Voy a decir algo que sé que a la mayoría no les va a gustar, pero a mi me
encanta la cuarentena, ¡qué quieren que les diga! Estoy aprovechando para
caminar un montón porque sé que después no voy a poder. ¿Saben los músculos que
saqué? Estoy hecho un sex-symbol. Salgo tres veces al día. La primera vuelta la
hago temprano, tipo nueve. Solo doy una vuelta manzana, como para estirar las
piernas y ver qué onda el clima. Hay días que no me cruzo con nadie, pero hay
otros que me encuentro con los hermanos Aguirre. Son cuatro, pero nunca van
juntos. Un día me encuentro con uno y otro día con el otro. Todo depende a la
hora que salga. Los Aguirre me saludan de lejos, siempre van en la suya, sin
embargo, las Aguirre siempre se me acercan y me dan un beso. La mayor siempre
se me hace la linda, pero a mi me las rubias no me gustan. Prefiero a la
hermana que es morocha, aunque es muy alta para mí. Por eso no le doy mucha
bola. A veces también me encuentro con Clarita. Es más fea la pobre. Una cara
de chancho tiene. Igualmente es simpática. Me cae bien. Cuando vuelvo a mi
casa, desayuno, me tiro a dormir un rato más y juego un rato a la pelota. Soy
futbolista ¿saben? Después espero ansioso a que se haga el mediodía para mi
segunda salida del día, la más larga. Salgo a la una en punto y encaro siempre
para la misma esquina para ver si me encuentro con mi gran amigo Galo. La
mayoría de las veces lo encuentro. Suele estar sentado en el patio de la casa.
Nuestras conversaciones por lo general empiezan igual: “¿La viste a mi negrita
hoy?”, le digo yo. “¿Qué negra?”, me responde como si todas las noches le
borraran la memoria “¿Qué negra va a ser, Galito? La única, la más linda del
todo el barrio”, le contesto. “’¿La negra Chacha?”, me pregunta de nuevo. “Si,
Galito. La negra Chacha”, le digo fastidiado. Les juro que esa negra me vuelve
loco, pero se hace la difícil la muy turra. Igual ayer me dejó caminar unas
cuadras con ella. Al principio ni me miraba, pero después se empezó a aflojar y
hasta me paraba la cola porque sabe que estoy muerto por ella. ¿Saben lo que es
esa colita? Bueno, después lograr de sacarle un poco de información a Galo
sobre Chacha sigo mi camino. Cuando doy la vuelta, empiezo a andar rápido
porque en esa cuadra está el loquito que siempre que paso me empieza a gritar
incoherencias sin parar. No sé qué le pasa conmigo. Luego me voy para el otro
lado de la vía que es más tranquilo. Antes de cruzar el pasonivel veo como
algunos hacen ejercicio en el espacio verde que hay ahí. Siempre digo que algún
día voy a imitarlos, pero nunca lo hago. También a esa altura siempre me
encuentro a algún nene que, por lo general, quiere abrazarme. ¡Los amo! Son tan
simpáticos. Después camino un par de
cuadras más hasta llegar a la General Paz porque me gusta ver los autos pasar. También
me gusta ir para allá porque hay casas que tienen pasto relindo y a mi me
encanta caminar sobre el pasto. Me siento libre. En Zufriategui y Río Pilcomayo
le digo “hola” al de la garita que siempre me saluda como si me conociera de
toda la vida. A veces también me encuentro con Marcos, un gigantón que mide
como dos metros. Es todavía más alto que la Morocha Aguirre. Cuando encaro para
cruzar la vía de nuevo, me suelo cruzar con los Perez. Ellos son tres y siempre
van juntos. A veces me dan ganas de invitarlos a comer a casa porque se los ve
flaquísimos, aunque me contaron que son así porque son corredores. Pura fibra.
Una vez que crucé la vía ruego no cruzarme con las hermanas Flores. Son tres
solteronas que no te paran de hablar. Sobre todo doña Pepa que a veces hasta me
hace pensar que le gusto. Puaj. Doblo la esquina y encaro de nuevo para mi casa
porque para esa altura ya suelo estar bastante cansado.
La salida de la noche es la que más espero porque es en la que más
probabilidades tengo de encontrarme a mi negrita. Para este paseo no tengo un
horario fijo, voy rotando según el día. A veces me encuentro con Melbita, la
vecina de enfrente. No es mala, pero se está poniendo vieja y bastante gruñona.
Dependiendo si tengo que ir a hacer algún mandado voy para uno u otro lado. Si
tengo que ir a comprar, voy para la izquierda y camino tranquilo hasta la
carnicería que me queda a un par de cuadras. Cuando entro, siempre me saludan
con un “Hola, rey. ¿Qué vas a llevar?” y después el de la caja me cuenta siempre
la misma historia sobre su perro salchicha de la infancia. Cuando salgo, trato
de caminar un par de cuadras más, pero con la bolsa es demasiado incómodo y
siempre termino volviendo. Eso es lo malo de la cuarentena: los negocios
cierran demasiado temprano. Cuando tengo la fortuna de no tener que ir a
comprar, me voy para la derecha y camino muuuy despacito por la casa de Chacha
para ver si justo sale, pero nunca tengo la suerte. Camino una cuadra más
mirando para todos lados para ver si me la cruzo, pero no solemos coincidir.
Nunca llegué a engancharle los horarios. A la que si veo siempre es a la señora
Luna. Una viejita divina, aunque está sorda y casi no puede caminar. Doy la
vuelta y sobre Laprida me encuentro con Clarita. Está muerta conmigo la gorda,
pero es más grande que yo y rubia. Ya saben lo que pienso al respecto. Igual me le hago el lindo un poco como para no
perder la reputación que me dieron del “galán del barrio”. Si salgo tarde me
encuentro con Pepo. Cada pilchita tiene. Y siempre de punta en blanco. Igual
tiene buen corazón. Cuida a una viejita que es una dulce. Sigo un par de
cuadras más. A veces me encuentro con más nenes. Otras veces disfruto del
silencio y las calles vacías. Después de girar un rato más, vuelvo para casa.
Como les dije al principio, me encanta salir a caminar, pero nada se compara
con la sensación de llegar, que me saquen la correa y acostarme al lado de la
estufa.
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