comprar, voy para la izquierda y camino tranquilo hasta la carnicería que me queda a un par de cuadras. Cuando entro, siempre me saludan con un “Hola, rey. ¿Qué vas a llevar?” y después el de la caja me cuenta siempre la misma historia sobre su perro salchicha de la infancia. Cuando salgo, trato de caminar un par de cuadras más, pero con la bolsa es demasiado incómodo y siempre termino volviendo. Eso es lo malo de la cuarentena: los negocios cierran demasiado temprano. Cuando tengo la fortuna de no tener que ir a comprar, me voy para la derecha y camino muuuy despacito por la casa de Chacha para ver si justo sale, pero nunca tengo la suerte. Camino una cuadra más mirando para todos lados para ver si me la cruzo, pero no solemos coincidir. Nunca llegué a engancharle los horarios. A la que si veo siempre es a la señora Luna. Una viejita divina, aunque está sorda y casi no puede caminar. Doy la vuelta y sobre Laprida me encuentro con Clarita. Está muerta conmigo la gorda, pero es más grande que yo y rubia. Ya saben lo que pienso al respecto.  Igual me le hago el lindo un poco como para no perder la reputación que me dieron del “galán del barrio”. Si salgo tarde me encuentro con Pepo. Cada pilchita tiene. Y siempre de punta en blanco. Igual tiene buen corazón. Cuida a una viejita que es una dulce. Sigo un par de cuadras más. A veces me encuentro con más nenes. Otras veces disfruto del silencio y las calles vacías. Después de girar un rato más, vuelvo para casa. Como les dije al principio, me encanta salir a caminar, pero nada se compara con la sensación de llegar, que me saquen la correa y acostarme al lado de la estufa.


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