Luego del reencuentro, los casos de Covid en
Argentina empezaron a crecer ya que muchas personas estaban regresando de sus
viajes por Europa. El presidente declaró distanciamiento social no obligatorio.
Lo que significaba que se podía seguir haciendo vida normal, pero siempre y
cuando se respetara una distancia entre personas de un metro y hubiera un
lavado de manos continuo. La cantidad de gente en la calle bajó
considerablemente ya que todos tenían miedo de contagiarse. Eso no impidió que
Agustín y Lucía se vieran. Fue un sábado. Iban a ir a tomar algo, pero la noche
estaba fría y lluviosa, entonces aprovecharon que ella estaba sola en su casa y
él fue para allá. Charlaron, se besaron, se abrazaron, se disfrutaron. Todo sin
saber qué esa sería la última vez que lo harían. Cuando empezó la semana, se
comenzó a rumorear que el presidente Alberto Fernández declararía la cuarentena
obligatoria por quince días. Eso significaba que solo las personas que tuvieran
trabajos esenciales podrían salir a la calle. El resto debía permanecer en sus
casas a menos que tuvieran un permiso especial para circular. Esto hizo que los
supermercados se plagaran y que hubiera colas interminables en las estaciones
de servicio. Por algún motivo la gente pensaba que debía stockearse como
si fuera el fin del mundo. A Lucía la mandaron a trabajar a la casa. Además
empezaron a cerrar los cines, los teatros, los gimnasios y todo aquello que
acumulara personas. El jueves el país era un caos, debido a que ya estaba casi
confirmado el confinamiento. “¿Nos vemos antes de que decreten la cuarentena?”,
le preguntó Agustín. “Dale, vení a casa que hoy estoy sola”, le contestó Lucía.
Sin embargo, no llegaron a verse. El presidente realizó una conferencia en la
que confirmó que el distanciamiento social obligatorio empezaría esa noche, lo
que significaba que al final Lucía no estaría sola. “Bueno, son quince días
nada más”, dijeron ambos tratando de compadecerse. Y como ellos, muchos
pensaron lo mismo. El 20 de marzo a las cero horas, Argentina se congeló como
el resto del mundo. Todos los comercios bajaron sus persianas. Las puertas de
las escuelas, las iglesias y las universidades cerraron. Se cancelaron todos
los eventos deportivos y culturales. Se prohibieron las reuniones sociales.
Cerraron el paso a los parques y plazas y los pasos que conectaban Provincia y
Capital. Todos los que trabajaban en oficia comenzaron a realizar teletrabajo.
Los que trabajaban en otros rubros tuvieron que tomarse unas vacaciones
obligadas. Al principio la mayoría lo tomó como un respiro ¿A quién no le viene
bien descansar quince días? No habían pasado cuarenta y ocho horas y había
miles de challenges en las redes sociales: desde etiquetar a un amigo
para que suba una foto de chiquito hasta hacer jueguitos con papel higiénico.
Muchos empezaron a hacer gimnasia con vivos de Instagram. A otros se les dio
por la gastronomía: fue innumerable la cantidad de gente que se puso a cocinar
pan. Las videollamadas colapsaron. Ahora
la vida transcurría adentro de cada casa porque afuera había un virus maligno
que atacaba sin importar clase social y no había suficientes respiradores para atender
a todos los enfermos.
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