martes, 4 de agosto de 2020

Amor en Tiempos de Coronavirus XIV


Agustín y Lucía no paraban de hablar ni de pensarse. La primera semana prácticamente estuvieron conectados las veinticuatro horas. Los últimos dos encuentros habían encendido algo en ellos. Sin embargo, la segunda semana Lucía empezó a tener sueños extraños, que la angustiaron un poco. En la televisión decían que era algo común que pasaba cuando alguien estaba encerrado mucho tiempo. La cuestión es que empezó a sentirse sofocada. Sentía que Agustín la ahogaba. Empezó a distanciarse un poco y a enojarse por cualquier cosa que hiciera. Agustín no entendía nada. ¿Qué le pasaba? Cada vez que se enojaba con él dejaba de hablarle y le clavaba el visto cuando intentaba saber qué le pasaba. Solo cuando le pedía perdón sin saber muy bien por qué, ella aflojaba un poco. Para colmo se empezó a correr la bola de que la cuarentena se extendería quince días más. El 1 de abril todas las familias se sentaron frente al televisor y confirmaron los rumores. Alberto comentó el estado de la situación y les pidió a todos los argentinos un esfuerzo más porque todavía tenían que seguir preparando el sistema de salud. Las cosas seguirían igual que antes: solo podrían estar en las calles los esenciales. También sería obligatorio el uso de tapabocas para ingresar a los comercios habilitados. Al día siguiente al anuncio, Agustín le mandó un mensaje a Lucía diciendo que abriría su local porque ya tenía el permiso. “Pero si vos tenés un bazar, no vendés cosas esenciales”, le contestó ella. “Cuando se empezó a rumorear lo de la cuarentena empecé a proveerme de algunos productos esenciales así que puedo abrir, pero con el rubro un poco cambiado”, le comentó él. “Bueno, cuídate”, le contestó ella. “Si, no te preocupes, no pienso dejar entrar a nadie al local”. Mientras tanto para algunos otros comerciantes la situación se les empezó a poner fea. Una cosa era cerrar quince días, pero un mes, era demasiado. En respuesta a los reclamos, el gobierno se dispuso a pagar la mitad del sueldo a todos aquellos que no estuvieran generando ingresos. También otorgó algunos créditos. 

Por otro lado, los edificios porteños comenzaron a tomar protagonismo. Algunos comenzaron a hacer sus rutinas de ejercicios en los balcones o terrazas, otros sacaron a relucir sus talentos. Cada noche había un espectáculo nuevo. Luego los shows de música y luces se reemplazaron por aplausos. Cada día a las nueve de la noche todos los vecinos aplaudían a los médicos y a todos aquellos que no podían quedarse en sus hogares. También de a poco todos volvieron a sus rutinas diarias, pero de manera online. Lucía y Agustín bajaron la intensidad de su romance, pero igualmente se hablaban todos los días. Se decían buen día y buenas noches y hablaban gran parte del día. Se llevaban muy bien y la diferencia de edad cada vez se achicaba más. “Te extraño”, le decía Agustín, aunque ella se rehusaba a decirle que ella también lo hacía. Al principio le chocaba un poco nunca tener una respuesta positiva de su parte, pero después se acostumbró porque le demostraba su amor de otras maneras. Por ejemplo, cada semana un chico de Rappi llegaba a su local con alguna cosita dulce que le mandaba ella. Era su pequeño momento de felicidad. Luego de un mes de cuarentena, todos pensaron que la vida volvería a la normalidad ya que mucho tiempo más no se podía sostener un encierro semejante. Pero no fue así. El quince de abril la cuarentena se volvió a extender por quince días más. Los memes estallaron en las redes sociales. Parecía un chiste. Algo de nunca acabar. En esta etapa las necesidades de las personas empezaron a ser otras. Necesitaban dejar a un lado las pantallas. Necesitaban compartir un mate, una cena. Necesitaban abrazar, besar. Necesitaban de todo eso que la tecnología jamás les podría dar. Agustín y Lucía no eran la excepción. “Me encanta hablar con vos, pero necesito verte”, le decía Agustín. “Yo también”, le contestaba Lucía, que cada vez le incomodaba más tener una relación a distancia. “Dale, escapate. Yo tengo el permiso para cruzar a Provincia. Podemos vernos cerca de tu casa”, le suplicaba él. “¿Con qué excusa pretendés que salga de mi casa?”, le respondía ella. Y nuevamente se quedaban con las ganas de estar juntos. La gente cada vez estaba más cansada: los aplausos se apagaron, ya casi nadie le prestaba atención a la cantidad de contagiados que había por día. La mayoría prefería mantener el televisor apagado. Empezaron a aparecer los rompecuarentena. La gente en la calle empezó a aumentar y la vida pasó a hacer una promesa para “cuando todo esto pase”. Los ánimos empeoraron cuando Alberto extendió quince días más. Ya iban a pasar dos meses que Lucía y Agustín no se veían. Si seguían así mucho más no iban a poder durar. Cuando charlaban pensaban en esas parejas que se habían empezado a ver justo antes del confinamiento y se les cortó todo, sin tener en cuenta que ellos eran de esas parejas.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario