Eran las
tres menos cuarto. Todavía tenía quince minutos para cruzar el parque que
separaba la ruta de la puerta del hotel por lo que me quedé ahí parado observando su inmensidad. Si bien no tenía más
de tres pisos, ocupaba al menos unas siete cuadras de largo, y eso era solo la
fachada.
A las tres
en punto el coordinador del personal me recibió por la puerta de servicio.
Apurado pero amable me dio las indicaciones correspondientes y luego de darme
el uniforme me acompañó hacia uno de los restaurants.
No fue
mucho lo que pude ver en ese corto trayecto pero si de afuera el lugar se veía
grande, adentro era gigantezco.
Una vez
dentro, uno de los empleados se me acercó sonriente y dándome unas palmaditas
en la espalda me dijo:
-Hola
chico, mi nombre es Tomás, tu eres Diego, ¿verdad? Asentí con la cabeza.
Mirá, aquí
hay tres cosas importantes que debes saber sobre este trabajo:
La primera
es que si te gusta alguna de las clientes, no te inhibas, a las extranjeras les
encanta la carne cubana.
La segunda
es que cuando haces el turno noche puedes ir a la disco cuando termina la
jornada asique si fichaste a alguien durante el día, esa es tu oportunidad.
Por último
pero sin dudas lo más importante, no te enamores chicos, ellas siempre se van.
Los
consejos de Tomás me hicieron reír mucho, prácticamente no lo conocía pero
sabía que nos íbamos a llevar muy bien. Le devolví las palmaditas en la espalda
y le dije:
-
No
te preocupes chico, no soy de los que se
enamoran fácil.
-
Esa
es la actitud que me gusta, ahora ven por aquí que te voy mostrar un poco la
mecánica del trabajo.
Las horas
fueron pasando, de a poco fui conociendo al resto de mis compañeros y aprendiendo
el manejo del lugar. A eso de las 17:30 se abrieron nuevamente las puertas del
buffet y comenzaron a llegar los primeros huéspedes para cenar. Con el correr
del tiempo el lugar se empezó a llenar y se convirtió en un bullicio terrible. La gente
iba y venía con platos llenos de comida y nosotros tras ellos viendo que no les
falte nada.
En un
momento, me detuve un minuto para acomodarme la camisa y cuando levanté la
vista vi que en una de las mesas había una madre joven con un niño de unos
nueve años. Me llamó un poco la atención su vestimenta ya que parecían de otra
época pero como los turistas suelen vestirse de manera extravagante no me
detuve mucho en ese detalle. Lo que si no pude pasar por alto fue que cuando me
acerqué para preguntarles que querían beber, ellos ya no estaban allí ni en
ningún otro lado.
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