Mientras que Lucía y Agustín permanecían
distanciados, el mundo se había vuelto una película apocalíptica. En la mayoría
de los países del mundo se había decretado cuarentena por el Coronavirus. Italia,
España y Estados Unidos eran los que peor la estaban pasando. La cantidad de
contagiados se contaba de a cinco cifras y había tantos muertos que no tenían
donde ponerlos. La situación era totalmente crítica. En Argentina el miedo iba
entrando de a poco en cada casa. Todos sabían que, si un virus así llegaba al
país, el resultado podía ser devastador. Cada día la gente estaba más
expectante. Las noticias llegaban a borbotones. La enfermedad se declaró
pandemia y el 3 de marzo el pánico se instaló en el país. Había llegado desde
Italia el primer paciente con Coronavirus. Cuando la noticia llegó a Lucía,
rogó que fuera una Fake News, pero lamentablemente era verdad. Se preocupó bastante, pero cuando en el
noticiero mostraron un video del paciente en el que se lo veía tranquilo y
estable se sintió un poco más aliviada, aunque eso significó que su cabeza
vuelva a pensar sin parar en Agustín. El 4 de marzo se iba a cumplir el plazo
de la apuesta que habían hecho cuando ella le dijo que había soñado que se
prendía fuego. En Internet decía que un sueño así significaba problemas
emocionales o relaciones tóxicas no para ella, sino para él. “Mis sueños siempre
se terminan cumpliendo”, le dijo. “Tené cuidado”, agregó. “Vas a ver que no me
va a pasar nada”, le contestó Agustín y le propuso que hicieran una apuesta. Plantearon
un plazo de tres meses para ver qué pasaba y para el cuatro de marzo el
perdedor le tendría que dar algo al ganador. Lucía pidió un alfajor y Agustín
dijo que iba a pedir lo que quisiera cuando ganara. Eran las once de la noche y
Lucia todavía no sabía qué hacer. ¿Sería correcto hablarle? ¿Se acordaría de la
apuesta? A las 23:58 finalmente se había decidido. Agarró el celular, abrió la
conversación de Agustín y sonrió al ver que estaba escribiendo.
Durante el mes que estuvieron separados Agustín se
sintió muy enojado. Primero porque estaba harto de no poder concretar ninguna
relación y segundo porque le pareció que la actitud de Lucía no iba a la par de
sus sentimientos. Él sabía que le gustaba. “Malditos diecisiete años de
diferencia”, se decía todos los días. Para
colmo estaba ese virus dando vueltas por el mundo. Si bien no lo preocupaba
mucho porque no creía que fuera tan letal como decían, tenía miedo de que en
Argentina también declararan cuarentena y no poder abrir su negocio. Fue un mes
fatal, pero todavía tenía una oportunidad de cambiar las cosas. El 4 de marzo a
las 23:58 abrió el Whatsapp y en la conversación de Lucía escribió y borró
varias veces. Finalmente a las 00:00 tocó enter. “Gané”, le envió. Ella le
devolvió un “ajajja”. Cómo extrañaba hacerla reír. “¿Qué vas a querer de
premio?”, le preguntó luego. “Verte”, le mandó él con los ojos cerrados y
rogando una respuesta positiva. “Dale ¿El sábado?, le preguntó ella. Agustín
hizo su baile de la victoria como la primera vez que le había dicho que sí. Esta
vez no se le iba a escapar de nuevo. El sábado de esa misma semana Lucía se tomó el
colectivo, caminó un par de cuadras y le tocó el timbre a Agustín. Cuando le
abrió la puerta le dio un pico y encaró por el pasillo. En la mitad, él le
agarró la mano y le dio un beso de esos de película. Ella lo correspondió y
sintió una electricidad por todo el cuerpo. Fueron directamente a la
habitación. Se besaron más. Se desvistieron de a poco entre beso y beso y se
entregaron al otro. Cuando terminaron se abrazaron como si nunca hubieran
estado separados. Se rieron por lo que pasó y se pusieron a hablar de la vida y
del Coronavirus que, en ese momento, era el único tema de conversación entre la
gente.
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